lunes, 15 de septiembre de 2025

Discurso de Abraham Lincoln de 1838

Discurso que pronunciara Abraham Lincoln en el Liceo de Jóvenes de Springfield, Illinois en 1838, a la edad de 29 años en medio de un ambiente de linchamientos y violencia de las turbas que habían llevado al asesinato del impresor abolicionista Elijah Lovejoy el año anterior.

Como tema de los comentarios de la velada, se ha seleccionado la perpetuación de nuestras instituciones políticas... Nos encontramos bajo el gobierno de un sistema de instituciones políticas que contribuye de forma más esencial a los fines de la libertad civil y religiosa que cualquier otro que nos cuente la historia anterior. Al ascender al escenario de la existencia, nos encontramos como herederos legales de estas bendiciones fundamentales. No nos esforzamos en adquirirlas ni establecerlas; son un legado que nos legó una raza de antepasados, antaño resistentes, valientes y patriotas, pero ahora lamentados y difuntos. Su tarea fue (y la cumplieron noblemente) apropiarse de esta buena tierra, y a través de ellos, de nosotros; y erigir sobre sus colinas y valles un edificio político de libertad e igualdad de derechos; es solo nuestro deber transmitir esos principios sin que sean profanados por el pie de un invasor... Esta tarea de gratitud a nuestros padres, justicia hacia nosotros mismos, deber hacia la posteridad y amor por nuestra especie en general, exige imperativamente que la cumplamos fielmente.

¿Cómo, entonces, la cumpliremos? ¿En qué momento debemos esperar la llegada del peligro? ¿Con qué medios nos fortificaremos contra él? ¿Esperaremos que algún gigante militar transatlántico cruce el océano y nos aplaste de un golpe? ¡Jamás! Todos los ejércitos de Europa, Asia y África juntos, con todo el tesoro de la tierra (excepto el nuestro) en sus arcas militares; con un Bonaparte como comandante, no podrían, por la fuerza, beber un trago del Ohio ni abrirse paso en las Montañas Azules, ni siquiera en un intento de mil años.

¿En qué momento, entonces, debemos esperar la llegada del peligro? Respondo: si alguna vez nos alcanza, debe surgir entre nosotros. No puede venir del exterior. Si la destrucción es nuestro destino, nosotros mismos debemos ser su autor y consumador. Como nación de hombres libres, debemos sobrevivir a la eternidad o morir por suicidio. Espero ser demasiado cauteloso; pero si no lo soy, incluso ahora hay algo de mal agüero entre nosotros. Me refiero al creciente desprecio por la ley que impregna el país; la creciente disposición a sustituir las pasiones salvajes y furiosas por el juicio sereno de los tribunales... Los relatos de atropellos cometidos por turbas forman parte de las noticias cotidianas de la época. Han invadido el país, desde Nueva Inglaterra hasta Luisiana... Sea cual sea su causa, es común a todo el país...

Pero quizás estén listos para preguntar: "¿Qué tiene esto que ver con la perpetuación de nuestras instituciones políticas?"... Cuando hoy se les ocurra ahorcar a apostadores o quemar a asesinos, deberían recordar que, en la confusión que suele acompañar a tales transacciones, es tan probable que ahorquen o quemen a alguien que no sea ni apostador ni asesino como a alguien que lo sea; y que, siguiendo el ejemplo que dan, la turba del mañana podría, y probablemente lo hará, ahorcar o quemar a algunos de ellos por el mismo error... Y así continúa, paso a paso, hasta que todos los muros erigidos para la defensa de las personas y los bienes de los individuos sean derribados e ignorados. Pero ni siquiera esto es la magnitud del mal. Con tales ejemplos, con ejemplos de autores de tales actos que quedan impunes, los de espíritu rebelde se ven alentados a volverse delincuentes en la práctica; y, acostumbrados a no tener más restricción que el temor al castigo, se vuelven así absolutamente desenfrenados. Habiendo considerado siempre al Gobierno como su peor azote, celebran la suspensión de sus operaciones; y nada anhelan tanto como su aniquilación total. Mientras que, por otro lado, los hombres de bien, hombres que aman la tranquilidad, que desean acatar las leyes y disfrutar de sus beneficios, que con gusto derramarían su sangre en defensa de su país, viendo su propiedad destruida, sus familias insultadas y sus vidas en peligro, sus personas perjudicadas, y al no ver nada en perspectiva que presagie un cambio positivo, se cansan y disgustan con un gobierno que no les ofrece protección; y no se oponen a un cambio en el que creen no tener nada que perder. Así, pues, mediante la influencia de este espíritu de masas, que todos deben admitir, ahora está extendido por el país, el baluarte más fuerte de cualquier gobierno, y en particular de aquellos constituidos como el nuestro, puede ser efectivamente derribado y destruido: me refiero al apoyo del pueblo...

