lunes, 14 de mayo de 2012

Escritura creativa 2012

Como cada semestre mis estudiantes del curso de escritura creativa insisten en que los hago trabajar demasiado, en que temen no ser lo suficientemente creativos. Como cada semestre consiguen sorprenderme. Y sospecho que hasta logran sorprenderse a ellos mismos que es -según mi experiencia- el momento más placentero de todo acto de creación.

Kristy Lin
Los botones


Algunos días mi abuela no trataba de suicidarse, pero el resto de los días yo deseaba que ella lo hiciera. El lunes, el martes, pero no el miércoles día de su telenovela; el jueves, el viernes, el sábado (pero no el domingo, el día de descanso). ¡No se preocupen por mí, adiós para siempre! Ella lloraba, a las 2:00 pm, todos los días como si fuera la primera vez. Arañaba la ventana vendada con cinta aislante con las uñas de color carmesí, siempre picadas, la bata raída, siempre detrás, ensayaba el final de una obra de teatro cuyo principio nunca vimos. Mi madre la sacaba de la cornisa, sin apartar la vista de su revista de moda y mientras la distraía con una taza de té y un tranquilizante. A las 2:15 de la tarde iba a darle una serenata al retrato de mi abuelo colgado en la pared de su habitación bailando un vals en círculos mientras la radio sollozaba una ópera tras otra, mientras que nuestro gato se sentaba en el vano, a juzgar.

Era una mujer mediocre, mi abuela. Nunca fue excepcionalmente horrible o extraordinaria, simplemente era. Un ama de casa con un gusto impecable en abrigos de lana y detergentes. Naturalmente, todos sus hijos se mudaron muy lejos, no por odio sino por falta de vínculo, cargando a mi madre con su madre, el destino inevitable de la hija mayor. A mi madre no parecía importarle, excepto por las arrugas bajo los ojos en esos días en que sólo quería leer su revista de moda. Ella simplemente decía que esto era sólo la manera en que la abuela se expresaba. Como resultado la mayoría de los días después de la escuela asistía a la escenificación de los suicidios frustrados de mi abuela. Sin darme cuenta de lo morboso del asunto pero consciente de su singularidad, por alguna razón nunca pude hablar ni moverme, sólo mirar mientras el llanto comenzaba.

Hasta un martes que estaba en silencio. Eran las 2:05 de la tarde y ella estaba todavía ocupada consigo misma. Demasiado feliz, demasiado tranquila. Pero no nos importaba, por fin mi madre podía leer en paz un artículo completo sobre cremas para los ojos. Miré a mi abuela a los ojos y ella me sonrió con picardía. Ven aquí, me indicó con la cabeza y las uñas de color carmesí. Y yo la seguí a su dormitorio. Ella ya estaba hurgando debajo de su cama, y reveló una vieja lata de galletas de té, con olor a canela y pelusa y que traqueteaba musicalmente. Abrió la tapa y para deleite de mis ocho años, apareció un montón de botones de diferentes formas y sabores. Verde, rosa, oro: los había con un agujero, dos agujeros, cuatro agujeros.

Ella comenzó a transferir puñados de la preciosa carga a mis manos y bolsillos, varios cayeron en el proceso y chocaron sordamente contra el piso de madera. ¿Puedes guardarme esto?, me susurró, sus iris nublados en medio de un blanco amarillento. Asentí con la cabeza. ¿Usted se compromete por el alma de su madre que va a cuidar de ellos como si fueran su primogénito? Sí. Satisfecha, continuó la transferencia. Hum, ¿puedo usar la caja para llevarlas? No, usted no está listo para eso. Ok.

Yo terminé de contar y salí de mi cuarto y di un paso sobre algo duro, plano y redondo. Otro botón. Y otro. Y otro ... un rastro de trozos de arco iris que llevaba al cuarto de baño.

