Para apreciar el valor de las cosas hay que tomar distancia. Un par de metros o cien años. Depende. Imagínese, por ejemplo, que manda al hijo a estudiar a Nueva York con la esperanza que regrese hecho un profesional respetable pero al graduarse el muchacho le comunica que se va a quedar jugando a un jueguito que, por más que se lo expliquen, no entiende. Eso fue lo que le debió pasar al padre del primer latinoamericano que jugó béisbol profesionalmente. El primer hispanohablante que jugó en lo que después vendría a conocerse como una de las Ligas Mayores, esa fábrica de multimillonarios especializados en las complejísimas habilidades de tirar una pelotica y de golpearla con un palo.
Esteban Bellán nació en La Habana en 1849 y con trece años fue a estudiar a la actual Universidad de Fordham, en el Bronx. No era raro que lo enviaran a la futura cuna del hip hop. Siendo el de Fordham un colegio jesuita, se había convertido en destino habitual de los cubanitos y resto de latinoamericanos católicos. Esteban entró a la escuela junto con su hermano mayor, Domingo. Junto a ellos vivían en Nueva York su mamá (irlandesa de apellido Hart) y su hermana Rosa. Pero además de católica Fordham fue una de las dos primeras universidades en jugar un partido oficial de béisbol, tres años antes de llegar Esteban. Así que al terminar sus estudios en julio de 1868 ya había adquirido una incurable afición por pegarle a una pelota con un bate.
No sabemos cómo le sentó al padre de Bellán que su hijo se quedara en Nueva York jugueteando con palos y pelotas. De hecho no sabemos siquiera su nombre. O si la señora Hart para ese entonces ya era viuda. Pero quedarse jugando pelota en Nueva York no era mala idea. En parte porque estaba a punto de estallar en Cuba la guerra de independencia y —como se demostraría con el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina— fueron años en que ser joven y caminar por las calles de La Habana era una pésima combinación. Otra buena razón para quedarse fue que a Bellán empezaron a pagarle por apalear pelotas. Seis temporadas estuvo jugando para equipos del estado de Nueva York: primero los Unions of Morrisania, luego los Unions de Lansingburgh para después pasar a jugar la tercera base con los Troy Haymakers de la Nacional Association, antecesora directa de la actual National League, la más antigua de las Ligas Mayores.
En esos años el béisbol, sin acercarse a las millonadas de ahora, empezaba a ser un buen negocio. En 1874 el jugador mejor pagado ganaba dos veces y media por temporada lo que un norteamericano promedio en el año. Y en 1888 José Martí escribía: “muchos peloteadores de éstos reciben por sus dos meses de trabajo, más paga que un director de banco, o regente de universidad, o secretario de un departamento en Washington”.
Pero más que el de hacer dinero a Bellán le interesaba el negocio de ser pionero. En 1872 fue a Cuba para fundar el primer club de béisbol del país, el Habana. Y en 1874, ya de regreso definitivo a su país bateó tres jonrones en el primer partido oficial del béisbol cubano donde el Habana apabulló a Matanzas 51 a 9. Y gratis. Porque el béisbol cubano tardaría un cuarto de siglo en profesionalizarse. En 1878 fue fundador de la Liga Cubana de Baseball y mánager (y también cátcher) del equipo que ganó los primeros cinco campeonatos: el Habana.
Bellán viviría 82 años, exactamente hasta el 8 de agosto de 1932, sin sospechar que con el tiempo se convertiría en precursor de un montón de millonarios cubanos, dominicanos, venezolanos, panameños y boricuas. Morir para ver.
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