La pregunta se repite: "¿Cómo nos fortificaremos contra ella?". La respuesta es sencilla. Que todo estadounidense, todo amante de la libertad, todo bienhechor de su posteridad, jure por la sangre de la Revolución no violar jamás, en lo más mínimo, las leyes del país, ni tolerar jamás su violación por otros. Como hicieron los patriotas de 1776 en apoyo de la Declaración de Independencia, así también en apoyo de la Constitución y las leyes, que todo estadounidense comprometa su vida, sus bienes y su sagrado honor; que todo hombre recuerde que violar la ley es pisotear la sangre de su padre y desgarrar el carácter de su libertad y la de sus hijos. Que la reverencia por las leyes sea inculcada por cada madre estadounidense, hasta por el bebé que balbucea en su regazo; que se enseñe en las escuelas, seminarios y universidades. Que se escriba en cartillas, libros de ortografía y almanaques; que se predique desde el púlpito, se proclame en las salas legislativas y se aplique en los tribunales de justicia. En resumen, que se convierta en la religión política de la nación; y que ancianos y jóvenes, ricos y pobres, serios y alegres, de todos los sexos, lenguas, colores y condiciones, venere incesantemente sus altares...

Cuando insto con tanta insistencia a la estricta observancia de todas las leyes, que no se entienda que no existen leyes malas, ni que no pueden surgir agravios para cuya reparación no se han promulgado disposiciones legales. No pretendo decir tal cosa. Pero sí quiero decir que, aunque las leyes malas, si las hay, deben derogarse cuanto antes, mientras sigan vigentes, para dar ejemplo, deben observarse religiosamente. Lo mismo ocurre en los casos en que no se han previsto. Si surgen tales situaciones, que se adopten las disposiciones legales pertinentes lo antes posible; pero, hasta entonces, que, si no son demasiado intolerables, se toleren.

No hay agravio que pueda ser objeto de reparación mediante la ley de las turbas...

Pero, cabe preguntarse, ¿por qué suponer un peligro para nuestras instituciones políticas? ¿Acaso no las hemos preservado durante más de cincuenta años? ¿Y por qué no podemos hacerlo durante cincuenta veces más?...

Que nuestro gobierno se haya mantenido en su forma original desde su establecimiento hasta ahora no es de extrañar. Contaba con muchos apoyos que lo sustentaron durante ese período, que ahora están deteriorados y desmoronados. Durante ese período, todos lo percibieron como un experimento incierto; ahora, se entiende que ha sido un éxito. Entonces, todos los que buscaban celebridad, fama y distinción esperaban encontrarlas en el éxito de ese experimento... Si triunfaban, serían inmortalizados... Si fracasaban, serían llamados bribones, necios y fanáticos por un instante; luego, hundirían y serían olvidados. Lo lograron. El experimento es un éxito; y miles han ganado sus nombres inmortales al lograrlo. Pero la presa está atrapada; y creo que es cierto que, con la captura, terminan los placeres de la caza. Este campo de gloria está cosechado, y la cosecha ya está apropiada. Pero surgirán nuevos segadores, y ellos también buscarán un campo. Es negar lo que la historia del mundo nos dice que es cierto, suponer que no seguirán surgiendo hombres ambiciosos y talentosos entre nosotros. Y, cuando lo hagan, buscarán con la misma naturalidad la satisfacción de su pasión dominante, como otros lo han hecho antes. La pregunta, entonces, es: ¿puede esa satisfacción encontrarse en apoyar y mantener un edificio erigido por otros? Ciertamente no. Podrán encontrarse muchos hombres grandes y buenos, suficientemente capacitados para cualquier tarea que emprendan, cuya ambición no les inspire más que un escaño en el Congreso, una gobernación o una presidencia; pero estos no pertenecen a la familia del león ni a la tribu del águila. ¡Cómo! ¿Creen que estos puestos satisfarían a un Alejandro, un César o un Napoleón? ¡Jamás! El genio sobresaliente desdeña el camino trillado... ¿Es irrazonable entonces esperar que algún día surja entre nosotros un hombre dotado del genio más elevado, junto con la ambición suficiente para llevarlo al límite? Y cuando así suceda, se requerirá que el pueblo esté unido, apegado al gobierno y a las leyes, y generalmente inteligente, para frustrar con éxito sus designios.

La distinción será su objetivo primordial, y aunque con la misma disposición, o quizás más, a adquirirla haciendo el bien que el mal; Sin embargo, habiendo pasado esa oportunidad y sin nada que hacer para reconstruir, se dedicaría con valentía a la tarea de derribar...

Hay otra razón que una vez existió, pero que, en la misma medida, ya no existe, ha contribuido mucho a mantener nuestras instituciones hasta ahora. Me refiero a la poderosa influencia que las interesantes escenas de la revolución tuvieron en las pasiones del pueblo, distintas de su juicio...

