Entre los libros que escribió el recientemente fallecido Jorge Valls "Veinte años y cuarenta días. Mi vida en una prisión cubana" ocupa un sitio especial. Se trata del recuento más sobrio, descarnado y compacto de la peor etapa del presidio político cubano, el que corresponde a las primeras dos décadas del régimen que mundialmente se conoce como Revolución Cubana. En el siguiente fragmento pueden llevarse una idea de lo que podía ser una buena noticia en aquellos días en que la ley revolucionaria se aplicaba imperaba en todo su esplendor:
"Algunos de mis amigos que se habían enterado de lo que pasaba se preocuparon cuando les conté que el fiscal había pedido doce años y que existía la posibilidad de que me imputaran nuevos cargos. En aquel momento todas las sentencias eran de veinte años, treinta, o de muerte. La sugerencia del fiscal de nuevos procedimientos les hacía pensar que podía aparecer una nueva acusación y que podía ser muy peligrosa. Ya había ocurrido antes.
Más tarde Cristina me pasó un telegrama según el cual me habían condenado a veinte años. Cuando pude hablar con ella supe que, como un favor personal, un empleado tribunal le había dado esta información. Mis amigos se sintieron aliviados. Veinte años era una condena más normal y había menos que temer respecto a nuevos procedimientos"Más tarde Cristina me pasó un telegrama según el cual me habían condenado a veinte años. Cuando pude hablar con ella supe que, como un favor personal, un empleado tribunal le había dado esta información. Mis amigos se sintieron aliviados. Veinte años era una condena más normal y había menos que temer respecto a nuevos procedimientos"
O cómo se aplicaba la política de igualdad racial intramuros:
"...los negros eran objeto de un trato especialmente malo: "tú, negro" decía el vigilante, "¿cómo pudiste rebelarte contra una revolución que está haciendo seres humanos de ustedes?". Siempre acababan con más golpes y pinchazos de bayoneta que los demás"
O también la compleja manera en que se entendía el proceso de reeducación de los presos:
Para los interesados en el libro pueden adquirirlo aquí.
"Algunas de estas lecciones se impartían de noche, en la galería que se utilizaba como comedor, justo al lado del foso de ejecución. El «profesor» utilizaba un micrófono para que le oyeran todos los que estaban en el patio. Unas veces la lección tenía que ver con la política; otras trataba otros temas relacionados con ella.
Recuerdo una noche en la que los pobres presos tenían una conferencia sobre las culturas indígenas de Cuba. Su voz salía, estridente, por los altavoces: «los guanacahíbes (sic) vivían en la provincia que hoy se llama Pinar del Río. Pertenecían a la edad paleolítica, o la edad de la piedra no pulimentada». Su voz sonaba como un martillo neumático en el silencio forzoso de la noche. Luego oímos el ruido de los coches que traían a los condenados que iban a ser fusilados, y al pelotón que marchaba hacia el foso. El conferenciante continuaba: «los guanacahíbes vivían en cuevas y se alimentaban de la caza». Oímos la voz de mando: «¡Preparados!». «Los guanacahíbes utilizaban trozos de concha como ralladores.» «¡Fuego!» Se oyó la descarga. El pobre hombre seguía hablando de los indios. Trajeron otro condenado al paredón. Nos retorcíamos en el suelo, incapaces de hablar, llorar o salir corriendo. El altavoz continuaba: «Los guanacahíbes enterraban a sus muertos en montículos, una primera capa con los cuerpos y otra capa de conchas y piedras». Parecía que continuaría siempre. Murmurábamos una oración, sin saber si íbamos por el principio, el final o estábamos repitiendo el mismo verso. Solo Dios sabe cuántas veces lo hicimos aquella noche.Otra descarga. No sé cuántas veces pasó. No sé cuándo acabó o cuándo me quedé dormido"
Para los interesados en el libro pueden adquirirlo aquí.