Vaya por delante reconocer mi oportunismo al asistir a eventos literarios. No acudo a ninguno sin la carnada de encontrarme a un amigo o conocer un sitio que desde la distancia me pareciese apetecible. Para la recién concluida Feria del Libro de Tampa, me bastó saber que acudiría gente queridísima (y así de paso cumplir el deseo de Ediciones Furtivas de presentar allí mi Historia y masoquismo) para viajar a aquella antigua tierra de tabaqueros libertarios.
O sea, lo que tenía en mente al viajar a Tampa era una reedición de The Hangover junto a viejos amigos venidos de Miami o Montreal. Un The Hangover apacible, como corresponde entre gente que cuenta las calorías que consume y se cuida el hígado.
Sobre la feria en sí no tenía especiales ilusiones. De Gutenberg a Steve Jobs, los libros no son lo que eran y menos si no se cuenta con el apoyo de gobiernos o grandes empresas comerciales. Fue justo la modestia de mis expectativas lo que me permitió apreciar el esfuerzo que conlleva realizar un evento así, en una ciudad tan distante de la que fue capital de destierro cubano y donde el español es mucho menos ubicuo que en Nueva York o Miami.
La inauguración se realizó en el magnífico edificio que todavía ocupa el Círculo Cubano, con público abundante y una animada conferencia sobre la historia del lector de tabaquería. El resto de la feria tuvo lugar en el campus de Ybor City del Hillsborough Community College, a unos pasos de donde José Martí arengaba a los tabaqueros y posó con ellos para una foto legendaria.
Entre encontrarme con escritores que aprecio, reconocer el empeño de Angel Velázquez Callejas y su editorial Exodus en rescatar viejos clásicos cubanos, de descubrir la colección de literatura erótica de la Editorial Caaw a cargo de Yovana Martínez o el despliegue de nuevos libros de Ediciones Furtivas, ya me di por satisfecho. A la feria le quedaba grande el título de “internacional” pero, en cambio, halagaba el espíritu aldeano del que no me desprendo al saberme entre amigos, compañeros de causa, ecobios.
No es secreto que los escritores cubanos no somos bien recibidos siquiera en la feria del libro de Miami: alguna vez una de sus coordinadoras me dijo sin rodeos que no estaba interesada en invitar compatriotas míos porque “había demasiados”. Cubanos libres, quiero decir (o gusanos, en dependencia del entomólogo), porque de los otros, los que viajan con pasaporte oficial, nunca son suficientes para los eventos de las grandes instituciones culturales o académicas de este mundo.
El único detalle que disonante en los días de la feria fue justo la presencia de Francisco López Sacha, otrora presidente de la sección de literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Nunca fui miembro de la UNEAC, porque cada cual se cuida el hígado como cree conveniente, pero a Sacha sí lo conocí en persona, cuando el jurado del premio Pinos Nuevos de 1993 lo eligió como intermediario para censurarme el libro que yo había presentado a concurso.
Sacha en aquel entonces me confesó que no había leído mi libro, al tiempo que comentaba el argumento íntegro de los cuentos “conflictivos” y me recitaba fragmentos de memoria. Pese a lo incómodo de la situación, Sacha evitó ser desagradable: era la versión letrada del policía bueno.
Para que se entiendan sus prioridades, debo recordar que, al presentarme en su oficina para hablar de mi libro, le anunció a otro escritor en la antesala que debía esperar a que terminara de atender mi caso, aclarándole: “Pero no te preocupes: los problemas de tu libro no son políticos, solo literarios”.
Y ahí estaba Sacha, sentado en medio del patio del Hillsborough Community College, hablando sin parar por teléfono mientras a su alrededor se sucedían presentaciones de libros. Su presencia allí desentonaba, pero no me sorprendía: más que por sus artes de intermediario de censores, Sacha es reconocido por su habilidad para montarse en un avión.
Al terminar la presentación del libro Nostalgia represiva de Francisco García González (que incluyó una deliciosa coda de sus tribulaciones con la Seguridad del Estado, como museólogo del Presidio Modelo), Sacha seguía hablando por su teléfono, incansable, como si de un general dirigiendo sus tropas se tratara… O como Sacha planificando sus próximas movidas.
Me bastó con estrecharle la mano sin que abandonara su perorata. Quiero pensar que fue un gesto cortés pero, conociendo mi naturaleza socarrona, sospecho que apenas quería dejarle saber que estaba allí, en tierra de viejos gusanos.
Eso fue el sábado. La feria de verdad empezó al día siguiente, cuando se convirtió en comidilla de las redes sociales. Gracias a publicaciones online (incluidas varias del escritor Antonio José Ponte), pudimos enterarnos que la presencia de López Sacha no era casual, que no estaba allí buscando mejor cobertura para sus llamadas, sino que era parte de un grupo de funcionarios culturales de la Isla invitados a la feria.
Así nos enteramos que Sacha estuvo entre los firmantes de una carta pública justificando la represión contra el pueblo el 11 de julio del 2021, algo nada sorprendente, por otra parte. Aquella carta fue firmada por centenares de figuras oficialistas, incluido algún que otro muerto y, más que a dar su firma, Sacha estaría dispuesto a recogerlas.
Nunca he revisado el programa de una feria o congreso a la caza de algún nombre cuyas opiniones me contraríen. Me basta, como ya dije, con reconocer alguna cara amiga y una sede que me resulte agradable. Luego de más de un cuarto de siglo en la academia, entiendo que lo normal para mí es estar en minoría. (En lo que sí soy irreductible es en no permitir que me expliquen mi país, porque eso equivaldría a llamarme idiota, algo que me resulta ofensivo aunque no sea del todo inexacto).