No pretendo decir que las escenas de la revolución sean ahora o serán olvidadas por completo; sino que, como todo lo demás, deben desvanecerse en la memoria del mundo y volverse cada vez más borrosas con el paso del tiempo...

Fueron los pilares del templo de la libertad; y ahora que se han derrumbado, ese templo debe caer, a menos que nosotros, sus descendientes, sustituyamos su lugar con otros pilares, excavados en la sólida cantera de la razón sobria. La pasión nos ha ayudado, pero ya no puede. En el futuro será nuestra enemiga. La razón, fría, calculadora e impasible, debe proporcionar todos los materiales para nuestro futuro apoyo y defensa. Que esos materiales se transformen en inteligencia general, moralidad sólida y, en particular, en reverencia por la constitución y las leyes; y que mejoremos hasta el final; que permanezcamos libres hasta el final; que veneremos su nombre hasta el final; Que, durante su largo sueño, no permitimos que ningún pie hostil pasara por encima ni profanara su lugar de descanso; será lo que, al aprender la última trompeta, despertará a nuestro WASHINGTON.

Que sobre estas cosas descanse el orgulloso tejido de la libertad, como la roca de su fundamento; y tan cierto como se ha dicho de la única institución mayor, «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

sábado, 13 de septiembre de 2025

El lado correcto de la historia


El pasado jueves se cumplían 24 años de la mañana en que vi elevarse sobre la punta de Manhattan una nube de humo, pétrea, oscura, inmóvil donde antes se alzaban las llamadas Torres Gemelas. Pero, por supuesto, nadie hablaba de ello. Preferían comentar, por supuesto, la muerte el día anterior del activista Charlie Kirk, asesinado de un balazo en el cuello en el campus de una universidad de Utah. Los comentaristas, por supuesto, no se ponían de acuerdo. Cada cual buscaba en el hecho la confirmación de sus ideas previas: “¡La izquierda es asesina!” tronaban desde la derecha. “¡La asesina es la Segunda Enmienda!” respondían desde la izquierda. Como si el asesino de la representante demócrata de Minnesota Melissa Hortman y de su esposo fuera precisamente de izquierda. Como si al atacante de la casa de Nancy Pelosi no le hubiera bastado un martillo. O si para asesinar a la inmigrante ucraniana Iryna Zarutska un cuchillo no hubiera sido suficiente. La memoria, usualmente selectiva, cuando se trata de conformar, confirmar nuestra idea (política) del mundo, lo es todavía más.

¿Por qué mencionar en el mismo párrafo la tragedia del 2001 y el asesinato de Charlie Kirk? ¿Acaso no se trata de muertes distintas, motivaciones distintas, efectos distintos, países distintos? Porque habrá que reconocer que los Estados Unidos del 2001 son muy diferentes de este del 2025. Y que si el ataque ejecutado por Al Qaeda tendió a cohesionarnos como nación el que acabó con la vida de Kirk es un ejemplo extremo del cotidiano antagonismo que vive hoy el país. Esa por supuesto es una imagen sesgada. La misma noche del 11 de septiembre del 2001 escuché decir al que atendía la parrilla de un restaurante del barrio que los Estados Unidos se merecían semejante ataque. Y estoy convencido que no era el único que pensaba así. Pero eran definitivamente otros tiempos.

Hace veinticuatro años el debate interno estaba menos crispado. Si antes los epítetos de fascista y comunista se dispensaban con cierto cuidado ahora es difícil encontrar a alguien que alguna vez haya participado en un debate público al que no se le haya dirigido uno de ellos. Cuando no los dos. Etiquetas para odiarse mejor. El país, dividido en supuestos fascistas y comunistas está más cerca de una Guerra Civil de lo que quiere reconocer. De hecho, de un tiempo a esta parte podría decirse que venimos viviendo una Guerra Fría Civil que acontecimientos como el asesinato de Charlie Kirk solo contribuyen a calentarla cada vez más.

El antagonismo rebasa la política aunque se afinque en ella. Aventuro dos motivos para este quiebre social social. De un lado la ampliación de la brecha económica, educativa y cultural entre urbanitas con títulos universitarios y la clase trabajadora y rural, brecha que es resultado de un proceso dual: por un lado el mayor acceso a la enseñanza universitaria de parte de la población norteamericana y al empobrecimiento y desfase de la otra parte como efecto secundario de la globalización. Del otro está el surgimiento de las redes sociales que han llevado a un máximo de exposición las opiniones de todos y con ello la vulnerabilidad a las opiniones contrarias. Ahora las diferencias educativas y de clases se hacen cada vez más visibles y contrastables. Nunca el snob y el plebeyo la han tenido tan fácil para decirse sus verdades a la cara.

