Por Claudia González Marrero
Cuando hablamos de memoria alimentaria podríamos pensar en el recuerdo de una comida familiar, en sabores y olores que simbolizan lugares, personas y momentos. Pero la memoria alimentaria representa mucho más que nuestras evocaciones inmediatas. Puede explicar el devenir de un país, los diversos comportamientos de su sociedad, incluso lenguaje, disposiciones y aversiones colectivas. Esta es precisamente la reflexión que nos trae el escritor Enrique Del Risco en su último título Nuestra hambre en La Habana (Plataforma Editorial, 2022). Del Risco ubica su narración entre los años inmediatos a la caída del Muro de Berlín y su salida definitiva del país en 1995. Este marco temporal pareciera bastante ajustado para unas memorias, si no se tuviera en cuenta que corresponde, en parte, a la etapa de mayores reacomodos, improvisaciones y resistencias, conocida eufemísticamente como Periodo Especial en Tiempos de Paz. Aunque desde su título Nuestra hambre… nos presagia una lectura incómoda, Del Risco conjuga historia, literatura y humor para blindar lo que de otro modo nos resultaría triste y bochornosamente nostálgico.
Si bien Nuestra hambre… es un testimonio personal, puede considerarse, salvando algunos detalles, una memoria colectiva, una crónica de las vivencias compartidas por el autor y el resto de los millones de cubanos. Cubanos que, como él, consideraron las bicicletas chinas entregadas por el Gobierno como su más preciada pertenencia; que entraban en los cines para alborotar las salas cuando aparecían escenas de banquetes o de sexo, las dos mayores lujurias de ese tiempo; que resumían la fortuna en la compra inesperada de algún alimento, que compartían entre familiares cercanos y ocultaban del resto. La obra acierta entonces en el pronombre posesivo con el que comienza su título, porque todo el que hubiese vivido “Aquello”, como su autor lo llama, reconoce en sus palabras pasajes tan familiares como bajarle el volumen al televisor durante los discursos de “Quiéntusabes”. Este es un recuerdo personal que me permito intercalar: la práctica de dilatar el ritual de la comida hasta que finalizara la transmisión y comenzara la novela de turno. Buscar un entorno más placentero que el discurso de trinchera para ingerir nuestros alimentos es otro ejemplo de la memoria alimentaria que compartimos varias generaciones.
Deberíamos situar Nuestra hambre… en una descripción más exacta. Más que producto testimonial de la memoria alimentaria es un producto de la memoria alimentaria en crisis. Lo que orienta la narración no es la abundancia, o siquiera una alimentación parca, sino la carencia evidente de esta. Sin ser nutriólogo, haber vivido el periodo más cruento de los noventa, le permite al autor afirmar que: “Una de las primeras cosas que el hambre te ayuda a conocer mejor es tu propio cuerpo […] Con el hambre se descubre cómo funciona tu cuerpo sin la interferencia de los nutrientes. Un estómago vacío es como un laboratorio en condiciones asépticas y controladas para que los experimentos logren resultados fiables y puedas comprobar por ti mismo la capacidad que tiene cada alimento de saciarte, la duración exacta de sus efectos”.
Pero existe otra carencia patente en la narración, como unidad, como status quo, como pacto y justificación al descalabro de estructuras y normas. Como el autor afirma: “esos momentos de debacle moral absoluta, en los que la supervivencia rige todos tus actos, la ética depende únicamente de lo que decidas prohibirte”. La ética resultaba entonces un ejercicio de restricción entre restricciones, donde era difícil encontrar sentido común ajeno a las privaciones. Para Del Risco, llega entonces el momento de la barbarie en que los cubanos asumimos la precaria condición de supervivientes: “Llegó cuando la gente perdió toda esperanza de construir una sociedad mejor. O peor, pero al menos nueva. Cuando la belleza se hizo, más que superflua, ofensiva. Cuando el ansia de supervivencia dirigía cada uno de nuestros actos y veíamos en el mínimo desvío de ese objetivo una amenaza, una burla. La barbarie llegó cuando abandonamos toda expectativa de construir o reparar nada”.
Así como la crisis rebasaba las fronteras de la economía, el hambre rebasaba las del alimento. Es por ello que, en el texto, podemos encontrar el Hambre con mayúsculas, asimilada a constructos mayores como Historia o Humanidad. El Hambre fue un periodo marcado por tantas ausencias, que el autor resume las ilusiones de su generación de la manera más sencilla: “Esa era más o menos nuestra idea de la felicidad durante el Hambre: una noche con comida y electricidad”. Más allá de carencias materiales, Del Risco narra también las desilusiones y penurias de su sector más cercano: La censura cultural que prohíbe exposiciones o recoge publicaciones incómodas; la vigilancia por parte de colegas, vecinos y agentes supervisores; las resignaciones alrededor de las elecciones parlamentarias de 1993; el alcohol casero como forma de enajenación de la realidad; la salida del país como una forma más decisiva de lidiar con esa realidad.Para Del Risco tanto el hambre física como el Hambre simbólica nos han sido escamoteadas; los cubanos carecemos de pedigrí frente a mayores tragedias de la Historia: “Nuestra hambre era un hambre con baja autoestima. Lo sigue siendo. Todavía mucha gente no se atreve a llamarla por su nombre”. Ante genocidios reconocidos “debemos retroceder, humildes, reconociendo que nuestra hambreada condición no llegaba a esos extremos”. Ante esta ausencia, marcada por académicos e intelectuales militantes, peregrinos de la causa cubana que relativizan o romantizan la precariedad de los noventa en la isla, Nuestra hambre…viene a reivindicar el sentir de los cubanos, sus experiencias y sus memorias.
En el epílogo, Del Risco nos habla también a los cubanos sin distinciones fronterizas, nos pone un espejo enfrente, nos invita a confrontarnos con nuestro pasado inmediato, a realizar un mea culpa como parte de la barbarie que vivimos entonces, empezando por su misma persona, un gesto imprescindiblemente necesario para la reconciliación nacional. El inventario de ejercicios para esquivar el hambre y sus ramificaciones que Del Risco proporciona, en suma, es una muestra verídica del imaginario social cubano, parte indispensable de lo que somos en el presente, pero, sobre todo, una invitación velada a sacudirnos la desesperanza y el inmovilismo, a construir una nueva memoria alimentaria donde el hambre no sea la protagonista de nuestras vidas.
Blog personal y casi tan íntimo como una enfermedad venérea pensado también para liberar al pueblo cubano, aunque sea del aburrimiento. Contribuyentes: Enrisco (autor de “Obras encogidas” y “El Comandante ya tiene quien le escriba”), su alter ego, la joven promesa de más de cincuenta años, Enrique Del Risco. Espacio para compartir cosas, mías y ajenas, aunque prefiero que sean ajenas. Quedan invitados a hacer sus contribuciones, y si son en efectivo, pues mejor.
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