Enrique Del Risco
Que la humanidad no aprende de sus errores es una verdad aceptada por todos pero sin intenciones serias de enmendarla. Como si algo en la constitución de nuestra psiquis nos impulsara a reincidir en viejos errores y no quedara más remedio que aceptarlo. Pero si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra no es por ser la especie menos capaz de aprender sino porque tiene más recursos para engañarse a sí mismo. Mientras el conocimiento no tropiece con nuestras pasiones o creencias estamos dispuestos a aceptarlo, pero basta con que contradiga nuestros deseos o fervores más arraigados (incluida la necesidad de hacernos notar) para que insistamos en que dos más dos es igual a cinco.
Una encuesta de la Universidad de New Hampshire publicada el año pasado anuncia que solo el 58% de los encuestados aceptaba la teoría de la evolución de las especies y el 83% que la Tierra giraba alrededor del sol. El propio estudio arroja que el 9% de los encuestados cree que con las vacunas se nos implantan microchips, una décima parte está convencido de que la Tierra es plana y un 12% piensa que el desembarco en la Luna de 1969 fue una simulación. Si a esto se suma el número de los inseguros solo un 71% cree en la hazaña de la Apolo 11 y un 80% en que la Tierra es esférica. Más curioso aún resulta que los mayores creyentes de que la tierra es plana, la llegada del hombre a la Luna un montaje o que las vacunas venían con microchips eran los millennials (o generación Y) seguidos de la generación Z. O sea, las últimas generaciones parecen más propensas a creer en disparates anticientíficos o teorías conspirativas mientras que los más viejos se muestran más conformes con los dictámenes de la ciencia o del sentido común.
Por fortuna, hasta donde sé, en ningún centro de educación superior se enseña que la Tierra es plana, que no gira alrededor del sol o se niega la teoría evolutiva, pero en lo que concierne a la enseñanza de la Historia humana, esa en que pasiones y creencias están constantemente en juego, la capacidad de autoengaño se multiplica. Tomemos, por ejemplo, el caso del socialismo. No como teoría política sino como realidad histórica. Pocas lecciones tan convincentes ha recibido la humanidad en vivo, en directo y todo color como la implosión del socialismo en Europa del Este hacia 1989. Luego de décadas dando muestras de su vocación represiva o su inviabilidad económica los súbditos del Bloque Soviético, hastiados de tanto sinsentido, desmontaron el sistema sin encontrar apenas oposición. La parte de la humanidad que no había sufrido el socialismo en carne propia pudo apreciar a través de noticiarios, documentales y libros el absurdo cotidiano que significaba vivir bajo aquel sistema cuando no apelaba a la represión más brutal de todo aquel que se atreviera a disentir.
Sin embargo, más de tres décadas han sido tiempo suficiente para olvidar las lecciones recibidas entonces. En las sociedades occidentales, enfrentadas a sus periódicas crisis, cada vez se hace más frecuente invocar la palabra “socialismo” como el talismán que resolverá todos los problemas actuales. Poco parece importar lo que quieran decir con “socialismo”: ya sea el capitalismo redistributivo de los países escandinavos o el monopolio del estado sobre toda la sociedad tal y como funcionaba en los países del llamado “socialismo real”. Lo peligroso es cómo ese injustificado entusiasmo por una palabra ha afectado nuestra comprensión del pasado.
Así, las tremendas lecciones de la caída del Bloque Soviético han sido desechadas en las universidades por una versión del pasado en la que el fracaso del socialismo fue el resultado de una aplicación defectuosa de principios perfectamente válidos. Poco importa que esos principios arrojaran los mismos resultados funestos en sociedades tan distintas como la extinta Unión Soviética, Alemania del Este, China, Corea del Norte, Albania, Etiopía o Cuba. Cuando se analizan aquellos regímenes que llegaron a controlar entre un tercio y la mitad de la humanidad se minimizan sus peores efectos o se ensalzan ciertos logros sin tomar en cuenta sus costos terribles. Un concepto tan descriptivo y útil como el de totalitarismo —que permite analizar estos regímenes por su capacidad de control de la sociedad al margen de su signo ideológico— es demonizado por muchos académicos como invento de los laboratorios de propaganda de la CIA. Y el resultado es que para muchos estudiantes preocupados por los derechos humanos, el medio ambiente, el trato a las minorías o la pobreza tomen como referencia un régimen que —al margen de su derrumbe final— tuvo un expediente criminal en todas esas áreas.
Hay esperanzas, no obstante. Este semestre en una de mis clases, compuesta por estudiantes de origen hispano, uno de ellos exaltaba la importancia que, según le enseñaron en otro curso, tenían los sindicatos en la URSS. Cuando le comenté del papel ornamental de los sindicatos soviéticos mi estudiante me explicó que se refería no a su existencia real sino a lo que hubiera sido aquellos sindicatos si en los comienzos del régimen se hubiesen tomado medidas distintas de las que se aplicaron en realidad. De manera que más que explicar los hechos reales aquel curso asumía la trágica historia soviética como un ensayo, un work in progress que podría mejorarse en la siguiente ocasión, contorsión académica inimaginable en un curso sobre la Alemania Nazi o la Italia Fascista.
De inmediato le propuse a la clase iniciar una discusión sobre la idea de socialismo, por lo mucho que el tema parece inquietar a toda una generación. Mi invitación, sin embargo, recibió un obstinado silencio. Luego de insistir, por fin una de mis estudiantes se compadeció de mí y, en nombre de todos, explicó que no debía esperar el mismo entusiasmo por parte de estudiantes hispanos que de los “gringos”.
—Mire profe, cuando los gringos hablan de socialismo piensan en Suecia y Dinamarca, pero cuando los hispanos hablamos de eso lo primero que nos viene a la cabeza es Cuba o Venezuela.
Y, viendo que no había nada más que decir al respecto, pasamos a otro tema.
*Tomado de Hispanic Outlook on Education Magazine
Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
1 comentario:
LA declaracion final de tu estudiante,me hace pensar que aun hay esperanza.!
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