Hoy, en la revista literaria Otro Lunes aparece una entrevista que me hiciera hace unos días Juan Carlos Romero Mestre. De ella les dejo mi respuesta a una pregunta recurrente en estos tiempos:
Pregunta: ¿Crees que el escritor, en tanto figura pública tiene responsabilidad social?
Respuesta: En una sociedad “normal” (recordemos que la autocracia sigue siendo la norma en este mundo) con instituciones democráticas, prensa independiente, etc., el único deber del escritor es escribir bien. (Entiéndase escribir bien no como escribir bonito sino como una escritura relevante, subversiva en algún sentido con respecto al lenguaje y el resto de las convenciones sociales). Intervenir o no en la esfera cívica es su opción de la que hace uso con toda la libertad que le sea posible, como cualquier otro ciudadano.
En cambio en una dictadura las instituciones que mencionaba antes no existen y un escritor antes de publicar la primera letra debe preguntarse cómo es que a su gremio –me refiero al de la creación artística en general- es al único al que dejan expresarse con alguna libertad, aunque sea para referir sus miedos infantiles. Y la respuesta no es que las dictaduras tienen una especial debilidad por tu talento para contar cómo te orinabas en la cama. La única respuesta honesta es reconocer que eres víctima de un chantaje para silenciar a todo un pueblo. O lo aceptas o te resistes.
Las opciones –por supuesto- no son fáciles porque ya conocemos todos los recursos de que dispone el poder si te le resistes (entre ellos el tiempo que es el recurso más disuasorio de que dispone: una buena dictadura es lo más parecido a la eternidad que podemos producir los humanos). Por otro lado la vergüenza de aceptar algo en lo que no crees suele provocar daños irreparables incluso en la capacidad creativa algo que tanto depende de la autoestima porque no hay que olvidar que todo creador al menos en el momento de la creación debe pensarse como alguna variante de dios. En cualquier caso la de la rendición- resistencia es una disyuntiva perversa que debe enfocarse con mucho cuidado cuando se está en esa situación y mucha humildad cuando se le juzga desde afuera. Hay que pensar que las denuncias, aunque necesarias en el plano cívico, tienen escasa vida literaria pero aún así entre el panfleto y el colaboracionismo hay todavía bastante espacio para crear. Exigir deberes fuera del de escribir bien se parece mucho a la exigencia de respaldo por parte de las dictaduras. Ninguna respuesta es fácil a excepción del oportunismo de llamarse apolítico cuando el poder atropella y luego darle todo tu apoyo cuando te lo pide.
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