Ayer tuve el
placer de reencontrarme con la obra del artista cubano Lázaro Saavedra. Podría
hablar sin descanso de los efectos que me produce entrar en contacto con la
inteligencia insobornable de sus obras, sobre el espectáculo casi surrealista -por lo raro- del apareamiento de la penetración y la honradez intelectuales. Prefiero, en cambio, compartir una de las tantas obras
que mostró: ese “Software cubano” donde, en la programación de cada una de las
disyuntivas que empiezan por la que plantea la posibilidad (o no) de “Separarse
de la común doctrina, creencia o conducta”, caben todas las existencias cubanas
de las seis últimas décadas.
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