martes, 14 de mayo de 2024

Un cineasta en libertad


Hace apenas unos días, cuando me enteré que el cineasta iraní Muhammad Rasoulof había sido condenado a ocho años de prisión más una salvajada de latigazos, me puse a buscar sus películas. Algo más que agradecerle a la infatigable revolución iraní. Tuve suerte, en Kanopy, el servicio de streaming de las universidades está la mayoría de su filmografía.

He visto un par de películas de Rasoulof. “Isla de hierro” y “Los manuscritos no arden”. La primera es sobre una comunidad de gente pobrísima del sur de Irán que sobrevive en un enorme barco abandonado. Nada de realidades paralelas ni distopías simbólicas. Gente pobre que malvive en condiciones infrahumanas comandadas por un tipo que coordina la miseria e imparte la idea de justicia que tiene que no es tal sino lo que cree para contener la amenaza del caos. Algo ridículo y risible si no se contara con la honestidad y la tensión con que lo hace Rasoulof.

“Los manuscritos no arden”, en cambio, cuenta las peripecias de un padre con un hijo enfermo que se gana la vida persiguiendo a disidentes del régimen, torturándolos, o asesinándolos cuando es necesario. No se puede humanizar más a un verdugo que verlo preocupado por la salud de un hijo y aún así no le resta un ápice al horror de las atrocidades que comete. En este caso se trata de la persecución de un grupo de escritores “desafectos” mientras la mujer se pregunta si la enfermedad del hijo no se debe a las maldades que comete el padre para sobrevivir, auna suerte de castigo divino. Por lo demás nada que no conozca quien haya vivido bajo una tiranía: las burdas justificaciones del poder para justificar su represión -en este caso se trata de serle agradable a Alá- y el empeño que ponen los perseguidores en demostrar que sus perseguidos son gente inmoral.


De un tiempo a esta parte he visto bastante cine iraní -anterior y posterior a la revolución de 1979- y encuentro una cualidad notable en él: su libertad conectada a una seria y profunda comprensión del mundo que describe. No es un cine que parezca preocupado por las mismas cosas que desvelan a buena parte del cine mundial: entretener y asombrar. Las tomas pueden llegar a ser dolorosamente lentas, casi pornográficas, pero no se les puede acusar ni de frivolidad ni de esnobismo. También llama la atención otro detalle: la insalvable distancia que guardan los cineastas con el poder. No hay ningún guiño a viejos sueños compartidos. Ni siquiera nostalgia por una vieja luna de miel entre intelectuales y poder, si alguna vez la hubo. Puede que se deba a que el cine es la más moderna de las artes mientras que la revolución que condujo el ayatollah defendió desde un principio valores eminentemente reaccionarios frente a la modernidad que proponía el gobierno del sha, que incluso opresiva no dejaba de ser moderna.

Hoy me entero que el cineasta Muhammad Rasoulof ha respondido al inminente cumplimiento de su condena exilándose. Se rumora incluso que puede que aparezca en el festival de Cannes -estremecido ahora mismo por las denuncias del Metoo- para presentar “The Seed of the Sacred Fig” (La semilla del higo sagrado) cuyo estreno en el festival quería impedir el gobierno islámico de Irán a cambio de anularle la condena al cineasta. Una decisión tremenda para cualquier cineasta en cualquier parte del mundo por lo complejo que resulta reanudar una carrera técnica y financieramente tan exigente. Pero la tiranía iraní se la ha puesto demasiado fácil. La cárcel y los latigazos no son necesariamente la última parada del horror iraní. Hace apenas unos meses el legendario cineasta Dariush Mehrjui fue asesinado a sus 83 años junto a su esposa durante un supuesto robo en su casa con un modus operandi similar al que retrata Rasoulof en “Los manuscritos no arden”. Esperar que la realidad no retrate a la ficción que a su vez se inspira en la realidad es ser demasiado ingenuo incluso para un artista.

Discurso de graduación de Jerry Seinfeld en la Universidad de Duke, 2024

 




¡Ay dios mío! ¡Qué hermoso día! ¡Qué hermosa clase! ¡Los amamos chicos!

Estoy aquí hoy por la gentil invitación del Presidente Price y de la Junta Directiva de Duke. Después de pasar cuatro años en la que se considera una de las mejores instituciones de educación superior del mundo, aparentemente sienten que tal vez un poco de entretenimiento ligero los ayude a ustedes a darse cuenta por fin: “¿Sabes? Creo que ya he estado lo suficiente en este lugar”.

“¡Traigamos a un comediante! Rebajemos un par de niveles la sofisticación y la erudición de la experiencia Duke”.

Y pensé, “tal vez eso tenga sentido”. Tal vez la idea fue: Lo que realmente queremos es que estos muchachos se vayan de aquí. ¿Cómo darles un último empujón?

Porque lo que tal vez no sepan es que durante todo el tiempo que han estado en esta maravillosa universidad, hemos estado conociendo y hablando con otros muchachos con los que nos gustaría reemplazarlos. No porque no estuviéramos contentos con ustedes. Para nada. Han sido magníficos. Solo queríamos ver qué podemos encontrar por ahí. No quiero decir exactamente con cuántos muchachos hablamos. . . son aproximadamente esta cantidad. Y conocimos a muchos muchachos maravillosos, muchísimos. ¿Hubo algún momento en el que nos emocionó que vinieran aquí para aprender, crecer y florecer? Por supuesto que lo hubo. Pero ese tiempo ha pasado. Ofrecemos programas de posgrado en varias disciplinas diferentes si ustedes y sus padres quieren estirar su tremenda inutilidad durante unos años más.

