viernes, 27 de octubre de 2017

La fábula de la cigarra y el águila

La historia del ataque acústico a los diplomáticos norteamericanos ha tomado un giro esperpético.Dice el informe oficial cubano citado por Cubadebate que "durante el riguroso análisis, las grabaciones mostraron coincidencias con los sonidos emitidos por algunas especies de insectos, especialmente grillos y cigarras". Según un teniente coronel local:
"Aplicamos las mismas técnicas de procesamiento digital que aplicamos con las muestras de audio que nos entregaron, al sonido que grabamos de la cigarra, y coincidentemente pudimos comprobar que también es un sonido que está sobre los 7 kilociclos, que tiene un ancho de banda aproximadamente igual sobre los 3 KHz y que audiblemente es muy parecido. Hicimos también comparación de espectros de todas las señales aportadas con el espectro que grabamos y evidentemente este ruido común es muy parecido al ruido de una cigarra”
El ataque convertido en fábula. La fábula de la cigarra y el águila:
Había una vez un águila poderosa que dominaba los cielos pero la cigarra, que era más persistente, comenzó a tocar con su violincito desafinado. Y tanto tocó y tocó su violincito que el águila todopoderosa tuvo que regresar a casa con problemas auditivos y un poco loca. Pero entonces nadie creía que había sido la pobre cigarra la que había derrotado al águila. Moraleja: si quieres que te crean nunca uses una cigarra como explicación, aunque sea verdad.

La pelota y el tiempo


22 meses separan la condena del Granma de la deserción de los hermanos Gurrielen franca actitud de entrega a los mercaderes del béisbol rentado y profesional” del elogio en esemismo periódico por su actuación en grandes ligas (circuito al que ahora comparan con la escala de Milán). 22 meses de pasar de condenarlos en público a transmitir -con 24 horas de diferencia que el resto del mundo beisbolero- la final de las grandes ligas. Un gran paso para el castrismo, un pequeño paso para la humanidad. No soportan la competencia del “paquete” que también trafica con los partidos diferidos, pensarán algunos. O que es el aperitivo de lo que se veía venir desde la sospechosa fuga de los Gurriel: la venta de peloteros cubanos a las Grandes Ligas con Tony Castro como principal empresario. 22 meses parecen mucho comparados con las 24 horas que demora un cubano de la isla en ver cada partido de la final por televisión. O poco comparado con los 62 años que separan a los cubanos de la primera vez que pudieron una serie mundial en televisión… en vivo. Sí, aquella Serie Mundial de 1955 que enfrentó a Los Dodgers con los Yankees. Esa que consiguió llevarse instantáneamente a la isla mediante el legendario vuelo del DC-3 que dio vueltas durante tres horas sobre el estrecho de la Florida haciendo de torre de retransmisión y adelantándose a la comunicación satelital. Pero ninguna de esas cifras alcanza para determinar el anacronismo que es Cuba en este mundo. 

jueves, 26 de octubre de 2017

Sobre la censura

El Nuevo Herald reproduce la entrevista hecha por el escritor Francis Sánchez al editor de "El compañero que me atiende". Reproducimos acá un fragmento centrado en la censura: 

¿Qué opinas de la predominante visión arqueológica sobre la censura en Cuba y el quinquenio gris?No sé cómo consiguen ver la censura en Cuba como un asunto del pasado. Con tantos ejemplos que se repiten una y otra vez. El principio de “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” es terriblemente represivo y a ese principio no se ha renunciado ni un minuto desde agosto de 1961. Supongo que en esa visión arqueológica tenga que ver que muchos de los censurados de ayer sean parte de la cultura (entiéndase también censura) oficial. En ese sentido, el de la censura, el régimen cubano actual resulta una especie de totalitarismo ilustrado. Los encargados de lidiar con los artistas y escritores ya no son los militarotes de antaño: los Papito Serguera, los Pavones, los Quesadas. Ahora son una mezcla de funcionarios con estudios universitarios con intelectuales graduados en diferentes niveles de censura, incluida la censura en carne propia. Esos últimos resultan a la larga los más efectivos. Son los que le dirán a los jóvenes creadores: “Eres muy atrevido porque eso en mi época no se podía decir”. Y todos tan contentos. Los jóvenes porque les satisface su audacia y los viejos porque sienten que de alguna manera han contribuido a esa “evolución”.
[...]No conozco antecedentes de una antología de este tipo... Aunque hay historias de vida muy bien documentadas, como en “Informe contra mí mismo”, de Eliseo Alberto Diego. Se han hecho antologías de las becas, de los trenes, de cualquier cosa, pero parece increíble que nos faltara la de los omnipresentes “segurosos”. ¿A qué crees que se deba ese silencio? ¿Existiría una sutil raya roja que tú estás cruzando ahora?Las razones son bastante obvias. El régimen cubano restringe las libertades políticas y económicas de sus ciudadanos más que cualquier otro en la actualidad a excepción de la hermana república de Corea del Norte. Y encima no le gusta que se lo digan. No está preparado para lidiar con una evidencia tan elemental. Se lo dices y en vez de cambiar te amenaza: el Poder quiere que le digas lo hermoso que es o en su defecto te dediques hablar de otra cosa. Los regímenes así son narcisistas por naturaleza. Y pretenden que los intelectuales sean su espejo mágico y confirmen la idea que el Poder tiene de sí mismo. Pero los escritores, incluso en Cuba han demostrado ser, a pesar de todo, una especie bastante resistente. De hecho algunos textos de la antología (no muchos, la verdad) aparecieron antes publicados por editoriales cubanas. La diferencia estriba en que esos gritos que se pierden en el escándalo continuo que es la realidad cubana al ser reunidos en la antología ofrecen un contexto esencial para entender esa realidad. La represión es el elefante en la habitación que nadie quiere mencionar, al que le damos un rodeo de camino a la cocina. Pues “El compañero que me atiende” es un libro sobre el elefante y lo que significa tenerlo metido en tu casa.

miércoles, 25 de octubre de 2017

"José Abreu Felippe: 'Arenas es el único genio que ha dado esa debacle'”

En Hypermedia Magazine aparece la entrevista que le hice a José Abreu Felippe. Por cierto, fe de erratas. El título debe ser el original que le puse "José Abreu Felippe: 'Arenas es el único genio que ha dado esa debacle'” y no el que está que me atribuye una afirmacion que corresponde a Abreu, no a mí. Aquí un fragmento del intercambio:


