martes, 18 de febrero de 2025

Francisco López Sacha (1950-2025)

Ha muerto Francisco López Sacha, funcionario vitalicio de la UNEAC y escritor en sus escasos ratos libres. La última vez que nos vimos fue hace menos de un año, durante la discutida Feria del Libro de Tampa, cuando su mera presencia junto a un grupo de compañeros de armas de la burocracia cultural de la isla le dio un giro a un evento más bien apacible. El Granma, el mismo libelo que en su momento calló la muerte de Reinaldo Arenas o el Cervantes de Cabrera Infante llama a López Sacha "una de las figuras más relevantes de la literatura cubana contemporánea". Días después de nuestro fugaz avistamiento en Tampa lo reconstruí así:


El único detalle que disonante en los días de la feria fue justo la presencia de Francisco López Sacha, otrora presidente de la sección de literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Nunca fui miembro de la UNEAC, porque cada cual se cuida el hígado como cree conveniente, pero a Sacha sí lo conocí en persona, cuando el jurado del premio Pinos Nuevos de 1993 lo eligió como intermediario para censurarme el libro que yo había presentado a concurso.

Sacha en aquel entonces me confesó que no había leído mi libro, al tiempo que comentaba el argumento íntegro de los cuentos “conflictivos” y me recitaba fragmentos de memoria. Pese a lo incómodo de la situación, Sacha evitó ser desagradable: era la versión letrada del policía bueno.

Para que se entiendan sus prioridades, debo recordar que, al presentarme en su oficina para hablar de mi libro, le anunció a otro escritor en la antesala que debía esperar a que terminara de atender mi caso, aclarándole: “Pero no te preocupes: los problemas de tu libro no son políticos, solo literarios”.

Y ahí estaba Sacha, sentado en medio del patio del Hillsborough Community College, hablando sin parar por teléfono mientras a su alrededor se sucedían presentaciones de libros. Su presencia allí desentonaba, pero no me sorprendía: más que por sus artes de intermediario de censores, Sacha es reconocido por su habilidad para montarse en un avión.

Al terminar la presentación del libro
Nostalgia represiva de Francisco García González (que incluyó una deliciosa coda de sus tribulaciones con la Seguridad del Estado, como museólogo del Presidio Modelo), Sacha seguía hablando por su teléfono, incansable, como si de un general dirigiendo sus tropas se tratara… O como Sacha planificando sus próximas movidas.

Me bastó con estrecharle la mano sin que abandonara su perorata. Quiero pensar que fue un gesto cortés pero, conociendo mi naturaleza socarrona, sospecho que apenas quería dejarle saber que estaba allí, en tierra de viejos gusanos.

jueves, 23 de enero de 2025

Joker mirando al sudeste

 


El grunge -esa ola que nos trajo a Nirvana, Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains, Stone Temple Pilots y unos cuantos más a inicios de los noventa- fue la última versión del rock que escuché con asombro y alborozo. Y aunque ya el rock en Cuba no gozaba del aire clandestino que lo rodeaba en los 70 de entrada teníamos que resignarnos a grabaciones casi siempre infames y a unos pocos minutos en un programa televisivo cuyo nombre -Colorama- exhibía de cuerpo entero el desfase que lo había originado, el de una época en que el color en la pantalla chica todavía era noticia.

Ya uno estaba resignado a no escuchar grunge en vivo -todavía faltaba una larga década para que Audioslave tocara en La Habana como si fuera lo más natural del mundo mientras yo tenía la descortesía de no quedarme a esperarlos- y de pronto, un domingo por la tarde nos encontramos con Joker en el patio de la Casa de la Cultura de Plaza. (Sí, el mismo edificio que en su avatar anterior de Lyceum and Lawn Tennis Club había sido testigo de la batalla a pedradas entre Lezama Lima y Virgilio Piñera, entre otros eventos culturales no tan reseñables).

Joker era una banda, que al fin, que nos ponía a bailar y dar brincos -por si se notaba la diferencia- a los pelúos locales como mismo las otras, las que cantaban en inglés, lo hacían con los pelúos que salían en Colorama con aquellas melenas a las que incluso en la bruma de los televisores en blanco y negro se les adivinaba mayor intimidad con el champú que las nuestras. Brincar sobre el cemento calcinado del extinto Lyceum and Lawn Tennis Club era -como en aquel chiste soviético en que un pobre diablo le aclara a la KGB que a quien están buscando es al vecino de arriba- nuestra idea habanera de la felicidad y hasta de la libertad.