No puedo imaginar lo hartos que están de oír hablar de seguir su pasión. Yo digo, al diablo con la pasión. Encuentren algo que puedan hacer. Eso sería genial. Si intentan algo y no funciona, también está bien. La mayoría de las cosas no funcionan. La mayoría de las cosas no son buenas. Esto ya lo han aprendido durante su corta vida. Salen de casa. Vuelven. ¿Cómo estuvo la fiesta? Eh... no estuvo mal.

Por eso todo el mundo se esfuerza tanto por entrar aquí. Duke en realidad es buena. La universidad es el botón cuadrado para discapacitados que abre las puertas a la vida. A menos que sean esas pesadas puertas de madera de Western Union, porque esas te matarán. Dejen de lado esta idea de que tienen que encontrar esa gran cosa que es “mi pasión, mi gran pasión”, con la camisa abierta y los pectorales hinchados. Eso da pena. Simplemente estén dispuestos a hacer su trabajo lo más duro que puedan con toda la capacidad que tengan. No necesitamos la respiración agitada y los brazos extendidos de la pasión. No incomoden a los compañeros de trabajo del cubículo de al lado. Busquen algo que los fascine. La fascinación es mucho mejor que la pasión. Y no hace sudar tanto.

Les daré mis tres verdaderas claves en la vida. Esta parte es en serio. Las claves son: Número uno, rómpete el culo. Número dos, presta atención. Número tres, enamórate.

El número uno, obviamente ya lo conocen. Hagan lo que hagan (no me importa si es el trabajo, un pasatiempo, la pareja o conseguir una reserva en M Sushi), hagan un esfuerzo. El simple esfuerzo puro, estúpido, sin tener una idea real de lo que están haciendo, siempre produce un valor positivo, incluso si el resultado es lo opuesto de lo deseado. Esta es una regla de vida. “Hazle swing a la pelota y reza” no es un mal enfoque para muchas cosas.

Número dos. Presten atención. Si están en un pequeño sumergible que parece una ocarina gigante y van a visitar el Titanic, a siete millas de profundidad en el fondo del océano, y el capitán del barco está usando un controlador de Game Boy, presten atención a eso. ¿Qué están mirando ahí abajo? Oh, ya veo lo que pasó: este barco se hundió. Ahora entiendo por qué nunca llegó a puerto. Si los peces a tu alrededor tienen los ojos como Shelley Duvall y una linterna de seguridad colgando de la cabeza, no deberían estar allí. Si los peces dicen: "No puedo ver nada", ustedes tampoco lo verán.

Número tres. Enamórense. Es fácil enamorarse de la gente. Sugiero enamorarse de cualquier cosa, cada vez que puedan. Enamórense de su café, de sus zapatillas, de su plaza de parqueo para discapacitados. Me he divertido mucho en la vida enamorándome de objetos físicos estúpidos y sin sentido. El objeto que más me gusta es el bolígrafo Bic transparente: 1,29 dólares la caja de diez. Puedo enamorarme del interruptor del intermitente de un automóvil, de una masa de pizza que se hunde con la cantidad justa de presión. Realmente he pasado mi vida enfocándome en las cosas más pequeñas imaginables, completamente ajeno a todos los grandes problemas de la vida. Encuentren algo en lo que les gusten las partes buenas y no les importen demasiado las malas. Busquen una tortura con la que se sientan cómodos. Este es el camino dorado hacia el triunfo en la vida. El trabajo, el ejercicio, las relaciones, todos tienen un componente de pura tortura, y todos valen la pena al mil por ciento.

Privilegio es una palabra que ha sido vapuleada últimamente. El privilegio hoy parece ser lo peor que puedas tener. Me gustaría tomarme un momento para defenderlo. Una vez más, muchos de ustedes estarán pensando: No puedo creer que hayan invitado a este tipo. Demasiado tarde. Les digo: usen su privilegio.

Crecí siendo un niño judío en Nueva York. Ese es un privilegio si quieres ser comediante. Si contaba una historia graciosa a mis familiares, ellos decían: “¡Así no se cuenta ese chiste! ¡La prostituta tiene que estar detrás de las cortinas cuando entre la esposa!”

Vinieron a Duke. Ése es un privilegio increíble. Ahora tengo un doctorado honorario en humanidades y, si puedo descubrir cómo usarlo, lo haré. No lo he descubierto todavía. Creo que es tan útil en la vida real como este batilongo de graduación que llevo puesto. ¿Y qué? Me lo llevo. Mi punto es que nos avergonzamos de cosas de las que deberíamos estar orgullosos y orgullosos de cosas de las que deberíamos avergonzarnos. Cuando estaba escribiendo mi serie de televisión, teníamos muchos chicos de Harvard. Eran fantásticos, pero nunca pude entender por qué estos chicos estaban tan avergonzados de haber estudiado en Harvard. Nunca hablaban de eso. Nunca lo mencionaban. No me refiero a Harvard ahora, me refiero a como era antes. No lo creerán: Harvard solía ser una gran universidad. Ahora lo es Duke.

No oculten su fabulosa educación. Se la han ganado. Estén orgullosos de ella. No se lo digan a la gente con quien juegas al pickleball justo antes del sacar: "¡Hey, ahí va un saque de Duke '24!" Pero si surge algo, si alguien les pregunta, no lo digan mirando hacia abajo, hundiendo el dedo gordo del pie en el suelo. Cuando alguien pregunte: "¿A qué universidad fueron?" digan: "Fui a Duke". Observen bien cómo tragan en seco.