¿Cómo se fue desarrollando posteriormente la relación entre ustedes?Yo diría que con normalidad. Como nos conocíamos de tantos años y ya habíamos pasado por tantas aventuras juntos, incluyendo las lecturas del Parque Lenin y la creación de la revista literaria, obviamente clandestina, Ah la marea —de la cual hicimos dos números—, él nunca desconfió de mí, ni de mis hermanos, pero Reinaldo era un paranoico profesional. Todo el mundo era policía y todo el mundo lo estaba vigilando.
Cuando se enfermó de meningitis, la medicina que le mandaron de Francia se la decomisaron. Yo se la conseguí en el Hospital Nacional, donde tenía muchas amistades, ya que trabajaba entonces dando clases en la Escuela de Enfermeras de dicho hospital. Reinaldo no permitía —al menos eso juraba— que nadie que no fuera mi madre, lo inyectara, y así iba tres veces por semana a mi casa, durante el tiempo que duró el tratamiento, con ese fin. Temía que se aprovecharan de esa circunstancia para matarlo.
De vez en cuando también nos peleábamos por cualquier idiotez, pero luego nos reconciliábamos. En cierta ocasión, viviendo yo en Madrid y él en Nueva York se molestó porque yo no le contesté una inquietud que tenía sobre algo relacionado con la revista Mariel, ahora no recuerdo qué.
Él nunca tuvo un sentido claro de la realidad, todo era un juego. Le daba la vuelta al asunto más trágico para encontrarle su parte cómica, sin importarle en lo más mínimo si así molestaba o hería a alguien, muchas veces a los propios amigos. No creo que lo hiciera por maldad —aunque podía ser muy cruel—, pienso que no podía vivir sin convertirlo todo en literatura. Reinaldo, aparte de un mitómano contumaz, era en gran medida un personaje de ficción. Y todas las personas no eran para él personas: eran personajes.
Pues bien, como ya me tenía harto, cuando me escribió, yo cogí la carta sin abrir, la metí en un sobre y se la devolví. Parece que aquel gesto le encantó. Hizo lo mismo, y así estuvimos varios meses, mandando y devolviendo, hasta que el sobre original se convirtió en un paquete de varias libras de peso, costaba mucho el franqueo, y dejé de hacerlo.
Como sabía que yo no iba a abrir la carta me escribía cosas por fuera firmándolas como Eugenia Grandet, La Condesa de Merlín, Gina Cabrera o lo que se le ocurriera y yo hacía lo mismo. Años después me reprochó no haber seguido el juego. Él aspiraba a que se convirtiera en una carga monstruosa que estuviese viajando en el tiempo mientras crecía infinitamente.
Otras veces, cuando yo no le contestaba con la rapidez que él requería —no tenía en cuenta que yo acababa de llegar a otro país, no tenía dinero y recién comenzaba a trabajar sin permiso de trabajo y con mucha gente dependiendo de mí—, me escribía reprochándomelo, cartas “cuñadas y recuncuñadas” para ver si yo reaccionaba al hacerlas “oficiales” por los cuños que él mismo inventaba. Conservo un par de ellas.

martes, 24 de octubre de 2017

Reconocimiento

Después de ignorarlos por medio siglo, o de solo acordarse de ellos para llamarlos traidores, desertores, el Granma decide hablar de los cubanos que juegan en las Ligas Mayores. Y es para reclamarlos como suyos, para hacer notar la marca estatal de calidad de sus productos, la marca a hierro sobre su ganado amaestrado.

"Yulieski Gurriel, debutante en esa fase del encumbrado certamen, tiene 15 jit [sic] en 41 turnos para un «lujoso» average de 366. Nadie que no haya tenido un meticuloso y avalado proceso de aprendizaje llega allí y se aparece con semejantes indicadores, que incluye además un por ciento de embasado (OBP) de 409; slugging de 512 y OPS (toma en cuenta poder y capacidad de embasarse)"

Solo me pregunto: ¿allá también enseñaron a Gurriel II a batear para doble play en la hora difícil o ya eso de su propia inspiración?

Entrevista

Francis Sánchez me interroga acerca de "El compañero que me atiende" para su revista Arbol Invertido. Y entonces tiene que pegarme para que me calle:


“El compañero que me atiende”, una antología inevitable. Entrevista a Enrique del Risco

