viernes, 15 de septiembre de 2023

ACQUA DI OSCARETTO, EXTRACTO DE CAGUAMACONDA


Oscar Sánchez (Holguín, 1986) no es un músico. Es un güije, una granizada en verano, un corrientazo. La primera canción que recuerdo haberle escuchado fue una parodia de reguetón, si es que es posible parodiar un género que siempre va más allá de sí mismo. «Rállame la zanahoria» se llamaba la canción y cerraba un corto homónimo de Eduardo del Llano de cuyo nombre no consigo acordarme. Allí estaba todo Oscar Sánchez: ferocidad e ingenio; inteligencia y desenfado; ausencia total de prejuicios musicales y de los otros.

Si al reguetón no se le puede ganar en procacidad desde que Los Bikingos subieron el listón hasta el inalcanzable «Échame el pellejo pa’tras», Sánchez decidió pasarles por la derecha a golpe de ingenio y de referencias más o menos cultas (en un tiempo en que tener una ortografía decente te convierte automáticamente en intelectual). «Excalibur, Excalibur, Excalibur, fanática de la piedra, Excalibur, Excalibur, Excalibur, lo tuyo es estar clavá», le decía Sánchez a la doncella destinataria de su composición y sabíamos que estábamos ante algo diferente. Llámelo como quiera. Compositor o corrientazo.Luego de dos discos minimalistas ―Ojos que te vieron go, never te verán comeback (2019), a dúo con Marbis Manzanet, y Crowfunding criollo (En vivo desde La Casa de la Bombilla Verde); ambos disponibles en Spotify―, Acqua di Oscaretto (2023) se ofrece como el vehículo con el que Oscar Sánchez explota a fondo sus potencialidades como músico, como rayo que no cesa. Desde el título, la grabación se anuncia como destilado, como esencia fina. Como juego frenético y gozadera profunda. Liberado del corsé cantautórico de guitarrita y voz, el animal musical que es Sánchez se desata y despacha a su gusto. En Acqua di Oscaretto, el músico se acompaña con formatos de ocasión para incursionar en el rock, el son, la guaracha, el bolero, el ska o el reggae y conseguir que su voz ―literal y figurada― quede expuesta del mejor modo posible en cada pieza.

Menciono géneros, pero entiéndanse como mera aproximación. Porque Sánchez, como todo músico verdadero, adapta las convenciones musicales de cada género a sus necesidades expresivas y no al revés. El músico estremece las rutinas compositivas y hace de cada canción de Acqua di Oscaretto un reconocimiento (de afinidades, de códigos) y una revelación. Si en «La caguamaconda» es detectable una cercanía al rockason y la congarrock que Alejandro Gutiérrez y Boris Larramendi popularizaron con Habana Abierta, «Lengua muerta» tiene resabios de guaguancó, pero con ritmo distinto y talante reposado. «El huevo», en cambio, resulta una interpretación moderna y libre del tradicional changüí, mientras en «Ofrenda» se transita sin esfuerzo del bolero al reggae. «Con la cara partía y el bigote quemao» y «Jugando» son aproximaciones muy personales al son; y «Contigo, el fuego y la tierra» recuerda el grunge de producción nacional que Superávit intentó en su disco Verde melón.

Para el cierre, Acqua di Oscaretto trae una versión musicalizada de «Los dos príncipes», el poema de José Martí, cantado a ritmo de habanera y acompañado por quinteto de cuerdas y coro. Es de temer que, acompañadísimo como está en estas canciones por guitarra eléctrica (Daniel Pérez Peña y Alfred Artigas), contrabajo (Rafael Paseiro y Néstor del Prado), bajo eléctrico (Miguel Valdés), piano (Narryman Piña), tres (Yusa y Oscar Sánchez), batería (Marcos Morales), coros (Liliana Héctor, Marbis Manzanet, Claudia Portuondo) y percusión (Irán «El Menor» Farías Sains), cuando el cantautor vuelva a defenderlas armado únicamente de su guitarra acústica se sienta poco menos que desnudo.

