Hoy asistí a la conferencia que ofreció el Bildner Center de Nueva York con la presencia de Roberto Veiga, editor de la revista católica Espacio Laical. El título era “Church and State in Changing Cuba”. El mundo está cambiando, anunció el presentador Mauricio Font y ese mediodía nos íbamos a enterar cómo Cuba estaba formando parte de esos cambios. El comienzo de Veiga sin embargo no fue auspicioso. Empezó citando frases del “presidente Fidel Castro” y explicó que no había en el país nadie más capacitado para llevar adelante dichos cambios que “el presidente Raúl Castro” (aunque más adelante dijo que el impulso y eficacia del presidente se veían disminuidos por una serie de funcionarios seleccionados para las máximas instancias del Partido y el Estado que eran poco aptos y demasiado viejos. No obatante Veiga nunca se tomó el trabajo de aclarar que quien los había elegido era justamente la figura más capacitada para llevar a cabo estos cambios).
Veiga no negó en ningún momento la necesidad de cambios aunque no se extendió en decir cuáles debían ser estos. Repitió, eso sí, cómo creía que deberían realizarse tales cambios: con mucha lentitud y cautela. Y descartó por tanto la posibilidad e incluso la conveniencia inmediata de multipartidismo y elecciones libres, algo demasiado complejo para lo que en su opinión el país no está preparado. Veiga hablaba de la necesaria actitud conciliadora que debía adoptarse para realizar dichos cambios y su discurso en general estuvo trufado de términos como “perdón”, “reconciliación”, “entendimiento”. Pocas veces fue tajante y las que recuerdo fueron para afirmar (mientras movía la cabeza afirmativamente) que la mayoría del pueblo cubano estaba interesado en una solución de izquierda; que el gobierno cubano gozaba de legitimidad de acuerdo con una parte significativa del pueblo cubano; y que (mirando alrededor con los ojos abiertos como si esperara algún ataque sorpresivo) el pueblo cubano quería hacer dichos cambios sin ninguna injerencia exterior.
Asistí a la conferencia esperando encontrar en el mejor de los casos el discurso de intelectual católico más o menos autónomo ofreciendo su visión del tema. O al menos un portavoz directo y fiel de la institución que da cobijo a la revista que dirige. En cualquier caso me sentí frustrado. Si no hubiesen existido un par de pantallas a ambos lados de la mesa en que estaba sentado el panelista mostrando el título de la conferencia podía creerse que se trataba de un funcionario del ministerio cubano de exteriores de talante más bien flexible explicando la política de su gobierno para los próximos años. Sólo el uso ocasional de la tercera persona para referirse al gobierno no contribuía a alimentar esa impresión. No fue hasta los minutos finales de su exposición que el editor se refirió al papel de la iglesia en esos cambios y lo definió como el de “facilitador” de un diálogo entre el gobierno y el resto del pueblo cubano. Afirmó varias veces –y en eso también fue enfático- que la iglesia no tenía la intención ni el deseo de convertirse en poder en Cuba aunque hizo la salvedad de que si la Historia (asumo que usó las mayúsculas) determinaba que la iglesia debía asumir una posición de poder quizás no le quedaría otro remedio que hacerlo.
También aclaró que la iglesia en sus funciones de facilitadora no asumía a priori ninguna posición política. La única posición de la iglesia era “metodológica” y dicha metodología excluye la actitud de enfrentamiento y el aplastamiento del contrario y no parecía caber dudas que quienes sostienen esa actitud pertenecen en su totalidad a la oposición. Sobre el futuro de Cuba mencionó dos posibilidades sobre las que dijo que la iglesia no tenía preferencias: o se operaban los sosegados cambios anunciados en su conferencia o existía el peligro que llegaran al poder unos tecnócratas neoliberales que destruyeran lo alcanzado hasta ahora. Aunque ahora que lo recuerdo mencionó otra amenaza que había escuchado de labios de alguna fuente de inteligencia centroamericana: que las pandillas de Centroamérica esperaban un cambio de régimen para apoderarse del país.
Llegado el turno de las preguntas mencioné el mérito de haber dado la conferencia sin mencionar términos conflictivos como “dictadura” para después preguntarle cómo era posible que se pudiera intermediar entre dos partes cuando se silenciaba y descaracterizaba a una de ellas. También se le cuestionó su afirmación sobre la legitimidad de un gobierno que no ha organizado elecciones libres en 53 años, se le recordó las represiones de las últimas semanas ante el silencio cómplice de la iglesia y que en un régimen democrático incluso los que están en minoría deben tener representación pública y respetárseles sus derechos. Veiga descartó el uso de un término como “dictadura” porque –y es comprensible su razonamiento- no se intenta dialogar con alguien usando términos ofensivos. Negó el silenciamiento de una de las partes poniendo como ejemplo que ha invitado a su espacio de debates a figuras de izquierda y derecha como Alfredo Guevara y Carlos Saladrigas. Dijo estar en contra de los actos de repudio aunque quedaba claro que en ese caso hablaba a título muy personal. Y dijo que en Cuba no se reprime tanto sino más bien se coarta a las personas de hacer ciertas actividades. También afirmó que la legitimidad de un gobierno no siempre pasaba por las urnas pero para mi sorpresa no llegó a mencionar la que otorga la voluntad divina.
Al terminar la discusión me marché enseguida porque pese a la moda de la reconciliación en esos sitios no suele abundar gente con la que quedarse a conversar. Ya entraba en el elevador cuando me interpeló un señor alto y canoso. Se presentó en inglés como profesor de Ciencias Políticas y amablemente me dijo que mi intervención le había parecido interesante. Que era verdad que en toda la conferencia no se había usado el término “dictadura” (ni siquiera, ahora que caigo en cuenta, para referirse, como lo hizo el moderador, a la que dominó a Brasil entre 1964 y 1985: le llamó “régimen de derechas de carácter autoritario”). Pero lo que le parecía todavía más curioso al profesor era que el conferencista no hubiese mencionado ni una sola vez la palabra “democracia”.
P.D.: Yo tenía la sospecha de que Roberto Veiga era pariente del secretario general de la CTC hace tres décadas atrás. Ahora un amigo me confirma que el antiguo secretario de la CTC es el padre del editor de Espacio Laical. Eso no tiene mayor importancia si nos atenemos al viejo y respetable principio de que los hijos no deben cargar con las responsabilidades de sus padres pero mi amigo añade el comentario y la imagen que incluyo abajo:
Te adjunto una cita del "Cuba Annual Report, 1986" de Radio Martí. Mira lo que dice el papá de Veiga en 1986 (adjunto).
Corrían por entonces los vientos de la perestroika y la glasnot.