Por Francis Sánchez

Editorial Hypermedia ha publicado una antología que algunos se preguntarán por qué no se había hecho antes, a pesar de ser tan atrayente y, además, un acto de exorcismo a todas luces necesario para muchos cubanos. La mejor respuesta quizás sólo podrá hallarse leyendo las mismas páginas de este libro, donde más de cincuenta escritores se refieren a cómo han sido vigilados, perseguidos, en fin, “atendidos” con primor por “el aparato”.
Tenemos la primicia de entrevistar a Enrique Del Risco, culpable de la selección, la edición y el prólogo de El compañero que me atiende. Conocido por su sentido del humor y su estilete crítico, empieza metiéndonos en problemas al decirnos, muy seriamente, que son “respuestas literarias de escritores cubanos a la presencia en todas las esferas de la vida cubana de la Seguridad del Estado y las consecuencias que esto acarrea”.
Me he convertido en uno más en el índice o menú que él sirve, pero en realidad preparado por otros en la sombra desde mucho antes. De todos modos, seguro que cualquier lector pudiera verse aquí representado, sentirse aludido, y de hecho citado para explicar dónde estaba, con quién y pensando en qué, a la hora que se cometieron tales textos.
La antología El compañero que me atiende puede adquirirse en Amazon.  El primero de una serie de lanzamientos en distintas ciudades está previsto para el próximo 2 de noviembre en la librería Altamira, en Coral Gables, Miami, Florida, a las 7:30 de la tarde. “Están todos invitados, por supuesto”, convoca el instigador. Pero, antes de seguir comprometiéndonos, necesitamos hacerle varias preguntas.
¿Por qué hacer esta selección ahora?
Todo, en principio, fue muy casual. En una visita a principios de años de un viejo compinche mío, el escritor Francisco García González, me contó que estaba escribiendo sobre sus encontronazos con la Seguridad del Estado. De ahí pasamos a imaginar un libro en que los escritores cubanos se decidieran a contar sus experiencias con los oficiales de la Seguridad del Estado. De hecho, recordé que mucho tiempo atrás el poeta Manuel Sosa había contado algo parecido en su blog e intuí que el tema no solo nos interesaba a Francisco y a mí. También me leí en esos días La casa y la isla una novela que acababa de sacar Ronaldo Menéndez recorrida por el fenómeno de la delación. Entre Francisco y yo ese ejercicio de imaginar libros que no existen puede terminar por convertirse en algo real como “Leve Historia de Cuba”, un relato ficcional de la historia cubana que escribimos a cuatro manos hace más de 20 años. Pero las más de las veces termina en la más perfecta nada. Esta vez sin embargo pensé que era una idea que merecía ser llevada a cabo. Se la propuse a la editorial Hypermedia para que la hicieran ellos porque ya bastante ocupado ando con mis propios libros. Y resultó que les interesaba, pero no tenían a nadie dispuesto a hacerlo. Así que me decidí a armarlo yo mismo. Se lo propuse a un grupo de escritores que pensé que les podía interesar: la respuesta fue tan efusiva que tal parecía que hacía tiempo que estaban esperando una oportunidad para ponerse a escribir sobre el tema. Porque muchos me enviaron textos que ya tenían escritos, pero otros aprovecharon la oportunidad para traducir ciertas experiencias al lenguaje de la ficción o al de la memoria escrita. O sea, que fue una feliz confluencia de idea, oportunidad y necesidad colectiva de exorcizar viejos demonios.
¿Por qué el título, tan sugerente?
Cuando empecé a usarlo en mi correspondencia con los autores me di cuenta que me ayudaba a establecer una comunicación y una complicidad inmediata con ellos: mencionaba la frase y ya no tenía que explicarme mucho. “El compañero que me atiende” es por supuesto un eufemismo oficial en Cuba para no tener que decir “el policía secreto que me vigila”. Pero justo usar ese eufemismo me ayudaba a establecer el tono de mi propuesta. No quería que fuera un libro victimista, que ya hay bastantes de esos y no sin razón. Ni siquiera quería enfocarme en los casos extremos de represión a ciertos escritores. Lo que refleja ese título y buena parte de los textos es esa vigilancia, intimidación, control y represión como forma cotidiana de la existencia. Como reflejo condicionado a la hora de escribir o vivir. En mi opinión lo que define al totalitarismo no es ni la violencia (como creía Arendt) ni los campos de concentración. Lo que lo define es ese acto reflejo de bajar la voz y mirar a los lados cuando se tocan ciertos temas, estar tan acostumbrado a la represión que empiezas a tú mismo a usar esos eufemismos oficiales. Como para que se haga más soportable la humillación continua de vivir en esa situación.
¿Qué podrán hallar aquí los lectores que satisfaga su curiosidad por los datos ocultos, su imaginación o su morbo?
De todo. Una de las virtudes de esta antología radica en su variedad, la diversidad de esas circunstancias unida a lo diverso de las respuestas de los propios escritores. Y luego está ese gran defecto de los escritores que es su vanidad, pero que para la literatura resulta una virtud: les hace decir cosas que un ser humano común y corriente preferiría callar.
La historia que cuenta Santa y Andrés, y la censura al mismo filme, ha dado mucho que hablar últimamente. ¿Este filme también te motivó?
La censura a Santa y Andrés me indignó por supuesto y no solo cuando se le excluyó del Festival de Cine Latinoamericano en La Habana sino cuando encima su homólogo en Nueva York también sacó la película de la competencia. Pero, la verdad sea dicha, no me inspiró demasiado para crear esta antología. La censura en Cuba es un continuum que no ha conocido un minuto de relajamiento. Si acaso lo contrario: se endurece de vez en cuando para recordarles a los creadores cuáles son sus límites. No digo que no haya habido reajustes a lo largo de los años de lo que se puede decir y lo que no. Hubo una época en que todo era político, desde la conducta sexual hasta el corte de pelo mientras que ahora vivimos en una época más pragmática desde el punto de vista de la censura. Pero lo político (y por político quiero significar por supuesto el Poder, con mayúsculas) no se toca. Y si se toca es en circunstancias muy especiales y en espacios muy cerrados, circunscritos. Como los monjes en la Edad Media, que podían establecer debates teológicos muy audaces siempre que se mantuvieran fuera del alcance de la gente común.
Resulta curioso que, encima, el brazo de la censura a la película llegara incluso hasta la ciudad de Nueva York, donde tú vives. ¿Es que no existe un territorio libre de esa persecución, ni en el exilio?
No, no creo que exista territorio absolutamente libre. Es inherente a la libertad dar miedo, enfrentarte el vértigo de lo desconocido, lo riesgoso, y los seres humanos, por lo general, somos bastante cobardes. Disculpa que suene a slogan mambí, pero la libertad tiene que resolvérsela uno cada día, donde quiera que esté. Aunque los riesgos que se pueden correr acá son incomparables con los de Cuba. Aquí, a raíz de la censura a Santa y Andrés varios amigos nos reunimos y redactamos una carta que se la dimos a firmar a gente de cine. Luego la hicimos publicar en varios periódicos y se la mandamos a los patrocinadores del festival. En la Cuba en que viví hasta 1995 eso era impensable.
¿Qué opinas de la predominante visión arqueológica sobre la censura en Cuba y su reducción al periodo del llamado “quinquenio gris”?
No sé cómo consiguen ver la censura en Cuba como un asunto del pasado. Con tantos ejemplos que se repiten una y otra vez. El principio de “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” es terriblemente represivo y a ese principio no se ha renunciado ni un minuto desde agosto de 1961. Supongo que en esa visión arqueológica tenga que ver que muchos de los censurados de ayer sean parte de la cultura (entiéndase también censura) oficial. En ese sentido, el de la censura, el régimen cubano actual resulta una especie de totalitarismo ilustrado. Los encargados de lidiar con los artistas y escritores ya no son los militarotes de antaño: los Papito Serguera, los Pavones, los Quesadas. Ahora son una mezcla de funcionarios con estudios universitarios con intelectuales graduados en diferentes niveles de censura, incluida la censura en carne propia. Esos últimos resultan a la larga los más efectivos. Son los que les dirán a los jóvenes creadores: “Eres muy atrevido porque eso en mi época no se podía decir”. Y todos tan contentos. Los jóvenes porque les satisface su audacia y los viejos porque sienten que de alguna manera han contribuido a esa “evolución”.
No conozco antecedentes de una antología similar, ni en el exilio. Aunque hay historias de vida muy bien documentadas, como Informe contra mí mismo, de Eliseo Alberto Diego. Se han hecho antologías de las becas, de los trenes, de cualquier cosa, pero parece increíble que faltara la de los omnipresentes "segurosos". ¿A qué crees que se deba ese silencio? ¿Existiría una sutil raya roja que tú estás cruzando ahora?
Las razones son bastante obvias. El régimen cubano restringe las libertades políticas y económicas de sus ciudadanos más que cualquier otro en la actualidad a excepción de la hermana república de Corea del Norte. Y encima no le gusta que se lo digan. No está preparado para lidiar con una evidencia tan elemental. Se lo dices y en vez de cambiar te amenaza: el Poder quiere que le digas lo hermoso que es o en su defecto te dediques a hablar de otra cosa. Los regímenes así son narcisistas por naturaleza. Y pretenden que los intelectuales sean su espejo mágico y confirmen la idea que el Poder tiene de sí mismo. Pero los escritores, incluso en Cuba han demostrado ser, a pesar de todo, una especie bastante resistente. De hecho, algunos textos de la antología (no muchos, la verdad) aparecieron antes publicados por editoriales cubanas. La diferencia estriba en que esos gritos que se pierden en el escándalo continuo que es la realidad cubana al ser reunidos en la antología ofrecen un contexto esencial para entender esa realidad. La represión es el elefante en la habitación que nadie quiere mencionar, al que le damos un rodeo de camino a la cocina. Pues “El compañero que me atiende” es un libro sobre el elefante y lo que significa tenerlo metido en tu casa.
¿Encontraste receptividad en todos los autores a que pediste colaborar? 