Ahora descubro que Joker no solo me alegró aquella tarde dominical sino que además se tomó el trabajo de dejar atrás unas cuantas grabaciones antes de desaparecer sin penas ni glorias, como le correspondía a cualquier banda de rock patrio no subvencionada por el prestigio oficial. Y yo, que he sufrido tantos chascos revisitando placeres de aquellos años, descubro que incluso sin el doping del calor el hambre y la desesperanza de aquellos años los de Joker no suenan tan mal. Si no están a la altura de aquel recuerdo glorioso al menos suenan mejor que aquellos diálogos de Eliseo Subiela con sus lados oscuros del corazón y sus hombres mirando hacia algún punto cardinal que alguna vez creímos profundos y que, vueltos a escuchar, descubrimos que, si alguna profundidad revelaban, era la de nuestra idiotez de entonces. 

Gracias Joker.

sábado, 18 de enero de 2025

El enano y el cake




Terrible amanecer con la muerte. Con la noticia de la muerte de un amigo quiero decir. Hacía treinta años que no veía a José Tellez, El Enano, pero a falta de una ofensa imperdonable, El Jose, sin acento, es de esa gente a la que tienes por amigo hasta el fin de los días.
Lo conocí como parte de Los Hepáticos ese grupo fantástico donde estaban Omar Franco, Otto Ortiz, Luis Simpson, Carlos Vázquez (Rikimbili) y El Jose. En medio de la sofisticación que imperaba entre los grupos teatrales de humor de la época (La Seña, La Leña, Nos-Y-Otros, Salamanca, Onondivepa, La Piña, Lengua Viva etc) Los Hepáticos preferían un humor más popular, más directo pero igual de inteligente. El sketch de “Los guapos” de Otto y Omar hizo época en aquellos espectáculos en el Carlos Marx a finales de los ochenta a donde los humoristas acudían a entretener al público pero también a ponerse a prueba y deslumbrar a sus colegas.

Luego de la marcha de Omar y Otto del grupo Los Hepáticos se mantuvieron en esa élite del humor teatral cuyo escalafón no aparecía publicado en ningún sitio pero todos los que pertenecíamos al mundillo revisábamos con celo. Un gesto, una exclamación después de cada presentación, la elocuente telegrafía de las cejas, equivalía a un pulgar hacia arriba o hacia abajo en el coliseo romano: “Estos sí”, “estos no”. Los Hepáticos siempre fueron “sí”. Todavía recuerdo de esa época un chiste de Carlos que ya no lo es: “Cuba pertenece al Tercer Mundo con grandes posibilidades de pasar al Cuarto”.

En un principio las apariciones de El Jose en escena eran menores (no pun intended) pero efectivas. A la corrección de las maneras le faltaba décadas por llegar al teatro pero las rígidas reglas del ICRT censuraban la aparición de un enano en pantalla porque supuestamente promovería la burla a los defectos físicos. Jose debía conformarse con exhibir su talento en los escenarios y Los Hepáticos no se cortaban para usar a un enano que le bastaba pararse en el escenario para arrancarle carcajadas al público. Hasta que un día en el teatro Mella El Jose salió solo a escena para soltar un monólogo que nadie esperaba, el de la tragicómica existencia de alguien como él. Alguien a quien la mayor parte de las veces veían más como un protecto de persona. Todas las carcajadas que desató aquel monólogo no bastaron para disimular el estremecimiento de entender que, chistes aparte, El Jose nos hablaba con el corazón en la mano de heridas y humillaciones reales. Ni impidieron que nos metiéramos en su piel de enano negro. No creo que luego de ver ese monólogo con aire shakespereano -como el de Shylock en El mercader de Venecia en versión de enano habanero- alguien siguiera viendo a El Jose -o a los enanos en general, fueran actores o no- del mismo modo.

Ya en mis últimos años habaneros entablamos una relación más cercana. Carlos y Jose buscaban renovar el repertorio del grupo y fueron a visitarme a La Víbora donde vivía con Eida. O alguna vez los fui a ver a una termoeléctrica donde trabajaban como técnicos con uniforme y una seriedad que no haría sospechar que su verdadera vocación era hacer reír. 

No perteneciendo a la plantilla de ningún grupo no era extraño que buena parte de estos en algún momento me pidieran algún texto para representar. Lo distinto fue el tremendo agradecimiento que me mostraron Carlos y Jose cuando les escribí un par de sketchs (creo que uno iba sobre un circo romano y otro sobre un juego de pelota ¿o eran uno los dos?) ese agradecimiento que distingue a la gente bien nacida y bien criada -disculpen el anacrcronismo- del resto. Carlos, al notar que colábamos el café con un calcetín viejo al rato nos trajo una cafetera italiana. Hablo de la época más oscura de la república de Cuba hasta que la de ahora mismo le ganara en oscuridad, cuando la entrega de una cafetera era el equivalente medieval de regalar medio reino.

