De una entrevista que me hiciera la poeta María Elena Cruz Varela para Radio Martí
1.- ¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Fue la toma de conciencia de un par de cosas: que el de Cuba era un régimen
criminal que no se detenía ante nada. Ni siquiera ante el asesinato de niños
como ocurrió con el hundimiento del remolcador “13 de marzo”. Y que permanecer
allí sin poder alzar la voz ante esos crímenes era humillante. La otra fue
comprender -tras una larga serie de censuras y acosos- que profesionalmente
tampoco había espacio para mí en ese país. Que ante la humillación cotidiana
que suponía la vida en Cuba solo quedaban dos caminos: la marginación
progresiva (ya yo trabajaba en el cementerio, así que el próximo paso sería la
prisión) o la domesticación. Y a esa le tenía más miedo aún. Me fui de Cuba en
1995, cuando ni siquiera la rebeldía digital era inimaginable. Lo que me
quedaba era salir a la calle a que me cogieran preso y entonces tuve una
tercera epifanía: la de comprender que no tengo madera de héroe.
2.- ¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Libertad, en primer lugar. La famosa posibilidad de gritar de que hablaba
Arenas. Y la de informarme. También esperaba un poco de comprensión, de
solidaridad. Y la posibilidad de llevar una vida más o menos normal, sin lujos,
pero en la que para comer, vestirme o viajar no tuviera que poner
constantemente a prueba la decencia que se debe todo ser humano a sí mismo y a
los demás.
3.- ¿Qué encontraste?
Casi todo lo que buscaba menos solidaridad. Había mucha más gente dispuesta
a seguir creyendo en la bondad esencial del sistema cubano de lo que cabría
esperar en un mundo con libre acceso a la información. Si he sentido algo de
solidaridad y comprensión ha sido a título personal y eso me hace atesorar esos
gestos con un agradecimiento muy especial.
4.- ¿Qué has aprendido durante el proceso?
Mucho, aunque no todo lo atribuyo al acto de salir de Cuba. Entre otras
cosas he aprendido que hasta un ser tan inútil para las cosas prácticas como yo,
puede sobrevivir en lugares perfectamente ajenos y disfrutarlo en el proceso. He
aprendido lo que son los derechos, las leyes, la ciudadanía, la democracia, la
tolerancia como una experiencia cotidiana. Como la vez que fui a una entrevista
de trabajo y mi entrevistador resultó ser un admirador del castrismo. Me olvidé
de que necesitaba ese trabajo para rebatirle sus argumentos a favor del régimen
cubano. Pero al final, para mi sorpresa, el señor me otorgó el puesto: ese día
aprendí más de lo que significan conceptos como tolerancia y democracia que lo
que cualquier libro me hubiese tratado de explicar.
También he aprendido a querer lo mejor de mi país sin tener que asociarlo a
lo peor. Que lo cubano no viene asociado por fuerza con la miseria, la escasez,
la falta de libertad, de opciones, la mezquindad y la grosería. Vivir fuera de
Cuba no solo me ha permitido tener acceso a una buena parte de la cultura
cubana excluida sistemáticamente de la versión oficial. También me ha permitido
a disfrutarla con calma, como si no fuera una suerte de condena sino una libre
elección. Y esa sensación, por falsa que sea, (porque al final estamos
condicionados a elegir lo que nos resulta más familiar) ha liberado mucho mi
relación con la Cuba.
5.- ¿Qué es para ti la libertad?
La libertad para mí abarca todo un rango de posibilidades que va desde lo
más sublime hasta algo tan pedestre como comprar un pasaje de avión o un six
pack de cerveza. La minuciosa imposibilidad de escoger y vivir libremente
que uno tenía que afrontar en Cuba ha hecho muy disfrutable todas las
libertades grandes y pequeñas que me tomo en la vida. Desde elegir un político hasta
lo que voy a leer. Libertad es la posibilidad de elegir sin miedo.
6.- ¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
No pienso en la Patria. Vivo en ella. La Patria son los amigos. Los
cercanos y los lejanos con los que me mantengo en contacto permanente. He
tenido la suerte de vivir en medio de una comunidad de amigos cubanos acá en
Nueva Jersey, gente buena, sana y con muchas afinidades. Y de poder desarrollar
con ellos una buena vida cubana asumiendo muchas de las cosas que nos proveen
estas nuevas circunstancias desechando lo peor de la experiencia cubana. Y
trabajo en Nueva York, el sitio donde se crearon buena parte de las señas
esenciales de lo cubano, desde la bandera hasta las grabaciones del Trío
Matamoros pasando por los “Versos sencillos” y “Cecilia Valdés”. Todo eso me ha
hecho entender que patria no tiene que ser necesariamente la carnada que usan
los canallas para engatusarnos, ni está anclada a un espacio concreto.
La patria es algo que podemos llevar a cuestas, o reinventárnosla donde
vayamos. Algo que nos ata a ciertas circunstancias nacionales y nos obliga a no
desentendernos de ellas pero al mismo tiempo puede liberarnos del fatalismo que
supuestamente viene con nacer y crecer en un sitio determinado. Una noche el
músico Boris Larramendi cantaba en el sótano de un bar de Madrid para un grupo
de amigos y recuerdo que cuando entonó aquella vieja conga que dice “ahora que
estamos en Cuba libre/ celebrando este carnaval/ qué bueno, qué bueno, qué
bueno/ qué buena es la libertad” me dije: esta noche, este sótano es Cuba
libre. Mi idea es que donde quiera que uno está puede ser Cuba Libre. Sobre
todo libre. Pero sin aspavientos ni banderas. Relajado. Como si fuera algo
natural.