Que no se olvide: hoy 13 de julio se cumple el 23 aniversario del hundimiento del remolcador "13 de Marzo" en el que el gobierno cubano se vio obligado a asesinar 37 personas entre ellas 10 niños.
Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
jueves, 13 de julio de 2017
Vuevo en un rato
Salgo de vacaciones tres semanas y junto conmigo este blog..A menos que algo más o menos importante requiera ser comentado no me esperen mucho por acá. Saludos.
martes, 11 de julio de 2017
Hablando de este blog
A propósito de mi blog y su décimo aniversario el programa 1800 Online de Radio Martí me entrevista. A Juan Juan Almeida García y a Lizandra Díaz Blanco les agradezco sus atentas e inteligentes preguntas.
lunes, 10 de julio de 2017
Raza y caricatura
Hypermedia publica un artículo mío sobre el debate que surgió en torno a una caricatura de Lauzán publicada en Diario de Cuba. La idea original era que lo publicara la revista Identidades, dedicada a la cultura afrocubana y cuestiones raciales pero ante la muerte del director de la revista, el intelectual Juan Antonio Alvarado decidí publicarlo antes de que quedara olvidado el contexto del debate. También lo reproduzco a continuación:
Raza y caricatura
A Juan Antonio Alvarado (1953- 2017)
La angustia humana que exalto
no es decorativa joya
para turistas.
¡Yo
no canto un dolor de exportación!
Jorge
Artel
El detonante fue una caricatura. Una caricatura que
era la respuesta de Alen Lauzán, artista cubano radicado en Chile, a la
decisión del gobierno de la isla de negarle la entrada ―entre otros― a la hija
de un expresidente chileno invitada por la disidente Rosa María Payá. En la
caricatura de Lauzán dos turistas chilenas ―mayores y apreciablemente feas―
caminan por La Habana. Una de ellas comenta “Cachá weona, le negaron la entrada
a la Mariana Aylwin!”. La otra le responde. “¿Pero cómo tan patuda y venirse a
meter en política?”. El detalle está en que las turistas no caminan solas. Marchan
del brazo de sendos cubanos negros, altos y jóvenes con camisetas que dicen “Yo
soy Fidel” en un caso y “Ché” en el otro. Tampoco está de más añadir que las
turistas agarran a su pareja respectiva del pene que se marca bajo sus
pantalones cortos. Se trataba, sin demasiados rodeos, de ironizar sobre la
falsedad de cierto apoliticismo (chileno, latinoamericano, mundial) respecto a
Cuba y la realidad (profundamente política y fetichista) del turismo sexual.
Recuerdo que mi primera impresión fue de
contrariedad. Que los dos jineteros fuesen negros y que estuviesen
representados con narices aplastadas y labios excesivamente gruesos me
resultaba incómodo. Incluso asumiendo que la intención de la caricatura no era
racista, su apariencia ―y aquí entra una larga domesticación de mis propias
nociones de representación racial en los moldes de la corrección política
norteamericana― resultaba perturbadora. Que los dos jineteros ―a esas alturas
no podía caber duda de que se trataban de ejemplares típicos del turismo sexual
de la isla― fuesen negros podía inducir a una equivalencia
negro=jineterismo=hipocresía política (hace mucho que nuestros jineteros
aprendieron que el atractivo turístico de la isla pasa por la política
convertida en camiseta-fetiche). Y esa sería la definición básica del racismo.
O sea, igualar la parte al todo. O, de acuerdo a la definición de un filósofo
francés, “la doctrina que hace depender el valor de los individuos del grupo
biológico, o pretendidamente tal, al que pertenecen”. El cuerpo entendido como
signo: “la blancura o la negrura del cuerpo revelarían las del alma”.