Pero El Jose subió la parada. Se apareció nada menos que con un cake hecho por su madre cuyos ingredientes bien podían equivaler a meses de racionamiento. Solo que El Jose no contaba con una cosa: hacía semanas que Eida y yo llevábamos separados. “Cuando se lo dije se puso más chiquito de lo que era” me contó Eida por teléfono. Hacía rato que yo había aprendido a medir a la gente más allá de su estatura. Gestos como ese, un cake en medio del apocalipsis, son el mejor epitafio de cualquiera.

No volví a ver a Jose desde aquellos días y ahora es tarde para agradecerle de nuevo lo mucho que me conmovió su regalo. Ahora, cuando la muerte debe haberlo encogido más que cuando se apareció en La Víbora con un cake en las manos, sobra todo lo que no sea el agradecimiento de haberlo tenido entre nosotros. Sobra incluso la última pregunta que tenía pendiente: Coño Jose, ¿por qué no contestas mis mensajes?


P.S. de Armando Tejuca: "Hoy estaba recordando algo que quizás olvidaste. En tus últimos días en Cuba me pasaste varios amigos. Nos veíamos con algún amigo y como si se tratara de una herencia me decías "tu sigue la amistad con este que ya me voy". Un día me llamaste y me dijiste que tenías el compromiso de escribir un monólogo para Tellez, "el enano" y que ya no te daba tiempo, me dejabas su teléfono y su amistad y el compromiso de que yo le escribiera algo. Y en unos días te piraste. Lo llamé y nos vimos dos o tres veces en varios lugares y me lo encontraba a cada rato y lo primero que hacía era preguntar por tí. Siempre en bicicleta. Comencé a escribir algo, Tellez era Hitler. Odiaba a los hombres imperfectos y a los negros. Escribí dos o tres párrafos para darme cuenta que me había metido en tremendo rollo. Aquello del racismo y el poder se me fue de las manos y preferí quitarme del humor escrito. O sea, tus herencias fueron amigos y de frente contra el poder. Cada vez que vi a Tellez después en tv o las redes recordaba aquellos días de bicicletas y Aquelarres. Sé cuánto le apreciabas y lo siento mucho. Un abrazo".

lunes, 13 de enero de 2025

El wokismo como religión

 


Hace rato el wokismo dejó de ser ideología nebulosa para convertirse en religión hecha y derecha bajo la que vivimos todos. No como religión oficial de Estado pero sí de los medios de comunicación, centros de enseñanza y cualquier otro espacio de intercambio público. Una religión sin dios ni trascendencia, pero obsesionada, como los otros monoteísmos, con un absoluto, la inalcanzable justicia social, y empeñada en el diseño y edificación de un infierno bastante más accesible y real que su paraíso.

Independientemente de que estés convertido o no a la nueva fe debes dar cuenta de que no andas en pactos con el demonio de la incorrección. Dar todo el tiempo señales de beatitud para que no te confundan con los infieles practicantes del sexismo, el racismo, la homofobia o cualquier otro de los nuevos pecados capitales. Aunque no venga a cuento aludes esos pecados como antiguamente los católicos se santiguaban ante la mención del diablo.

Puede suceder que, por ejemplo, un periodista no encuentre mejor ejemplo para ilustrar una tendencia sociológica (como por ejemplo, cuando colisionan el mundo de tus amigos con el de tu pareja) con una comedia televisiva anterior a estos iluminados tiempos, una de esas que ahora sería inconcebible. Pues mencionamos la referencia pecaminosa, pero siempre advirtiendo nuestro horror ante los pecados que se cometían en la serie sin apenas pensárselo.

La serie es, por ejemplo, Seinfeld y entonces, para dar muestra de esa nueva conciencia a la que alude el término “woke” nos disculpamos de antemano como un monje de la Alta Edad Media se excusaría por mencionar a Aristóteles o cualquier otro filósofo o escritor surgido antes de las enseñanzas de Nuestro Salvador. O como los historiadores del castrismo temprano se sentían obligados, cada vez que en sus textos debían mencionar algún protagonista de los hechos que contaban que luego se había exiliado siempre hacían acompañar su nombre con un “(traidor)” o (“apátrida)” y así cubrirse las espaldas por haberse atrevido a mencionar a alguien borrado de la historia oficial.

