Dean Luis Reyes: ¿Cuándo y por qué el castrismo echó mano al mecanismo represivo de los actos de repudio?
Enrique Del Risco: Usar turbas violentas como arma de intimidación es consustancial a un régimen que pretende representar a la totalidad del pueblo, y que solo concibe la oposición y el disentimiento como crimen de lesa patria. Lo que eran exabruptos sociales en ciertos momentos históricos el totalitarismo lo hizo hábito recurrente. Según la lógica de los actos de repudio sus participantes actúan en nombre de todo el pueblo y cualquier exceso que cometan va a la cuenta del pueblo que, como sabemos, es inocente de lo que haga y si existe alguna culpa es de muy difusa atribución. El acto de repudio es la represión de Estado disfrazada de Fuenteovejuna.
Dentro de la propia Revolución Cubana puede verse como antecedente en un hecho del que se habla poco: el mítin al que convocó 19 de noviembre de 1955 en el Muelle de Luz la Sociedad Amigos de la República. El fundador de la SAR, el veterano de la Guerra de Independencia Cosme de la Torriente, buscaba una salida pacífica a la dictadura de Batista y con aquel acto intentaba demostrar la unidad y la fuerza de la oposición. Fidel Castro, que en ese momento se encontraba exiliado en México, dio órdenes al M-26-7 en La Habana de que reventara la concentración pública y eso fue lo que ocurrió. Miembros del Movimiento 26 de Julio lanzaron sillas y obligaron a suspender el mítin a gritos de “¡Revolución!”, “¡Revolución!”. Fue la manera en que el fidelismo dejó bien claro desde el principio que la única solución que iba a permitir para la crisis política creada por el golpe de estado de Batista era la violenta, de la que ellos eran sus principales representantes.
Luego, al triunfo de la Revolución, el nuevo régimen usó profusamente las turbas para manipular juicios (como el del coronel batistiano Jesús Sosa Blanco en la Ciudad Deportiva), silenciar medios de prensa, atacar protestas opositoras (como la que se celebró para protestar por la visita del representante del gobierno soviético Anastas Mikoyán en 1960), controlar organizaciones como la CTC o la FEU, llevar a cabo confiscaciones de propiedades, “depuraciones” estudiantiles, etc.
La justificación del acto de repudio es puro absurdo: en una sociedad sobre la que el Estado tiene un control absoluto la forma de represión más visible supuestamente corre a cargo de la voluntad espontánea del pueblo. En 1980 con la sacudida que representaron para el régimen los sucesos en torno a la embajada del Perú y el éxodo del Mariel los actos de repudio alcanzaron su expresión más masiva y terrible. Las autoridades dieron carta blanca a la gente para que desatara sus instintos más bajos contra los que se iban. En una sociedad tan represiva cuando a la gente le dan la posibilidad de desatarse se desata. Sé de lo que hablo. Participé en aquellos actos de repudio y la única disculpa que encuentro eran mis doce años de entonces. Y no me es suficiente. Conocí directamente un par de casos de dirigentes que intentaron irse y los actos de repudio contra ellos fue especialmente enconados y feroces y controlados por lo que a todas luces eran policías vestidos de civil. De una de sus víctimas -secretario general del sindicato los trabajadores civiles de las FAR- se decía en el barrio que había muerto por la golpiza que recibió frente a los ojos de todos, al salir de su casa. Y a los actos de repudio los sucedieron los llamados procesos de depuración revolucionaria que deben considerarse como actos de repudio bajo techo.
En la segunda mitad de los ochenta se reactivaron los actos de repudio, esta vez contra el incipiente movimiento de derechos humanos. Entre sus víctimas favoritas estaban el asaltante al cuartel Moncada Gustavo Arcos Bergnes y Elizardo Sánchez, ambos fundadores del movimiento pro derechos humanos en Cuba. Recuerdo una tarde que en el autobús en que viajaba por la calle Línea se subió un miembro de la Seguridad del Estado para llamar a los pasajeros a participar en el acto de repudio que se celebraba cerca de allí contra quienes intentaban “quitarles las escuelas y los círculos infantiles a nuestros hijos”. Así de sutiles eran.
Luego en los noventa, cuando los coreógrafos del castrismo comprendieron que iba a ser más difícil movilizar a la gente para que asistiera a los actos de repudio, se sacaron de la manga las “brigadas de respuesta rápida” en la que mezclan civiles pastoreados por ellos desde escuelas y centros de trabajo con represores a sueldo. Todo eso forma parte de la obsesión de hacer creer que no es el Estado el que reprime sino el pueblo enardecido, quien actúa por su cuenta mientras que la policía apenas se limita a evitar que este se exceda. No creo que engañen a nadie (aunque la credulidad del prójimo siempre es materia difícil de calcular) pero insisten en crear esa escenificación de la voluntad popular como si de ella dependiera la existencia del sistema.
