jueves, 21 de julio de 2016

Caminando

Caminaba el otro día con un amigo mientras hablábamos. De cualquier cosa, que es de lo que hablan los amigos cuando por fin encuentran tiempo para no hablar de cosas importantes.
-¿Cubanos? –nos pregunta en español un tipo con acento extraterrestre. Para el que no sepa de lo que hablo ese suele ser un inicio peligroso de conversación. Una conversación pesada, llena de los tópicos con que los extraños quieren explicarte tu país.
Pero me equivocaba. La cosa iba a ser mucho peor.
-¿Qué piensan de los cambios?
Así. Sin anestesia.
-¿Qué cambios? –respondimos haciéndonos los idiotas (esa es la especialidad de los amigos cuando se reúnen y quieren que los dejen tranquilos hablando idioteces) pero ni así. Se refería a LOS CAMBIOS. De esos que hay que hablar con mayúsculas y letra de molde. Fuimos elusivos como para que entendiera que no nos interesaba ser objetos de su curiosidad ni de su preocupación por el país que habíamos dejado atrás.   
Pero el extraño sí quería dejar bien claro que le preocupaba mucho lo que los cambios trajeran a nuestro país. Un blanco sudoroso de pantalones cortos y mochila. Bigote poblado y extenso. Una especie inédita para mí de la fauna urbana: una suerte de híbrido entre hípster y boy scout. No parecían importarle los derechos humanos de los cubanos: la libertad de expresión, de asociación, la de prensa, toda esa chatarra burguesa. Le preocupaba lo que pudiera pasar con uno de los pocos sitios en la tierra –junto a Corea de Norte pensé- todavía al margen de la influencia americana. Lo que pudiera sufrir mi pobre isla con la nefasta influencia del mercado y la cultura de masas. Muy novedoso y profundo pero como andaba en modo realmente frívolo hacía rato me había agotado las reservas de paciencia que poseo para esos casos. Así que le pregunté de dónde era.
-De Francia –me contestó como si tratara de adivinar cuál sería mi siguiente pregunta. Esta fue si él se dedicaba a decirle eso a todo el que se encontraba en su camino.
-¡Yo tengo derecho a decirle mi opinión a quien me dé la gana! –me dijo con rabia.
-Pues yo también tengo derecho a decidir a quién quiero escuchar –le respondí mientras el hípster-boy scout se alejaba dando aullidos feroces. Como si yo le hubiese pisado un rabo tan delicado como invisible.

Y de veras lo lamenté. Era una lástima que justo al final de la conversación me diera cuenta de que a él también le importaba la libertad de expresión. 

domingo, 10 de julio de 2016

La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio

Desde el año pasado me aceptaron como miembro de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Inc y este verano fui designado Secretario de Publicaciones y Redes Sociales lo que en la práctica se traduce en crear y mantener varias publicaciones digitales (blog, página de Facebook, de Twiter, etc.). Por esta vía quieron invitarlos a que visiten el blog de la susodicha academia que entre otras iniciativas pretende ir creado progresivamente un atlas histórico digital del exilio cubano y sus emigraciones. El objetivo de este atlas es dar a conocer aquellos lugares que tienen un significado especial para la historia y la cultura cubanas fuera de sus fronteras geográficas. Y esto es especialmente relevante en el caso cubano, un país en que el exilio no sólo precedió a la Nación sino que ha tenido un papel decisivo en su creación y desarrollo. Una de las primeras entradas ha sido justo un breve reporte sobre el primer lugar donde ondeó públicamente la bandera cubana (que no es donde suele pensarse) algo que va más allá del plano simbólico al ilustrar la materia compleja y multiforme con que se ha fabricado la historia cubana o -si lo pensamos de manera más amplia- cualquier otra. 

martes, 5 de julio de 2016

Antiguas y nuevas aventuras del racismo revolucionario

La revista Identidades publica en estos día un ensayo mío sobre lo que he dado en llamar el "racismo revolucionario". Los dejo con los dos primeros párrafos:
Antiguas y nuevas aventuras del racismo revolucionario
Por Enrique Del RiscoAntes de que, en medio de la conversión del castrismo a la fe capitalista, el fragor de la economía y los números terminen ahogando los ya apagados gritos de la ideología convengamos en una cosa: pocos regímenes como el inaugurado el primero de enero de 1959 ―si bien frustrado en lo esencial económico― puso de moda tantos productos del espíritu. Desde las barbas y melenas de sus héroes a la imagen de su Santidad Guerrillera atrapada por Korda y difundida por Feltrinelli; desde los logros deportivos a los educativos (por más que bastara ponerle un micrófono en frente a un deportista para empezar a dudar de la eficacia del sistema educativo que lo formó). De todos ellos pocos han tenido un impacto tan duradero en la conciencia universal ―les recuerdo que escribo desde una era hipster en la que han regresado las barbas aunque despojadas de melenas― como la llamada política racial de la Revolución Cubana. Poco importa que ―como señalara Sir Hugh Thomas― en el texto programático del castrismo temprano, “La Historia me absolverá” no hubiera la menor alusión al tema racial o ni siquiera se mencionara la palabra “negro” una sola vez, ni siquiera como parte del espectro cromático. O que en los albores de aquella Revolución nada anunciara que la cuestión racial se iba a convertir en leitmotiv de los primeros años de poder revolucionario.
Visto a cierta distancia se entiende. No se hubiera visto del todo coherente que un blanco hijo de inmigrante español llamara a una revolución en nombre de la equidad racial contra un gobernante mestizo ―negro en las estrictas categorías raciales norteamericanas― que mal que bien había llevado adelante una discreta política racial y que fue discriminado ―como insiste la versión oficial hasta el día de hoy― por parte de la burguesía cubana incluso después de haber llegado al poder. El mismísimo Fidel Castro ―a pocos días del triunfo de la Revolución que encabezara― diría a un periodista norteamericano que la “cuestión del color” en Cuba “did not exist in the same way as it did in the U.S.; there was some racial discrimination in Cuba but far less; the revolution would help to eliminate these remaining prejudices”. Pero no insistamos demasiado en declaraciones de la misma época en que el líder máximo de la Revolución insistía ―con persuasiva vehemencia― en que no era comunista. Apenas un par de meses después, en marzo de 1959 llamará a hacer “una campaña para que se ponga fin a ese odioso y repugnante sistema con una nueva consigna: oportunidades de trabajo para todos los cubanos, sin discriminación de razas, o de sexo; que cese la discriminación racial en los centros de trabajo”. Poco o mucho el racismo que hubiese en Cuba antes de 1959 a la Revolución (o a Fidel Castro, si es que hay alguna diferencia) le iban a bastar menos de tres años para declarar, el 4 de febrero de 1962, suprimida “la discriminación por motivo de raza o sexo”. Y la humanidad al completo necesitada de finales felices, parecía creerlo.
Luego de eso, el silencio.

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