En estos tiempos, en cambio, se hace notar que el material en cuestión está “dated”, que ha “envejecido mal”, que solo cabe en una conciencia entenebrecida por el oscurantismo pre-woke. Y se advierte de entrada: “Este capítulo se emitió en 1995 y se nota. La serie está plagada de chistes machistas, racistas y homófobos que es difícil que pasaran el filtro actual, pero también refleja situaciones cotidianas que siguen a la orden del día 30 años después”.

Y en esa nota -que se puede tomar como fórmula universal de disculpa ante el pecado de incorrección- brilla la conciencia woke en todo su esplendor. Por un lado aparece la conciencia de lo terriblemente viejo y ajeno que le resulta a la nueva religión todo lo producido antes de su advenimiento. Por otro, que por muy iluminadora que resulte la nueva religión en la consecución del Bien absoluto de la justicia social no sirve para explicarlo todo. O más bien no sirve para explicar nada que escape a los rígidos moldes en que el wokismo trata de ajustar el mundo, que es casi todo. Porque, a fin de cuentas, nuestra humanidad no ha cambiado tanto como pretendemos. Eso sí, ahora somos bastante más hipócritas que antes.

 

Enrisco, entre la libertad y el poder*


Por Jorge Fernández Era

Pérdida y recuperación de la inocencia es de esos libros que hacen cambiar la percepción de la literatura, el humor y la frontera que suele construirse entre ambos. Lo publicó en 1994 alguien que formó parte del movimiento humorístico surgido en los ochenta en las universidades cubanas. Hoy Enrique del Risco es el escritor que con más hondura e ironía analiza los entresijos de la política criolla en las últimas siete décadas. Así lo avalan, entre otros, su libro de artículos El comandante ya tiene quien le escriba (2003), el de memorias Nuestra hambre en La Habana, el de ensayos Historia y masoquismo (2023), así como las antologías El compañero que me atiende (2017) y otra en camino donde varios intelectuales ahondan en las influencias de la perestroika y la glasnost en el pensamiento cubano de finales del siglo XX.

¿Cómo funciona entre los humoristas el raro equilibrio entre ser gracioso y pesado?

Tú lo has dicho: es un equilibrio y los equilibrios siempre son complicados. No hay receta única ni permanente, pero para no caer en la pesadez hay que evitar los excesos y los lugares comunes. Hay que sorprender al espectador lo que te obliga a buscar la originalidad, incluso en los temas más manidos. Y sobre todo hay que respetar al público. Pensar que es tan inteligente o más que tú y tratarlo en consecuencia. Y saber usar la complicidad que tienes con tu público sin abusar de ella (el monólogo de El Bacán sobre Chipre es una demostración magistral de cómo usar esa complicidad). Siempre habrá público más tonto que uno, pero para ese no hacen falta los humoristas: se ríen con cualquier cosa.  

Después de tu icónico texto de hace más de treinta años "El humor entre la libertad y el poder", ¿quién de ellos tres ha cambiado? ¿Lo has hecho tú?

Lo de icónico no sé para quién pero algo han cambiado la libertad y el humor aunque el poder siga en el mismo sitio. El aquel texto decía que era parte de la lógica del humor enfrentarse al poder y arrebatarle espacios de libertad sin la cual el humor no puede existir. Por supuesto que tenía en mente, por una parte, a un poder totalitario como el cubano y, por otra, el humor que se ejerce en el espacio público. Porque en privado el humor nunca dejó de ser libre. (Recuerdo el primer chiste político que escuché: “¿Si choca el avión de Fidel con el avión de Raúl quién se salva? Respuesta: el pueblo”. Eso es bastante libre ¿no? Aunque el niño fidelista que yo era entonces no le agarrara la gracia de inmediato). Desde 1994, cuando apareció publicado el texto, el humor cubano ha conquistado amplios espacios de libertad. Y lo consiguió dentro del país, donde el poder ha tenido que resignarse a ver pasar por la televisión a Mentepollo o Pánfilo con su “Vivir del cuento”: posiblemente el momento más dulce del humor en su relación con el poder fue cuando Obama, el primer presidente norteamericano que visitaba Cuba en casi un siglo prefirió ir al set de “Vivir del cuento” antes que ir a rendirle pleitesía a Fidel Castro en Punto Cero, el centro del poder simbólico del totalitarismo cubano por entonces.

