La única razón por la que me gusta que me recuerden el llamado día de los CDR es porque me anuncia que al día siguiente es el cumpleaños de una de las mejores personas que conozco, mi socio Armando Tejuca. En Cuba se hizo una tradición entre los amigos celebrarlo por todo lo alto como para opacar las mustias festividades del día anterior. Como para que los más abnegados cederistas se preguntaran por qué diablos aquellos peludos gusanoides insistían en equivocarse de fecha de celebraciones. En uno de aquellos cumpleaños tuvimos la ocurrencia de convertir su casona de Santiago de las Vegas en “Museo Casa Natal de Armando Tejuca”. A cada tareco de la sala y el comedor se le puso un cartelito explicativo relacionando dicho objeto con la vida del homenajeado. Por ejemplo (cito de -mala- memoria): “Contador de electricidad de la familia Tejuca que testifica sus frugales hábitos de consumo eléctrico”. "Botas con las que Armando tejuca dio su primer paso al frente". “Juego de comedor de alambrón estilo realismo socialista tardío”. Y otro cartelito para el televisor y otro para los sillones y así sucesivamente. Pero la mejor pieza sin dudas era una tarja ejecutada por el propio Tejuca en cartón corrugado pero pintada de modo que parecía de bronce y que proclamaba que dicha casa había nacido el artista Armando Tejuca etc, etc. Se cuenta que hubo transeúntes que se tomaron tal tarja en serio. ¡Felicidades hermanito!
Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
viernes, 29 de septiembre de 2017
Cumpleaños
La única razón por la que me gusta que me recuerden el llamado día de los CDR es porque me anuncia que al día siguiente es el cumpleaños de una de las mejores personas que conozco, mi socio Armando Tejuca. En Cuba se hizo una tradición entre los amigos celebrarlo por todo lo alto como para opacar las mustias festividades del día anterior. Como para que los más abnegados cederistas se preguntaran por qué diablos aquellos peludos gusanoides insistían en equivocarse de fecha de celebraciones. En uno de aquellos cumpleaños tuvimos la ocurrencia de convertir su casona de Santiago de las Vegas en “Museo Casa Natal de Armando Tejuca”. A cada tareco de la sala y el comedor se le puso un cartelito explicativo relacionando dicho objeto con la vida del homenajeado. Por ejemplo (cito de -mala- memoria): “Contador de electricidad de la familia Tejuca que testifica sus frugales hábitos de consumo eléctrico”. "Botas con las que Armando tejuca dio su primer paso al frente". “Juego de comedor de alambrón estilo realismo socialista tardío”. Y otro cartelito para el televisor y otro para los sillones y así sucesivamente. Pero la mejor pieza sin dudas era una tarja ejecutada por el propio Tejuca en cartón corrugado pero pintada de modo que parecía de bronce y que proclamaba que dicha casa había nacido el artista Armando Tejuca etc, etc. Se cuenta que hubo transeúntes que se tomaron tal tarja en serio. ¡Felicidades hermanito!
viernes, 22 de septiembre de 2017
Palladium Ballroom
El Palladium Ballroom tiene un bien ganado
reconocimiento en la difusión de los ritmos afrocubanos primero en Nueva York y
luego en el resto del mundo hacia mediados del siglo pasado. No es que fuera ni
el primero ni el único de los clubes que abrieron su escenario en la ciudad a
dichos ritmos y sus más importantes cultivadores. Otros como La Conga, The China Doll, The Park Palace y The Park Plaza
existían desde antes en el barrio conocido como Spanish Harlem. Incluso hacia
finales de 1946 La Conga se trasladó a Broadway y la calle 52. Pero fue el
Palladium, con su ubicación estratégica en pleno corazón de Manhattan y su
exquisita cartelera de estrellas de la música del momento el que permitió
integrar diferentes personas de todas las clases sociales y grupos étnicos (sobre
todo caribeños, afroamericanos, italoamericanos y judíos) de la ciudad atraídos
por la música y el baile para convertirse en epicentro de lo que luego se
conocería como la mambo craze o la fiebre del mambo, una
fiebre que arrastraba lo mismo a bailadores que a músicos de la talla de Erroll
Garner, Count Basie o Charlie Parker. Y a través de la música y el baile el
Palladium se convirtió, sin pretenderlo demasiado, en festivo -y efímero-
modelo de integración social y racial.
