Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
La música estará a cargo de Yoel Díaz y su Cuarteto Cubano.
Bertrand Laverdure, el Poeta de la Ciudad, leerá un poema escrito para la ocasión.
Claude Morin, profesor ya retirado del Departamento de Historia de la Universidad de Montreal, hablará sobre el Martí del sable y la pluma.
El actor Marco Ledezma presentará un espectáculo unipersonal con textos de Martí sobre un fondo de sombras chinescas.
Habrá lectura de textos inéditos, alegóricos o no, de las escritoras Sonia Anguelova y Maya Ombasic; así como de Francisco García González y César Reynel Aguilera.
La cita es el viernes 30 de septiembre, a las 6:00 pm, en el salón de honor de la Alcaldía de Montreal.
La dirección: 275, rue Notre-Dame Est (Metro Champ-de-Mars).
Nunca un jugador
cubano tuvo comienzo más impresionante y prometedor en las ligas mayores. Debutó con veinte
años con los Marlins de Miami y meses después ya participaba en un partido de todos
estrellas. Al final de la temporada resultó siendo al mismo tiempo candidato a
novato del año y al premio Cy Young al mejor pitcher del año por la Liga
Nacional terminando primero y tercero en las votaciones, respectivamente. Tras
dos temporadas reducidas por las lesiones y la convalecencia de una operación
Tommy John en la del 2016 volvió a ser el lanzador dominante que asombró al
mundo del béisbol y que desde ya lo mencionaba como uno de los mejores
de todo el deporte, llamado a desarrollar una carrera a la altura de su
talento monstruoso, incalculable. Cada salida suya al terreno de juego en las
que desarrollaba una energía, competitividad y alegría muy poco comunes era una
fiesta en la que entraba y disfrutaba todo el que deseara ser parte de ella. Calculo
que muchos fueron los niños que se acercaron al deporte por seguir sus hazañas. Y lo calculo por la devoción con que yo mismo seguía sus actuaciones,
comprobaba sus estadísticas o admiraba sus lanzamientos hipnóticos y devastadores: con el interés que uno le dedica al deporte solo en la infancia. No me quedan dudas que su muerte ha sido una de
las mayores catástrofes de un deporte –el cubano- tan abundante en tragedias. Y
lo más triste es que allá en la isla de la que escapó siendo adolescente nunca
se darán por enterados de lo que se perdió la pasada madrugada: todo el
orgullo equívoco y la alegría genuina que nos debía una carrera que apenas
comenzaba. P.D. Como no podía ser de otro modo la página deportiva del Granma ha ignorado olímpicamente la noticia de la muerte del lanzador.
Siempre me ha
resultado sorprendente y penoso que en un país con tanta música como Cuba haya tan pocos
escritores que se ocupen de ella. Alejo Carpentier era una excepción (como lo
fue Guillermo Cabrera Infante) pero esa miopía que le impedía sopesar la
importancia decisiva de la música popular limitó muchísimo su famoso libro. De ahí
que sea tan apreciable el esfuerzo de Leonardo Acosta por dotar de una historia
coherente y bien escrita al jazz cubano. Una que se pueda leer al mismo tiempo con interés y placer. Con la sensibilidad y el conocimiento
de primera mano del músico que fue y la elegancia y precisión del escritor que
terminó siendo (recibió el premio nacional de literatura en el 2007 y el de la
música en el 2014) dotó a la música popular cubana de libros que por fin conseguían
estar a su altura. Difícil imaginar empresa mas útil o elogio mayor.
"Por
amor se está hasta matando" (“Cuba va”); "te doy una canción con mis
dos manos, con las mismas de matar" (“Te doy una canción”); "se
aprende que matar es ansias de vivir" (“Un hombre se levanta”). Es lo que llamo una educación sentimental fascista, esa que tuvimos nosotros.
