En Nueva York la primera Guerra de Independencia cubana (1868-1878) no solo consistió en comprar periódicos y comentar las noticias frente al café con leche. A las noticias había que alimentarlas. Con armas y balas de ser posible. Los mismos hacendados que ganaban millones vendiendo azúcar a los comerciantes neoyorquinos, ahora en el exilio gastaban parte de ese dinero en comprarse el pasaje de vuelta en la forma de guerra victoriosa.
En Cuba se enseña que los Estados Unidos siempre fueron enemigos de su independencia, pero a juzgar por la cantidad de expediciones que zarpaban de puertos yanquis es difícil imaginarse un enemigo más permisivo.
De las 58 expediciones que partieron entre 1868 y 1875 hacia Cuba la mayoría zarpó directamente de puertos norteamericanos, principalmente desde Nueva York. Solo dos de ellas fueron interceptadas por las autoridades yanquis, urgidas por chivatazos del gobierno español.
Y no es que los cubanos de entonces fueran más discretos que los de ahora. Las colectas de dinero eran públicas y a los expedicionarios se les despedía con el consabido fiestón. Como si en vez de expedición clandestina se tratara de una delegación a los juegos olímpicos. No era difícil ser espía español con gente así.
De las seis expediciones más importantes —las de los vapores Salvador, Perrit, Anna, Upton, Florida, Hornet y Virginius—, cinco partieron de Nueva York y la otra de Key West que es como los gringos han aprendido a decir “Cayo Hueso”. A veces no salían con el alijo de armas, sino que cargaban los barcos en alta mar o en puertos como Nassau (Bahamas), Puerto Plata (República Dominicana), La Guaira (Venezuela) o Colón (Panamá). Entonces se encomendarían a partes iguales a la Virgen de la Caridad y a Ochún para que la marina española no los capturara, algo que conseguían cuatro de cada cinco veces. Los santos manejan estadísticas que la razón no comprende.
Así les iba a los cubanos en la guerra: cada expedición llegada a salvo era batalla ganada para los mambises, celebraciones de los exiliados frente al periódico en los cafés de Nueva York y bolsillos que se relajaban para pagar la próxima expedición. Y vuelta a reiniciar el ciclo. Así hasta la cuarta expedición del vapor Virginius.
Organizada por Miguel de Quesada y su Junta Cubana de Nueva York, la expedición del Virginius fue sorprendida en alta mar (lo que ahora llamarían “aguas internacionales”) por la corbeta española Tornado. Apresados los expedicionarios cubanos y la tripulación norteamericana y británica fueron conducidos a Santiago de Cuba. 147 tripulantes y expedicionarios —o sea, todos excepto cinco menores— fueron condenados a muerte en juicios que duraban lo que colar el café del juez.
Entre el 3 y el 8 de noviembre fueron fusilados 53, incluidos el capitán de la embarcación, Joseph Fry, y más de tres decenas de ciudadanos norteamericanos y británicos. La interrupción de la carnicería se debió a una súbita toma de conciencia humanitaria alentada por la aparición frente a Santiago de Cuba de un buque de la armada británica, el Niobe, que amenazó con cañonear la ciudad si continuaban las ejecuciones.
En Estados Unidos el escándalo fue tan grande que el gobierno pensó en declararle la guerra a España aunque luego se transó por $80 000 en indemnizaciones. El trágico destino del Virginius marcó prácticamente el fin de las expediciones a Cuba. Sin otras fuentes de armamentos que las de un enemigo muy poco dispuesto a soltarlos, las acciones de los mambises fueron languideciendo hasta cesar por completo en 1878. A partir de entonces para los independentistas cubanos de Nueva York solo quedaban la vuelta discreta a la isla o seguir bebiendo el café con leche amargo y aguado del exiliado.
*Texto originalmente publicado en Nuestra Voz
No hay comentarios:
Publicar un comentario