miércoles, 10 de septiembre de 2025

Presentación de El túnel al final de la luz en NYU


 

Sobre Nuestra hambre en La Habana


Fragmento de artículo de Elizabeth Mirabal publicado en la revista académica Cuban Studies (No. 54, 2025) en el que junto a los libros Community and Culture in Post-Soviet Cuba de Guillermina De Ferrari y Saber de ausencia: Lecturas de poetas cubanos (y algo más) de Gustavo Pérez Firmat la autora analiza mi libro Nuestra hambre en La Habana. Le agradezco a la autora haberse ocupado de mi libro con tanta sensibilidad.


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Del Risco irrumpe en la tríada que nos ocupa con la única obra que no se adscribe de manera formal al discurso crítico, pero como De Ferrari, perpetúa el entendimiento del Período Especial como un ciclo pasado, pasto de la historia. Conocido como narrador y humorista, el autor nos entrega unas memorias cuyo título—Nuestra hambre en La Habana—establece un juego intertextual con la conocida novela de Graham Greene Our Man in Havana (1958), siguiendo una tradición lúdica a la que ya había sucumbido Pedro Juan Gutiérrez con Nuestro GG en La Habana (2004). Del Risco se suma a otros intelectuales cubanos que han escrito sus memorias, ensayos biográficos o autobiografías en el exilio, como Hugo Consuegra, Lorenzo García Vega, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas y Reinaldo García Ramos. Si García Vega concentraba su propuesta en los años origenistas y García Ramos se orientaba en su salida de Cuba por el puerto del Mariel, Del Risco cuenta y evalúa sus remembranzas del "Período Especial", es decir, desde sus inicios laborales como recién egresado universitario de la carrera de Historia hasta su petición de asilo político en España en 1995.

Desde la perspectiva de su madurez, Del Risco revisita su despertar intelectual, el cual coincidió con la crisis de esta etapa, manteniendo una llamativa voluntad de no nombrar a muchas de las personas a las que alude (en especial, las de carácter negativo), pero dejando suficientes pistas para que un lector enterado las reconozca. Su detallado repaso por las transformaciones en una miríada de aspectos como el transporte público, la nutrición, el pasaje urbano, la moral cívica, el campo cultural, la economía familiar, la inmigración, la educación, la legalidad y la política, nos acerca a una incisiva descripción—por momentos rayana en el costumbrismo—de los modos de vida y la psicología social que los cubanos desarrollamos en esos años. Siguiendo la estela de la literatura ficcional de los noventa en Cuba, Del Risco continúa reparando el cráter de silencio dejado por el pálido o muchas veces inexistente registro de esos acontecimientos en los medios de prensa nacionales. En medio de un recuento donde predominan las mezquindades, las traiciones y la vigilancia, Del Risco ilumina instantes de bondad, solidaridad y complicidad. De esta manera, ofrece una historia más comprensiva y matizada que deja la sensación en el lector de haber entendido mejor la época e introduce al debate lo padecido por los humoristas, un grupo artístico muchas veces soslayado en los acercamientos críticos.

De haberse publicado antes, este libro bien pudiera haber integrado el archivo de De Ferrari, pues, aunque acompañado de una continua voz reflexiva que lo diferencia de lo que la estudiosa llama "Cuban hyperralism", Nuestra hambre exhibe la inclinación por colocarnos frente a elementos de "blunt factuality" y "sensorial overload" (165). Como Pérez Firmat, Del Risco reitera su deseo de distanciarse de Martí cuando en las primeras páginas relata cómo, ante la disyuntiva de escoger entre un empleo en el Centro de Estudios Martianos y otro en el Cementerio de Colón, decidió optar por este último. Entre Martí y la muerte, Del Risco prefirió lo segundo. El hecho de que el camposanto sea su primer trabajo—el mismo que le permite adentrarse en los archivos funerarios y descubrir las ubicaciones de las tumbas de los fusilados—, establece una metáfora entre la muerte física y literal de los que no lograron sobrevivir con la amenaza de la muerte social y simbólica de la que él, su esposa Cleo y sus amigos tratan de distanciarse organizando exposiciones, escribiendo, asistiendo al cine en medio de los sacrificios involuntarios impuestos por la pobreza.