Mucha más de la que esperaba. Fue esa receptividad la que me animó a llevar a cabo el trabajo agotador de buscar, seleccionar, revisar y editar más de seiscientas páginas de manuscritos. Y supongo que fue porque vieron la oportunidad de contar historias que tenían entre pecho y espalda desde hacía mucho tiempo. De las decenas de escritores que invité solo dos se negaron en redondo, algo que en esos casos concretos no me sorprendió para nada. Luego hubo otros que se mostraron muy entusiasmados, pero me dijeron que por falta de tiempo o por compromisos que debían atender no podían participar y me consta que era así.
¿Cómo ordenaste la selección? ¿Qué periodos abarca?
Está organizada más o menos cronológicamente y dividida en cuatro partes. Y cuando digo cronológicamente no me refiero a la edad de los autores sino a la época en que ocurren los hechos a que se refieren, sean reales o ficticios. La primera parte corresponde al período que va de 1959, la segunda a la década del ochenta, la tercera a los noventa y la última del 2000 en adelante. No se trata de ninguna preferencia por los números redondos, pero tras leer los textos uno percibe cómo cambia la actitud del “compañero” hacia sus “atendidos” de acuerdo con la época. En los primeros veinte años del régimen la represión era más directa: se trataba de meter en cintura a una sociedad capitalista, con valores más o menos liberales, con ciertas nociones de lo que era una democracia representativa etcétera y someterla a la nueva disciplina. Luego el 1980 se convierte en un parteaguas: que en cuestión de horas entraran casi once mil personas en la embajada del Perú en La Habana con solo retirar la custodia y que en unos meses el 1.4% del país se les fuera por el Mariel debió alertarlos. Hacerlos pensar que el sistema de vigilancia y represión debía refinarse, prevenir los conflictos antes de que estallaran. Con la caída del Muro de Berlín en 1989 y el comienzo del Período Especial que junto con la crisis atroz que trajo se pasó a una situación totalmente distinta, con una “atención” menos ideológica, más pragmática. Y eso a su vez cambia con la llegada del chavismo al poder en Venezuela en 1999 y las grandes movilizaciones pidiendo la devolución del balserito Elián González a principios del año siguiente. Y cada uno de esos grandes cambios se reflejan en reajustes en las relaciones del Poder con los escritores. Creo que todo eso aparece directa o indirectamente en el libro. El libro final anda por las cuatrocientas ochenta páginas.
¿Hay autores de las dos “orillas”?
Hay autores de todo tipo de orillas. Y de monte adentro también. La única condición que puse es que fueran cubanos y estuvieran vivos. Con los muertos se podría hacer otra antología fenomenal pero ya eso sería otra historia en la que habría que lidiar con herederos, albaceas, abogados, etc. En la antología hay miembros de las generaciones y grupos más importantes de los últimos cuarenta años: de la generación de Mariel, del grupo El Establo, de Diápora(s), de los Seis del Ochenta, de los que alguna vez llamaron Novísimos, de la Generación Cero. Son 56 autores en total. Allí están Antonio José Ponte, Manuel Díaz Martínez, Rolando Sánchez Mejías, Karla Suárez, Ronaldo Menéndez, Legna Rodríguez Iglesias, Carlos Alberto Aguilera, Damaris Calderón, Atilio Caballero, Jorge Enrique Lage, Idalia Morejón Arnaiz, Norge Espinosa, Mabel Cuesta, Odette Alonso, Abel Fernández Larrea, Joel Cano, Ernesto Santana, Manuel Sosa, Amir Valle, Yoss, Orlando Luis Pardo Lazo, María Elena Hernández, Jorge Ángel Pérez, Néstor Díaz de Villegas, Ahmel Echevarría, Amir Valle, Gleyvis Coro Montanet, Rafael Almanza, Jorge Ferrer, Raúl Flores Iriarte, Roberto Uría y María Elena Cruz Varela hasta llegar a 56. Entre ellos hay unos cuantos premios David, de la Crítica, Cirilo Villaverde de novela y de todo tipo de galardones internacionales.
Viviendo entre potenciales agentes encubiertos, muchas veces las apariencias engañan, la realidad parece ficción, y viceversa. ¿Te propusiste reunir solo literatura, no memorias? ¿Acaso los lectores tendrán pistas de cuándo son hechos reales y cuándo ficticios, o de los vasos comunicantes que los unen?
Una de las principales virtudes de la antología es, además de la calidad intrínseca de sus textos, la variedad. Hay de todo: cuentos, poesía, teatro, memorias, crónicas, ensayos, incursiones en la literatura fantástica, el humor, en la ciencia ficción.  Un estado policial como el cubano es por naturaleza bastante paranoico y tiende a crear entre los perseguidores y los perseguidos una seria confusión en los límites entre lo real y lo ficticio. De ahí que tuviera el cuidado adicional de ignorar las convenciones tradicionales entre la ficción y la no ficción. A casi todos los relatos, ficticios o no, los trato simplemente como “textos”. Si se me permite la frivolidad debo recordar que un estado totalitario tiene como una de sus principales tareas imponer ciertas ficciones. Y la fundamental de estas es la ficción de que el Poder cuenta con el apoyo del 100% de la población. A excepción, si acaso, de un grupúsculo de mercenarios al servicio del enemigo. Pero para hacer creíble esa ficción se necesita crear una realidad, la de la vigilancia a escala masiva. Y esa vigilancia masiva crea a su vez otra ficción, la de la paranoia. No solo el reflejo paranoico de que todos estamos bajo vigilancia todo el tiempo y cualquiera puede ser informante sino hasta de que todo lo que ocurre —incluso acontecimientos que obviamente contradicen ese Poder— es porque el Poder lo ha decidido así. Sería entonces muy pretencioso de mi parte pretender establecer límites entre la ficción y la no ficción en un libro así. De manera que prefiero dejar al buen entender del lector cómo leer cada texto, qué relación establecer con estos.
Mientras preparabas la selección ha ocurrido el caso enigmático de los ataques acústicos en la embajada de Washington en La Habana. ¿Crees que esto le dio un nuevo sentido al proyecto? En círculos foráneos se valora la Seguridad del Estado en función de roles geopolíticos, pero entre muchos cubanos se percibe cotidianamente de otra manera, relacionada con la falta de privacidad, la manipulación y el control de la vida común. En ese sentido, ¿qué le puede revelar la antología El compañero que me atiende a un público internacional, y también al cubano?
No creo que esos ataques hayan tenido ningún efecto en la conformación de este libro. A la distancia a la que estoy los ataques acústicos me resultan más de lo mismo. Una confirmación antes que revelación de algo. El Poder en Cuba siempre se anda creando algún tipo de crisis en relación con los Estados Unidos: ya sean migratorias, o de espionaje, represiones masivas, secuestro de ciudadanos norteamericanos, o directamente asesinatos como en el caso de los pilotos de Hermanos al Rescate. Aquí la única novedad es el medio utilizado. Y te confieso que al crear esta antología no andaba pensando mucho en un público internacional. Entender cualquier fenómeno siempre requiere grandes dosis de voluntad. El acercamiento de Obama generó mucha atención sobre Cuba pero muy poca comprensión. Ahora Cuba vuelve a ser ese lugar ignoto, pintoresco y distante que a casi nadie le interesa. Pero ¡qué comprensión uno puede esperar de los extranjeros si nosotros mismos no acabamos de entender lo que nos ha pasado! Casi siempre que tropiezo con un cubano joven, recién salido de la isla, independientemente de su talento, su educación, o sus buenos deseos por informarse lo que me encuentro es una memoria histórica repleta de vacíos o de lugares comunes y muy poca información concreta. Con frecuencia saben más de lo que está pasando en Estados Unidos que en Cuba. Da igual que se trate del siglo XIX como de veinte años atrás o hace diez días. Lo que intenta un libro como este es rellenar esos vacíos. No ya sobre lo que ocurrió hace un siglo sino hace 20 años. O ayer mismo. Cuba ya no es un país de poca memoria como decía Aldo Baroni. Es un país con un alzhéimer galopante. Lo que este libro ofrece, a propios y extraños cómo han funcionado ciertos mecanismos de control e intimidación durante décadas, sin descanso. Mecanismos que explican cómo funciona la realidad que existe por debajo de las apariencias, de los desfiles de un millón de personas, de esos escritores que van repitiendo como papagayos los “logros de la Revolución”. “El compañero que me atiende” puede interesarle a un extranjero en la medida en que su realidad se empiece a torcer en alguna dirección totalitaria, y servirle de advertencia de cómo se llega a ese punto de no retorno. Porque lo cierto es que ninguna sociedad moderna está libre de la pulsión totalitaria. Pero mientras no llegue ese momento le parecerá literatura fantástica que es otra manera, mucho más distanciada, de leer este libro. Pero el que quiera escuchar, cubano o no, encontrará material de sobra para hacerse una idea de cómo se domestica a un pueblo.
Sin duda los "compañeros" han incentivando una tradición de fingimiento, neurosis y delirio de persecución que aumenta el nivel de subjetividad, barroquismo y "metatranca" de la literatura cubana. ¿Crees que quedarán contentos con esta especie de reconocimiento a su “aporte”? Por otro lado, la investigación te habrá permitido llegar a algunas conclusiones generales y hacer quizás algunos descubrimientos, ¿es así?
No sé cómo reaccionarán los “compañeros” cuando se lean en esas páginas. Es el público en el que menos he pensado. Encontrarán, me temo, mucho desprecio, mucho rencor, mucha guapería retroactiva por parte de escritores que pretendieron tener bajo control. Y también en algunos casos hasta compasión, intentos de verlos, pese a todo, como seres humanos. Seres a los que se les amputó lo mejor de sí para que pudieran llevar a cabo la función penosa que cumplieron. Pero el mayor descubrimiento al que me ha llevado esta antología no se relaciona con los segurosos sino con mis colegas. La respuesta masiva de parte de los escritores al proyecto fue el gran hallazgo. Me mandaban sus manuscritos sin preguntar por los honorarios. Esa entrega, esa confianza, ese desinterés después de tantos años viviendo en la desconfianza y el recelo ha sido el hallazgo más valioso. El más estimulante. Y la capacidad de cada uno de esos escritores de ser honesto con la propia realidad en que le tocó vivir y encima hacer literatura con ello.