No ayuda el ambiente de terror intelectual que hoy se vive en las universidades. No es una impresión personal. En una investigación realizada entre 2023 y 2025 a través de 1,452 entrevistas confidenciales entre estudiantes de la Northwestern University y la University of Michigan a la pregunta de si alguna vez habían fingido puntos de vista más progresistas que los que realmente tenían para tener éxito social y académico en la universidad un sorprendente 88% de los entrevistados dijo que sí. Menos ayuda aún que el presidente del país, sea un multimillonario que ha convencido a la clase obrera y campesina -digámoslo en términos marxistas para que se aprecie mejor la ironía- que es el representante que esta necesita. Y que este, apropiándose del discurso victimista y racializado de la izquierda, haya convencido a los blancos pobres de ser víctimas de las élites culturales y atice el fuego del enfrentamiento cultural e ideológico para reforzar su visión autoritaria del poder. La reacción de Trump al asesinato de Charlie Kirk antes de tener idea de la identidad y las motivaciones de su asesino se aviene a su práctica habitual: culpó a la izquierda de causar la muerte del activista y prometió castigarla. Juzgar y condenar antes de conocer los detalles, (y los detalles, como sabemos, son el escondrijo predilecto del diablo) parece ser la marca de la época, sin distinción de ideologías.

Dividida en bandos antagónicos los norteamericanos parecemos más interesados en el triunfo dialéctico -o literal- sobre el bando contrario que en la convivencia democrática. El impulso de tener la razón a toda costa que ha arruinado tantas fiestas familiares prima sobre cualquier noción de tolerancia. Pero lo que en una familia se remedia -o no- con una conversación íntima y un abrazo, en una sociedad que cada vez descree más de los procedimientos democráticos en instancias que van de la cultura de la cancelación al no reconocimiento del resultado de las elecciones lleva al imperio de la violencia y la destrucción de la coexistencia. Querer tener la razón a toda costa antes de ponerla en funcionamiento es hacerle muy poco favor a la razón y convertirla en una forma de violencia. Porque la tentación de creerse en el lado correcto de la Historia -esa señora que se contorsiona todo el tiempo- abre el camino a negarle todo, incluso la condición humana a quien esté en el lado contrario. Y una patente de corso para renunciar a cualquier obligación moral como seres humanos empezando por la de la compasión y renunciar a los deberes elementales de la decencia.

Charlie Kirk era un provocador, sin dudas, algo que debería ser bienvenido en los centros de enseñanza si el instrumento de la provocación es el debate público. Sospecho que, como los woke, Kirk no estaba especialmente interesado en buscar la verdad que emana de una discusión libre como no lo está ningún apóstol de cualquier religión: se sentaba en esa pose de gurú en que lo sorprendió la muerte para convencer al resto de su verdad. Pero el método elegido, el del debate público debería ser sagrado en cualquier sociedad democrática. Sean cuales quieran las motivaciones de su asesino la muerte de Kirk debe ser un evento alarmante para toda la sociedad estadounidense y para todo el que todavía crea en la viabilidad de la democracia en el mundo.

Debe guiarnos el ejemplo de Trump, aunque sea por inversión. En su breve discurso por la muerte de su aliado el presidente, con su habitual falta de nobleza, se ocupó de enumerar los nombres de las víctimas de la violencia política de su propio partido, ignorando las del partido opositor en estos mismos años y haciendo evidente una vez más que es el presidente solo de los que lo apoyan y reverencian. A Voltaire se atribuye una frase esencial para el pacto democrático: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". En tiempos de tanta frivolidad y tan poca empatía hacia el que piense distinto quizás sea exagerado pedirle a nadie defender hasta la muerte nada, menos a un contrario ideológico. Pero si lo que nos interesa es este país y nuestra mera convivencia en un espacio común debería preocuparnos por igual cada instancia en que la violencia sustituye al libre intercambio de ideas y lamentar a todas las víctimas de la barbarie por igual. Como con aquellos muertos del 11 de septiembre del 2001: no nos preguntamos cuál era su ideología o sus opiniones sobre el aborto o las armas a la hora de lamentar su muerte. Al final todos de una forma u otra nos corresponden.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Presentación de El túnel al final de la luz en NYU


 

Sobre Nuestra hambre en La Habana


Fragmento de artículo de Elizabeth Mirabal publicado en la revista académica Cuban Studies (No. 54, 2025) en el que junto a los libros Community and Culture in Post-Soviet Cuba de Guillermina De Ferrari y Saber de ausencia: Lecturas de poetas cubanos (y algo más) de Gustavo Pérez Firmat la autora analiza mi libro Nuestra hambre en La Habana. Le agradezco a la autora haberse ocupado de mi libro con tanta sensibilidad.


