Entrevista
a Enrique Del Risco sobre su novela Turcos
en la niebla*
Wonder Recio, cubano exiliado en Nueva Jersey, se
atrinchera con su colección de armas en su taller de carpintería a punto de ser
embargado por falta de pagos y, en medio de la madrugada, comienza su larga
despedida del mundo. El British, especialista en pintura norteamericana y Don
Juan de internet, busca la salida de situaciones sórdidas y desesperadas
enredándose en otras aún más sórdidas y desesperadas. Alejandra, luego de un
divorcio, intenta poner en orden un mundo que nunca lo tuvo. Eltico, resolvedor
de problemas propios y ajenos, no encuentra fuerzas para explicarle a su hijo
quién es esa mujer que le ha presentado toda la vida como su madre. Un mundo de
amigos, parientes, enemigos visibles e invisibles. Una novela cuyo centro se
sitúa a orillas del Hudson, frente a la isla de Manhattan, pero cargada de
historias que se extienden por todos los Estados Unidos, por toda Cuba, por
Montreal, Buenos Aires, Costa Rica, Nicaragua. Una novela sobre naufragios
colectivos y personales y cómo sobrevivir (o no) a ellos, contados en primera
persona pero con mucho humor, como si fueran desgracias que les hubieran ocurrido
a otros hace mucho tiempo.
Turcos
en la niebla parece ser una de las primeras novelas que usa el Facetime como
dispositivo narrativo central.
En ese caso digamos que me adelanté a la tecnología. No
porque sea un apasionado de los adelantos tecnológicos, sino por una necesidad
narrativa. La novela comienza con Wonder en su taller de carpintería esperando batirse
a tiros con la policía cuando venga a embargárselo. Mi personaje necesitaba un
medio por el que hablarle al mundo, contarle su historia, despedirse de la
gente que quiere. Y un medio como el Facetime hace todo mucho más fluido que
si, por ejemplo, se pusiera a escribir una carta. De manera que el Facetime le
da una credibilidad perfecta a su monólogo. ¿Acaso la gente no pasa horas hablando
por Facetime en circunstancias mucho menos dramáticas? El problema es que
cuando empecé a escribir Turcos en la
niebla el Facetime no existía. Pero para mí era cuestión de tiempo que apareciera
algo así: el narcisismo que inunda y le da sentido a Facebook ya lo venía
anunciando. Facetime puede ser un medio relativamente nuevo, pero para mí fue
un recurso más para hacer literatura. De la de toda la vida.
El
título de la novela es sugerente, pero es una sugerencia que no se aclara hasta
bien entrado el libro.
Manejé varios títulos, entre ellos “Los náufragos de
Bergenline” porque Bergenline es la calle más importante de la zona donde vivo,
y veo el exilio como una especie de naufragio. Pero luego le escuché una frase
a un amigo argentino: “está más perdido que turco en la niebla” que me encantó
sin saber lo que significaba. Se refería, según me explicó, a los vendedores
ambulantes que en cierta época en su país solían provenir del Medio Oriente (y
que por esa manía simplificadora les llamaban “turcos” a todos pero que podían
ser sirios o libaneses). Esos vendedores se iban al campo, a zonas que no
conocían y al parecer solían perderse en aquellos caminos, más cuando había
niebla. Y me pareció una imagen misteriosa y sugerente para representar el
exilio, que es un tema central de mi novela: el exilio como un estado de
continua incertidumbre. Incluso sin tocar temas como el desarraigo, la
separación familiar o la pérdida de contacto con los amigos, el exilio es una
tierra de nadie que no habita ni siquiera la gente que te rodea. Ni siquiera
tú. El exilio supuestamente es temporal, un espacio permanente condicionado por
acontecimientos pasados o futuros porque el presente prácticamente no te toca.
Un exiliado necesita preguntarse a cada rato si lo sigue siendo, si al final el
exilio no es más que una pose para distinguirse del resto de los inmigrantes. Si
tiene sentido seguir siendo un exiliado, con los rituales que implica, con esa
actitud de Astérix, el representante de la última aldea que resiste a los
romanos. Solo que en este caso los romanos no aparecen nunca.
Una
experiencia muy particular la de ese exilio que describes…
Sí, se trata de un exilio (el de los cubanos del norte de
Estados Unidos) dentro de un exilio (el exilio cubano radicado mayoritariamente
en Miami) dentro de otro más que son los Estados Unidos, un país de exiliados
desde su fundación. La historia tiene lugar en Nueva Jersey, en la misma zona
en que vivo, en el condado de Hudson, un condado que es mayoritariamente latino
y cuya población en gran parte está compuesta por inmigraciones recientes:
chinos, turcos, coreanos, rusos. Dentro de esos inmigrantes latinos me ocupo de
un grupo de cubanos que insisten en verse a sí mismos como exiliados políticos.
Y dentro de estos me ocupo de un grupo de amigos con intereses muy
particulares, con una idiosincrasia muy específica. Entre ellos hay incluso una
argentina que primero estuvo exiliada en Cuba como hija de guerrillero y que,
por vueltas de la vida, ha terminado en medio de este núcleo cerradísimo de
cubanos.