La IA, por otro lado, es lo más vergonzoso que jamás se haya inventado durante el tiempo que lleva la humanidad sobre la Tierra. Oh, no pueden hacer ese trabajo. ¿Es eso lo que me están diciendo? ¿No tienen idea? Ésa parece ser la justificación de la IA: no podemos hacerlo. Esto es algo de lo que avergonzarse. La campaña publicitaria de ChatGPT debería ser lo opuesto a la de Nike: simplemente no puedes hacerlo. Hacer cerebros falsos es arriesgado. Frankenstein lo demostró. Era tan tonto que pensó que un monstruo necesitaba una chaqueta deportiva. Y no se trataba de una cata de vinos: estaban aterrorizando a los aldeanos. Nadie les diría: "Lo siento, señor Stein, esta noche sólo pueden entrar con chaqueta". Lo que me gusta es que somos lo suficientemente inteligentes como para inventar la IA, lo suficientemente tontos como para necesitarla y más estúpidos todavía como para no poder determinar si hemos hecho lo correcto.

Hacer el trabajo más fácil, ese es el problema. Estar obsesionados con llegar a la respuesta, completar el proyecto, producir un resultado, cosas válidas todas. Pero no es ahí donde radica la riqueza de la experiencia humana. Las únicas dos cosas a las que debes prestar atención en la vida son el trabajo y el amor. Cosas que se autojustifican con experimentarlas, y ¿a quién le importa el resultado? Dejen de apresurarse hacia lo que percibe como un fin exitoso. Aprendan a disfrutar del gasto de energía que puede o no hacerse en la dirección correcta.

Ahora, si han estado en este increíble lugar durante cuatro años y aún no tienen idea de lo que les gusta, lo que les interesa o lo que quieren hacer en la vida, son los más afortunados de todos. Aquellos de ustedes que piensen que saben lo que quieren hacer probablemente estén equivocados y tal vez incluso sobreestimen su capacidad para hacerlo. Están convencidos de que saben quiénes son y qué está pasando en el mundo, pero no lo saben. Cuanto menos seguros y confiados se sientan en la dirección en que van, más sorpresas y emociones tendrán. Eso es bueno. Entonces, cuanto más pronto hayan conseguido encontrar su camino, más aburrida y predecible será su vida. Si hoy están sentados aquí completamente confundidos, sintiéndose perdidos, a la deriva y totalmente abandonados, es posible que incluso sean unos barcos. Yo los felicito. Son los ganadores de la graduación de Duke de 2024. Están a punto de emprender un viaje increíble.

Respecto al trabajo, ¿saben lo que siempre dicen?: “Nadie mira hacia atrás en su vida y desearía haber pasado más tiempo en la oficina”. ¿Por qué? ¿Por qué no lo hacen? ¿Adivinen qué? Depende del trabajo. Si aceptan un trabajo estúpido que odian y no lo dejan, es culpa de ustedes.

No culpes al trabajo; el trabajo es maravilloso. Definitivamente no recordaré mi vida deseando haber trabajado menos. Si no es así como te sientes en el trabajo, renuncia. En tu hora de almuerzo, desaparece. Haz que la gente diga: "¿Qué le pasó a ese tipo?" "No sé. Dijo que salió a buscar algo de comer y nunca regresó”.

Lo único que sé sobre la pandilla que está aquí: todos ustedes son abejas obreras. Y lo digo como el mayor cumplido. Amo las abejas. Sociedad hermosa, asombrosa y elegante. Hice una película de dibujos animados sobre abejas que quizás hayan visto cuando eran niños. Si alguno de ustedes se sintió un poco incómodo con el trasfondo sexual en la relación entre Barry the Bee y Vanessa, la florista que le salva la vida, me gustaría disculparme ahora. Puede que no lo haya calibrado perfectamente. Pero yo no lo cambiaría.

Y este es probablemente el punto más importante que me gustaría plantearles hoy aquí en relación con el humor. Voy a intentar comunicarme con un par de generaciones para contarles lo más importante que sé sobre la vida. Tengo 70 años. Ya estoy de salida. Ustedes recién están comenzando. Sólo quiero ayudarlos. La sensación un poco incómoda que causa el humor está bien. No es algo que deban arreglar. Admiro totalmente las ambiciones de su generación de crear una sociedad más justa e inclusiva. Creo que también es maravilloso que se preocupen tanto por no herir los sentimientos de otras personas en millones de maneras en las que todos lo hacemos, cada segundo de cada día. Es lindo querer arreglar esas cosas, PERO—todo en mayúsculas—PERO, hay algo que necesito decirles como comediante: no pierdan el sentido del humor. No pueden tener idea en este momento de su vida de cuánto van a necesitarlo para salir adelante. La vida no tiene suficiente sentido para que puedan sobrevivir sin humor. Y sé que todos ustedes aquí van a utilizar todo su cerebro, músculos y alma para mejorar el mundo, y sé que van a hacer un trabajo excelente. Y cuando estén al final de sus vidas, como lo estoy yo ahora, apuesto que el mundo, gracias a ustedes, será un lugar mucho mejor. Pero incluso así no tendrá mucho sentido. Será un desastre mejor, diferente, pero aún así será bastante loco. Y vale la pena soportar alguna incomodidad para a cambio de unas risas. No pierdan eso. Incluso si es a costa de resentimientos ocasionales, está bien. Tienen que reírse. Eso es lo único que al final de sus vidas no desearán haber hecho menos. El humor es la cualidad más poderosa y esencial para la supervivencia que jamás tendrán o necesitarán para navegar a través de la experiencia humana.

