A veces los mando soterradamente para la pinga, a veces paso de ellos, que uno escoge cuándo y con quién se molesta. Otras, como el otro día, les explico pacientemente en qué consiste su racismo. Les aclaro, por ejemplo, que esa tendencia tan habanera a sustituir el sonido de la R antes de otra consonante viene del yoruba, lengua que no usa ese sonido en circunstancias semejantes. Lo que sí tiene el yoruba son dobles consonantes (Elegguá, Oddúa, Ebbó o Egbó) algo que el habanero replica cuando se encuentra con una R antes de consonante y dice mat-tes, miéc-coles, vien-nes, mied-da, puec-co, cab-bón.
En el Caribe los africanos hicieron con el español lo que les dio la gana, insisto, y eso explica la maleabilidad del idioma a la hora de hacer canciones, por ejemplo. Y que los jovencitos de Madrid a Buenos Aires quieran sonar como boricuas.
Una boricua a mi lado me jalea. “El dialecto caribeño es el más avanzado de todos” dice. “El que ha estado en contacto con más culturas”. Yo me muestro cauto, aunque debo darle la razón en cómo -a imitación del inglés- el caribeño verbaliza sustantivos como no se les ocurriría en ningún otro sitio. Y ponía de ejemplo al Ericuso, que, cuando lo llamo con insistencia, me responde “No me ericusees más”.
Después de todo, le explico a quien intentó de abochornarme, no soy más que un humilde precursor de Bad Bunny, mayor responsable de que las clases de español se llenen de estudiantes que Cervantes, Lorca y García Márquez juntos. Y con la misma, paso a otro tema, que tampoco hay que sobreestimar la capacidad de los seres humanos para redimirse.
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