Pero
al mismo tiempo se siente como una experiencia muy universal.
En algún momento de nuestras vidas todos estamos
exiliados, interponiendo una barrera entre nosotros y la realidad. Queriendo
que la realidad no nos toque, no nos corrompa. Encerrándonos al vacío. Pero es
una falsa ilusión. Nadie puede permanecer ajeno al presente. La realidad no te
va a permitir que la ignores: se va a vengar de ti, te va a dar caza. Y eso es
lo que le pasa a mi protagonista, Wonder Recio. Se desentiende de la realidad
para resolver sus problemas con el pasado, pero el presente viene y lo
destroza: abandona el trabajo en su taller en pro de un plan para liberar su país
—al menos eso es lo que le dicen— y terminan embargándole el taller por falta
de pagos. De ahí este largo monólogo en el que trata de explicar qué hace allí.
Pero
las voces de sus amigos no son menos importantes…
Cierto. Hay una decena de personajes entre amigos, examantes
y familiares que forman parte de su círculo más cercano que son parte
importante de esa vida que cuenta y de la novela. Tres de ellos tienen voz directa
en la historia, hablando de sus propias vidas con sus propias voces. Está
Eltico que es la voz de la memoria del barrio, hijo de preso político casi que
desde que nació y, al mismo tiempo, el primero del grupo de amigos en llegar al
barrio. En la novela, Eltico se encarga —entre muchas cosas— de contar la
historia de los cubanos que durante años se han establecido en la zona, las
leyendas urbanas que le dan sentido a ese barrio… hasta que en algún momento
cae presa de sus propias ficciones. Está Alejandra, la exiliada argentina, que
ofrece una mirada más distante y equilibrada, pero a la que no dejan de
perseguirla un montón de conflictos. Alejandra pone en contacto dos mundos: el
de la vida cubana dentro y fuera de Cuba y el mundo de la Revolución Mundial
con que soñaban muchos latinoamericanos en los sesentas y setentas, sueños que
más tarde desembocaron en la realidad de cierto yupismo de izquierda. Y está el
British, que es lo contrario de Alejandra, cubana vocacional, que incluso lucha
por eliminar su acento argentino. El British es un cubano que siempre ha lamentado
haber nacido en Cuba y su utopía no es la Revolución Mundial sino su idea
fantasiosa de los Estados Unidos. Y como el British es historiador del arte envuelve
la novela en el mundo de las artes visuales. Porque la novela también está
llena de artistas, de referencias al arte, al contrabando y, por supuesto, a
las falsificaciones. Pero debo advertir que esos personajes no son símbolos de
nada, metáforas de nada. Traté de que estuvieran lo más vivos posibles porque
si un personaje está vivo no se quedará tranquilo representando ningún símbolo,
ninguna idea, sino tratando de mantenerse con vida. O no.
Háblame
de la estructura de Turcos en la niebla.
Es una estructura muy sencilla. Cuatro monólogos de los
cuatro personajes principales (Wonder, Eltico, el British y Alejandra) que se
van entrelazando, pero sin dejar espacio a la confusión. Pude pasarme de experimental
y borrar el nombre de los que intervenían pero preferí la cortesía mínima con
el lector de indicarle quién estaba hablando en cada ocasión. También tuve el
cuidado de crear voces lo bastante distintivas como para que no se confundieran
entre sí, para que fueran reconocibles sin importar en qué página abrieran el
libro. Por lo demás, es un libro muy narrativo, está lleno de historias
tremendas que les suceden a mis personajes o a conocidos de ellos. Y no es que
no cediera al impulso de filosofar, pero un amigo que leyó el borrador me
sugirió que eliminara los pasajes más reflexivos y creo que la novela ha ganado
mucho con esas supresiones.
En
el libro se habla de cuestiones muy debatidas ahora: el terrorismo, la
violencia policial, la tenencia de armas, el abuso sexual. Todos temas muy
actuales…
Buena parte de esta novela fue concebida y escrita antes
de que algunos de esos temas estuvieran de moda como lo están ahora. Varios de
ellos son parte del debate cotidiano en los Estados Unidos desde hace tiempo. Otros
siempre me han preocupado en lo personal, como el abuso sexual, que está mucho
más extendido de lo que nos atrevemos a reconocer. Y hablo de violaciones en
toda regla, no de que alguien te agarre la mano por más de dos segundos. Aparecen
un par de inclusiones oportunistas de última hora: la elección de Trump como
presidente de los Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro. Eran acontecimientos
que por fuerza tenían que afectar al círculo de personas que había creado en Turcos en la niebla y los aproveché en
el cierre de la novela. Sobre todo la muerte de Fidel, que aunque no tenía
ninguna relevancia política sí tenía relevancia psicológica y sentimental para
mis personajes, que es lo que importa en una novela. Además de que esa muerte marcaba
el fin de ciclo.