Conozco lo suficiente la extensa y brillante obra
gráfica de Lauzán, la sutileza y precisión de su estilo, para suponer que sus
intenciones no eran ridiculizar una raza, identificarla con un comportamiento
que mezcla astucia comercial, oportunismo político y prostitución a secas. El
hecho de que ambos jineteros fueran negros se debía ―presumí― a una cuestión
técnica: la de dejar claro que los que acompañaban a las turistas del dibujo
eran nativos de la isla y no turistas chilenos como ellas mismas. Enfatizar la
dialéctica extranjero-nativo del turismo, en la que el fetichismo político-sexual
de las visitantes era el centro de la caricatura. El tema racial era, desde la
perspectiva del mensaje que comunicaba el dibujo, lateral aunque no irrelevante.
La representación de los personajes negros era grotesca, sí, pero no menos que
las de las turistas. O la de casi cualquier otra figura que pasa por la
plumilla de Lauzán. Pero al mismo tiempo yo entendía que tal representación
pudiera resultarle ofensiva a alguien con más sensibilidad racial que la mía (y
con menos nociones de las disyuntivas que enfrenta la representación
caricaturesca).
El escándalo fue inmediato. Sandra Abd'Allah-Alvarez
Ramírez, autora del blog Negra cubana
tenía que ser, declaró en su blog
que la caricatura “muestra un condensado de estereotipos racistas. No les bastó
con poner a un hombre negro en la posición de jinetero y que porta símbolos de
la revolución cubana, sino que pusieron DOS. Se pueden realizar varias lecturas
de la imagen pero el RACISMO en ella es tan obvio, que espanta”. Que la
caricatura apareciera en una de las principales publicaciones diarias del
exilio cubano, Diario de Cuba, subrayaba,
de acuerdo con varios de sus críticos, su alcance político. Si la caricatura
era racista, luego la publicación y hasta el exilio mismo compartían dicho
pecado. Ante las acusaciones, la publicación llamó a entablar un debate al que
los convidados no respondieron. O respondieron como el cantante Juan Gabriel
cuando se le preguntó sobre sus preferencias sexuales: “lo que se ve no se
pregunta”. El pretendido debate no pasó de un diálogo de mudos: ni el
caricaturista ni la redacción ofrecieron unas disculpas claras por lo que
pudiera resultar ofensivo incluso sin pretenderlo ni los ofendidos pasaron de
darse por tales.
Diálogo de sordos fue el que se entabló en las redes
sociales: muchos gritos y pocas razones. La ansiedad por acusar al otro de algo
que rimara con “ista” (“racista”, “castrista”) impidió que el escándalo inicial
se tradujese en debate real. Porque no bastaba con afirmar que esa caricatura
habría sido retirada de inmediato en Alemania o Estados Unidos. O que allí el
debate sobre lo impropias y ofensivas que son ciertas representaciones étnicas
o raciales hace mucho quedó atrás (o al menos es lo que se pretende). En el
caso de la caricatura de Lauzán, tratándose de un público unido en su mayoría
por el origen nacional, pero separado por casi todo lo demás, sí quedaba
espacio para el debate. No se trataba de debatir por qué la representación de
los negros en dicha caricatura puede resultar ofensiva para los que se identifiquen
a sí mismos como negros o afrodescendientes. Lo que debió debatirse es por qué no
les resulta ofensiva a todos los demás. Incluso aunque entre las intenciones
del caricaturista no estuviera ofender a una parte considerable de la población
cubana. Y allí, en el aborto de una discusión más que necesaria se nos escapó
una buena oportunidad de intentar entendernos, de reiniciar una conversación
diferida innumerables veces, tanto en la isla como en nuestra distendida diáspora.
De intentar, en medio de esa dispersión, actualizarnos unos a otros en un tema
tan fundamental como urgente. De situarnos en la misma página.