Lo revelador de las memorias de Del Risco no es el balance de las censuras de sus proyectos artísticos o libros, ni su aprendizaje con aliento de bildungsroman, ni siquiera su redefinición del concepto guevariano de Hombre Nuevo, sino su sinceridad al presentarse despojado de credenciales heroicas y su honestidad al admitir su cuota de responsabilidad individual en acontecimientos nada edificantes como los actos del repudio contra quienes se marcharon de la isla por el Mariel. Si bien Nuestra hambre nos presenta a un joven graduado que parece decepcionado del proceso político circundante (Aquello) y que protagoniza o participa en una serie de actos de "comedida audacia", "guapería de baja intensidad" y "heroísmo de bolsillo" (291–3) — nótense los oxímoron—, Del Risco reserva para el epílogo la revelación de ese momento adolescente de una creencia lo suficientemente poderosa como para lanzar huevos contra las casas de las familias denostadas. Esa mea culpa lo coloca de cierta manera en la tradición de un libro como Informe contra mí mismo (1997) de Eliseo Alberto, pero sin la nostalgia afectiva que asoma en este.

Quien vaya a buscar en Del Risco una versión noventera de lo que Mañach acuñó como "choteo cubano", debe estar prevenido de que la suya no es una versión humorística actualizada de las desgracias cubanas, aunque habrá momentos de amarga hilaridad. Nuestra hambre pertenece al reino de la tristeza cáustica, como cuando el joven Del Risco le pregunta a la camarera del restaurante Siete Mares si los tiburones que sirven en el menú son "de balseros", a lo que ella presta anuncia que esos no llegan hasta dentro de tres meses. El autor funda aquí una alegoría antropófaga que sobrepasa a la de Saturno devorando a sus hijos, para presentarnos la idea de hijos que se devoran entre ellos.

martes, 9 de septiembre de 2025

La lápida de Cirilo Villaverde


A Ponte, que me acompañó ese día

A Tejuca, que consiguió la foto


Era 1994, Año 4 de la Gran Hambruna de los 90, y trabajaba yo como historiador del cementerio de La Habana. Uno de los tantos puestos sin sentido creados por la maquinaria del Estado al que yo intentaba darle alguno escribiendo cuentecillos en mi horario laboral al dorso de impresos amarillentos producidos por esa misma maquinaria. Eramos mis cuentos y yo mismo un subproducto de un subproducto, en el mejor de los casos. A veces sin embargo intentaba justificar mis funciones de historiador averiguando sobre tumbas en peligro de extinción de muertos ilustres para priorizar su reparación con los escasos medios disponibles. Algo así como la fama literaria literaria como plan de retiro póstumo.

El caso de la tumba del escritor Cirilo Villaverde, el más ilustre novelista local del siglo XIX, era ligeramente distinto al de otras destrozadas por el tiempo y la desgana estatal. El panteón perteneciente a su suegro, Inocencio Casanova, uno de los hombres más ricos del país en su época, se conservaba en bastante buen estado. Solo que no había señal visible de que allí estuviera enterrado el novelista. Ni lápida, ni una pobre jardinera que indicara lo que sí constaba en los libros de enterramientos. Que en diciembre de 1894 allí había sido enterrado el cadáver momificado del escritor, muerto en Nueva York en octubre de aquel año y trasladado al cementerio Colón. Tal olvido ya había sido señalado en 1912 por el historiador Emeterio Santovenia lamentándose de que en el centenario del nacimiento del escritor pinareño no hubiera en su tumba una inscripción que lo recordara. En el cuarto año de la hambruna de los Noventa, al cumplirse un siglo de la muerte de Villaverde, este seguía siendo un muerto anónimo en su propia tumba.

Quise subsanar tantos años de abandono, pero sin acudir al Estado que me pagaba el equivalente a dos dólares en salario mensual. Apelé a los mismos métodos manigüeros con los que se conseguía todo en aquellos tiempos. Los arquitectos del equipo técnico del cementerio Rafael Artime y Marcial Díaz me ofrecieron un viejo cojín de mármol ya sin tumba. Un viejo tallador de lápidas confinado al taller de construcción de tapas de sepulcros próximo a emigrar con su familia talló en la lápida reciclada el nombre del escritor, los años y lugares de nacimiento y muerte y una breve frase que le dedicara José Martí en su panegírico. La cuestión material del asunto, esa que en esa época resultaba insuperable, fue resuelta de modo más fácil del que suponía.

La cuestión simbólica resultó algo más complicada. Porque por muy underground que fuera mi homenaje no quería que quedara en cuestión personal pero en aquellos días si quería evitar el estamento oficial de la intelectualidad cubana quedaba muy poco a lo que acudir. ¿A quién le iba a interesar celebrar un lunes a mediodía el centenario de la muerte de un escritor reverenciado por pura inercia escolar pero al que nadie leía a derechas? Fui a casa de Antonio José Ponte, siempre dispuesto a echar una mano en menesteres heterodoxos. Me advirtió, no obstante, al mencionarle al principal investigador de la obra de Cirilo Villaverde en aquellos años, que el poeta Roberto Fiol no estaría dispuesto a participar en nada que le propusiera.