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Del Risco irrumpe en la tríada que nos ocupa con la única obra que no se adscribe de manera formal al discurso crítico, pero como De Ferrari, perpetúa el entendimiento del Período Especial como un ciclo pasado, pasto de la historia. Conocido como narrador y humorista, el autor nos entrega unas memorias cuyo título—Nuestra hambre en La Habana—establece un juego intertextual con la conocida novela de Graham Greene Our Man in Havana (1958), siguiendo una tradición lúdica a la que ya había sucumbido Pedro Juan Gutiérrez con Nuestro GG en La Habana (2004). Del Risco se suma a otros intelectuales cubanos que han escrito sus memorias, ensayos biográficos o autobiografías en el exilio, como Hugo Consuegra, Lorenzo García Vega, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas y Reinaldo García Ramos. Si García Vega concentraba su propuesta en los años origenistas y García Ramos se orientaba en su salida de Cuba por el puerto del Mariel, Del Risco cuenta y evalúa sus remembranzas del "Período Especial", es decir, desde sus inicios laborales como recién egresado universitario de la carrera de Historia hasta su petición de asilo político en España en 1995.

Desde la perspectiva de su madurez, Del Risco revisita su despertar intelectual, el cual coincidió con la crisis de esta etapa, manteniendo una llamativa voluntad de no nombrar a muchas de las personas a las que alude (en especial, las de carácter negativo), pero dejando suficientes pistas para que un lector enterado las reconozca. Su detallado repaso por las transformaciones en una miríada de aspectos como el transporte público, la nutrición, el pasaje urbano, la moral cívica, el campo cultural, la economía familiar, la inmigración, la educación, la legalidad y la política, nos acerca a una incisiva descripción—por momentos rayana en el costumbrismo—de los modos de vida y la psicología social que los cubanos desarrollamos en esos años. Siguiendo la estela de la literatura ficcional de los noventa en Cuba, Del Risco continúa reparando el cráter de silencio dejado por el pálido o muchas veces inexistente registro de esos acontecimientos en los medios de prensa nacionales. En medio de un recuento donde predominan las mezquindades, las traiciones y la vigilancia, Del Risco ilumina instantes de bondad, solidaridad y complicidad. De esta manera, ofrece una historia más comprensiva y matizada que deja la sensación en el lector de haber entendido mejor la época e introduce al debate lo padecido por los humoristas, un grupo artístico muchas veces soslayado en los acercamientos críticos.

De haberse publicado antes, este libro bien pudiera haber integrado el archivo de De Ferrari, pues, aunque acompañado de una continua voz reflexiva que lo diferencia de lo que la estudiosa llama "Cuban hyperralism", Nuestra hambre exhibe la inclinación por colocarnos frente a elementos de "blunt factuality" y "sensorial overload" (165). Como Pérez Firmat, Del Risco reitera su deseo de distanciarse de Martí cuando en las primeras páginas relata cómo, ante la disyuntiva de escoger entre un empleo en el Centro de Estudios Martianos y otro en el Cementerio de Colón, decidió optar por este último. Entre Martí y la muerte, Del Risco prefirió lo segundo. El hecho de que el camposanto sea su primer trabajo—el mismo que le permite adentrarse en los archivos funerarios y descubrir las ubicaciones de las tumbas de los fusilados—, establece una metáfora entre la muerte física y literal de los que no lograron sobrevivir con la amenaza de la muerte social y simbólica de la que él, su esposa Cleo y sus amigos tratan de distanciarse organizando exposiciones, escribiendo, asistiendo al cine en medio de los sacrificios involuntarios impuestos por la pobreza.

Lo revelador de las memorias de Del Risco no es el balance de las censuras de sus proyectos artísticos o libros, ni su aprendizaje con aliento de bildungsroman, ni siquiera su redefinición del concepto guevariano de Hombre Nuevo, sino su sinceridad al presentarse despojado de credenciales heroicas y su honestidad al admitir su cuota de responsabilidad individual en acontecimientos nada edificantes como los actos del repudio contra quienes se marcharon de la isla por el Mariel. Si bien Nuestra hambre nos presenta a un joven graduado que parece decepcionado del proceso político circundante (Aquello) y que protagoniza o participa en una serie de actos de "comedida audacia", "guapería de baja intensidad" y "heroísmo de bolsillo" (291–3) — nótense los oxímoron—, Del Risco reserva para el epílogo la revelación de ese momento adolescente de una creencia lo suficientemente poderosa como para lanzar huevos contra las casas de las familias denostadas. Esa mea culpa lo coloca de cierta manera en la tradición de un libro como Informe contra mí mismo (1997) de Eliseo Alberto, pero sin la nostalgia afectiva que asoma en este.