Tal página, si nos atenemos a la nacionalidad e
historia compartida, debe ser justo la de las relaciones raciales en la isla,
la misma que genera e incentiva este debate. Y si nos atenemos a la página
cubana, no podemos menos que reconocer ciertas circunstancias. Como por ejemplo
que, a diferencia de en los Estados Unidos o Alemania, la población negra y
mestiza tuvo un papel mucho más activo y protagónico en la formación de la
Nación. Que a diferencia de aquellos países, los afrodescendientes no son
minoría sino amplia mayoría por mucho que les cueste reconocer su identidad
racial. (Esa sería quizás la muestra más visible y escandalosa del racismo
cubano: que a pesar de que una distinguible mayoría del país es negra o mestiza,
en el censo del 2012 el 64,1% de la
población se asumía como blanca y sólo un 9,3 como negra y el restante 26,6%
como “mulata”). También deberá tenerse en cuenta que, a diferencia de Occidente,
cualquier reclamo de igualdad racial en Cuba debe pasar por la comprensión de
que todos los cubanos están privados de derechos humanos y civiles
fundamentales como los que garantizan la libertad de expresión y de asociación.
O sea, que poco consigue cualquier grupo social en Cuba con igualarse con la
supuesta mayoría si tal igualdad se verifica en un marco político y jurídico
basado en la negación de derechos humanos fundamentales. Situarnos en la misma
página significa reconocer que, a décadas de la supuesta abolición del racismo
en el territorio nacional, lo que realmente se abolió fue todo debate público
sobre el tema. Significa reconocer cuánto se ha estancado e incluso retrocedido
la lucha contra la exclusión racial en Cuba comparada con el resto de Occidente
y sobre todo, cómo el cancelar dicho debate público ha afectado la conciencia
de dicha exclusión.
Al racismo y la discriminación intencional que
recorre la historia cubana hasta el presente hay que añadirle el inconsciente y
sin embargo sistemático desprecio que se sedimenta en tantas de nuestras
rutinas sociales: en “chistes” de los que debemos reírnos al reconocer ciertos
rasgos que supuestamente identifican a una raza; en la supuesta sabiduría de
ciertos proverbios; en el desdén soterrado de ciertas muestras de familiaridad;
en la falsa comodidad de los estereotipos; en la condescendencia y paternalismo
con que suponemos a los negros ciertos defectos esenciales y ciertas virtudes
elementales y menores; en muchas de nuestras más arraigadas y admiradas
tradiciones; en productos culturales que admiramos casi unánimemente (como la
película Vampiros en La Habana con su
famoso personaje negro, el “Tigre”, con rasgos tan exagerados y estereotípicos
como los de la mentada caricatura de Lauzán y que el blog Negra cubana tenía que ser recomienda como una de las “Ocho
comedias cubanas que no puedes dejar de ver”).
Fotograma del film ‘Vampiros en La Habana’, de Juan Padrón (1985) |
También habrá que reconocer que
el oportunismo de quienes acusan al exilio de racista y miran para otro lado
cuando el gobierno cubano maltrata o asesina a disidentes negros no les quita
necesariamente la razón en lo primero. Poco se hace por la democracia y los
derechos humanos en general si no empezamos por respetar los derechos de
individuos o grupos concretos. Contra esa variante tan perversa y persistente
del desprecio que es el racismo cubano no nos inmuniza nada: ni admirar a personalidades
negras, ni disfrutar de productos cubanos de origen africano, ni tener amigos o
amantes negros. Ni siquiera estar casado con una persona negra, o tener hijos
con esta (“Yo, que estoy adentro, te puedo decir que…”). Ni siquiera ser negro.
Semanas después del malogrado debate sobre la
caricatura de Lauzán, según el reporte de El
Nuevo Herald un grupo de “activistas, escritores, intelectuales, académicos
y emprendedores cubanos, en su mayoría afrodescendientes, convergieron en una
reunión que calificaron como ‘histórica’ en la Universidad de Harvard para
celebrar los logros del movimiento afrocubano y trazar una agenda para el
trabajo futuro”. Allí, entre otras cosas, volvió a hacerse mención de la
caricatura de Lauzán. Según Sandra Abd'Allah-Alvarez la principal conclusión
que se podía sacar de dicho incidente era que “nosotros, negros cubanos, no
tenemos que esperar nada del exilio cubano racista, nos quieren callados”.