La otra cosa que veo que desconcierta a mucha gente hoy en día es pensar: "Tengo que ganar tanto dinero como pueda". Personalmente creo que el verdadero juego es: quiero tener el mejor trabajo. Cuando comencé como comediante, no pensaba que fuera gracioso. Pensé que era un poco gracioso, pero que tal vez no tendría que ser tan gracioso. Sólo tenía que ser lo suficientemente divertido como para alimentar a una persona. Y podía hacerlo con una barra de Wonder Bread y un frasco de mantequilla de maní. Una barra de pan y un poco de mantequilla de maní. Ese era mi plan real. Eso es lo que piensas cuando no tienes una educación de Duke. Sólo quería tener este trabajo cool. Y cool es una palabra que no se define fácilmente. Realmente es lo que crees que es cool. Simplemente elijan lo que crean que es mejor. Eventualmente ganarán dinero, de alguna manera. Intenten no pensar tanto en ello. Veo que esto confunde mucho a la gente. Déjenlo un poco a un lado. No piensen en tener, piensen en llegar a ser. Tener está bien, pero concéntrense en llegar a ser. Ahí es donde está todo.

Y sé que ni siquiera están escuchando este discurso. Está bien. Yo tampoco lo haría. Se están graduando, están pensando en ustedes mismos o revisando el móvil para ver por dónde anda el camión de mudanzas, y todo eso está bien. Pero no pierdan el humor. Olvídense del resto, del título y del privilegio. A todos los que están aquí les irá fantásticamente bien sin nada de eso. Todos ustedes, sin lugar a dudas, son los mejores de los mejores. Simplemente no pierdan el humor. No es un accesorio, es la botella de agua en el largo y brutal camino de la vida. Y el humor nos da la verdadera perspectiva de la tontería de todos los humanos y de toda la existencia. Por eso no deberán perderlo. Intenten disfrutar algo la tontería de todo esto. Y les deseo suerte y amor. ¡Gracias por el título falso y el batilongo ridículo!

¡Felicitaciones, Duque 2024!

lunes, 13 de mayo de 2024

El turno del ofendido*

  

Por Enrique Del Risco


Nunca ha sido tan fácil ofender en las universidades como ahora: un nombre mal pronunciado o atribuido al estudiante equivocado; la lectura de un texto con autores o protagonistas blancos; elogiar la pronunciación en inglés de un estudiante no nativo; asumir cualquier cosa sobre un estudiante de determinada etnia, incluido que habla la lengua de sus padres; o, por supuesto, usar el pronombre equivocado. Cualquiera de esos casos conlleva el pecado mortal de microagresión. Incluso preguntarle a un estudiante por su procedencia parece ser la antesala de una microagresión si no lo es la propia pregunta. ¿Quién sabe con qué aviesas intenciones se le pregunta a alguien por su lugar de origen? Confieso que lo hago continuamente para tener más información sobre el estudiante que me permita tener una comunicación más concreta y personalizada, pero siempre puede haber quien descubra que mis supuestas buenas intenciones ocultan otras mucho peores de las que yo no tenía la más leve sospecha.

Pues bien, hoy toca hacerme el ofendido. Eso sí, no me dedicaré a sorprender oscuras intenciones en la ofensa. Me remito a los hechos. Se trata del libro de texto Experiencias de enseñanza del español a nivel universitario publicado por la editorial Wiley. En una de sus secciones, dedicada a presentarles a los estudiantes el país del que procedo, Cuba, hay un párrafo que resume la vida del mayor y más dañino dictador de mi país. Solo que no le llama “dictador” sino “comandante de la Revolución Cubana” y “líder principal” y la selección que hace de sus hechos vitales es, cuanto menos, curiosa. De su tormentoso paso por los centros de estudios que incluye atentados contra compañeros suyos apenas se dice que en 1944 “se le considera el mejor atleta del año en su institución”. Se especifica que “recibe su doctorado en la Facultad de Leyes de la Universidad de La Habana en 1950” y “se dedica a trabajar [como abogado, se sobreentiende] en defensa de los pobres”. Sin embargo, a continuación, se ignora el asalto a un cuartel del ejército que encabezó en 1953 (¡aunque entre los días festivos del país se incluyen el 25, 26 y 27 de julio con la intrigante explicación “festejos por el 26”!) para decirnos que “de 1956 a 1959 lucha contra el gobierno de Fulgencio Batista y en el año 1959 asume el poder”.



No se mencionan en el breve texto sobre el “líder principal” de la “Revolución Cubana” ni los miles de ejecuciones y asesinatos extrajudiciales que se cometieron bajo su mando, ni las decenas de miles de prisioneros políticos que han pasado por las cárceles cubanas ni los millones de cubanos que han tenido que emigrar desde que Castro nacionalizara la industria y tomara “el control de las propiedades y de la agricultura”. A los millones de exiliados —detalle insoslayable en la demografía del sur de la Florida— se les despacha diciendo que “muchos cubanos de la clase media salen del país y muchos de ellos tienen una comunidad activa anticastrista en la ciudad de Miami, Florida”. Deja fuera el libro de Wiley el detalle de que la emigración cubana no se limitó ni a aquellos primeros años ni a la clase media ni mucho menos menciona las penalidades que la mayoría de los cubanos de todas las clases sociales han debido soportar tanto para escapar del país como para seguir viviendo en él.