domingo, 22 de octubre de 2017

Nada de "compañeros"

Como adelanto de El compañero que me atiende les presento el texto con que Orlando Luis Pardo Lazo contribuyó a la antología:

Nada de "compañeros"             No son compañeros.            Y no nos atienden.            Esos “compañeros”, que durante 25 años “atendieron” a Oswaldo Payá, por ejemplo, fueron los mismos que el 22 de julio de 2012, en una carretera remota de Cuba, cumplieron con la orden de asesinarlo a sangre fría, en un atentado concebido como una operación militar y de inteligencia, necesariamente autorizada al máximo nivel. Es decir, por Fidel Castro, Raúl Castro, y la jerarquía del Ministro del Interior cubano (probablemente también por la del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pues hay indicios de que se usó un helicóptero militar para desplazar al cadáver de Payá desde el sitio real de su asesinato hacia el sitio del falso accidente de la versión oficial).
            No sería de extrañar que para matar a Oswaldo Payá ese domingo, los verdugos que, justo hasta ese instante eran sólo los “compañeros que lo atendían”, usaran únicamente sus manos. Le partieron la nuca, acaso tras leerle su sentencia secreta de muerte, firmada en nombre de la dirección de la Revolución. Si Payá imploró indignamente por su vida, o si murió como un mártir más del comunismo mundial, es poco probable que lo sepamos nunca. Sus verdugos ya pueden, a su vez, haber sido ejecutados por otros compañeros que se dedican a atender a esos compañeros que nos atienden.
            Así es que no son “compañeros”. Nunca lo han sido.
            Y mucho menos nos “atienden”.
            Nosotros para ellos no tenemos la menor importancia. Ni siquiera nos prestan mucha atención. Para ellos, nosotros somos apenas unos muertos que aún caminan.            El escritor cubano exiliado Norberto Fuentes lo relata tal cual en uno de los libros más repugnantes de la historia de la humanidad, Dulces guerreros cubanos. Norberto Fuentes le pregunta al coronel cubano (y asesino en serie paramilitar) Tony de la Guardia: “¿Qué sientes de una persona antes de ajusticiarla?” Y Tony de la Guardia le contesta, muy parco: “Que ya está muerto”. Entonces Norberto Fuentes, que probablemente también sea cómplice de varios asesinatos políticos en Cuba y en el exilio cubano, parece desconcertarse ante la total falta de humanidad de su amigo Tony de la Guardia, y trata de que el coronel (y asesino en serie paramilitar) se explique mejor: “No, tú no me entiendes. Quiero saber qué piensas de lo que tienes que hacer, sobre este o aquel hombre en específico antes de ajusticiarlo”. Pero Tony de la Guardia es un hombre de pocas palabras y muchos crímenes, como las Parcas: “Que ya están muertos”.
            Por eso mismo, en julio de 1989, los compañeros que atendían al compañero Tony de la Guardia decidieron fusilarlo a tiempo, para que sus muchos crímenes nunca fueran a convertirse en testimonio. Tony de la Guardia, también (por suerte para sus futuras víctimas que nunca lo fueron), ya estaba muerto mientras mataba a sus muertos caminantes.            Como muerto estaba yo antes en Cuba.            Como muertos estamos todos ahora en el exilio cubano.            El martes 24 de marzo de 2009 recibí la Citación Oficial, con sello y cuño del Ministerio del Interior de la República de Cuba. A la hora de la telenovela, sobre las diez y un poco de la noche hueca de Lawton, mi barrio natal en las afueras de La Habana, a donde nunca más volveré mientras me quede vida. Es una decisión personal, testamentaria.
            La Citación era pedacito de papelito barato, impreso con una impresora de cinta de las más antiguas, supongo. Mientras más despótico, más precario es el poder. En Cuba tampoco hacen falta grandes demostraciones de poderío: la gente sabe y siente dónde radica el mal, aunque lo ignoren.            Creo recordar que ni siquiera se trataba de la Citación original, sino de una segunda o tercera copia de papel carbón. La trajo un chiquillo en motocicleta. Dijo llamarse “Reinaldito”. Desde el inicio estábamos, pues, en familia. La cosa quedaría así entre cubanos. Y aquí no ha pasado nada, compañeros. Se trataba apenas de un gesto, otro gesto más, de atención hacia mí. Los intelectuales cubanos de la Isla en ese sentido son muy privilegiados. Fuera de Cuba nadie les presta demasiada atención. Por eso se quejan tanto a cada rato. Por eso a cada rato les da un ataque de falta de protagonismo y entonces venden hasta el alma, con tal de que el Estado cubano les vuelva a prestar aunque sea un poquito de atención. Todos son a la postre tan repugnantes como dulces guerreros cubanos.            Reinaldito nos dijo a mi madre y a mí que no nos preocupáramos, que seguro se trataba de algún malentendido menor. Una cosa de rutina, con suerte. El horror en la Cuba de Castro siempre lo es: un error, una casualidad sin mala intención. Algo que “se les va de las manos” a “los compañeros que nos atienden”. Por lo que, en consecuencia, ni ellos ni nadie tienen por qué sentirse culpables de la represión. Es más, si tú eres un académico norteamericano fascinado con Cuba, mucho menos tienes por qué sentir ningún dilema moral. ¡Aplaude y bien! Ay, y si eres de “origen cubano” (como dice el régimen de los Castros), por favor: ¿qué esperas para hacerte tu selfie sonriente en Casa de las Américas, el CENESEX, el ICAIC, la UPEC o la UNEAC?).
            A todos los efectos, Reinaldito es un santo inocente, y lo digo sin ironías. A su edad es probable que desconozca de los encarcelamientos de manera arbitraria. O de las expatriaciones forzosas de cubanos. O de la muerte que se nos impone con absoluta impunidad. Ese no saber lo humaniza. A mí, ese sí saber me deshumanizó. Porque el daño que te desnuca la existencia es un daño anónimo, un daño casi apócrifo. Un daño que te haces tú mismo a ti, como al descuido. El daño (y espero que ningún intelectual cubano se atreva a estas alturas a contradecirme) nunca te lo hace la Revolución. Eres tú. Es el compañero que eres tú y que no sabe ni cómo atenderse a sí mismo. Te dañas. Pero ya irás aprendiendo a sanar, gracias a los Reinalditos que irán por ti. Hasta tu casa.            Y a los Arieles.            Porque el mío dijo llamarse Ariel. Supongo que por el clásico ensayo Ariel de José Enrique Rodó. Cuestiones de táctica a la hora del operativo. No usaba uniforme, pero dijo poseer los grados de mayor en la inteligencia militar cubana. No sé de qué carajos hablaba ese Ariel. Todavía hoy lo ignoro. Ariel García Pérez, si tomamos en cuenta los datos de la Citación para “ser entrevistado” que Reinaldito me llevó en su Suzuki de estreno la noche anterior. Hasta mi casa.
            Fue al día siguiente. El miércoles 25 de marzo de 2009, a las tres de la tarde. En la estación policial de la calle Aguilera, en mi propio barrio de Lawton. No voy a hacer una transcripción de lo que hablamos esa tarde tremenda. En cualquier caso, hablamos demasiado. Con la muerte no se dialoga, pero eso lo aprendí unos meses más tarde, cuando los compañeros que atienden la muerte fueron matando a los activistas de derechos humanos Orlando Zapata Tamayo (febrero 2010), Juan Wilfredo Soto García (mayo 2011), Laura Pollán Toledo (octubre 2011), Wilmar Villar Mendoza (enero 2012), Harold Cepero Escalante (julio 2012), y Oswaldo Payá Sardiñas (julio 2012). También al empresario chileno Roberto Baudrand Valdés (abril 2010). Esa es sólo mi cronología personal. Hay muchos más en estos últimos años. No por gusto el padre (ex diplomático cubano) de la artista del performance Tania Bruguera así se lo advirtió en su momento: “Raúl no es Fidel; Raúl mata y después te avisa”. (Me pregunto si el hecho de avisarte antes de matar hacía mejor o peor a Fidel.)