Quien vaya a buscar en Del Risco una versión noventera de lo que Mañach acuñó como "choteo cubano", debe estar prevenido de que la suya no es una versión humorística actualizada de las desgracias cubanas, aunque habrá momentos de amarga hilaridad. Nuestra hambre pertenece al reino de la tristeza cáustica, como cuando el joven Del Risco le pregunta a la camarera del restaurante Siete Mares si los tiburones que sirven en el menú son "de balseros", a lo que ella presta anuncia que esos no llegan hasta dentro de tres meses. El autor funda aquí una alegoría antropófaga que sobrepasa a la de Saturno devorando a sus hijos, para presentarnos la idea de hijos que se devoran entre ellos.

martes, 9 de septiembre de 2025

La lápida de Cirilo Villaverde


A Ponte, que me acompañó ese día

A Tejuca, que consiguió la foto


Era 1994, Año 4 de la Gran Hambruna de los 90, y trabajaba yo como historiador del cementerio de La Habana. Uno de los tantos puestos sin sentido creados por la maquinaria del Estado al que yo intentaba darle alguno escribiendo cuentecillos en mi horario laboral al dorso de impresos amarillentos producidos por esa misma maquinaria. Eramos mis cuentos y yo mismo un subproducto de un subproducto, en el mejor de los casos. A veces sin embargo intentaba justificar mis funciones de historiador averiguando sobre tumbas en peligro de extinción de muertos ilustres para priorizar su reparación con los escasos medios disponibles. Algo así como la fama literaria literaria como plan de retiro póstumo.

El caso de la tumba del escritor Cirilo Villaverde, el más ilustre novelista local del siglo XIX, era ligeramente distinto al de otras destrozadas por el tiempo y la desgana estatal. El panteón perteneciente a su suegro, Inocencio Casanova, uno de los hombres más ricos del país en su época, se conservaba en bastante buen estado. Solo que no había señal visible de que allí estuviera enterrado el novelista. Ni lápida, ni una pobre jardinera que indicara lo que sí constaba en los libros de enterramientos. Que en diciembre de 1894 allí había sido enterrado el cadáver momificado del escritor, muerto en Nueva York en octubre de aquel año y trasladado al cementerio Colón. Tal olvido ya había sido señalado en 1912 por el historiador Emeterio Santovenia lamentándose de que en el centenario del nacimiento del escritor pinareño no hubiera en su tumba una inscripción que lo recordara. En el cuarto año de la hambruna de los Noventa, al cumplirse un siglo de la muerte de Villaverde, este seguía siendo un muerto anónimo en su propia tumba.

Quise subsanar tantos años de abandono, pero sin acudir al Estado que me pagaba el equivalente a dos dólares en salario mensual. Apelé a los mismos métodos manigüeros con los que se conseguía todo en aquellos tiempos. Los arquitectos del equipo técnico del cementerio Rafael Artime y Marcial Díaz me ofrecieron un viejo cojín de mármol ya sin tumba. Un viejo tallador de lápidas confinado al taller de construcción de tapas de sepulcros próximo a emigrar con su familia talló en la lápida reciclada el nombre del escritor, los años y lugares de nacimiento y muerte y una breve frase que le dedicara José Martí en su panegírico. La cuestión material del asunto, esa que en esa época resultaba insuperable, fue resuelta de modo más fácil del que suponía.

La cuestión simbólica resultó algo más complicada. Porque por muy underground que fuera mi homenaje no quería que quedara en cuestión personal pero en aquellos días si quería evitar el estamento oficial de la intelectualidad cubana quedaba muy poco a lo que acudir. ¿A quién le iba a interesar celebrar un lunes a mediodía el centenario de la muerte de un escritor reverenciado por pura inercia escolar pero al que nadie leía a derechas? Fui a casa de Antonio José Ponte, siempre dispuesto a echar una mano en menesteres heterodoxos. Me advirtió, no obstante, al mencionarle al principal investigador de la obra de Cirilo Villaverde en aquellos años, que el poeta Roberto Friol no estaría dispuesto a participar en nada que le propusiera.

Desoí a Ponte y me aparecí en el apartamento del poeta para proponerle que encabezara la inauguración de la lápida. En lugar de responderme Friol me condujo primero a su habitación para mostrarme el colchón con la mitad totalmente hundida en el que dormía su hermana y el techo desde donde habían caído unos cascotes de concreto que estuvieron a punto de matarla. El poeta también me mostró el sillón donde él mismo dormía sentado ante la falta de colchón sano. Más desgarrador aún fue sacarme al balcón donde había una gran bolsa de plástico transparente llena hasta el tope con papeles rotos.  

-Esa era mi investigación sobre Cirilo Villaverde.

Entonces me dijo que tras tanto abandono había decidido romper con todo -literalmente- y no estaba dispuesto a participar en ningún acto oficial. De nada valió que le insistiera en que en el homenaje que le proponía no estaba involucrada ninguna organización oficial. Su “no” fue tajante, inapelable, sin ser brusco. Años después supe que Friol se había reintegrado a los actos oficiales luego de que su amigo Cintio Vitier movilizara sus conexiones para conseguirle al desencantado poeta un apartamento oficial, bastante más que lo que yo pude ofrecerle cuando lo visité.