Desoí a Ponte y me aparecí en el apartamento del poeta para proponerle que encabezara la inauguración de la lápida. En lugar de responderme Fiol me condujo primero a su habitación para mostrarme el colchón con la mitad totalmente hundida en el que dormía su hermana y el techo desde donde habían caído unos cascotes de concreto que estuvieron a punto de matarla. El poeta también me mostró el sillón donde él mismo dormía sentado ante la falta de colchón sano. Más desgarrador aún fue sacarme al balcón donde había una gran bolsa de plástico transparente llena hasta el tope con papeles rotos.  

-Esa era mi investigación sobre Cirilo Villaverde.

Entonces me dijo que tras tanto abandono había decidido romper con todo -literalmente- y no estaba dispuesto a participar en ningún acto oficial. De nada valió que le insistiera en que en el homenaje que le proponía no estaba involucrada ninguna organización oficial. Su “no” fue tajante, inapelable, sin ser brusco. Años después supe que Fiol se había reintegrado a los actos oficiales luego de que su amigo Cintio Vitier movilizara sus conexiones para conseguirle al desencantado poeta un apartamento oficial, bastante más que lo que yo pude ofrecerle cuando lo visité.

Finalmente, el lunes de octubre de 1994 nos reunimos Antonio José Ponte, Antón Arrufat, alguien más que creo que era Ismael González Castañer y yo para inaugurar la lápida. No fuimos muy ceremoniosos como tampoco era la lápida que se limitaba a consignar

Cirilo Villaverde  

San Diego de Núñez 1812

New York, 1894

Y más abajo:

“Aprovechó para bien de su país el don de imaginar”

La frase era, qué remedio, de José Martí, el panegirista universal de aquellos años. Me faltaba bastante para descubrir que Villaverde y Martí habían tenido una agria discusión por cuestiones organizativas en 1882 y presumiblemente no se dirigieron la palabra desde entonces. Lo cierto es que el Apóstol no escribiría sobre el novelista hasta asegurarse de que este había muerto en un texto que le aseguraba la condición de “patriota entero y escritor útil”.

Aquel soleado mediodía en que nos reunimos junto al panteón de los Casanova. No recuerdo que fueramos muy ceremoniosos. Apenas se trataba de cuatro escritores desgastados por el hambre y el sol, tratando de añadirle un mármol más a aquel barrio enchapado en mármoles. Si acaso Ponte dijo unas palabras y yo leería algo que tenía preparado pero acudo aquí más a la fuerza de la costumbre que a la de la memoria. Sí recuerdo que Arrufat soltó algún que otro sarcasmo como quien complace una vieja tradición. Luego, como para justificar el viaje hasta el cementerio algún miembro de aquella breve comitiva sugirió visitar una tumba con una lápida que anunciaba guardar los restos de una tal Cecilia Valdés tocaya del personaje creado por Villaverde. Los conduje allí no sin advertirles que por los datos que había consultado en el archivo del cementerio no parecía creíble que aquella Cecilia fuera la de la novela. Pero nada seduce más a los lectores que sorprender algo de materia en un texto imaginario. Como si eso bastara para hacer al escritor menos creador, más humano.



Hace tiempo estaba por contar esta anécdota sobre la única huella concreta que dejé a mi paso por el cementerio habanero pero no me decidí a hacerlo hasta el sábado pasado. Interrogado por una amiga sobre mi intervención en la colocación de la tarja, mencionada por Ponte en un ensayo publicado por aquellos días, me encontré este texto de un historiador local en Facebook. Allí, junto a varias fotos del panteón Casanova el historiador dice que Villaverde "tiene un monumento funerario con columna conmemorativa, con una urna cineraria en su cima, símbolo de la muerte en su frente se puede leer la inscripción, “Propiedad de Inocencio Casanova 1879” y en su parte baja una almohadilla de mármol dice Cirilo Villaverde a manera de dedicatoria y nada para Emilia la gran poetisa y patriota en un segundo plano por las prácticas machistas de la época donde no eran reconocidos los valores propios de las mujeres como escritoras".