Nada se cuenta en Experiencias de la sistemática destrucción de la economía cubana, de la miseria organizada de las primeras décadas (y totalmente fuera de control de las últimas), del control de la economía por los militares y de todos los medios de difusión por el Estado, de los campos de concentración para homosexuales, de los actos de repudio, del exterminio inicial de la sociedad civil, de la represión inmediata contra cualquier intento de protesta y del absoluto irrespeto por los derechos humanos y civiles de todos los cubanos y especialmente de los que tratan de resistir las imposiciones del régimen. No obstante, en la sección dedicada a Cuba de Experiencias se encuentra espacio para hablar del sándwich cubano “popular en Miami y Tampa” que en Cuba “es llamado simplemente sándguich”. O en un breve párrafo dedicado a los “Cubanos en Miami” se evoca la canción “Gozando en La Habana” que “parece burlarse de los cubanos que viven en Miami”. (El estribillo de la canción, no mencionado en el texto, dice “Tú llorando en Miami/ yo gozando en La Habana”). 

¿Les parecen argumentos suficientes para entrar en el competitivo deporte de las microagresiones? Pero no se trata solo de que un libro de texto oficial para estudiantes de español de primer nivel se dedique a ofender con eufemismos y mero desprecio de la realidad a una de las comunidades de hispanohablantes más antiguas, numerosas e influyentes del país y de tergiversar las circunstancias por las que sus miembros tuvieron que emigrar y que siguen oprimiendo su país de origen. Se trata también de la normalización de un sistema de cosas que serían inaceptables —de ser explicadas en su durísima realidad— para los propios estudiantes a los que se les imparte la materia. Porque cuando el “tipo de gobierno” existente en Cuba se clasifica como “república socialista” se le concede un estatus folclórico y exotizante a un régimen cuyo poder político real no recae en el pueblo sino en una misma familia durante más de sesenta años. Porque, a pesar de todos los subterfugios a los que acudió Experiencias, no encontró ninguno que escondiera el detalle de que Fidel Castro dominó Cuba durante 49 años y que a su salida del poder se lo cediera a su hermano menor.


Como toda relativización de la desdicha ajena, apaciguar esa hiriente realidad con platos típicos, fiestas patronales y eufemismos como lo hace Experiencias oculta a duras penas un profundo desprecio por los sujetos de esas páginas. Como al considerar “normal” o “típica” la situación de la mujer en el mundo musulmán, la de los homosexuales en Irán o la de las minorías étnicas o políticas en China bajo el argumento “a ellos les parece bien así” se ejerce una manera de racismo. Aunque más sofisticado que el racismo tradicional, viene a decir lo mismo: “ellos no son como nosotros”. En el caso cubano, esa percepción no se limita al triste ejemplo del libro editado por Wiley. El diferendo con sucesivas administraciones norteamericanas, unido a cierta complicidad ideológica (¿se imaginan un libro de texto en el que a Augusto Pinochet se le trate de otra manera que como dictador?) propicia que en cualquier descripción de la historia reciente se disimule el carácter esencialmente opresivo del régimen cubano, cuando no se pone como ejemplo en temas como la salud pública, el derecho al aborto ¡o hasta el trato a los homosexuales! como no se cansa de publicitar el profesor de Princeton Rubén Gallo, pese a todas las evidencias en su contra. Y si trabajo les cuesta escribir las palabras “dictadura” o “represión” ¡hay que ver la facilidad con que pronuncian la palabra “embargo”, de efectos tan sedantes en todo lo que concierne a Cuba!

Pero la minimización de los desmanes del autoritarismo en otras latitudes tiene una secuela todavía más perversa que negarle la humanidad plena a quienes viven bajo estas circunstancias o han escapado de ellas. También amenaza con socavar los laboriosos avances que en materia de derechos humanos y civiles se han conseguido en estas tierras y hasta la base de la democracia que garantiza nuestra existencia. Porque no se puede subvalorar la importancia de los derechos individuales o del equilibrio de poderes en otro país impunemente. Por esa vía se llega sin dificultad a la conclusión de que basta poner todo el poder en las manos correctas para que el indeciso estado de cosas en que vivimos hoy encuentre una estabilidad definitiva.

En fin, que yo también soy capaz de ofenderme. Pero si voy a hacerlo prefiero que sea a lo grande.


*Publicado originalmente en Hispanic Outlook on Education Magazine 

martes, 7 de mayo de 2024

La noche que David dijo NO


Las noches de filin de David Oquendo son una de las armas secretas con que cuentan los cubanos de Nueva Jersey para enfrentar la nostalgia y la disolución. Sobrevivientes a dos cierres de restaurantes (Trova en North Bergen y Manchego en Union City) Las noches de filin en el restaurante The Cuban Around the Corner en Bergenfield son el tercer avatar filinesco de este músico todoterreno. Durante nueve años (1996-2005) Oquendo animó las legendarias Noches de la Rumba en el desaparecido bar La Esquina Habanera, con su conjunto, Raíces Habaneras, que le valió una nominación a los premios Grammy. Versatilidad y persistencia son dos de las marcas de distinción de un músico que le ha dado nueva vida a viejos géneros cubanos dirigiendo lo mismo tríos de son que orquestas de salsa. No se podrá escribir la historia reciente de la música cubana en Nueva York y alrededores sin mencionar el nombre de David Oquendo.

Pero incluso Las noches de filin son algo distinto en la carrera de David Oquendo. Protagonista en solitario -aunque suele contar con invitados de lujo como el percusionista Vicente Sánchez o el virtuoso Paquito D’Rivera- nada como estas noches para apreciar el profundo conocimiento y amor de Oquendo por el cancionero cubano y la amabilidad sin límites con que lo prodiga. David lo mismo complace las más recónditas peticiones del público que pone a prueba sus conocimientos musicales. En esas descargas, mientras los nostálgicos rememoran las del Pico Blanco habanero, mis hijos han hecho suyo uno de los cancioneros más hermosos compuestos en la lengua de sus padres.

