Hoy aparece en Diario de Cuba un texto mío sobre la expo “Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood” clausurada la semana pasada en Nueva York Comienza así:
A mediados de los años 70, el recientemente fallecido periodista mexicano Jacobo Zabludovsky decidió hacer un experimento. Entrevistaría a los hijos de los funcionarios de la embajada cubana en México DF. Nada complicado. Preguntas elementales como "¿A quién quieres más?", "¿Qué quieres hacer cuando seas grande?" Nada que alarmara a los funcionarios que debían autorizar la entrevista. La segunda parte del experimento era —al parecer— igualmente inofensiva, y consistía en hacerle las mismas preguntas a niños mexicanos.Lo verdaderamente revelador fue presentar en televisión en conjunto el resultado de ambas encuestas. Así, mientras los niños locales afirmaban amar más a su mamá o a su abuela y de grandes querer ser como cierto futbolista o personaje de cómic, los cubanitos decían querer más a Fidel o a la Revolución y que cuando crecieran serían como el Che o sacrificarían su vida por la Patria.
Zabludovsky trascendió por sus entrevistas a gente famosa en todo el mundo, por su conducción durante décadas de programas noticiosos en su país, pero la noche de aquella emisión le cambió la vida al menos a una persona. "Me sentí como un robot", me contó muchos años después uno de aquellos niños cubanos. Verse soltando aquellos lugares comunes de la propaganda oficial, uno tras otro, cuando resultaba bastante más natural querer más a la abuela que al gobernante del país. Como resultado de esa experiencia, aquel niño decidió que en lo adelante dedicaría todos sus esfuerzos a escapar de aquel país al que su padre representaba.
Por supuesto que fue esa una experiencia bastante rara para los niños cubanos de aquella generación. Para la casi totalidad de los niños cubanos, aquellas consignas, aquellos lugares comunes fueron lo más normal del mundo. La exposición Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood, que acaba de clausurarse en Nueva York al cuidado de María Antonia Cabrera Arús y Meyken Barreto, es un intento de reconstruir aquella "normalidad", aunque la colección de juguetes, uniformes, diplomas, expedientes escolares, libros, etc, expuesta en una sala en medio de la Quinta Avenida neoyorquina resultara una suerte de naufragio doble.
Por una parte, el naufragio de un proyecto abandonado hace bastante tiempo (aunque sus efectos sigan vigentes) y, por otra, el desamparo intraducible que enfrentan esos mismos objetos en una ciudad tan ajena como es el Nueva York de 2015. Aunque puede que me equivoque en lo segundo y no haya ciudad más afín a tal exhibición que esa, obsesionada con el reciclaje de modas y exotismos.
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3 comentarios:
Se te olvidó incluir el nombre del niño-robot, al que una entrevista le cambió la vida, pero me imagino quizá precisamente por el olvido que se trata del gordo. Buena nota.
Mi madre, que conocía el asunto de cerca, le cogió terror a la escuela por miedo a que le envenenara la mente a sus hijos, y movió cielo y tierra para sacarlos de Cuba antes de que fuera demasiado tarde. Lo logró, aunque por poco se vuelve loca durante la desesperante espera para poder largarse de aquel horror. Si no hubiera sido por ella, mi padre no se hubiera ido del país, pero ella estaba dispuesta a dejarlo para salvarnos. Siempre se lo tuve en cuenta, y no lo pensé dos veces cuando me tocó ocuparme de ella por años cuando ya no se podía valer por sí misma, para que nunca se viera tirada en un "nursing home" con gente extraña. Por eso lo de Elián González me afectó tanto, porque me acordaba de ella y su terror a lo que acabó pasándole a ese pobre muchacho. No hay castigo en este mundo suficiente para la maldad castrista, y escasamente lo hay para sus malditos cómplices.
Gracias Nausea por sugerirme la postdata a este post
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