martes, 15 de abril de 2025

Mario Vargas Llosa (1936-2025)


Ha muerto Mario Vargas Llosa, el mejor novelista de la lengua. Solo le faltó escribir El Quijote. En cambio, su retahíla de novelas que inició con La ciudad y los perros, a la que siguieron La casa verde, Conversación en la Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor y La guerra del fin del mundo es una de las secuencias más perfectas de novelas de cualquier literatura. No siempre estuvo a la altura de aquellas seis novelas iniciales, pero a cada rato daba muestras de su brillantez como ocurrió con su reconstrucción de la brutalidad del trujillismo en La fiesta del chivo.

No obstante lo incuestionable de sus méritos literarios, no es de buen gusto reconocerlos. Dentro de los confines de la izquierda tribal no le perdonan ni su brillantez literaria ni su consecuencia política. Más allá de lo controversial de sus posiciones Vargas Llosa se escapaba una y otra vez de cualquier rebaño intelectual en que se le quisiera enmarcar. Lo mismo denunció el esperpéntico caso montado alrededor del poeta cubano Heberto Padilla que le reclamaba a la junta militar argentina por los desaparecidos cuando casi todo el mundo miraba hacía como si no existieran o rechazaba clasificar las dictaduras entre buenas y malas. Para Varguitas todas eran funestas. También rechazó el paquete de fáciles alineaciones ideológicas cuando conmovido por la terrible situación de los palestinos en los territorios ocupados le dedicó una estremecedora serie de reportajes.
Nunca tuve el placer de hablar con él pero en cambio le agradezco cada ocasión en que le pedimos su apoyo para una campaña en defensa de los derechos humanos en mi país y nos lo dio. Poco importaba lo desconocidos que fuéramos para él quienes le pedíamos su firma: no nos falló ni una sola vez. Justo a la inversa de la mayoría de sus colegas latinoamericanos le bastaba que se tratara de la tiranía más antigua del continente para exigirle respeto por los derechos de sus ciudadanos. Incluso antes de iniciar cada una de nuestras campañas ya podíamos contar con la firma de un premio Nobel. Y esa era la del peruano.

Su fama no impedía que se ensañaran con él, más bien estimulaba a sus detractores, que no pudiendo emularlo en maestría narrativa, debían conformarse con lanzarle zancadillas políticas. Trataban de enlodarlo cada vez que podían pero nunca consiguieron que se sometiera a la cobarde obediencia del rebaño. Más que fiel a alguna ideología lo fue a su profunda humanidad siendo tan generoso con sus sentimientos como con su talento. Hoy el mundo se ha quedado sin uno de sus mejores narradores y los amantes de la libertad -de la suya y de la ajena- bastante más solos.

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