El motivo que nos convoca aquí a tantas personas no podría ser más trascendental. Se trata de conmemorar el aniversario 65 del natalicio del gran Armandito Álvarez, el máximo orgullo del norte de New Jersey. Si los parisinos pueden mostrar orgullosos la torre Eiffel, los romanos el Coliseo, los neoyorquinos la Estatua de la Libertad, nosotros, habitantes del condado de Hudson y alrededores, podemos mostrar con orgullo a Armandito Álvarez, esa figura que se alza, imponente, al lado de la rubia de ojos azules, orgullo de Bayamo, que responde al nombre de Isabel Milanés.
Porque Armandito es más que un amigo. O que un agente de real estate. Armandito es un refugio de los desamparados, consuelo de los desterrados, amigo de sus amigos y hasta de los desconocidos que deambulan por las calles del condado, ajenos a la suerte que les va a caer encima una vez que conozcan a Armandito. Y si Armandito no encuentra desconocidos en la calle para convertirlos en amigos, entonces te roba los tuyos: al instante de presentárselos, con pérfida generosidad te los roba, sobornándolos con una invitación a almorzar o con un paseo a bordo de esa palangana con motor que él orgullosamente llama “mi yate”.
No obstante, además de excelente ladrón de amigos, Armandito es un firme defensor de su patria esclavizada, incesante maquinador de las bromas más sofisticadas que se han tramado en esta parte del planeta y, sobre todo, un monumento a la libertad tan imponente como esa señora que recibe a los navegantes a la entrada de Nueva York con un libro en una mano y una antorcha en la otra. Porque Armandito fue el hombre más libre del mundo hasta ser pescado en las revueltas aguas del Vesubio por la bayamesa de ojos azules. (Una aclaración geográfica: aunque para el resto de la humanidad el Vesubio es un famoso volcán italiano, para los habitantes de esta zona el Vesubio es un magnífico, aunque modesto restaurante, donde puede ocurrir cualquier cosa, incluso que una aparentemente inofensiva bayamesa pesque a un ejemplar de la talla de Armandito).
Si renuncia a todo eso, ¿a qué se dedicará entonces este inquieto hijo de Arroyo Naranjo? ¿En qué empleará sus días nuestra Madre Teresa del Hudson? ¿Se imaginan a Armandito sentado todo el día viendo series de Netflix o sacando a pasear al perro que no tiene? No, no pueden imaginárselo, por muchos años que cumpla, este híbrido de mono con ardilla no está hecho para el retiro. Quizás aprenda música y organice una orquesta para que, generoso como siempre, logre que sus amigos hagan algo que él nunca consiguió hacer: bailar. O quizás inicie una carrera política para destronar a Albio Sires como alcalde de West New York y hacer realidad un viejo sueño de sus habitantes. No, no me refiero a crear un centro cultural sino a fundar un casino, que es más entretenido y genera mucho más dinero. Pero todos sabemos que Armandito se mantendrá alejado de la política local porque ese sería el momento en que su rival aprovecharía para cobrarle todas las multas por doble parking que le debe y en ese caso estamos hablando de una deuda que dejaría en la bancarrota al propio Jeff Bezos.
Si me imagino a Armandito retirado será escribiendo pacientemente sus memorias: allí contaría la historia de sus bromas macabras, de sus actos de caridad, de negocios tan desastrosos que también parecen actos de caridad. En sus memorias, Armandito revelaría las claves de por qué a pesar de tener amigos que le cuestan más que un Ferrari se las arregla para mantenerse eternamente alegre. Aunque pensándolo bien, no sería buena idea que Armandito publique sus memorias. Y no solo por la competencia que le hará a nuestro libro El patrón del bien contando sus hazañas y aventuras. Imagínense que Armandito, además de sus secretos, publicara los nuestros. Porque estoy seguro que nuestro homenajeado le sabe a cada uno de nosotros secretos que, de publicarlos, merecerían un baño en las aguas del Hudson con una llanta de camión colgada al cuello.
Pero la revelación de los secretos de nuestro héroe puede traer un resultado peor aún. Imaginemos que toda la incomprensible generosidad que Armandito ha desplegado durante años tuviera una explicación siniestra: imaginemos que en sus memorias confiese que es un agente de la seguridad del estado cubana infiltrado en nuestro exilio para torpedear los planes que los desterrados fraguan a la sombra de El Vesubio. Imagínense que todo el dinero donado para los presos políticos en Cuba haya sido usado para comprar tonfas y gases lacrimógenos para la policía cubana. Definitivamente el exilio, que ha soportado todo tipo de reveses durante años, no podría soportar que uno de sus pilares más importantes se dedique a airear sus memorias.
De manera que creo que expreso el sentir de todos si le ruego a nuestro homenajeado que, a pesar de cumplir 65 añitos, no se retire nunca. Armandito, sigue siendo como eres todos los años que puedas junto a tu bayamesa de ojos azules. Poco importa si tu inagotable bondad obedece a una predisposición genética o a un pacto con el diablo o con la seguridad del estado, que es más o menos la misma cosa. Nosotros te seguiremos venerando como la Santa Teresa del Hudson que eres, nuestro patrón del bien y una de las mejores cosas que nos ha pasado en nuestra vida luego de nacer y salir de Cuba.
¡Viva San Armandito!
¡Viva el patrón del bien!