Muchos factores confluyeron en este fenómeno que van desde el final de
la Segunda Guerra Mundial, la decadencia del jazz –ya lanzado en las
experimentaciones del bebop- como género bailable, el nuevo impulso de la
emigración puertorriqueña la ciudad y el éxito súbito y arrollador del mambo
primero y luego del cha cha cha. La conversión del Palladium como centro de ese
fenómeno se asocia con el promotor musical boricua Federico Pagani quien en
1948 convenció al dueño del Palladium, Max Hyman y a su esposa Ann, -heredera
de la fortuna de los fabricantes de elevadores Otis- de que dedicara una matiné
dominical a la música latina. (En cambio el venezolano César Miguel Rondón ofrece
en The Book of Salsa una versión algo distinta: en 1947 el Palladium estaba en
decadencia y su manager contactó a Pagani para que lo ayudara a atraer nuevos
bailadores al salón, sobre todo latinos aunque dicho manager temiera “un
problema diferente “que los negros también vinieran a Broadway con, pensaba ‘el,
todos sus malos hábitos, cuchillos e impulsos incontrolados” (Rondón.1)
Los primeros en debutar fueron los integrantes del experimentado Machito
& his Afrocubans y el resultado fue arrollador. Ante el éxito de aquella
primera matiné las orquestas dedicadas a los nuevos ritmos afrocubanos
progresivamente pasaron a invadir el resto de la programación del Palladium. El
principal atractivo del salón de baile, sus orquestas más constantes, además de
Machito & his Afrocubans y las de los boricuas Tito Rodríguez y Tito Puente
conocidas en su conjunto como “Los Tres Grandes” (The Big Three). Pero no se
limitaba a ellas. Usualmente cada noche tocaban dos orquestas. Por el escenario
del Palladium pasaron las orquestas y conjuntos más importantes de la música
bailable de la época como los boricuas Daniel Santos, Cortijo, Ismael Rivera,
Tommy Olivencia, Eddie y Charlie Palmieri, César Concepción y Noro Morales, el
dominicano Joseíto Mateo, el catalán Xavier Cugat o los cubanos Celia Cruz, La
Sonora Matancera, Beny Moré, Arsenio Rodríguez, José Fajardo, la Orquesta
Aragón, Dámaso Pérez Prado, La Lupe, José Curbelo, Desi Arnaz, Miguelito
Valdés, Rolando Laserie y Vicentico Valdés.
La presencia de tales músicos y el ambiente frenéticamente festivo del
lugar atraían a muchas de las estrellas más importantes del mundo del
espectáculo. Entre los habituales del Palladium se encontraban Marlon Brando,
Bob Hope, Lena Horne, Duke Ellington, Henry Fonda, George Hamilton, Sammy
Davis, Jr. y Frank Sinatra.
Pero el éxito del Palladium también se debe en gran medida a la
afluencia de los mejores bailarines profesionales de la ciudad y al entusiasmo
de los aficionados al baile. Bailarines como el legendario Pedro “Cuban Pete”
Aguilar, Millie Donay, Augie y Margo Rodríguez, Charlie Arroyo compartían
cartel con las más afamadas orquestas y fijó un modo de disfrutar aquellos
ritmos.
Millie Donay y Pedro “Cuban Pete” Aguilar |
Otro bailador, José Torres, describe el ambiente del club así:
“Nuestro Palladium tenía una inmensa pista de baile con un escenario bajo y una larga barra. Seis columnas de madera sostenían el techo evitando que saliera volando hasta Broadway cuando aquellas orquestas de mambo empezaban a sonar. […] El público nunca era exclusivamente latino. Pronto se estableció un patrón de asistencia. Los miércoles por la noche cuando “Killer Joe” Piro daba lecciones de baile el público era judío e italiano. El viernes era para los puertorriqueños. El sábado para los hispanos de todos los orígenes y el domingo para los negros americanos” (Boggs.129)
William Klein: Crowd, Palladium Ballroom, New York, 1956 |
El Palladium se encontraba en un -hoy inexistente- edificio de la esquina noreste de 53 y Broadway. Su dirección exacta era 1698 Broadway en el segundo piso de un edificio ocupado en su planta baja por una droguería de la cadena Rexall. Durante los años cincuenta del pasado siglo fue una referencia tanto para la difusión de ritmos bailables como el mambo y el cha cha cha como para la noche neoyorquina en general. Al punto que era común que en las películas de la época se asociara una noche de placer en Nueva York con la visita a alguno de los salones de baile de música latina. Porque el éxito del Palladium impulsó la aparición de otros centros nocturnos asociados a la música latina o a que otros clubes ya existentes abrieran sus puertas a los nuevos ritmos. A unas decenas de metros del Palladium aparecieron el hoy extinto club Chateau Havana-Madrid Club, en 1650 Broadway y el principal referente de la gastronomía cubana en Manhattan Victor’s Café.
El cantante Tito Rodríguez actuando en el Palladium |
Sin embargo a mediados a mediados de la década de 1960 los gustos habían cambiado y las nuevas dinámicas del mundo del entretenimiento hicieron impacto en el Palladium. A eso se añadieron los efectos de la pérdida de la licencia para expender licores a raíz de un allanamiento policial en 1961. Esas circunstancias fueron decisivas en la progresiva decadencia del lugar. Con el tiempo su dueño Max Hyman decidió cerrar el Palladium, hecho que finalmente ocurrió el primero de mayo de 1966 (aunque otras fuentes sitúan el cierre, unas semanas antes, el 13 de abril) y vender su propiedad. El cierre del Palladium significó una gran pérdida para los bailadores de la ciudad y al coincidir con el cierre del primer Birland y otros clubes (The Onyx, Cubop City) de la calle 52 según afirma Vernon Boggs en su libro “Salsiology: Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City” marcó –al menos momentáneamente- un declive para el jazz y la música latina en Nueva York. En los setentas una nueva locura, la de la salsa, partiría en todas direcciones para contagiar a los bailadores con sus ritmos pero incluso entonces la capital del mundo no volvería a vibrar al unísono como los hizo en los años en los que el Palladium reinaba sobre la noche neoyorquina.
Imagen reciente de la esquina de Broadway y la 53, donde antes estuvo el Palladium Ballroom |
Bibliografía
Boggs, Vernon. Salsiology:
Afro-Cuban Music and the Evolution of Salsa in New York City. Westport, CT,
Greewood Press, 1992.
Rondón, César Miguel Rondón. The Book of Salsa: A
Chronicle of Urban Music from the Caribbean to New York City. Chapel Hill, The
University of North Carolina Press, 2008.
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