martes, 21 de febrero de 2017

Oviedo


Capitulo inédito de “Siempre nos quedara Madrid” que ahora publica Viceversa Magazine

De Santillana seguimos camino a Oviedo. Allí nos espera gente que no hemos visto nunca pero con quienes ciertas circunstancias parecen condenarnos a su amistad. A Gustavo no lo conocí en La Habana por muy poco. Tenemos varios amigos comunes e incluso uno de ellos me invitó a la fiesta de despedida que le iban a hacer a Gustavo antes de salir para España. Por alguna razón no pude ir pero al poco de llegar a Madrid ya me había puesto en contacto epistolar con él. A Nadia, su novia, la reconozco como la chica que una noche en una fiesta entre amigos de la universidad en un pueblo perdido había roto la única botella de ron que nos quedaba: el tipo de historias que llevaban en esos días el sello de lo inolvidable. Estábamos en una suerte de discoteca en la que habíamos colado de contrabando una botella que situamos debajo de la mesa y desde la que a ciegas nos íbamos sirviendo tragos. Así hasta que la chica movió el pie en la dirección equivocada destruyendo nuestra esperanza de seguir bebiendo en la discoteca a precios de almacén. O posiblemente ya no quedara bebida en el lugar. Aquella noche todos habíamos odiado un poco a aquella chica a la que nadie conocía bien. Nos hubiéramos dedicado a odiarla las horas siguientes de no ser porque un policía se llevó a la estación a uno del grupo. Los detalles no estaban claros pero supusimos que lo habían detenido por llevar el pelo demasiado largo o por no ser de allí o por cualquiera de las razones a las que un policía de pueblo acude para sacudirse el aburrimiento. De manera que el resto de la noche en vez de odiar a la chica de la botella nos dedicamos al más la provechosa tarea de rescatar a nuestro compañero de manos de la policía verba mediante. Así que buena parte de la visita a Oviedo la empleo en bromear acerca de aquella botella rota seis años atrás con esa insistencia que utilizo cuando creo hallar algún punto ligeramente incómodo para el interlocutor y divertido para mí. Meses después Nadia me dirá que la había confundido con otra chica. Ella nunca había estado en aquel pueblo ni su pie fue el que rompió nuestra botella. Me explicará que si no me lo aclaró durante nuestra visita fue para no arruinarme la broma. “Parecías tan divertido que me dio lástima decirte la verdad”.Tienen un apartamento mucho más amplio que el que compartimos con Silvia en Madrid pero no tardamos en darnos cuenta de que no les va bien. Que su estrechez de inmigrantes es todavía más ajustada que la nuestra. Incluso un viaje de fin de semana a Madrid les queda fuera del alcance de su presupuesto. Por no tener en Oviedo ni siquiera tienen más que un par de amigos a los que no llegamos a ver. La ciudad se les ha convertido en una trampa tranquila de la que reniegan sin descanso pero que no se atreven a abandonar por miedo a que les vaya peor. O porque todavía no han perdido la esperanza de que la promesa que los llevó hasta allí termine por cumplirse.Habían llegado a Oviedo atraídos por el ofrecimiento de un pariente lejano. Un familiar muy bien situado en el gobierno del principado de Asturias que les prometía una legalización rápida e indolora y hasta algún trabajo. Al llegar se encontraron con una situación muy distinta a la del momento en que se hicieron las promesas. Con lo que se encontraron más exactamente fue con un escándalo. Un francés le había propuesto al gobierno del principado una abrumadora inversión del Banco Internacional Saudí para construir una refinería a cambio de una subvención estatal que copatrocinara el proyecto. La generosa oferta saudí terminó siendo uno de los timos más famosos de la historia reciente de España. Cuando se descubrió la estafa todavía el gobierno no había desembolsado su parte pero el ridículo de dejarse engatusar tan mansamente y la entusiasta publicidad que generó el proyecto obligó al gobierno a renunciar. Nadia y Gustavo son el final de la larga cadena de traspiés que provocó el descubrimiento del “timo del petromocho” pero todavía esperan que los restos de influencia que le quedan al pariente otrora poderoso basten para arreglar sus papeles. No descarto que sea la sombría perspectiva de Gustavo y Nadia lo que haga parecer a Oviedo la ciudad más fea de las que he visitado hasta el momento, una fealdad apenas redimida por su catedral. Será por eso  por lo que me parece una ciudad gris y silenciosa en la que basta levantar un poco la voz para tener la sensación de estar en una cueva. La vista de Oviedo desde el Alto del Naranco, (la elevación que la domina rematada por un Cristo escrupulosamente feo), confirma la impresión que he tenido mientras recorría sus calles: un montón de construcciones amontonadas para realzar la gloria de su catedral. Pero vale la pena la caminata hasta la cima del Naranco y de paso visitar las iglesias románicas de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Nuestra maravilla ante esas acumulaciones de piedra vieja tallada con gusto sencillo parece no agotarse en estos días.     
Treinta horas en Oviedo nos bastan para recorrerla y formar amistades que todavía perduran con la intermitencia de la distancia. Recuerdo a Gustavo aprovechar el recorrido por el centro de la ciudad para recordarnos a cada paso cada edificio construido con dinero sacado de Cuba mucho tiempo atrás. Lo hacía con el ademán del aristócrata venido a menos. Cuando no hay apellidos a los que achacarles grandezas pasadas la historia es un buen sucedáneo. Así la gloria de los viejos indianos o la riqueza antigua de una isla que no habitaban nuestros antepasados pueden servir para creer que el mundo tiene algo que agradecernos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrisco, y ¿qué es de la vida de Gustavo y Nadia hoy en día? Esos comienzos siempre son difíciles pero los años pasan…

Enrisco dijo...

Finalmente se mudaron a Madrid, se separaron, cada cual se abrio camino en lo suyo pero al final cada uno por su cuenta terminó en Miami. Y hasta donde sé les va bien.