Finalmente, el lunes de octubre de 1994 nos reunimos Antonio José Ponte, Antón Arrufat, alguien más que creo que era Ismael González Castañer y yo para inaugurar la lápida. No fuimos muy ceremoniosos como tampoco era la lápida que se limitaba a consignar

Cirilo Villaverde  

San Diego de Núñez 1812

New York, 1894

Y más abajo:

“Aprovechó para bien de su país el don de imaginar”

La frase era, qué remedio, de José Martí, el panegirista universal de aquellos años. Me faltaba bastante para descubrir que Villaverde y Martí habían tenido una agria discusión por cuestiones organizativas en 1882 y presumiblemente no se dirigieron la palabra desde entonces. Lo cierto es que el Apóstol no escribiría sobre el novelista hasta asegurarse de que este había muerto en un texto que le aseguraba la condición de “patriota entero y escritor útil”.

Aquel soleado mediodía en que nos reunimos junto al panteón de los Casanova. No recuerdo que fueramos muy ceremoniosos. Apenas se trataba de cuatro escritores desgastados por el hambre y el sol, tratando de añadirle un mármol más a aquel barrio enchapado en mármoles. Si acaso Ponte dijo unas palabras y yo leería algo que tenía preparado pero acudo aquí más a la fuerza de la costumbre que a la de la memoria. Sí recuerdo que Arrufat soltó algún que otro sarcasmo como quien complace una vieja tradición. Luego, como para justificar el viaje hasta el cementerio algún miembro de aquella breve comitiva sugirió visitar una tumba con una lápida que anunciaba guardar los restos de una tal Cecilia Valdés tocaya del personaje creado por Villaverde. Los conduje allí no sin advertirles que por los datos que había consultado en el archivo del cementerio no parecía creíble que aquella Cecilia fuera la de la novela. Pero nada seduce más a los lectores que sorprender algo de materia en un texto imaginario. Como si eso bastara para hacer al escritor menos creador, más humano.



Hace tiempo estaba por contar esta anécdota sobre la única huella concreta que dejé a mi paso por el cementerio habanero pero no me decidí a hacerlo hasta el sábado pasado. Interrogado por una amiga sobre mi intervención en la colocación de la tarja, mencionada por Ponte en un ensayo publicado por aquellos días, me encontré este texto de un historiador local en Facebook. Allí, junto a varias fotos del panteón Casanova el historiador dice que Villaverde "tiene un monumento funerario con columna conmemorativa, con una urna cineraria en su cima, símbolo de la muerte en su frente se puede leer la inscripción, “Propiedad de Inocencio Casanova 1879” y en su parte baja una almohadilla de mármol dice Cirilo Villaverde a manera de dedicatoria y nada para Emilia la gran poetisa y patriota en un segundo plano por las prácticas machistas de la época donde no eran reconocidos los valores propios de las mujeres como escritoras".

La cita anterior me obliga a aclarar que la ausencia del nombre de Emilia Casanova no refleja el machismo de una época en que nadie se ocupó de dejar memoria en mármol: ni del nombre de ella ni el de su marido. Si acaso la ausencia de Emilia refleja el machismo de mi época y el mío propio. Solo que cualquier alarde de autocrítica debe ser atenuado por el detalle de que por entonces la única manera que tenía de asegurarme que los restos de Emilia reposaban en el panteón familiar era contrastando su fecha de muerte con los libros de enterramiento y cualquier pesquisa tuvo que arrojar resultados negativos. Al morir el 4 de marzo de 1897 en Nueva York Emilia fue enterrada en un cementerio en el Bronx. No fue hasta hace unos años que supe que medio siglo después de la muerte de la patriota su hijo Narciso Villaverde llevaría sus restos al panteón familiar en el cementerio Colón.  

  

viernes, 5 de septiembre de 2025

El túnel al final de la luz en Madrid

Presentación del libro El túnel al final de la luz el pasado 11 de julio en Madrid:




martes, 2 de septiembre de 2025

Dos nadas


En estos días se cumplen 40 años que entraba en la Universidad de La Habana, en la facultad de Filosofía e Historia. Para mí en lo esencial es la fecha de inicio de cuatro décadas de amistades, unas más constantes que otras, todas entrañables, extrañables. La más persistente de ellas ha sido que he mantenido con Francisco García González, caimiteño de pro, montrealés de adopción, ahora convertido en uno de los grandes narradores cubanos de todos los tiempos con una docena de libros a sus espaldas. Y un puñado de guiones que han sido llevados a la pantalla grande y en los que, no importa lo que los directores hayan hecho con ellos, siempre laten la imaginación desbordada de Franki y la gracia con que la expresa.