En ese sentido el hundimiento del remolcador Trece de Marzo en 1994 puede verse como una especie de acto de repudio en alta mar. Así al menos lo explicó Fidel Castro al dar su versión de los hechos: en lugar de impedir el robo del remolcador mientras estaba anclado en la bahía un grupo de trabajadores del puerto decidió por su cuenta interceptar el remolcador fuera del puerto con chorros de agua en lugar de huevazos o pintadasinjuriosas. Que el remolcador se hundiera con cuarenta personas, incluidos once niños, sería un accidente del que solo se puede culpar a sus tripulantes.
Dean Luis Reyes: ¿Cuáles son sus antecedentes en la historia de las revoluciones y en la historia de Cuba?
Enrique Del Risco: Donde quiera que un régimen represivo existe -se pretenda revolucionario o no- siempre hay necesidad de legitimar su violencia como expresión de la voluntad popular. Quizás estos actos de repudio nunca llegaron a una expresión más alta que durante la Revolución Cultural china. Ese fue el eufemismo con que el régimen maoísta lanzó hordas de estudiantes a reprimir cualquier símbolo del pasado capitalista con humillaciones de profesores, intelectuales y demás “representantes de la ideología burguesa” y la destrucción de todo lo que oliera a cultura Occidental en los que se dieron en llamar “sesiones de lucha”.
Pero el uso de la violencia de masas con fines políticos ha sido muy extendido: desde la Kristallnacht (o “Noche de los Cristales Rotos”) contra los judíos en la Alemania nazi hasta los progromos en la Rusia zarista; desde los linchamientos contra los afroamericanos en el Sur de Estados Unidos hasta los de la Revolución Francesa antes de que se instaurara la guillotina. La Revolución Soviética también conoció su propia variante de linchamiento popular llamada samosudy antes de que la Checa se hiciera cargo del control de la sociedad. Y durante la República Española los curas y monjas católicas fueron perseguidos, humillados y asesinados por turbas en lo que fue el preámbulo de la Guerra Civil. Siempre la brutalidad disculpándose como acto espontáneo pero cuando lo analizas a fondo te encuentras intereses políticos concretos instigando a la violencia. Como en el caso de la reciente toma del Capitolio de Washington por turbas de seguidores de Trump.
En Cuba existen dos ilustres antecedentes. Uno de ellos es la famosa Porra que utilizó el gobierno de Machado para reprimir a los estudiantes con una mezcla de policías y delincuentes. Dicha Porra fue complementada por la Porra femenina -con ese sentido tan caballeroso de la represión que reproduce hoy el castrismo- para la que utilizaban prostitutas capitaneadas por la famosa Mango Macho. En la etapa colonial tenemos como antecedente de las Brigadas de Respuesta Rápida al famoso Cuerpo de Voluntarios que se encargó de aterrorizar a los simpatizantes de la independencia en las ciudades mientras las tropas españolas se batían contra los insurrectos en el interior del país. La brutalidad de los voluntarios terminó escapando del control del propio gobierno español y alcanzó su máxima expresión con el asalto al palacio Aldama, los sucesos del teatro Villanueva y sobre todo con el fusilamiento de los estudiantes de medicina, hecho que terminó siendo una vergüenza para el propio gobierno español y que los cubanos no dejaban de recordar cada vez que podían, incluso en tiempos de la colonia.
La novedad de los actos de repudio en la Cuba actual consiste en haber dejado de ser un recurso puntual que aprovecha determinados momentos de efervescencia masiva para convertirse en costumbre ritual, como las celebraciones patrias o las caldosas cederistas. Para subrayar esa dimensión ritual, teatral y coreográfica están esos actos de repudio recientes que incluyen danzas con machetes, grupos musicales o coros escolares. Pero apenas son intentos de sublimar la barbarie, la violencia malamente contenida que recorre estos actos, violencia que el Estado permite que se desate cuando lo estima conveniente.
3 comentarios:
Y no solo en la URSS hubo progorms, en Polonia hubo mas de uno, el mas famoso el de Kielce, donde se lincharon judios a la vista de la milicia y de los soldados sovieticos. En Cracovia, y en otras ciudades tambien.
Y no solo en la URSS hubo progorms, en Polonia hubo mas de uno, el mas famoso el de Kielce, donde se lincharon judios a la vista de la milicia y de los soldados sovieticos. En Cracovia, y en otras ciudades tambien.
Tener 12 años bien puede propiciar actos lamentables, pero siempre hay que tener en cuenta el entorno de la persona y lo que ese entorno permite o acepta, aunque no necesariamente lo impulse. Evidentemente, ya por el 80 el entorno cubano estaba bastante comprometido, por no decir pervertido, y los santos siempre han sido una ínfima minoría.
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