También es conocido el discurso que Vargas Llosa pronunciara al recibir dicho premio el 4 agosto de ese año bajo el título de “La literatura es fuego”. Dedicado al poeta peruano Carlos Oquendo de Amat muerto de tuberculosis en España en vísperas de la guerra civil de aquel país, el discurso es una de las defensas más apasionadas de la dignidad de la literatura frente a cualquier poder. Dignidad entendida como resistencia a cualquier tipo de servidumbre política, como rebeldía irreductible de la conciencia literaria y humana de su autor.
Hablaba el peruano de Cuba en ese discurso. De Cuba como ejemplo a alcanzar por el resto de América Latina en materia de justicia social y emancipación. Pero ni aún alcanzada esa justicia y esa emancipación -advertía el peruano- la literatura debía renunciar a su naturaleza rebelde.
Ese discurso debe leerse, entre otras cosas, como respuesta pública a la propuesta secreta del régimen cubano.
“Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros países como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos”
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