Todo lo anterior da apenas una leve idea del paisaje sonoro de Acqua di Oscaretto, grabación llena de hallazgos que se resisten a ser trasladados al papel. Más fácil es comentar las letras febriles, furiosas, poéticas o divertidas, según por donde ande el ánimo del compositor. El ardor rockero de «La caguamaconda» es refrescado por su alucinante juego de palabras: «¿Quién son tú?/ ¿Caguama y anaconda?/ ¿Quién son tú?/ ¿Anaconda-caguama?/ ¿O una liga de anaconda con caguama?/ ¿La caguamaconda o la anacaguama?». De ahí salta al comentario socio-psico-tecnológico: «Mira la cuerpa que tengo,/ nunca la has visto/ por estar en Facebook,/ nunca la has tocado/ […] por estar en Facebook,/ la libido apagada/ por estar en Facebook./ Dando like, like, like, like, like». En «Borracha», la rima predecible es sorprendida por el verbo, dice: «salir pa’ la guaracha,/ censar las cucarachas/ hasta que te da el sol» y la imagen se convierte en sinécdoque de la decadente rutina de emborracharse, dormir en el piso y despertar al amanecer. En «El huevo», la advertencia popular «ten cuidado con lo que desees porque puede cumplirse» da un salto evolutivo: «Cuidado con lo que deseas,/ que primero es realidad/ y después vicio./ Luego, un deporte extremo,/ y no recuerdas cómo caíste en el hoyo». En la canción «Con la cara partida y el bigote quemao» Sánchez usa décimas de varias procedencias y un estribillo más pegajoso que chicle al sol para crear un clásico instantáneo y atemporal.


No obstante, Oscaretto se pone serio, y mucho, en canciones como «Contigo, el fuego y la tierra», en la que el interpelado no parece ser otro que el Poder de «un mundo sin sueño». A ese Poder se le emplaza con preguntas para las que no cabe otra respuesta que el silencio:

¿Quién va a matar en tu nombre?

Sucio de lágrimas, sangre […]

¿Quién va a poner la cabeza

sobre el cadalso a que sacies tu sed?

¿Quién va a brindarte su vida?

¿Quién va a pedirte que ordenes lo que debe hacer?

¿Quién?

No es ocioso recordar aquí que el principal responsable de Acqua di Oscaretto reside en La Habana, Cuba, territorio libre de derechos, aunque ni las letras, la música o los arreglos exquisitos necesitan de tal disculpa. Tampoco lo necesita la textura densa e intachable de la grabación que consigue Sánchez auxiliado por el productor Sergio Valdés desde Nueva Jersey. En Acqua di Oscaretto, Sánchez se toma la libertad de ser artista libre, si me disculpan la doble redundancia, para entregarnos sus verdades, su energía, su humana complejidad como si las mismas circunstancias que enmudecen a otros funcionaran en su caso como doping. Del choque entre esas malditas circunstancias y el yo sale «Vómito», que es eso mismo: la urgente y revulsiva necesidad de decirlo todo donde (casi) todos callan, donde «estar solo es la mierda que colma mi vida». Un mundo en el que la rutina es un «acto caníbal» y «los obreros son medios básicos, animal listo para asar en la vara». En el espantoso Aleph de «Vómito» se declara que «la hipocresía con que milita la gente/ es un charco pestilente, podrido, da asco», actitud que convive con «la moneda prácticamente inservible,/ en el bolsillo del trabajador destacado». Allí reinan:

el mismo presidente por medio siglo,

el nivel en consumo de alcohol disparado,

el litoral norte despidiendo a sus hijos

en busca del sueño americano.

De ese contraste acusadísimo entre gracia y espanto, rabia y ternura, va emergiendo la imagen del creador complejo y delicado que es Oscar Sánchez. Un artista que, justo para no renunciar a la búsqueda de su verdad, empieza por evitar engañarse: exhibe sus heridas ―íntimas o multitudinarias― sin exceso ni afectación, con toda la sensibilidad y el coraje del que es capaz. Pero la sensibilidad y el coraje, imprescindibles en cualquier artista, suponen un riesgo excesivo allí donde campea la injusticia. Por eso, es recomendable escuchar las canciones de Acqua di Oscaretto como si no existiera el riesgo que a la distancia somos incapaces de aquilatar. Como si el único peligro posible fuera usar la palabra o la nota indebida, el tipo de errores que persiguen a un músico por toda la eternidad.

Así de libre y liberador es este disco, en el cual la situación terrible y opresiva en que surge, sin ser ignorada, es reducida a su miserable intrascendencia, a ser nota al pie de creaciones magníficas como Acqua di Oscaretto.

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