jueves, 20 de febrero de 2025

La dialéctica artificial stalinista según Isaiah Berlin

La dinámica de las crisis artificiales creadas por el castrismo fue descrita por el pensador Isaiah Berlin al estudiar el caso de Stalin (de quien Fidel aprendió mucho más de lo que reconocía). Para este sistema de marchas y contramarchas Berlin creó el concepto de “dialéctica artificial” que explicó en un ensayo del mismo título escrito en 1951. Tal sistema de crisis controladas fue creado por Stalin para sortear los dos grandes peligros que acechan a todo régimen establecido mediante una revolución: que vaya demasiado lejos o que se estanque. En el primer caso:


“Pocas revoluciones, por no decir ninguna, conllevan los fines que sus seguidores más fervientes esperan, puesto que las mismas cualidades que dan forma a los revolucionarios mejores y de mayor éxito tienden a simplificar en exceso la historia. Una vez amaina la borrachera del triunfo, se apodera de los vencedores una sensación de desencanto, frustración e indignación sin paliativos: algunos de los objetivos más sagrados no se han conseguido; el diablo sigue hostigando a la Tierra, y alguien ha de ser culpable de falta de celo, indiferencia, tal vez de sabotaje e incluso de traición. De este modo se acusa y se condena y se castiga a individuos por no conseguir cumplir algo que, con toda probabilidad, nadie en las circunstancias del momento podría haber realizado, y se juzga y ejecuta a hombres por provocar una situación de la que nadie es realmente responsable, una situación inevitable y que los observadores más lúcidos y sobrios (como más tarde se demuestra) habían anticipado en mayor o menor medida”

El segundo gran peligro que señala Berlin, el del estancamiento, suele ser consecuencia de los excesos:

“Una vez que el impulso original de la revolución se ha consumido, el entusiasmo (y la energía física) decae, los motivos se tornan menos apasionantes y menos puros, se instala una repugnancia hacia el heroísmo, el martirio, la destrucción de la vida y la propiedad, las costumbres cotidianas se reafirman, y lo que comenzó siendo un experimento audaz y espléndido se va apagando y finalmente desemboca en corrupción y miseria”

De ahí que, de acuerdo con Berlin, Stalin descubriera la necesidad de crear crisis controladas para contrarrestar ambos peligros:

“Mientras otros elaboraban caucho artificial o cerebros mecánicos, [Stalin] engendraba una dialéctica artificial, cuyos resultados el propio experimentador podía controlar y predecir en gran medida. En lugar de permitir que fuera la historia la que originara la oscilación de la espiral dialéctica, Stalin depositó esta tarea en manos humanas. El problema era encontrar un punto de equilibrio entre los «opuestos dialécticos» de la apatía y el fanatismo. Una vez establecido este planteamiento, la esencia de la política estalinista consistió en un cronometraje preciso y en el cálculo del grado de fuerza adecuado para hacer oscilar el péndulo social y político con vistas a obtener el resultado deseado en función de las circunstancias determinadas”.

Sobre los peligros de la parálisis social dice Berlin:

“Ahora bien, algunas cosas dependen de la fuerza con la que se impulse el péndulo: una de las consecuencias de llevar el terror demasiado lejos […] es que la población se acobarde y se suma en un silencio casi sepulcral. Nadie departe con nadie sobre asuntos ni siquiera remotamente conectados con los temas «peligrosos», salvo esgrimiendo las fórmulas más estereotipadas y leales, e incluso así lo hacen con moderación, puesto que nadie conoce a ciencia cierta cuál es el santo y seña de cada día. Este silencio atemorizado encierra sus propios peligros para el régimen. En primer lugar, mientras que el terror a gran escala garantiza una obediencia generalizada y la ejecución de las órdenes, es posible que también asuste en exceso a la población: si se mantiene a un nivel alto, la represión violenta acaba enervando y entumeciendo a las personas. Se instala entonces la parálisis de la voluntad y una especie de desespero cansino que aplaca los procesos vitales y disminuye la productividad económica. Más aún, si las personas no hablan, el amplio ejército de agentes de la inteligencia a cargo del Gobierno no será capaz de informar con la claridad pertinente de qué pasa por sus cabezas o de cómo responderían a tal o cual política gubernamental[…] El Gobierno no puede funcionar sin conocer mínimamente qué piensan los ciudadanos […] De ahí que sea imprescindible adoptar medidas para estimular a la población a expresarse: se eliminan las prohibiciones y se incita con insistencia a la «autocrítica comunista» y al «debate entre camaradas», algo levemente similar a un debate público. Una vez que los individuos y los colectivos desvelan su baza (y algunos de ellos inevitablemente se traicionan a sí mismos), los líderes saben mejor qué posición ocupan y, en concreto, a quién deberían eliminar en aras a salvaguardar la «línea general» de idas y venidas descontroladas. La guillotina vuelve a ponerse en marcha y se silencia a quienes hablaban”

¿Les suena conocido?

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