Ese poder también han tenido que resignarse a que tú sigas escribiendo, aunque hayas sufrido en carne propia su poco sentido del humor. Otros, supongo que con menos vocación de héroes, hemos preferido buscarnos la libertad por fuera de la isla (pienso en la legión de humoristas que llevamos décadas haciendo humor como Ramón Fernández Larrea, Pepe Pelayo, Alexis Valdés. El Pible, Garrincha o Lauzán a los que se han ido sumando una legión en los últimos años). Y lo mejor que hemos podido hacer es no usar libertad como disculpa para caer en la pesadez que es en definitiva tanto o más peligrosa para un humorista como el poder.

Encima ha ayudado mucho que la tecnología digital nos liberara en buena medida de la condena que separaba a los humoristas cubanos en adentro y afuera. Recuerdo hace ya un par de décadas al ver a Jorge Bacallao leyendo su texto sobre La Habana pensar en lo bueno que hubiera sido dejar constancia de todos los espectáculos que se hicieron en el Carlos Marx y en el Mella a fines de los ochenta y principios de los 90. O de las lecturas que hacíamos en la peña “Esperando por Gutenberg” Eduardo del Llano, Pedro Lorenzo y yo en La Madriguera. Esas posibilidades de la era digital han cambiado mucho las cosas; lo mismo acá podemos acceder a lo que hacen adentro por ejemplo en el espacio “La risa por delante” (donde por cierto, vi un monólogo de El Capitán 10 que me pareció muy bien pensado),  o a los cortos de Otto Ortiz, que a los magníficos espectáculos de la nueva versión de La Leña del Humor. Y desde allá también pueden mantenerse al tanto de lo que hacemos acá.

"El Comandante no tiene quien le escriba", y sin embargo tú lo haces.

Llevaba años sin escribir humor cuando retomé mi nombre de guerra como Enrisco para publicar columnas semanales en Cubaencuentro hacia el año 2000. En ese tiempo hacer el humor con la política cubana no era muy bien visto. En parte porque en el exilio se había impuesto un tono solemne para hablar de “la pobre Cuba mártir del castrocomunismo” y esas lindezas y en parte porque los humoristas salidos de Cuba desde los inicios de la Revolución se habían impuesto un “humorismo combativo” que es una contradicción en sí mismo. Tú te puedes burlar de una dictadura y de paso hacer que la gente le pierda parte del miedo o el respeto que inspira, pero de ahí a creerte que eres un “soldado de la risa” o cualquier otra metáfora bélica que se te ocurra va un salto peligrosísimo. El mundo del enfrentamiento bélico y las metáforas que engendra está lleno de rigidez y la rigidez solo le puede servir a un humorista para burlarse de ella.

De ahí que, el mayor mérito que tuvieron aquellas columnas mías de Cubaencuentro -de las que una parte fue a dar al libro El comandante ya tiene quien le escriba- junto a las cartas de Ramón Fernández Larrea y la irrupción apoteósica de Lauzán con su Guamá, fue cambiar la percepción que se tenía de que el humor político del exilio debía ser tan acartonado como el que se hacía en Cuba solo que cambiando al Tío Sam por Fidel. Porque si en algo estaban de acuerdo el castrismo y el anticastrismo era en que la política era asunto serio. Sin embargo, como dice Woody Allen la comedia es tragedia más tiempo y nosotros habíamos vivido demasiado tiempo en Cuba como para darnos cuenta de que por muy macabro que fuera el sistema en el fondo era una farsa.

Los que empezamos a hacer humor con la política en aquellos años queríamos ser libres no solo como personas sino también como humoristas y esa libertad creativa que buscábamos se reflejó en lo que hacíamos. En mi caso también ayudó que yo no esperé a salir de Cuba para hacer humor político. Al menos en lo que al humor se refiere, al salir de Cuba ya era libre. La diferencia fue que en Cuba a Fidel me refería como “presidente” y ya fuera le pude llamar “comandante”.

Es un axioma el que un chiste no puede ni debe explicarse. ¿Puede explicarse Cuba?

Desde el punto de vista de la geografía es facilísimo. Pero si con “Cuba” no te refieres solo al archipiélago mayor de las Antillas sino al régimen que impera en allí Aquello es una broma pesada (recuérdese que en 1959 Fidel Castro tuvo la ocurrencia de ofrecer “libertad con pan”), un mal chiste que solo consigue que se le tome en serio por la vileza local y la estupidez extranjera. O también viceversa.

*Publicadas primero en 14ymedio presento aquí la versión íntegra de las respuestas que le enviara a mi colega y amigo Jorge Fernández Era.