No debo dejar de mencionar que David Oquendo es abakuá, condición que encarna en su sentido original de estricto código ético de respeto minucioso a sí mismo y a sus semejantes. La amabilidad de Oquendo es tan inagotable como meticulosa es su resistencia frente a cualquier imposición externa. Fue esa actitud la que lo llevó a pasar años de prisión por negarse a participar en la aventura castrista en Angola o, desde su salida de Cuba, a no olvidar las razones de su exilio.

El público de Oquendo en sus Las noches de filin lo componen tanto viejos conocidos como el público ocasional de todas partes de Hispanoamérica que acude a celebrar algo en los restaurantes donde toca. Oquendo, siempre atento a los deseos de los presentes, junto al repertorio usual de monstruos del filin -ese fecundo apareamiento entre el bolero y el jazz- como José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz o Marta Valdés, incluye en sus presentaciones temas de compositores mexicanos, boricuas o de cualquier otra parte del continente envueltos siempre en la calidez de su guitarra y su sonrisa.

Doy todos estos antecedentes para que se entienda mejor lo ocurrido el pasado sábado cuando, desde una de las mesas de restaurante, se empezaron a escuchar gritos de “¡Silvio! ¡Silvio!”. Esos gritos nos despertaban de la utopía filinesca que Oquendo nos ofrece para recordarnos que, en el mundo hispanohablante, un cubano con guitarra sentado en una banqueta se asocia casi automáticamente con Silvio Rodríguez, el músico con menos “filin” de aquella isla: un compositor de contorsionadas metáforas ya depuradas de la gracia que durante siglos ha distinguido la música cubana. Sin mencionar las resonancias políticas que el nombre de Silvio puede traerle a un viejo exiliado.

Al principio el amable David jugó a no entender de qué le hablaban. Los peticionarios, que suspenderían cualquier examen de sutilezas por fácil que estuviera, insistían canción tras canción. “¡Silvio, Silvio!”. Primero Oquendo adujo falsamente que no conocía sus canciones pero cuando los otros machacaron “Silvio, ‘Ojalá’” el músico completó.

-Ojalá que se muera.

A continuación les explicó a los hermanos latinoamericanos lo que significaba para él, exiliado cubano, complacer la petición que tan alegremente le pedían: lo insultante que le era que le exigieran canciones de un servidor del mismo régimen que lo había desterrado. Y los cubanos presentes aplaudimos a Oquendo con el mismo entusiasmo con que el variopinto público del bar de “Casablanca” se puso a entonar La Marsellesa en aquella famosa escena.

Hasta el fin de la primera parte del espectáculo la sonrisa se borró de aquellos labios que narraban amores bien o mal correspondidos. Cuando David dejó de cantar y fui a ofrecerle mis condolencias me dejó claro que su discordia con el famoso cantautor iba más allá de la abstracta cuestión política.

-Silvio Rodríguez es un traidor para mi generación. La primera vez que caí preso, a los trece años, fue por cantar una canción suya: "Resumen de noticias". La canté en un evento de mi ESBEC y terminé en Villa Marista.

Sí, porque alguna vez las canciones de Silvio fueron lo más contestatario que podía imaginar un joven cubano. Pero eso fue mucho antes de que se convirtiera en el más eficaz propagandista del mismo régimen que perseguía sus canciones más honestas.

Luego de su habitual descanso, David volvió a cantar, más distendido, y cuando le pedimos en broma que cantara “Ojalá” su sonrisa de siempre volvió a aparecer.

Todo quedaría como un incidente que apenas afeó una de Las noches de filin, arma secreta de los cubanos de Nueva Jersey. Pero entonces le da a uno por buscarle sentido a la conducta de alguien para quien la música es inseparable de su experiencia vital y su conducta ética. Así se comprende qué es lo que diferencia a un artista de un simple entretenedor 
("un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva" como diría el cantor), por mucho que este domine su oficio.

Porque tratándose de arte -no importa lo que digan los capitalistas- el cliente no siempre tiene la razón.

domingo, 5 de mayo de 2024

Yesenia Selier o el saber en movimiento*

Fotografías de Geandy Pavón

Con nombre como de anagrama de río ruso Yesenia Selier es lo más cerca que he conocido de un perpetuum mobile, la máquina imposible con la que los físicos todavía sueñan. Bailarina, educadora, investigadora, promotora cultural, perpetua era la agitación de Yesenia, perpetua su alegría, sus creaciones alimentadas por una fuente de energía que parecía inagotable. De ahí que nos resultara a los que la conocíamos tan inexplicable que pusiese fin a su vida el pasado 22 de octubre con solo 48 años de edad. Con el egoísmo de los vivos, de los sobrevivientes, no dejaremos de echarle en cara que aquella noche de domingo decidiera privarnos de la infinita vitalidad que irradiaba.
Negra, cubana, intelectual, madre de trillizos, artista, bruja, era la tarjeta de presentación de una vida desbordada que la propia Yesenia no sabía cómo acotar. Había nacido en La Habana el 12 de abril de 1975 para luego pasar parte de su infancia en el pueblo de San Diego de Núñez, la patria diminuta del gran novelista cubano del siglo XIX Cirilo Villaverde. Esa experiencia infantil en un rincón de Pinar del Río la puso en contacto íntimo con la naturaleza, una naturaleza con la que sus ancestros desde siempre habían mantenido diálogo extenso y nutritivo. En ese sentido la fortuna de Yesenia fue doble: por lo que le venía de nacimiento y porque de regreso a La Habana pasó a vivir en El Vedado, justo enfrente de la casa de cultura municipal donde además de ser cuna de un famoso festival de jazz anual, el Jazz Plaza, era la sede de un proyecto de enseñanza de bailes afrocubanos. Allí Yesenia siendo niña tomó clases de baile y de teatro llegando a participar en presentaciones infantiles junto al reputado Conjunto Folklórico Nacional de Rogelio Martínez Furé.