            Yo tenía miedo, sí, pero creo que fui valiente de sobra ante mi Ariel (un blancón trigueño de bigotico) y ante otra compañera que dijo llamarse Alina, una pelirroja pecosa que sí vestía el uniforme verde oliva del MinInt, muy entallado, con su blusa de botones abiertos en el escote para que sus senos se asomaran a mí. No dejé de mirárselos nunca. Usé ese punto de mira como mi único punto fuerte durante la sesión. Ellos eran unos violadores. Y yo también era un violador. Seguíamos, pues, en familia.            No me retracté de nada durante el interrogatorio. No era una entrevista, para nada. Fui interrogado con todas las de la ley (al margen de toda ley). Fui dejado solo en una oficina, durante más de una hora. Y fui interrogado otra vez. Ariel no paraba de usar su celular (un modelo viejo). Tal vez me estaba grabando. Yo no pude entrar el mío a la estación policial. Tampoco lo hubiera entrado: era un i-Phone con una tarjeta clandestina de Swisscom (regalo de la muchacha más linda de los cantones del mundo).            En un momento dado, por un detalle que Ariel y Alina deslizaron como al azar, me di cuenta de que habían entrado a mi correo Gmail. Lo habían leído todo. Incluso mi vocación de pornógrafo. No es que yo hubiera sido demasiado sagaz. Es que ellos me dieron la pista precisa, a ver si yo me daba cuenta de que habían entrado a mi correo Gmail. A ver cómo yo reaccionaba de saber que, en ese preciso instante, ellos todavía estaban metidos allí, leyendo a sus anchas.
            Ariel y Alina se dieron cuenta de que yo me había dado cuenta. Notaron enseguida que estaban lidiando con un tipo inteligente. Lo cual fue mucho peor. Pues la inteligencia cubana siempre trata de captar la inteligencia de los cubanos. Y si no puede, entonces tiene el deber de destruir la inteligencia de ese cubano. Y si no puede, entonces tiene el deber de destruir a ese cubano.            Yo pasaría después por todas esas fases de la “atención”, entre marzo del 2009 y marzo del 2013, cuando salí de Cuba para nunca volver (al menos mientras me alcance la vida para no volver).            A las cinco horas, me dio fatiga. Me trajeron agua. Me dio miedo beberla. No la bebí. Trataron de obligarme a firmar un Acta de Advertencia Oficial, en la cual yo mismo debía de incriminarme de estar en un estado de “peligrosidad pre-delictiva”. Dicha Acta constituye, por cierto, un agravante a la hora de cualquier asunto penal. No la firmé. No por una cuestión de principios, sino porque a partir de cierto momento ya todo me daba igual. Me presionaron. Me paré para irme. Ariel me zarandeó con fuerzas y me tiró de vuelta a mi silla, a mi pupitre de pionero, a mi cepo.            Sentí ganas de llorar. Pero no lloré. En ese momento me dio por dejar de hablarles. Y, aunque fui arrestado después tres veces (noviembre 2009, marzo 2012, septiembre 2012), ya nunca les volví a dirigir la palabra a ninguno de esos tipos que están ante ti acaso para calibrar la fuerza que tendrán que hacer un día para desnucarte.            Entonces Ariel trajo a dos policías para que firmaran, como testigos, mi Acta de Advertencia Oficial. Dos negros descomunales. Los dos sonreían. Eran pasadas las ocho de la noche. Estábamos prácticamente a oscuras en el segundo piso de la estación de Aguilera. Sentí una soledad ancestral. Entendí que nadie podría hacer nada por mí en Cuba, ni en ninguna parte. Entendí que los cubanos estamos todos a la mala de Dios y la buena del Estado, en manos de esa compañía de criminales atentos: carroñeros que nos atienden y nos tienden trampas, hasta que un día quien se tiende entonces es nuestro cadáver, tendido en una funeraria sobre las cucarachas de ocasión y bajo la inevitable banderona cubana (ese “buitre cínico y odioso que exhibe las carroñas de su ruina”, al decir del poeta José Manuel Poveda).            Ariel se calmó. Igual ya tenía lo suyo. Había cumplido bien con su primera misión respecto al caso de Orlando Luis Pardo Lazo, yo. En presencia de Alina y de los dos policías entonces me dijo, casi me susurró (tal como imagino a Tony de la Guardia respondiéndole a Norberto Fuentes): “No sé si dejarte en el calabozo esta noche. Contigo está pendiente otra conversación”.            Trabajaba contra mi esperanza. O eso pensé. Yo ya me veía yéndome. Y de pronto él aún ponderaba si debía o no debía dejarme partir. Dependía de él, y de la cadena de mando de sus superiores. Para eso me atendían. Para eso nos atienden a todos, uno a uno, aunque tú te resistas a creerlo así.
            Ariel se lo pensó mejor. Tuvo piedad de mí, como buen compañero al fin y al cabo. Ariel me miró. Me dijo: “Mírame”. Levanté la vista del entreseno de Alina. Ella respiró aliviada (mi pequeña victoria de violador). Ariel me confesó, ya en familia: “¿Sabes lo que pasa? Que seguro tú no trajiste condones, así que mejor no te dejo dormir aquí”.            Un mayor de la inteligencia militar cubana me estaba amenazando con una violación. Permítanme repetirlo tal como lo pensé en aquella oficinita en penumbras. Un mayor de la inteligencia militar cubana me estaba amenazando con partirme y bien partido mi culo.            Entendí entonces exactamente de qué había estado hablando durante cinco horas mi Ariel (Alina apenas asentía y tomaba notas, igual podía ser una estudiante en entrenamiento: mis disculpas, compañera). Ariel García Pérez, según su nombre completo consta en la Citación Oficial, me estaba haciendo partícipe de un privilegio: saber la verdad, ver la verdad, vivir en la verdad, que siempre será una especie de secreto de secta, un susurro exclusivamente entre los iniciados. Ahora yo era de ellos, uno más de la cofradía del terror cubano como una cosa natural, para nada orwelliana. De hecho, no hay nada más natural que el sexo anal, siendo la idea de que existe un sexo contranatura lo verdaderamente contranatural. De pequeño violador de Alina, yo pasé a ser el gran violado de Ariel. Calibán por culo. Como quien te pone de espaldas en cuatro patas pero enseguida se la piensa mejor. Y decide entonces partirte bien partida tu nuca.            Antes de esa escena de semen y misericordia, como la mayoría de mis colegas, yo sufría de infantilismo intelectual. De no ser por ese momento maravilloso donde la muerte emerge y se extingue hasta la última traza de idiotez idiomática, todavía yo les estaría diciendo al “compañero que me atiende” el “compañero que me atiende”. Pero, por suerte, ya no más. Ni son compañeros. Ni nos atienden.            Sólo los muertos que ya estamos muertos podemos decirlo ahora de corazón:
            Gracias, Ariel.            Gracias, Tony de la Guardia.    Gracias, perversos profetas de la verdad.



sábado, 21 de octubre de 2017

Más sobre "El compañero..."