Yo abrí la puerta, a la derecha encontré su bata de baño cuidadosamente doblada, su lápiz de labios, su esmalte de uñas, todo delicadamente colocado en fila en el lavabo como en un santuario. Y a la izquierda, allí estaba ella durmiendo sin aliento en la bañera de porcelana blanca, el ataúd más limpio que jamás existió.



Johnny Gall

Caer


Siempre vomitaba. Por los nervios. Porque no importaba cuantas veces lo hubiera hecho, cuando él sabía que en unos minutos iba a caer desde el cielo, vomitaba. Y cuando terminaba, saltaba del avión y todo estaba O.K..

Después de vomitar.

El siquiatra recomendó que él se lanzara en paracaídas por su miedo a perder el control. Seguía haciéndolo porque era lo más cercano a volar que él podía alcanzar. Y siempre había querido volar.

Por eso, tres veces por año, saltaba de un avión. Primero miraba al paracaídas. Minuciosamente. Y entonces vomitaba en una bolsa. Y saltaba, miraba las montañas y el mar en la distancia. Y cuando estaba en tierra, vomitaba otra vez.

Pagaba bien, y por eso, el piloto nunca le dio problemas a la hora de revisar el paracaídas o de vomitar en el avión.

Cada vez que una persona se lanza en paracaídas, firma un contrato. Se dice que se entiende que, aunque todo es seguro, siempre hay una posibilidad de que algo salga mal. Que haya un agujero en el paracaídas (una vez de cada 1076). Que el paracaídas no se abra (una vez de cada 543) O que todo funcionara bien, pero el aterrizaje fuera demasiado violento (una vez de cada 26, 825).

Él lo sabía: había firmado muchas veces. Pero, este es el tipo de estadísticas que a veces asegura un desastre. Y por eso, por supuesto, un día, revisó el paracaídas, vomitó y saltó del avión. Sin equipo.

Y cerró sus ojos, esperando por el momento en que aterrizara, más violento de lo normal, contando sus segundos de vida.

Y nada pasó. Pues, caía pero nunca del todo. Cada vez que iba a chocar contra la tierra, cerraba sus ojos, y cuando los abría, ya estaba más alto, cayendo desde cielo otra vez.

Y seguía, para siempre, cayendo del cielo, mirando las montañas de África, los ríos de Europa, los desiertos de Norteamérica, hasta el fin del mundo.

Y de vez en cuando, un niño, mirando al hombre caer desde el cielo más y más rápido, le lanzaba un pedazo de pan, o un poquito de arroz. Y lo comía con mucha hambre.

Pero siempre lo vomitaba.


Para leer textos más pinche aquí.

8 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

Excelentes ambos. Deben ser estudiantes aplicadísimos, y claro, con el profe que se gastan... Saludos.

Enrisco dijo...

Los dos tienen mucho talento natural, tanto como para preguntarme que les puedo enseñar que ya no sepan. Y lo curioso es que hay muchos que nunca han escrito nada. La verdad es que es un placer trabajar con ellos.

Armando Tejuca dijo...

Lo mejor del primer cuento es que refleja tan bien esa estética del blanco sobre blanco, la imagen instagram, hasta tiene música de fondo. Cuando llega la parte de los botones ya es suficiente, pasa a formar parte de los talentos literarios sin dudas.

Cheito dijo...

Congratulations!!
De tal palo tal.....

BARBARITO dijo...

¡¡Muy buenos!!
Felicidades a los alumnos... y al profe. :-)

Anónimo dijo...

Son buenisimos. Felicidades!

Anónimo dijo...

Los botones es una obra maestra. El otro cuento tambien es bueno pero los botones me ha dejado sin respiracion

Inesita Correcalle dijo...

Tus alumnos tienen más imaginación y escriben mejor que muchos bodrios que circulan en las bibliotecas públicas. Todas las narraciones me parecen excelentes. Te felicito por la parte que te toca en la formación literaria de tus alumnos.