Yesenia, mujer tan de espíritu como de cuerpo, terminó graduándose de Psicología en la Universidad de La Habana pero ningún pergamino con letras góticas bastó para retenerla como examinadora de angustias ajenas. Partícipe ubicua del movimiento cultural afrocubano que se empezó a gestar en la década de los noventa Yesenia ayudó a darle forma y consistencia con reflexiones que fue madurando en aquellos años: la primera ponencia que incluye su currículum lleva un título revelador: “Identidad y subjetividad: los negros cubanos”. Y premonitorio, porque las preocupaciones anunciadas en esa ponencia inicial no la abandonarían el resto de su vida. Luego escribiría que en Cuba “lo negro continúa siendo mayormente pensado por intelectuales blancos; reinventado por los poderes y saberes en cuanto aspecto sea posible imaginar” y nunca renunció a contrariar aquella visión ajena y condescendiente.



Al graduarse en 2000 Yesenia ya era una experimentada promotora y estudiosa del rap nacional, género que llevaba tres lustros de tortuosa pero prometedora existencia en la isla. Unos meses después de recibir su diploma de licenciada en sicología Yesenia se graduaba a su vez de madre de trillizos. Pero lo que dominaría la vida profesional de Yesenia fue su pasión por el baile. El baile, con sus exigencias físicas pero también intelectuales se ofrecía como campo propicio para un ser tan expansivo como ella. Junto con la música que lo incita, el baile es religión oficial entre cubanos. Falso que todos bailen en la isla: en Cuba se baila bien o no se baila. Allá, los parias incapaces de mover los pies con cierta sincronización, se apartan del centro de la fiesta para, desde su destierro en las orillas, burlarse de los pocos infelices que se atreven a exhibir su torpeza danzaria, casi siempre extranjeros. El bailador en Cuba es cosa silvestre, sin escuelas ni academias. Allá, o se nace para bailador, o algún condiscípulo compadecido dedica los ocios escolares a remediar la falta de talento que la naturaleza no te dio. En Cuba hay muchas más academias de bailes regionales españoles o de ballet que de ritmos cubanos. Como si se asumiera que los ritmos locales te vienen desde la cuna o no te quedará otro remedio que envidiar a los afortunados desde los rincones de la fiesta. De ahí la tremenda suerte que Yesenia desde niña encontrara buenos maestros que guiaran sus pasos.

Cuando Yesenia se profesionalizó como bailarina decidió llevar al plano del baile las costumbres analíticas adquiridas en las clases universitarias. Y cuando más adelante ingresó a un doctorado en la New York University su tema de investigación inicial fue precisamente la profesionalización de las danzas afrocubanas en la figura de las rumberas que inundaron las pantallas de la época de oro del cine mexicano. En un país donde el baile popular es religión resulta paradójico que apenas existan estudios comprehensivos sobre sus diferentes manifestaciones: a la incapacidad para valorar algo que parece parte de la naturaleza misma del pueblo se suma el típico desdén intelectual ante la cultura popular: “la centralidad de la noción de ‘alta cultura’, denotada por los cánones artísticos occidentales en nuestra apreciación del arte” se quejaba Yesenia, impedía a muchos intelectuales locales acercarse a esos fenómenos culturales con el respeto que merecían. Ella misma, ajena a cualquier prejuicio, era una de las llamadas a llenar ese vacío.


Su inmersión en las religiones afrocubanas le permitió a Yesenia reunir conocimiento de primera mano sobre la importancia esencial de estas en la coreografía de las danzas populares y su significado y sentido. El baile de Yesenia era saber en movimiento. Por eso cuando en 2014 Wynton Marsalis y Chucho Valdés preparaban el estreno mundial de la obra “Ochas” en el prestigioso Jazz at Lincoln Center la elegida para bailar la danza dedicada a Yemayá fue Yesenia, cometido que encarnó con una precisión y una gracia únicas. Al año siguiente la conocida artista visual Teresita Fernández al crear su instalación Fata Morgana en Madison Square Park también invitó a Yesenia junto a un grupo de bailarines a su cargo. Esta vez se trataba de interpretar a los principales orishas de la religión yoruba de los que la bailarina se reservó el papel de Oshún. A la orisha de la fertilidad y feminidad Yesenia supo sumarle, además de la proverbial sensualidad de la diosa, una destilada elegancia. Esa comprensión del profundo sentido ritual de las danzas africanas trasplantadas a América no siempre fue imitada por sus colegas, anticoloniales en teoría pero colonizados (o colonizadores) en la práctica. Así le ocurrió en el 2022 en el Smithsonian National Museum of African Art institución donde Yesenia había sido designada directora de Religiones Afro-Globales. Allí la directora del museo, empeñada en mostrar su visión de “qué es un museo de arte africano en el siglo XXI”, no supo encontrarle acomodo a todo el saber que Yesenia —quien siempre supo conciliar modernidad y tradición— le ofrecía.