Diario de Cuba saca nota sobre la publicación de El compañero que me atiende y lanzamiento el jueves 2 de noviembre en la librería Altamira de Coral Gables, en Miami.
Por otro lados la antología alcanzó en su primer día de ventas el lugar 104 entre los libros más vendidos en español de ese monstruo que es Amazon:


Y abajo, como adelanto, les pongo el índice del libro para que tenga una idea más clara de los autores y composición. Si se fijan entre los autores hay miembros de las generaciones y grupos más importantes en Cuba en los últimos cuarenta años: de la generación de Mariel, del grupo El Establo, de Diápora(s), de los Seis del Ochenta, de los que alguna vez llamaron Novísimos, de la Generación Cero.
 

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viernes, 20 de octubre de 2017

22 años y una antología


Como cada hoy me toca celebrar un aniversario más de mi partida de mi aeropuerto natal. El aniversario 22 para ser más exacto. Pero no es lo único que tengo para celebrar en estos días. También puedo anunciar la salida de una antología que me ha llevado meses arduos de recopilación, selección, ordenamiento y revisión. Se trata de “El compañero que me atiende” que, como su nombre debiera sugerir, aborda el tema de las relaciones entre los escritores cubanos y la Seguridad del Estado. O el tema más amplio de vivir y crear en un clima en el cual la aparición de “el compañero que me atiende” siempre está a la distancia de un paso (en falso).  Es esta una recopilación de testimonios pero también de relatos ficcionales: cuentos, poesía, teatro, memorias, crónicas, ensayos, incursiones en la literatura fantástica, el humor y hasta en la ciencia ficción. Unas 470 páginas que reúnen textos de 57 autores.

Mi experiencia con este libro ha sido agotadora pero al mismo tiempo reconfortante. Comprobar que tantos años de miedos, desconfianzas y rencores inoculados a generaciones de escritores no han impedido el inmenso acto de confianza mutua, de valor, de honradez y hasta de humildad que significa ser parte de una antología como esta. A todos los autores que participaron les agradezco, una vez más, su confianza. Espero no haberlos defraudado.

[Si desea comprar el libro en Amazon pinche aquí]

martes, 17 de octubre de 2017

El realismo, socialista y en cuadritos

Por Enrique Del Risco

Las experiencias de una chica germano-americana en una década de vida en Cuba es la materia con la que estaba fabricada la novela gráfica Adiós mi Habana de Anna Velfort. Ya eso bastaría para resultarles interesante a los cazadores de curiosidades etnológicas. Pero lo es mucho más si se precisa que la década en cuestión es la que va desde el año 1962 al 72. O que la chica acompaña a su padrastro norteamericano y a su madre alemana, comunistas convencidos que viajan a Cuba para incorporarse a la última encarnación de la Revolución Mundial. O que la protagonista fue testigo única de aquella pequeña, privilegiada (pero no menos vigilada) sociedad de compañeros de viaje venidos del extranjero en acto de solidaridad revolucionaria. Pero el descubrimiento de la protagonista de su propia homosexualidad convierte Adiós mi Habana en documento excepcional. En historia de cómo funcionó en aquellos años fundadores de todo lo que vendría después el mecanismo de vigilancia y represión a los homosexuales cubanos a lo largo del sistema educativo y laboral cubano: desde menos de un año de la proclamación del carácter socialista del régimen hasta entrado ya en el llamado Quinquenio Gris.
Sin muchas más pretensiones aparentes que las de contar su experiencia vital durante lo que suelen calificar como uno de los acontecimientos más importantes del pasado siglo Veltfort consigue un relato fascinante. Sobre todo si se lo compara con la mayoría de los novelistas que han entrado en dicho período a la caza de esa ballena blanca que es la novela de la Revolución Cubana. Con el más sencillo y directo de los estilos que se limita a seguir las peripecias de la protagonista Veltfort rescata una historia reveladora en su propia elementalidad. La protagonista verá el descubrimiento de su sexualidad convertido en pesadilla y sus romances cubanos en razón de Estado. A todo esto se añade tanto detallismo gráfico documental y narrativo (vale recordar que su autora es también la del blog El Archivo de Connie) que lo convierte en un documento de primera mano de aquellos años tan convulsos como edulcorados por sus cronistas. Allí la ya mitológica noche de las tres Pes con su apresamiento multitudinario de “prostitutas, pájaros y proxenetas” tiene fecha precisa: el 11 de octubre de 1962, apenas tres días antes del inicio de la llamada Crisis de los Misiles. Allí aprendemos que la famosa Operación Hippie con el que recogieron buena parte de los jóvenes habaneros aficionados al rock ocurrió el 25 de septiembre de 1968, días antes de que Fidel Castro proclamara en el octavo aniversario de los CDR que “en nuestra capital […] dio por presentarse un cierto ‘fenomenito’ entre grupos de jovenzuelos[…] influidos entre otras cosas por la propaganda imperialista, que les dio por comenzar a hacer pública ostentación de sus desvergüenzas”.

Llama la atención la frescura con que está contado el relato. La ingenuidad que le evita contaminar al personaje de aquellos días con la experiencia adquirida posteriormente. Más bien ocurre lo contrario. La ingenuidad juvenil parece contagiar el epílogo donde la autora se pregunta por qué fue objeto de una persecución tan enconada por parte de las autoridades “¿Por qué tanta atención sobre una estudiante extranjera sin importancia […]?” para terminar achacando tal encono a las maquinaciones de una conocida. Como si después de diseccionarlo con tal detalle se le escapara una enseñanza elemental de un sistema como el cubano: la de que allí, al igual que con la Cosa Nostra, no hay nada personal. Que la esencia misma de un sistema como aquel consiste en no subestimar nada. En dedicarle la máxima atención a seres mucho más insignificantes que una estudiante extranjera. En cambio y aunque no lo diga directamente queda claro que si bien el castrismo no inventó la homofobia sí puede atribuirse el copyright de su instrumentalización política en la historia cubana. La vieja homofobia que estimulada e ideologizada sirvió no solo para controlar a los homosexuales cubanos sino mantener a toda la población en el trance totalitario de exigir y dar cuentas de lo más íntima de sí. Y de dicha estatalización de lo íntimo emanó buena parte de su control sobre toda la sociedad. Adiós mi Habana es, en fin, un libro muy recomendable. Sobre todo si se trata de hacerle un regalo de cumpleaños a Mariela Castro, tan desinformada, la pobre. 

jueves, 12 de octubre de 2017

Diez años sin Victoria

Hace diez años murió el escritor Carlos Victoria. A raíz de su muerte escribí esta nota:

El escritor Carlos Victoria (Camaguey, 1950- Miami, 2007) acaba de morir. Creo que fue el último de la nunca abundante especie de los monjes literarios cubanos: aquellos para los que la escritura fue un deber sagrado y no un medio para adquirir relevancia social. Se consagraba a ella con la misma convicción y entereza con la que sospecho que ahora se entregó a la muerte, con el gesto resignado y tranquilo con que parecía hacerlo todo. Pero hablar de eso ahora mismo me parece una digresión porque Carlos Victoria fue ante todo una gran persona, de esas a las que da gusto haber conocido aunque sólo sea para comprobar que todavía existen tipos así. No nos habremos visto más de diez veces: una por cada vez que yo visitaba a Miami y él conseguía descubrir que tenía un par de horas disponibles entre el momento en que venía alguien a relevarlo en el cuidado de su madre y su hora de entrada en El Nuevo Herald. Cada uno de esos encuentros con ese ser bueno y sombrío supe disfrutarlo como un regalo especial, como un goce tranquilo que sólo se puede sentir en ocasiones muy contadas y casi siempre solitarias. La muerte de su madre, quien toda la vida había arrastrado una devastadora enfermedad mental y de quien Carlos se había encargado siempre sin considerar ninguna otra alternativa no fue una liberación para Carlos como sospechábamos sus amigos. Fue un golpe durísimo para él, y le dejó un vacío sobre el que gravitó el último tramo de su vida. Nos vimos como un mes después del fallecimiento de su madre y me confesó que era la primera vez que salía de su casa a otra cosa que no fuera a trabajar. Este verano no pudimos vernos. Cuando lo llamé me dijo que al día siguiente sería operado de un cáncer. Si no salía bien –me dejó entrever como quien habla de algo perfectamente natural e inevitable- no estaba dispuesto a soportar la larga agonía que ya había presenciado en algunos familiares. Su vida, tal como la cuentan las notas biográficas que circulan ahora mismo o como se puede derivar de todo lo que he dicho más arriba no fue feliz o ni siquiera, para los parámetros de la mayor parte de nosotros, medianamente tolerable. Sin embargo supo vivirla con la plenitud estoica con que sólo la pueden vivir aquellos hechos de ese material noble y resistente de que Carlos estaba compuesto. Uno de sus primeros textos que leí fue una nota sobre Reinaldo Arenas, compañero de la más trágica de las generaciones cubanas, la generación del Mariel. En ella decía que Arenas era como una catarata y que uno podía admirar una catarata pero no podía ser amigo de ella. Siguiendo una metáfora por contagio podría comparar a Carlos con un río tranquilo -como ese que pasaba por el pueblo de Pessoa- y decir que lo quise –lo quiso cualquiera que lo conoció- todo lo que se puede querer a un río tranquilo. 

Hasta la vista, Columbus*

ESTE ARTÍCULO VERÁ LA LUZ a unos días del Columbus Day de 2017 que no sé si será el último. Y es que por donde quiera el Almirante está siendo declarado persona non grata. O estatua menos grata. La más visible en la ciudad, la que está encaramada en Columbus Circle desde 1905 ha sido puesta en cuestión. Primero fue la alcaldía la que anunció que iba a revisarle los antecedentes penales a las estatuas situadas en la ciudad. No fuera a ser que alguna de ellas correspondiera a personalidades con comportamiento criminal, inmoral o rico en colesterol.
La iniciativa correspondió al alcalde Bill de Blasio, quien llamó a revisar todos los monumentos que puedan ser tomados como “símbolos de odio”. Un poco como Terminator: se trataba de ajustar cuentas con el pasado para proteger el presente. Por supuesto que cuando el alcalde habló de eliminar estatuas no pensaba en Colón. Para los italoamericanos, como el alcalde, Colón es italiano. O sea, intocable. Como Garibaldi o los Corleone. (Sobre todo los Corleone: en parte por ser una familia compuesta exclusivamente por guardaespaldas y en parte por ser personajes de ficción). Pero la concejal Melissa Mark-Viverito, boricua de nacimiento —y, como su nombre lo indica, de pura estirpe taína— no piensa igual. Considera que Colón es “una figura controvertida para muchos” que, como ella, tienen sus raíces en las islas Caribe.
Columbus_Circle_-_Statue
“Cuando tienes que mirar la historia debemos hacerlo de una forma completa y clara”. Y en la versión de la Historia según Mark-Viverito, Colón representó la avanzada del proceso de colonización de América (que es más o menos como la gentrificación a nivel de todo un continente en lugar de un barrio, solo que más sangrienta y menos hipócrita) y del exterminio de los indígenas. (Da igual que Colón no matara indígenas directamente: ante la inocencia inmunológica de los indígenas bastaba toser un par de veces en el Caribe para despoblar islas enteras).

Pero por atrevido que parezca el celo de Mark-Viverito, la alcaldía de Los Angeles ya se le había adelantado. En Lalaland ya han eliminado el Columbus Day para reemplazarlo por el Indigenous Peoples’ Day. No parece la mejor idea del mundo, incluso en la ciudad que nos ha dado a las Kardashians. Es como si para celebrar tu cumpleaños escogieras la fecha en que tu abuela se encontró con su futuro asesino. O a menos con aquel que la contagió con una enfermedad de la que nunca se ha recuperado.
Tal decisión invita a asumir que a) la tan celebrada hispanidad es el nombre comercial de un genocidio y b) que bajo ningún concepto debemos venerar a personas que hayan cometido malas acciones. Y por lo que se sabe Colón era, cuanto menos, bastante marañero. Un tipo que si se encontraba un indígena asumía que era de su propiedad y se lo llevaba como souvenir a España: como cualquier turista que regresa del Caribe con un par de maracas. O que si te le rebelabas mejor que renunciaras a usar gafas o sombrero porque lo mismo te arrancaba las orejas que la cabeza. Literalmente.
Ya sé que 500 años de veneración crean hábitos difíciles de abandonar (y ahí está la Universidad de Columbia y el Distrito de Columbia y hasta Colombia, un país entero nombrado en honor al estornudador de indígenas). Pero es mejor que abandonemos tales hábitos: la nicotina es más adictiva y yo llevo 4 años sin fumar. Rectifico: 4 años y 223 días. Es el momento de abandonar las pésimas costumbres del pasado y reemplazarlos por otras más saludables como comer lechuga y venerar personalidades políticamente correctas.
El único problemilla es que la corrección política se está volviendo tan exigente que se hace casi imposible encontrar a un ser humano que resista en un pedestal más de cinco minutos. Y no hablo de que a los aztecas les gustaba desayunar tacos de corazón de tlaxcalteca o de la predilección de los caribes por el asado de taíno o de que los incas manejaran su imperio con la misma idea de disciplina de un Kim Jong- un. Digo que al paso que vamos no nos quedará otro remedio que condenar a los guanahatabeyes por exterminar jutías, a los apaches por darles a sus niños juguetes que promovían la violencia o a los mayas por no compartir adecuadamente las tareas de la casa.
Si ya no quedara nadie que poner encima de un pedestal no sería un problema mayor. Malo es que tanto empeño moralizante acabe por exterminar el sentido común. Que una comprensión tan elemental del bien y del mal termine reduciendo nuestras neuronas justo a la cantidad suficiente para entender las telenovelas y los discursos del presidente Trump. Y que, llegados a ese nivel, no importe entender la diferencia.

Este artículoo apareció originalmente en la revista Nuestra Voz.