Fue el pasado
noviembre durante la Feria del Libro de Miami. Presentábamos la colección
Mariel de la Editorial Hypermedia cuando al llegar la ronda de preguntas del
público pidió la palabra un español de lacito amarillo. Un reflejo largamente
condicionado te dice que los españoles de lacito amarillo se ofenderían incluso
ante la insinuación de dicho gentilicio. Y que de alinearse se trata lo harían
con los perseguidores de ese episodio vergonzoso que fue el éxodo del Mariel, no
con los perseguidos. Prejuicios puros que por esa vez, afortunadamente no
funcionaron.
El del lacito
amarillo no se había parado a preguntar nada sino a hacer una intervención que
por una vez estuvo llena de sentido. Nos contó cómo se había vivido el Mariel
dentro de la izquierda española. La más radical. El furioso debate que provocó
el hecho que las autoridades cubanas persiguieran a los homosexuales por toda
la isla con la intención declarada de expulsar a la mayor cantidad de ellos a
través del puerto del Mariel hacia la corrupta sociedad norteamericana -decían
ellos- donde único podrían tener cabida. Nos habló el del lacito amarillo de
como la izquierda radical española, los comunistas y ese difuso anarquismo tan
abundantes en la tradición peninsular, se dividieron entre quienes seguirían
apoyando el régimen cubano afincados en la lealtad ideológica y el machismo y
los que deseaban una nueva izquierda sin esos lastres, convencida de que la opresión
en razón de la preferencia sexual era tan detestable como el resto de las
opresiones que solían denunciar.
Espero que la
represión descarada de la primera marcha en libertad por el Orgullo Gay en Cuba
sea la una oportunidad de reabrir el viejo debate: el que enfrenta a quienes
optan por defender las alianzas políticas con los que defienden cierto ideal de
justicia.
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