Yesenia emigró a Estados Unidos en 2004 y no mucho después se casó con el intelectual cubano-americano Ariel Fernández. Su proceso de adaptación a una nueva realidad debió haber sido difícil, pero cuando la conocí, poco después, parecía que llevaba toda una vida acá y yo era el recién llegado: ya para entonces Yesenia tenía revolucionado el condado de Hudson con sus clases de danzas afrocubanas y de salsa para niños y jóvenes. Con el carisma y el ímpetu que nunca la abandonaron se hacía cómplice indispensable de todo el que la conociera. Escuchar su lista de proyectos daba vértigo. Y todavía más si comprendías que Yesenia no era de los arquitectos a tiempo completo de castillos en el aire. Si múltiples eran sus intereses y su ambición su capacidad de llevarlos a cabo no era menor. Desde fundar compañías de baile y crear coreografías hasta escribir y montar obras de teatro, desde realizar producir documentales a protagonizar videos musicales con la asistencia de sus talentosos hijos. Yesenia parecía una inagotable fuente de energía, de conocimiento, de vida, de movimiento. De todo eso nos alimentábamos dándolo por sentado, como si Yesenia compartiera la fuerza silvestre de sus bailes o los poderes sobrenaturales de las orishas que encarnaba.

La inmigrante, madre de trillizos, obtendría un master en el Center of Latin American and Caribbean Studies de NYU y a continuación entró en su programa de doctorado de la misma universidad. Pero el exigente régimen de estudios no consiguió apartarla ni de sus ocupaciones como madre, otra vez soltera, ni de las abundantes proyectos u obligaciones que se imponía. La última década fue la más prolífica de su intensa carrera. Años en que recibía una beca tras otra y difundía su visión sobre la danza afrocubana en lugares tan distantes entre sí como México, Grecia y Brasil. Y nada de lo anterior la hacía siquiera atenuar su activismo o su intensa vida social. Magnífica anfitriona, en su apartamento lo mismo se podía asistir a una descarga del cantautor Roberto Poveda, que ser testigo del virtuosismo del célebre instrumentista Pancho Terry que alternar con estrellas como el percusionista Pedrito Martínez o el actor Mat Dillon con quien Yesenia colaboró en un documental sobre Fellove, legendario músico cubano. Yesenia era el punto donde se tocaban mundos supuestamente afines pero ajenos en la práctica como el activismo feminista y el afrolatino, el cine independiente, la música y el baile caribeños, la literatura, las artes plásticas, la academia y la vida cotidiana del barrio. Porque una de las cosas que Yesenia ejercía con más persistencia era la creación de comunidades donde cabía todo el que las necesitara.


El último intercambio que tuvimos fue apenas un mes antes de su muerte. Me envió un viejo artículo para que fuera republicado en el sitio de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio a la que también Yesenia pertenecía. “La habitación propia de la negra cubana” se titulaba y ya había aparecido en una antología de pensadoras afrocubanas en 2011. Como Virginia Woolf, Yesenia reclamaba un espacio para pensar, el espacio tanto concreto como conceptual que necesitaba como pensadora negra para autorrepresentarse y crear, en una sociedad, un mundo, que tiene la necesidad constante “de contener lo negro”, de recluirlo en casillas o categorías más fáciles de manipular, necesidad que “se extiende como curiosa tendencia a lo largo de nuestra historia: en una cárcel, en la noción de lo ‘folklórico’ o en una agencia de rap”.

Al final de su vida el tema de su tesis de grado había evolucionado hasta convertirse en una indagación obsesiva sobre la construcción y representación de imágenes raciales del Caribe español. También trabajaba en otro ambicioso proyecto titulado “Desnudando el mito de la mulata”. No queda claro si este era parte de su tesis de doctorado, pero la meticulosidad con que se desgranan sus diferentes aspectos en el índice basta para imaginarlo como libro independiente, exhaustivo y al mismo tiempo polémico destinado a combatir las representaciones que retratan “blackness as an inert matter, awaiting the transformative touch of the West”.

La última vez que vi a Yesenia nos invitó a los presentes a participar en la siembra ritual de una ceiba, iroko en la tradición yoruba, en una maceta en su apartamento. “Iroko” era justo el título de uno de sus últimos proyectos: un documental que contaba la historia de su propia familia, la que se había encargado durante generaciones de la custodia secreta de la Ceiba de los Lukumíes, sembrada en tiempos de la esclavitud sobre reliquias yorubas. Según la descripción del proyecto, el documental incluía la peregrinación anual a la ceiba realizada esta vez el 31 de mayo del 2022, la misma fecha —insiste la descripción del proyecto— en que fueron procesados por el gobierno cubano los artistas afrocubanos Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo, miembros del Movimiento San Isidro. “In their honor, Exu [o Eshú en la mitología Yoruba] offers to the Ceiba a Cuban flag as a prayer for Cuba and the life of the artists, who were finally sentenced to 5 and 9 years in prison”. En su descripción del documental, actualmente en post-producción bajo el cuidado de la productora Natalie Romero, Yesenia anticipa el ánimo de guerrero que alentaba una de sus últimas piezas, ese ánimo con que afrontaba todo en la vida: su condición de negra, de intelectual, de artista, de defensora de la igualdad y la libertad del ser humano.

Su brutal salida de este mundo, lanzándose desde el balcón de su apartamento, no solo interrumpe uno de los momentos más creativos de la carrera de Yesenia Selier. También elimina toda distracción y nos hace ver lo desesperada que debió ser su lucha contra la incomprensión ajena y los demonios propios. Yesenia Selier nos deja en cambio su energía ejemplar y esos claros en la selva de lo real que desbrozó con sus pies desnudos y que permanecen allí, como invitándonos a avanzar siempre más allá de lo que nos permiten nuestras pobres convenciones.

Nota: Agradezco a la mamá de Yesenia, Mercedes Crespo, a su hijo Malcolm Selier y a sus amigas Penélope Hernández y Natalie Romero su ayuda en la reunión de datos incluidos en este artículo.

*Tomado de la revista Esferas, del Departamento de Español y Portugués de NYU