Por otra parte a varios medios les llamó la atención
la ausencia en dicho evento de “organizaciones disidentes que trabajan el tema
racial”. Alejandro de la Fuente director del Afro-Latin American Research
Institute en el Hutchins Center, institución que organizó el evento, explicó
que la no inclusión de organizaciones como el Comité Ciudadanos por la
Integración Racial “fue una decisión consensuada y que se basó en el hecho de
que estos grupos no consideran la lucha contra la discriminación racial como su
principal objetivo”. De acuerdo con declaraciones suyas a El Nuevo Herald, a los asistentes al evento los unían no solo sus
reivindicaciones sociales sino haber “seguido como estrategia mantener una
interlocución con el Estado” al considerar que las soluciones a temas como la
discriminación racial y la racialización de la desigualdad “pasa por la
formulación de políticas públicas”.
Cabe la tentación de asociar la crítica a la
mencionada caricatura a un estilo de enfrentar el racismo, una tentación tan
fácil como la de convertir al autor de la caricatura en racista de tomo y lomo
y con ello a todo el exilio (sin tomar en cuenta que muchos de los críticos son
a su vez parte activa de ese mismo exilio). De acuerdo a esta comodidad
maniquea todos los que se ofendieron con la caricatura serían entonces partidarios
de excluir a los disidentes de sus debates o de “mantener una interlocución con
el Estado” cautelosa, obediente de sus reglas de juego. Y estas son,
tentaciones al fin, atractivas pero peligrosas. Peligrosas por ofrecer falsas disyuntivas
pero sobre todo porque favorecen el inmovilismo tanto en lo que respecta al
secuestro de los derechos de los cubanos en general como de la marginación de
los afrodescendientes.
Pretender que se puede avanzar en la reconquista de
los derechos humanos y civiles relativizando los reclamos de la población
afrocubana es tan falaz como aspirar a avanzar en la lucha contra la
marginación de esta población renunciando de antemano a la reivindicación de
derechos políticos esenciales. Ni los afrocubanos deben ver disminuidas o
diferidas sus reivindicaciones por las urgencias de otros objetivos más
generales ni pueden pretender alcanzar la dignidad plena que reclaman sin
alterar la constitución política y legal del régimen cubano. En el propio
evento de Harvard se reconocía una y otra vez cómo la imposibilidad de todos
los ciudadanos cubanos de ejercer con libertad su derecho a expresarse y a
organizarse afectaba tanto o más a la población afrocubana. Como decía Soandres
de Río, integrante del dúo Hermanos de Causa “Cuando tengan un proyecto que pase de un número de personas, van a ir
por ustedes, si no eres hijo de [un dirigente] y si tu proyecto no responde a
[los intereses de las autoridades]”. De ello podía dar fe Norberto Mesa
Carbonell, detenido por intentar celebrar el Día
Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial. “Estuve
preso, hace ocho días estuve en un calabozo”. “La Cofradía de la Negritud
durante nueve años estuvo haciendo una actividad ese día [21 de marzo] y este
año había un programa hecho público… Y sin
embargo esa actividad se mandó a prohibir desde la oficina del segundo
secretario del Partido Comunista”.
