| Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez |
No pocas veces he acompañado a amigos en su primera visita al Museo Metropolitano de Nueva York. Palco privilegiado para el asombro ajeno. Excepto para los que vienen de visita de Cuba y piensan regresar a ella, claro. Esos miran tanta acumulación de historia y belleza como una amenaza o una ofensa. Nadie me lo dejó más claro que una amiga que al final de la visita al museo concluyó:
-Este museo tiene problemas serios de curaduría.
Más tarde, mientras almorzábamos, le comenté que me explicara los problemas de curaduría de los que hablaba. A mí, que tantas veces he visitado ese museo, mareado ante tanto esplendor, no me había dado tiempo a fijarme cómo estaban dispuestos los cuadros y esculturas.
No recuerdo el resto de la explicación pero ni falta que hace. Era evidente que, de vuelta a la agresiva fealdad imperante en la isla alguna reserva debía ofrecer mi amiga como una forma de consuelo.
Todo esto a propósito de la expo antológica de Wifredo Lam en el MoMA. Con tanta admiración que compartir voy a hablar de curaduría.
No se trata de que los cuadros estén mal colgados ni aparezcan de manera desordenada. Es una magnífica exposición, la más completa que haya visto hasta ahora del más famoso pintor cubano del siglo XX. Si acaso eché en falta la escasa representación de la última etapa de la obra del artista, la que produjo de vuelta a Francia a inicios de los cincuenta hasta su muerte. Esa de la que escapó del peligro de repetirse incursionando en los movimientos de moda en aquellos años (el expresionismo abstracto y la abstracción a secas) o autoparodiando su obra anterior hasta refinar su imaginario hasta convertirlo en símbolos depurados de rodo lo que no fuera su idiosincracia obsesiva de artista, (aunque luego llevaran títulos razonablemente oportunistas como "Tercer mundo"). Tengo entendido que Cuba (o sea, el Ministerio de Cultura cubano o el del Interior que es al final el que decide por el resto de los ministerios) no quiso prestar los cuadros del artista que son parte de la colección del Museo de Bellas Artes. Y hablando de curaduría el propio cuadro "Tercer mundo" de 1965 aparece en la colección del museo titulada "Consolidación del arte moderno (1938-1951)". Uno esperaría que los curadores, entre otras exigencias de su disciplina, supieran contar.
Pero en eso a nuestros decoloniales curadores habrá que reconocerle el talento. Resolvieron el asunto con un cartelito que informa: "Tras el golpe militar de Fulgencio Batista en 1952 Lam abandonó Cuba de forma definitiva y se estableció en París". Cabría preguntarse que si Lam vivió los últimos treinta años de su vida en Europa hasta su muerte en 1982 ¿fue porque no encontraba -pese a sus frecuentes gestos de complicidad a distancia- que la revolución iniciada en 1959 fuera especialmente habitable? Pero gracias al cartel de marras nos enteramos que lo que retuvo a Lam en el Viejo Continente no fue alguna fisura en su compromiso decolonial -o revolucionario- sino debido a un incurable estremecimiento ante el golpe batistiano de 1952.
No obstante, queda un detalle que afea la brillante solución a la compleja álgebra biográfica del artista. Y resulta que es otro cartelito. Ese que nos informa que Lam regresó en 1956 a la Cuba batistiana para producir un mural en el nuevo edificio del Seguro Médico. Así, sin mayores explicaciones, luego de despacharlo de Cuba ante el rechazo que le producía el regreso de Batista al poder, rechazo que le duró a Lam hasta mucho después de la caída del dictador, nos presenta al artista dirigiendo la instalación de un mural en pleno batistato. Con lo fácil que habría sido presentar aquel mural de trazos ininteligibles como parte de un plan clandestino por derrocar al dictador de Banes!
Pero sucede que los curadores en esta ocasión parecieron tener las manos atadas porque la gran ausente en esta expo es la Revolución Cubana. Y con razón. Luego de 66 años de esforzada labor hoy la revolú está menos presente en los diablitos de Lam que en los basureros de Tomás Sánchez. En lugar de la ya añeja Revolución Cubana la apuesta decolonial es bastante más segura y refrescante. Por un lado forma parte de una versión actualizada de lo que Milan Kundera llamó "el kitsch de la Gran Marcha" que va "de revolución en revolución, de lucha a lucha, siempre adelante" sustentada en la engañosa pero consoladora fe "en la grandeza del destino del hombre". No obstante, de observarse bien, en la prestigitación de los que curaron la retrospectiva de Lam en el MoMA hay mucho de la picaresca que sostuvo tanto la carrera del genial artista de Sagua la Grande como la fe de los adeptos de la Gran Marcha.
Más tarde, mientras almorzábamos, le comenté que me explicara los problemas de curaduría de los que hablaba. A mí, que tantas veces he visitado ese museo, mareado ante tanto esplendor, no me había dado tiempo a fijarme cómo estaban dispuestos los cuadros y esculturas.