Pero en aquel inicio de septiembre de 1985 no habia nadie que nos leyera el futuro. Que nos dijera que tendríamos una criatura juntos (el libro Leve historia de Cuba), que daríamos tumbos por el mundo o que nos haríamos una foto como esta en Kingston, Canadá, en 2009 durante la penúltima escapada de Franki de la isla. (De mis años universitarios no conservo la más miserable foto, si es que alguna vez tuve alguna). Daba igual lo que nos hubiera advertido el oráculo más preciso. No lo íbamos a creer. Y aunque lo hubiéramos creído no habríamos entendido nada. ¿Quién a los 17 años míos o a los 21 de Francisco entiende lo que va a ser su futuro? Todo lo que hubo ese día fue suspicacia de mi parte (“qué cara de asesino tiene ese tipo”) y generosidad de la suya. Y eso, sospecho, es lo que hay siempre en los inicios de una buena amistad: sentimientos encontrados hasta que en algún punto sentimos alinearse los afectos como los pernos de una cerradura que abre cierta puerta que no se cerrará nunca más.

P.D: La foto es de Ana Belén Martín Sevillano.

sábado, 30 de agosto de 2025

Arsenio en salsa



Parto de un post de DjAugusto Felibertt para hacer una lista nada exhaustiva de canciones del gran Arsenio Rodríguez versionadas por salseros y me encuentro más de medio centenar de composiciones. O sea, una cuarta parte del catálogo de 200 canciones conocidas del genial matancero. Como para llevarse una idea de la influencia nunca lo bastante valorada del Ciego Maravilloso en la revolución salsera del pasado siglo. (Eso sin contar las versiones rockeras (Marc Ribot) o hasta en ska que le han hecho). Que sirva de homenaje a su cumpleaños, este 30 de agosto. Aquí un playlist que me hice: Arsenio en salsa.

—72 hacheros pa un palo (v) Sonora Ponceña
—Buena Vista en guaguancó (v) Ralphy Santi; Larry Harlow
—Bruca Manigua (v) Ray Barreto
—Cachito Pa’ Huele (v) Eddie Palmieri
—Caminante y Laborí (v) Louie Ramirez
—Con un solo pie (v) Rafael Cortijo
—Dundunbanza (v) Orquesta Harlow
—El divorcio (v) Charlie Rodríguez y Rey Reyes
—El dolorcito de mi china (v) Orquesta Harlow
—El reloj de Pastora (v) Tito Rojas
—El Rincón Caliente (v) Sonora Ponceña
—Errante y bohemio (v) Ray Barreto
—La fonda de Bienvenido (v) Louie Cruz
—La vida es un sueño (v) Charlie Palmieri
—Lo que dice Justi (v) Wayne Gorbea
—Lo que dice usted (v) Larry Harlow
—Lo que le pasó a Luisita (v) La Salsa Mayor
—Mami me gustó (v) La Conquistadora
—Me boté de guaño (v) Federico y su Combo
—Meta y guaguancó (v) Orquesta Harlow
—Mi chinita me botó (v) El Gran Combo
—Mulence (v) Ismael Miranda
—Necesito una mujer cocinera (v) Larry Harlow
—No hace na’ la mujer (v) Wlindimir Y Su Constelacion
—No hay yaya sin guayacan (v) Gran Combo
—Oiga mi guaguancó (v) Orquesta Harlow
—Papaupa (v) Orq. La Renovación; Gran Combo (“Falsaria”)
—Sin tu querer (v) El Gran Combo
—Soy el terror (v) Larry Harlow
—Sueltame (v) Larry Harlow
—Tintorera ya llegó (v) Tipica 73
—Te mantengo y no me quieres (v) Roberto Roena
—Tres Marías (v) Andy Montañez
—Un amor borra a otro amor (v) Willie Rosario; Oscar D’Leon
—Yeyey (v) Sonora Ponceña
—Yo soy chambelón (v) Roberto Roena
—No quiero (v) Larry Harlow
—La cartera (v) Larry Harlow
—Popo pa mí (originalmente titulada Guaraguí) (v) Larry Harlow
—Tumba y bongó (originalmente titulada Kila, Kike y Chocolate) (v) Larry Harlow
—Llora timbero (v) Manny Oquendo
—El guayo de Catalina (v) Charlie Palmieri
—Yo no engaño a las nenas (v) Bobby Valentín
—Tumba palo cocuyé (v) Wayne Gorbea
—Jaguey Orquesta (v) Harlow con Ismael Miranda
—Como se goza en el Barrio (v) Orquesta del solar
—Juégame limpio (v) Johnny El Bravo
—Cambia el paso (v) Andy Harlow
—Se formó el bochinche (v) Johnny El Bravo
—Swing y son (v) Charlie Palmieri/ Luisito Rosario
—No me llores (v) Orquesta Harlow
—Saludo a todos los barrios (v) Orquesta Harlow
—A Belén le toca ahora (v) Yimbola combo