La cita anterior me obliga a aclarar que la ausencia del nombre de Emilia Casanova no refleja el machismo de una época en que nadie se ocupó de dejar memoria en mármol: ni del nombre de ella ni el de su marido. Si acaso la ausencia de Emilia refleja el machismo de mi época y el mío propio. Solo que cualquier alarde de autocrítica debe ser atenuado por el detalle de que por entonces la única manera que tenía de asegurarme que los restos de Emilia reposaban en el panteón familiar era contrastando su fecha de muerte con los libros de enterramiento y cualquier pesquisa tuvo que arrojar resultados negativos. Al morir el 4 de marzo de 1897 en Nueva York Emilia fue enterrada en un cementerio en el Bronx. No fue hasta hace unos años que supe que medio siglo después de la muerte de la patriota su hijo Narciso Villaverde llevaría sus restos al panteón familiar en el cementerio Colón.  

  

viernes, 5 de septiembre de 2025

El túnel al final de la luz en Madrid

Presentación del libro El túnel al final de la luz el pasado 11 de julio en Madrid:




martes, 2 de septiembre de 2025

Dos nadas


En estos días se cumplen 40 años que entraba en la Universidad de La Habana, en la facultad de Filosofía e Historia. Para mí en lo esencial es la fecha de inicio de cuatro décadas de amistades, unas más constantes que otras, todas entrañables, extrañables. La más persistente de ellas ha sido que he mantenido con Francisco García González, caimiteño de pro, montrealés de adopción, ahora convertido en uno de los grandes narradores cubanos de todos los tiempos con una docena de libros a sus espaldas. Y un puñado de guiones que han sido llevados a la pantalla grande y en los que, no importa lo que los directores hayan hecho con ellos, siempre laten la imaginación desbordada de Franki y la gracia con que la expresa.

Pero en aquel inicio de septiembre de 1985 no habia nadie que nos leyera el futuro. Que nos dijera que tendríamos una criatura juntos (el libro Leve historia de Cuba), que daríamos tumbos por el mundo o que nos haríamos una foto como esta en Kingston, Canadá, en 2009 durante la penúltima escapada de Franki de la isla. (De mis años universitarios no conservo la más miserable foto, si es que alguna vez tuve alguna). Daba igual lo que nos hubiera advertido el oráculo más preciso. No lo íbamos a creer. Y aunque lo hubiéramos creído no habríamos entendido nada. ¿Quién a los 17 años míos o a los 21 de Francisco entiende lo que va a ser su futuro? Todo lo que hubo ese día fue suspicacia de mi parte (“qué cara de asesino tiene ese tipo”) y generosidad de la suya. Y eso, sospecho, es lo que hay siempre en los inicios de una buena amistad: sentimientos encontrados hasta que en algún punto sentimos alinearse los afectos como los pernos de una cerradura que abre cierta puerta que no se cerrará nunca más.

P.D: La foto es de Ana Belén Martín Sevillano.

sábado, 30 de agosto de 2025

Arsenio en salsa



Parto de un post de DjAugusto Felibertt para hacer una lista nada exhaustiva de canciones del gran Arsenio Rodríguez versionadas por salseros y me encuentro más de medio centenar de composiciones. O sea, una cuarta parte del catálogo de 200 canciones conocidas del genial matancero. Como para llevarse una idea de la influencia nunca lo bastante valorada del Ciego Maravilloso en la revolución salsera del pasado siglo. (Eso sin contar las versiones rockeras (Marc Ribot) o hasta en ska que le han hecho). Que sirva de homenaje a su cumpleaños, este 30 de agosto. Aquí un playlist que me hice: Arsenio en salsa.