-Mira Enrique -confesó al fin- yo tengo que regresar a Cuba.
No recuerdo el resto de la explicación pero ni falta que hace. Era evidente que, de vuelta a la agresiva fealdad imperante en la isla alguna reserva debía ofrecer mi amiga como una forma de consuelo.
Todo esto a propósito de la expo antológica de Wifredo Lam en el MoMA. Con tanta admiración que compartir voy a hablar de curaduría.
| Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez |
No se trata de que los cuadros estén mal colgados ni aparezcan de manera desordenada. Es una magnífica exposición, la más completa que haya visto hasta ahora del más famoso pintor cubano del siglo XX. Si acaso eché en falta la escasa representación de la última etapa de la obra del artista, la que produjo de vuelta a Francia a inicios de los cincuenta hasta su muerte. Esa de la que escapó del peligro de repetirse incursionando en los movimientos de moda en aquellos años (el expresionismo abstracto y la abstracción a secas) o autoparodiando su obra anterior hasta refinar su imaginario hasta convertirlo en símbolos depurados de rodo lo que no fuera su idiosincracia obsesiva de artista, (aunque luego llevaran títulos razonablemente oportunistas como "Tercer mundo"). Tengo entendido que Cuba (o sea, el Ministerio de Cultura cubano o el del Interior que es al final el que decide por el resto de los ministerios) no quiso prestar los cuadros del artista que son parte de la colección del Museo de Bellas Artes. Y hablando de curaduría el propio cuadro "Tercer mundo" de 1965 aparece en la colección del museo titulada "Consolidación del arte moderno (1938-1951)". Uno esperaría que los curadores, entre otras exigencias de su disciplina, supieran contar.
Pero mi conflicto con la mencionada retrospectiva del MoMA es con los dichosos cartelitos que acompañan los cuadros queriendo embutir al pobre Lam en el discurso decolonizador -en el que encaja perfectamente- que, al limitarlo a él, lo disminuye y empobrece. Ese encorsetamiento teórico se nota sobre todo en las maromas que tuvieron que hacer los curadores para resolver la ecuación que le presentaba la biografía del artista. Una ecuación que les presentaba este problema: ¿cómo alguien tan decididamente decolonizador como Lam había preferido vivir casi todo el tiempo en Europa, la Meca de la colonización global? Y se le complicaba aún más la vida a los productores de cartelitos al entrar en detalles biográficos. ¿Cómo explicarse que alguien que había vivido tranquilamente bajo los aliados del colonialismo como Batista, Grau y Prío nunca se animara a fijar residencia en el gran proyecto decolonizador que fue dizque la Revolución Cubana?
Pero en eso a nuestros decoloniales curadores habrá que reconocerle el talento. Resolvieron el asunto con un cartelito que informa: "Tras el golpe militar de Fulgencio Batista en 1952 Lam abandonó Cuba de forma definitiva y se estableció en París". Cabría preguntarse que si Lam vivió los últimos treinta años de su vida en Europa hasta su muerte en 1982 ¿fue porque no encontraba -pese a sus frecuentes gestos de complicidad a distancia- que la revolución iniciada en 1959 fuera especialmente habitable? Pero gracias al cartel de marras nos enteramos que lo que retuvo a Lam en el Viejo Continente no fue alguna fisura en su compromiso decolonial -o revolucionario- sino debido a un incurable estremecimiento ante el golpe batistiano de 1952.
No obstante, queda un detalle que afea la brillante solución a la compleja álgebra biográfica del artista. Y resulta que es otro cartelito. Ese que nos informa que Lam regresó en 1956 a la Cuba batistiana para producir un mural en el nuevo edificio del Seguro Médico. Así, sin mayores explicaciones, luego de despacharlo de Cuba ante el rechazo que le producía el regreso de Batista al poder, rechazo que le duró a Lam hasta mucho después de la caída del dictador, nos presenta al artista dirigiendo la instalación de un mural en pleno batistato. Con lo fácil que habría sido presentar aquel mural de trazos ininteligibles como parte de un plan clandestino por derrocar al dictador de Banes!
| Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez |
Pero sucede que los curadores en esta ocasión parecieron tener las manos atadas porque la gran ausente en esta expo es la Revolución Cubana. Y con razón. Luego de 66 años de esforzada labor hoy la revolú está menos presente en los diablitos de Lam que en los basureros de Tomás Sánchez. En lugar de la ya añeja Revolución Cubana la apuesta decolonial es bastante más segura y refrescante. Por un lado forma parte de una versión actualizada de lo que Milan Kundera llamó "el kitsch de la Gran Marcha" que va "de revolución en revolución, de lucha a lucha, siempre adelante" sustentada en la engañosa pero consoladora fe "en la grandeza del destino del hombre". No obstante, de observarse bien, en la prestigitación de los que curaron la retrospectiva de Lam en el MoMA hay mucho de la picaresca que sostuvo tanto la carrera del genial artista de Sagua la Grande como la fe de los adeptos de la Gran Marcha.
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