Porque mientras el discurso más oficial se atenía a la letra de “La Internacional”
que abogaba por eliminar la opresión los compositores de aquellas canciones que
acompañaron nuestra infancia y adolescencia como discurso al mismo tiempo
oficioso y contestatario no se hacían ilusiones. No bastaba con abolir una
abstracción, la de la opresión misma. Había que matar. A los opresores, a sus
sirvientes y, si era posible, a todo el que le pasara cerca. Aquellos cantautores
venían a subsanar una de las mayores limitaciones del discurso comunista: no
hablar claro. Cuidadoso de las formas y con toda la humanidad como público potencial
el comunismo apenas se resignaba a buscarse enemigos de clase: todo el resto de
la humanidad era su natural beneficiaria. El fascismo -nacido justamente para
contrarrestarlo- es un comunismo cínico. Un comunismo que se asume con sus
limitaciones y su violencia esencial y sin hacerse demasiadas ilusiones: más le
valía a la humanidad que se alineara a su lado porque con el resto iba a ser
implacable. De
ahí que en los márgenes del discurso comunista del castrismo clásico empezara a
surgir este discurso sin ambages. Donde el buenismo comunista (atenuado por el pragmatismo
rabioso de Lenin) no llegaba se apelaba al discurso de regusto fascista. Donde
el “Proletarios de todos los países ¡Uníos!” o el “Pioneros por el comunismo:
seremos como el Che” se tornaban difusos e impotentes se apelaba a la barbarie
del “Si avanzo ¡sígueme!, si me detengo ¡empújame!, si retrocedo ¡mátame!” o el
caudillista “Cuando sea, donde sea y para lo que sea Comandante en Jefe:
¡Ordene!”. La letra chiquita del nuevo contrato social incluía ingentes
cantidades de sangre, una sangre que solo el discurso fascista podría conciliar
a plenitud. (Ojo: esas frases con las que hoy identificamos al stalinismo al estilo de “La muerte de un
hombre es una tragedia. La muerte de millones, estadística” son falsas
atribuciones, o en el mejor de los casos, lapsus al margen del habla pública). El
fascismo, ese romántico intento de conciliación entre el asesinato y la
esperanza tenía que provenir desde sus márgenes. Ya fuera de la boca de ese
paladín descartado que fue alguna vez el Che Guevara antes de integrarse de lleno
al culto una vez muerto (“el odio como factor de lucha; el odio intransigente
al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo
convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar") o
en el de intelectuales tratados por mucho tiempo con suspicacia y desprecio.
De
esos últimos el cantautor Silvio Rodríguez es sin dudas el caso más ejemplar. Su
destierro -temprano aunque provisorio- del favor oficial no solo creó a su
alrededor de un halo de rebeldía y resistencia un tanto exagerado. Silvio,
luego de ser aceptado inicialmente como ejemplo de hombre nuevo descubrió muy
pronto que en ese mundo nuevo “vivirle a la vida su talla tiene que doler”, que ser uno mismo es una tortura (en otra canción bajaría "el precio de ser uno mismo" a simple angustia), y que “nuestra
vida es tan alta, tan alta/ que para tocarla casi hay que morir/ para
luego vivir”. O ese final de la propia “Oda a mi generación” que
transmuta la obediencia absoluta en acto heroico al proclamar: “sé que hay que
seguir navegando/ sigan exigiéndome cada vez más/ hasta poder seguir, hasta
poder seguir,/ o reventar”. A ese Silvio atormentado acudíamos los
jóvenes y revueltos creyentes en la altura inalcanzable de esa vida a buscar
todo lo que el discurso oficial nos negaba: el sexo, la muerte, las dudas, la
desesperación, la rebeldía. Una rebeldía que resultaba a la larga una
reconciliación de todo lo inconciliable: el paraíso y el miedo; la esperanza y la
delación; la alegría y el crimen; el ansia de libertad y la sumisión.
Dicotomías que solo podían resolver el masoquismo y la esquizofrenia. O la
poesía. Soluciones oficiosas al gran problema del comunismo: cómo imponer
cierta idea de la armonía universal al mayor número de gentes sin
necesariamente contar con ellas. El
fascismo es la solución a dicho problema en la forma de romanticismo
cínico. Uno que concilia contrarios sin hacerse ilusiones: o sea sometiéndolos unos a otros. Esa alquimia táctica
que es la poesía en tiempos de Revolución se encargará de mutar una cosa en su
contrario: la muerte en vida, el odio en amor, la cobardía en valor, la
opresión en libertad. A cambio se le permite mencionar libremente la
muerte, el odio, la cobardía y la opresión con la convicción y el desenfado de
los profetas. (En nuestro contexto fue el poeta Emilio García Montiel de los primeros en desnudar tal operación en aquellos reveladores versos: "yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la mansedumbre/ con su oscura prudencia"). Ese comunismo descarnado que es el fascismo -una vez convenido
que relaciones de propiedad e ideología son la epidermis de un mismo afán de dominación- es lo que en medio de la aridez del comunismo original atrae a los elementos más díscolos
y los ímpetus menos controlables de cada sociedad. (Visto al revés el
comunismo vendría a ser un fascismo hipócrita). En favor de las autoridades cubanas hay que reconocer qu se requiere de cierta dosis de
pragmatismo, cierta amplitud de miras, para que aceptaran, en medio de la ortodoxia ideológica que alguna vez reinó, la morbosa
franqueza de este discurso. Sin embargo una vez que desde el poder se reconoce
que esa alquimia fascista no es más que la lógica secreta de su discurso
público se entiende al fin que es el medio más eficaz para reemplazar los
viejos mandamientos por las nuevas normas que él mismo promueve. Sobre todo aquellos mandamientos que nos prevenían contra impulsos tan antiguos como codiciar bienes ajenos,
robar o deshacerse del tabú que persiste en contra del
asesinato. Es el sentimentalismo brutal de las metaforas que citaba al principio el que consigue que el sometimiento a la férrea lógica del totalitarismo suene como algo indómito y glorioso.
Fragmentos de "Los comandos del silencio", la serie "infantil" dedicada al movimiento Tupamaro que usó como tema principal la pieza "Un hombre se levanta":