—72 hacheros pa un palo (v) Sonora Ponceña
—Buena Vista en guaguancó (v) Ralphy Santi; Larry Harlow
—Bruca Manigua (v) Ray Barreto
—Cachito Pa’ Huele (v) Eddie Palmieri
—Caminante y Laborí (v) Louie Ramirez
—Con un solo pie (v) Rafael Cortijo
—Dundunbanza (v) Orquesta Harlow
—El divorcio (v) Charlie Rodríguez y Rey Reyes
—El dolorcito de mi china (v) Orquesta Harlow
—El reloj de Pastora (v) Tito Rojas
—El Rincón Caliente (v) Sonora Ponceña
—Errante y bohemio (v) Ray Barreto
—La fonda de Bienvenido (v) Louie Cruz
—La vida es un sueño (v) Charlie Palmieri
—Lo que dice Justi (v) Wayne Gorbea
—Lo que dice usted (v) Larry Harlow
—Lo que le pasó a Luisita (v) La Salsa Mayor
—Mami me gustó (v) La Conquistadora
—Me boté de guaño (v) Federico y su Combo
—Meta y guaguancó (v) Orquesta Harlow
—Mi chinita me botó (v) El Gran Combo
—Mulence (v) Ismael Miranda
—Necesito una mujer cocinera (v) Larry Harlow
—No hace na’ la mujer (v) Wlindimir Y Su Constelacion
—No hay yaya sin guayacan (v) Gran Combo
—Oiga mi guaguancó (v) Orquesta Harlow
—Papaupa (v) Orq. La Renovación; Gran Combo (“Falsaria”)
—Sin tu querer (v) El Gran Combo
—Soy el terror (v) Larry Harlow
—Sueltame (v) Larry Harlow
—Tintorera ya llegó (v) Tipica 73
—Te mantengo y no me quieres (v) Roberto Roena
—Tres Marías (v) Andy Montañez
—Un amor borra a otro amor (v) Willie Rosario; Oscar D’Leon
—Yeyey (v) Sonora Ponceña
—Yo soy chambelón (v) Roberto Roena
—No quiero (v) Larry Harlow
—La cartera (v) Larry Harlow
—Popo pa mí (originalmente titulada Guaraguí) (v) Larry Harlow
—Tumba y bongó (originalmente titulada Kila, Kike y Chocolate) (v) Larry Harlow
—Llora timbero (v) Manny Oquendo
—El guayo de Catalina (v) Charlie Palmieri
—Yo no engaño a las nenas (v) Bobby Valentín
—Tumba palo cocuyé (v) Wayne Gorbea
—Jaguey Orquesta (v) Harlow con Ismael Miranda
—Como se goza en el Barrio (v) Orquesta del solar
—Juégame limpio (v) Johnny El Bravo
—Cambia el paso (v) Andy Harlow
—Se formó el bochinche (v) Johnny El Bravo
—Swing y son (v) Charlie Palmieri/ Luisito Rosario
—No me llores (v) Orquesta Harlow
—Saludo a todos los barrios (v) Orquesta Harlow
—A Belén le toca ahora (v) Yimbola combo

lunes, 25 de agosto de 2025

martes, 12 de agosto de 2025

Recordando a Pánfilo



¿Recuerdan a Pánfilo? ¿El borrachito que en el 2009 se hizo viral diciendo en un video que en Cuba había hambre? Ahora lo entrevistan y recuerda los días en que lo metieron preso y la campaña que se hizo por su liberación. Da gusto verlo, libre y deslenguado. Ese borrachito que en los cuentos le dice la verdad en la cara a los poderosos y se queda tan tranquilo. Lo triste es que lo que se ha hecho viral es el hambre de la Pánfilo hablaba en solitario en ese 2009: “pollo viejo, picadillo de soya”.

En la campaña de la que habla Pánfilo, “Jama y Libertad”, participamos muchos de muchas maneras posibles (recuerdo con especial cariño los posters de Lauzán y el jingle de Boris Larramendi) y llegamos a reunir más de cinco mil firmas, una monstruosidad para la época. Entre los firmantes, muchos de ellos muy renombrados, copio el comentario de Fernando Savater: "naturalmente, cuenta usted con mi firma para esa buena causa. Si no bastase la defensa de la libertad de expresión, saber que se trata de un borracho en apuros me hace inmediatamente simpatizar con él". “Jama y Libertad” rompió con muchísimos tabúes y su éxito impulsó otros proyectos como OZT#, la campaña que al año siguiente exigiera -también con éxito- la liberación de los presos de la Primavera Negra del 2003.

Al ser liberado Pánfilo escribió Jorge Salcedo, el coordinador de la campaña:
“No es cierta la leyenda de que a Juan Carlos González "lo sacaron de la cárcel para meterlo en Mazorra", como aún repiten algunos. A Juan Carlos González lo sacamos de la cárcel todos los que hicimos algo por su liberación (fuimos muchos) y hoy se encuentra en su casa. Habrá quien niegue cualquier relación de causalidad entre el aluvión solidario con Pánfilo desatado por esta campaña en vísperas del concierto de Juanes y la "rectificación" del gobierno cubano. Habrá quien siga repitiendo que lo sacaron de la cárcel para meterlo en Mazorra, implicando con ello que no importa lo que hagamos, que nuestra influencia en Cuba es prácticamente nula o, a lo más, contraproducente. Unos lo hacen por desconocimiento; otros, por mezquindad.
El desconocimiento es curable.
La campaña por la liberación de Pánfilo fue un éxito, y no fue un éxito aislado. Se inscribe en una tradición reciente de movilizaciones coordinadas por los cubanos en la red que ha dado resultados concretos y puede ponerse en función de metas más ambiciosas”