Soy tan remolón para detectar conspiraciones y complots como para guardar resentimientos, porque tienden a recargar el cerebro y el alma con lastre innecesario. No obstante, Ponte insiste, con razón, en que en algún punto se debe trazar la línea. Y que esta debería situarse en torno a las reacciones en torno a las protestas del 11 de julio del 2021 y el encarcelamiento masivo de los manifestantes.
Si ellos fueron a dar a prisión por pedir libertad, y si la libertad es la sustancia vital que da sentido a la profesión de escribir, razono, entonces ningún interés gremial debería sobreponerse al escrúpulo de negarse a coexistir con los defensores de la tiranía. Confraternizar con quienes niegan la misma libertad que otros salimos a buscar al exilio, equivale a traicionar esa libertad y a nosotros mismos.
Mientras no explicaran su posición, prefería otorgarle el beneficio de la duda a los organizadores de la feria, aunque fuera porque para sacar a pasear la suspicacia y la mala leche siempre habrá tiempo. Pero he aquí que el principal organizador del evento, Alberto Sicilia, declaró a OnCuba News que “nuestra idea era traer voces de la Isla que pudieran discutir, en un espacio común, no virtual e intrascendente por volátil, el contenido de sus obras y que escucharan las del exilio”.
Si esa era su idea, hay demasiadas cosas que la contradicen. ¿Qué entiende Sicilia como “voces de la Isla”? ¿Las de los ejecutores de la política estatal? Porque, si de escritores se trata, lo más parecido en la delegación invitada a un escritor era López Sacha y, tras tantos años sin publicar nada nuevo, bien podría asumirse que su delito de escribir ha prescrito.
Y, si la idea de Sicilia era facilitar tal intercambio, ¿por qué no nos avisó de tales intenciones a los escritores invitados a la feria? Es de sospechar que tampoco les comentara sus intenciones a los invitados desde la Isla, puesto que su presencia allí fue tan discreta que sospecho que prefirieron forrajear en el Walmart más cercano, antes de perder su precioso tiempo en Tampa escuchando lo que los gusanos teníamos que decir. O repitiendo cosas en la que ni ellos mismos creen. Eso descontando a Sacha y su oreja adosada al teléfono.
Luego está el detalle de la asimetría de las invitaciones. Si por una parte los escritores del exilio tuvimos que pagarnos los gastos de viajar y de alojarnos en Tampa, dudo que Sacha y los suyos hicieran lo mismo. Si alguna costumbre obedece un funcionario cubano, como mandato divino, es la de no meterse la mano en el bolsillo para pagarse un pasaje, que para gastar sus ahorros está Walmart. Que una organización tan modesta, como la que dio origen a la feria, se mostrara más interesada en importar funcionarios que en invitar a escritores, da que pensar de su compromiso con la literatura exiliada que se propone difundir. Y, si en medio de la crisis absoluta que acogota a la Isla, fue el gobierno cubano el que corrió con los gastos, nos daría una idea de lo estratégico que le parecía enviar a sus representantes.
Como era de esperar, los medios oficiales cubanos intentaron monopolizar la imagen de la feria. “La cita literaria que devino, también, en un espacio para que escritores y lectores interactuaran, contó con la presencia de una delegación de la Cámara Cubana del Libro, quienes desarrollaron un intenso programa”, se lee en una nota del MINREX que lleva por título “Participó Cuba en Primera Feria Internacional del Libro de Tampa”.
Supongo que, con lo del “intenso programa”, se refirieran a las incursiones de los funcionarios en Walmart y así, de paso, incluir a la cadena minorista entre sus aliados. Porque, lo que es en la feria, apenas se les vio. Aun así, no se debe minimizar uno de los tantos intentos del régimen cubano de apropiarse de espacios erigidos en el exilio. Como no se debe subvalorar cualquier pacto con el Mal, incluso a través de sus representantes menos obscenos.
Se han invocado en estos días “razones estratégicas” para invitar a los delegados del régimen: o sea, aceptarlos a cambio de conseguir la salida de algún que otro escritor atrapado en su natural condición de rehén del régimen. (Incluso se ha sugerido algún oscuro pacto para permitir que se publique a este o aquel autor en la Isla, pero me resisto a creer que alguien haga la más mínima concesión para ver sus escritos aparecer en las ediciones más feas del continente).
Prefiero, como casi siempre, pasar por tonto que por listo y no ver un agente tenebroso en alguien que se da el lujo de la ingenuidad, frente al mayor sistema de extorsión que ha existido sobre la Tierra. Justas o injustas las acusaciones que han caído en estos días sobre la feria de Tampa, deben servirnos de advertencia de que no hay margen para la ingenuidad frente a una maquinaria que hace del chantaje y la distorsión su razón de existir. Y que el mínimo pacto con un régimen que secuestra la libertad concreta de cientos y los derechos de todos, nos hace sus cómplices. No importa lo que querramos pensar, ya ellos se encargarán de recordárnoslo.
Tenía razón Lenin al considerar la tontería ajena un alimento útil para la bestia totalitaria que había engendrado. Alguna vez Fernando Savater dijo que, lo que más le preocupaba a la hora de escribir, era que cualquiera de sus frases pudiera beneficiar de alguna manera a ETA. Con mucha más razón debemos preocuparnos para que ninguno de nuestros gestos o actos beneficien, así sea indirectamente, a quienes insisten en controlar nuestras vidas, incluso a distancia. Sobre todo en la ciudad en que aquellos indómitos tabaqueros con tanto entusiasmo consagraban su existencia a la causa de la libertad.