Pero más importante que los temas que mencioné es otro
tema que vuelve a estar de moda: el de la verdad. Desde hace rato se cuestiona
la relevancia de la Verdad, con mayúsculas, y se insiste en el relativismo, en
la diversidad de los relatos. Varios de los personajes de Turcos en la niebla se han tomado lo del relativismo al pie de la
letra y han decidido construirse o creerse historias que son esencialmente
falsas, pero entonces deben sufrir sus consecuencias. Puedes creerte la
historia que quieras pero luego, a la hora de compartirla con el resto del
mundo, debería encajar con ese rompecabezas colectivo al que llamamos “realidad”.
Por mucho que queramos relativizar los hechos, al final te emplazan preguntas
que requieren respuestas claras: mi madre está viva o muerta, tuve sexo con tal
persona o no, ese cuadro es verdadero o falso, traicionaste o no a tus amigos. En
ese sentido, Turcos en la niebla es
una novela retrógrada, reaccionaria: trata temas tan anticuados como la verdad
y las mentiras, la amistad y la traición.
Pero
por mucho que fabules algo tendrá que ver una novela que trata sobre un círculo
de cubanos que viven a orillas del río Hudson con un escritor cubano que reside
en el mismo sitio que sus personajes.
Decidí escribir sobre un mundo que conozco bien. Ya Cuba
empezaba a quedarme lejos como realidad inmediata así que si iba a escribir una
historia americana debía ser la de la Norteamérica que mejor conozco. De pronto,
cobraba sentido llevar años viviendo allí, empapándome de sus historias.
Material tenía de sobra. Lo complicado fue darle forma, hacerlo inteligible.
Pero tampoco pretendo identificar mi realidad con la ficción. El exilio que me
ha tocado vivir casi se podría catalogar de feliz. Y esa cotidianidad he debido
compactarla, dramatizarla: el drama está ahí acechándonos todo el tiempo, basta
que tomes una mala decisión, te descuides o, simplemente, tengas mala suerte.
Pero la novela, sin ser especialmente feliz está llena también de esos momentos
de alegría compartida que los exiliados, y los inmigrantes en general, valoramos
tanto.
Turcos en la niebla está llena de humor.
Si no me gustara tanto, el humorismo sería mi profesión. Me
he pasado la vida escribiendo textos humorísticos para teatro y para publicaciones
periódicas bajo el heterónimo de Enrisco. Pero si escribía una historia tan
compleja como la de Turcos en la niebla
únicamente en clave de humor iba a terminar falseándola. Por eso mis referentes
de siempre han sido El Quijote y una
película de Emir Kusturica, Underground:
un tono en el que puede caber todo, la comedia y la tragedia, y al final deja
un poso de ironía, una amargura medio dulzona.
En
tu biografía aparece que te graduaste de Historia. ¿Ha tenido esa vocación algo
que ver al concebir la novela?
Sí, sobre todo si se ve Turcos en la niebla como parte de un proyecto que llamo Trilogía cubana del Hudson que intenta
describir tres momentos de la larga historia que acumulan los cubanos en esta
zona. Algo similar a lo que hace Hermann Broch con el mundo austro-alemán en su
trilogía de Los Sonámbulos. Yo intento una reapropiación literaria de Nueva
York y sus alrededores en clave cubana. Nueva York tiene una importancia
decisiva en el imaginario político y cultural cubano en el siglo XIX. Y en el
desarrollo musical en el siglo XX. Y ahora mismo la cantidad de músicos y
artistas cubanos que hay en esta zona no se corresponde con la presencia demográfica
que tenemos. Buena parte de los grandes poemarios cubanos y la novela más
importante del siglo XIX se escribieron y publicaron en Nueva York. Hasta la
bandera cubana se diseñó en Manhattan. A todo eso he querido darle sentido con
esa Trilogía lo que me permite hablar de la existencia de una identidad cubana
nómada, más abierta, rica y flexible que la que proponen los nacionalismos al
uso.
¿Qué
crees que haga especial una literatura como la tuya para el resto del mundo?
Quizás el hecho de ser una literatura escrita entre dos
propuestas de futuro. El futuro ya esclerótico que representó alguna vez Cuba, pero
que los profetas del siglo XXI te lo siguen vendiendo como si fuera nuevo: el
supuesto reino de la igualdad y la justicia. Y el otro, el monumento futurista
del capitalismo hipster y bajo en
calorías que es Nueva York y alrededores.
¿Un espacio
privilegiado para ver la realidad?
Eso le gustaría pensar a uno. Que la historia nos ha
puesto en una suerte de atalaya para mirar la realidad desde una posición
privilegiada. Pero es mejor no hacerse ilusiones. Ahí está la Historia de la
Humanidad para demostrar lo poco que nos han servido las experiencias
anteriores. Ahora mismo, lo vemos con el ascenso de los populismos de izquierda
y derecha que tanto recuerda al ascenso del comunismo y el fascismo hace un
siglo. Un ascenso al que todos estamos contribuyendo con nuestro desprecio por
las instituciones democráticas a las que vemos como meros formalismos para
proteger a los corruptos. La principal enseñanza que nos ofrece la Historia es esa
antirrevelación a la que llega Eltico al final de la novela.
¿Cuál?