La reconquista de los
derechos humanos y civiles de todos los cubanos y la lucha contra la
discriminación y la marginación de la población negra en la isla no solo no son
incompatibles sino que pierden su sentido más profundo si una de ellas renuncia
a la otra. La Historia cubana pasada y reciente exhibe modelos de lo que puede
suceder cuando el discurso político general se desentiende de las reivindicaciones
de grupos “particulares” o viceversa. Así el proceso independentista cubano que
contaba en sus filas con una mayoría negra disolvería los reclamos de esta en
el discurso independentista para que 14 años después de finalizada la guerra de
independencia el ejército republicano terminara masacrando a aquellos negros
que intentaron organizarse en el Partido de los Independientes de Color. Mucho
más cerca en el tiempo tenemos el caso del CENESEX dirigido por la hija del
jefe del gobierno. Mariela Castro se presenta en foros internacionales como
defensora de los derechos de la comunidad LGTB aunque no pasa de ser una
relacionista pública del régimen que preside su padre: lo representa y defiende
a cambio de atenuar la represión contra la comunidad que dice defender. Más o
menos en el mismo estilo con que cualquier mafia ofrece “protección” a sus
clientes. (He ahí uno de los grandes logros alquímicos del castrismo tardío:
hacer que una de sus herederas pase por máxima representante de uno de los
grupos más perseguidos por el castrismo original).
Poco se avanzará en la
reconquista de nuestros derechos humanos si no se asume como prioridad
enfrentar los mecanismos políticos, institucionales, económicos, sociales y
culturales concretos que limitan o denigran a quienes hoy constituyen la
mayoría del país. O si no se revisa nuestra propia idea de identidad nacional y
todos los tópicos que la componen. Pero tampoco avanzará mucho la población
negra de la isla en tomar control de su discurso identitario y alcanzar una
mayor plenitud humana si de entrada acepta el denigrante y caricaturesco relato
que afirma que “los negros son personas gracias a la Revolución”; si aspira a
entenderse con el Estado sin que éste reconozca sus derechos como seres
humanos. Ni humanismo metafísico ni antirracismo dócil. A menos que, como
tantas veces, se prefiera el rejuego de las apariencias a la transformación de
lo real.
domingo, 9 de julio de 2017
Y veinte, que no es nada...
Hace veinte años, el 9 de julio de 1997 era yo el que llegaba a Nueva York procedente de Madrid a empezar una nueva vida por tercera vez:
"Al llegar a Nueva York debemos hacer la cola larga y silenciosa de los inmigrantes permanentes, refugiados de todo el mundo, de los que antes desembarcaban por Ellis Island y saludaban a la Estatua de la Libertad: iraníes, judíos, yugoslavos y una familia rusa cuya matrona lleva, en lugar de la pierna, una prótesis que es en realidad un trozo de árbol con corteza y todo, a la que alguien tuvo la delicadeza de afinarle la punta con un hacha. Mientras esperamos que en nuestro pasaporte pongan el sello de residentes temporales, veo a un agente de aduanas negro revisando el tambor africano que trae un pasajero. De pronto, como si se olvidara de su condición de funcionario, improvisa una pequeña rumba en el tambor. Sigo buscando señales en un país lo suficientemente desenfadado como para que un agente de aduanas se tome su trabajo de esa manera. Cuando por fin salimos nos esperan nuestros patrocinadores, unos viejitos que hasta el día de hoy se han comportado como achacosos y discretos ángeles de la guarda. Salimos al aire libre y me golpea el olor a asfalto a punto de hervir que me recuerda a Cuba. Como me la recuerda la maleza hirsuta y requemada a los costados de la carretera. Todo eso me provee de la cuota mínima de familiaridad para empezar a agarrarle confianza a un lugar que deberé tratar de hacer mío"
sábado, 8 de julio de 2017
Quince años
Mi madre es ahora
quinceañera. Quince años fuera de Cuba, de vita nuova. Y los anda celebrando
como sus quince originales. Hace años llegó al aerpuerto JFK, bajando la voz
cuando a la conversación asomaba el nombre del innombrable. “Que ya no estamos
en Cuba, vieja” tuve que decirle. Y tan demacrada que con aquellas inmensas con
que la gente salía de Cuba en lugar de ir a casa decidí llevarla directamente a
un buffet, all you can it, para que se vengara al instante de toda el hambre
reciente. Y en efecto, la cara cara le cambió luego de comer como no la había
visto nunca. (Curioso que no diga que se fue de Cuba por motivos económicos).
Disfruta estos quince vieja.
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