La semana pasada estuve en Puebla. Fui a un congreso de literatura donde presenté una ponencia sobre Virgilio Piñera y la influencia que tuvieron en cierta zona de su obra ciertos escritores polacos. Lo que les presento a continuación es una versión muy reducida del trabajo original peor que les puede dar una idea de los principales temas que estuve trabajando en relación a la idea no explícita de que los parentescos literarios deben buscarse a veces en los lugares menos esperados y que se forman a veces menos por la pertenencia a ciertas tradiciones que por el enfrentamiento a problemas comunes. Esta noche les pongo la segunda parte.
Cita a ciegas con el futuro: La conexión polaca de Virgilio Piñera
El principio activo de estas páginas son las preguntas que me provocara la lectura de una obra de teatro de Virgilio Piñera que fuera rechazada dos veces por su autor –la primera en un artículo en 1960 y la segunda al excluirla de la edición de su Teatro Completo en ese mismo año. Todavía sería negada una tercera vez por el encargado de la nueva edición del Teatro Completo (2002). ¿Por qué -y esta sería la primera pregunta- insistir entonces en una obra que ha sido negada tres veces?
Los Siervos, obra publicada en la revista Ciclón en 1955 cuenta la historia de la anómala rebelión de Nikita Smirnov, filósofo oficial del partido en un mundo en el que ha triunfado la Revolución mundial comunista y “Toda la tierra y todos los hombres están comunizados”. Es entonces, “cuando se ha llegado a la cima del mejor de los mundos” que el filósofo del partido decide rebelarse de la única manera que es posible en un mundo en el que todo tipo de explotación y opresión ha sido oficialmente eliminada. Nikita, el filósofo, ha decidido declararse siervo y anda en busca de un amo que le propine patadas en el trasero. Tan servil gesto llena de preocupación a las más altas esferas del Partido Comunista. “¿Pero quién tomaría las armas contra la felicidad?” se pregunta Kirianin, general del ejército a lo que responde Nikita con el argumento último de la libertad individual allí donde la felicidad es una obligación social: “no me place la felicidad colectiva. Prefiero la felicidad personal de ser el humildísimo siervo de tan grandes señores”. La rebeldía de Nikita no apela a la violencia o más bien consiste en ofrecerse como blanco de ésta pero su servilismo conlleva una firmeza reservada para los grandes heroísmos. Por declararse siervo está dispuesto a morir. Es el momento de hacerse una segunda pregunta: ¿por qué escribe Piñera en 1955 una obra tan alejada de sus temas habituales y de su propia experiencia? Es tentador ver en Los siervos un texto profético que predice el fenómeno totalitario tal y como se implantaría en el propio país del autor y al mismo tiempo anticipa la rebeldía débil que ciertos intelectuales -pensemos en el caso del propio Piñera- le opusieron. Como las profecías son en sí inexplicables intentemos otro acercamiento. De todas mis sospechas sobre el origen de esa obra la más verificable es la relación que estableciera Piñera con el escritor exiliado polaco Witold Gombrowicz a su llegada a Buenos Aires en 1946. Mucho se ha hablado de la presencia de Piñera en la traducción al español de Ferdydurke. Bastante menos de la influencia que pudieron tener el uno en el otro más allá de aquella colaboración. Más que por los comentarios que dejaron los autores sobre aquella experiencia es en la propia obra de ficción de ambos, anterior y posterior a aquella colaboración que podemos sopesar su afinidad e influencias mutuas. Había mucha más afinidad entre ellos que su condición de expatriados; o la libre asunción de sus sexualidades; o su marginalidad compartida respecto al campo literario en el que se habían formado; o el lugar excéntrico que ocupaban en relación a sus respectivas tradiciones literarias. La distancia geográfica y cultural entre Cuba y Polonia se disolvía en la común condición de ser culturas nacionales problemáticas y subalternas. “Ferdydurke -declara Piñera en un diálogo radial con Gombrowicz- nos abre el camino para conseguir la soberanía espiritual, frente a las culturas mayores que nos convierten en eternos alumnos. Mi trabajo literario persigue el mismo fin y creo que aquí nos encontramos –Polonia, la Argentina y Cuba- unidos por la misma necesidad del espíritu”. Pero por si fuera poco Gombrowicz le traía noticias frescas a Piñera sobre las dos variantes del totalitarismo que se habían impuesto sobre la nación polaca en los años anteriores: el nazismo y el comunismo. No es arriesgado suponer que Piñera estuviera especialmente dispuesto a prestar atención a informaciones de ese tipo. Los miedos, las fobias, el chovinismo furioso y vulgar y el entusiasmo por el absurdo que habían estado bajo el constante examen en su literatura cobraban a través del totalitarismo un sentido brutal y pesadillezco y al mismo tiempo, literal. En los textos que escribió Piñera desde entonces es fácil constatar su atracción por el comunismo como tema literario. Éste le ofrecía la posibilidad llevar hasta el absurdo las restricciones y convencionalismos que condicionaban la existencia de los individuos en la sociedad burguesa así como los contrasentidos de los proyectos de emancipación que se ofrecían transformarla radicalmente.
En su libro Totalitarianism and the modern conception of politics el teórico Michael Halberstam rechaza la idea de sociedades fundadas en órdenes ideales objetivos y apela al concepto de sentido común no universal “que emana de entendimientos y compromisos compartidos por cada sociedad”. En cambio –sigue diciendo Halberstam- el totalitarismo tiene la capacidad de conseguir un total condicionamiento de sus sujetos y de destruir toda comunidad, toda experiencia compartida y todo entendimiento compartido. En ese sentido Halberstam percibe el totalitarismo en sus diferentes representaciones occidentales como una proyección de los temores de las sociedades liberales sobre su propia capacidad para proteger al individuo como sujeto autónomo mas que como una comprensión del fenómeno totalitario en sí. De acuerdo con Halberstam el constructivismo cultural “entiende al individuo no como un originador de posibilidades sino condicionado por su particular situación en una comunidad particular y por tanto refleja y reproduce prejuicios que emanan de un orden social dado” (Halberstam.115) Los héroes de Piñera como el barbero Jesús García, como René o como el propio Nikita Smirnov están hechos a la medida de esa impotencia. Rechazan participar o conducir un cambio en el que no creen apelando a la más radical de las rebeldías: la de resistirse a actuar allí donde toda la sociedad los empuja a la acción. Los héroes de Pinera no se rebelan contra un orden político sino contra el sentido común en el que este orden está enmarcado y que lo condiciona y al mismo tiempo es manipulado por ese orden. “Yo no creo en los sueños –dice uno de los personajes piñerianos- pero creo en la fatalidad”.
Considerar Los Siervos solamente como una obra anticomunista o incluso antitotalitaria es reducir buena parte de su sentido. Ciertamente una de las líneas maestras de la obra parte del cuestionamiento del comunismo como proyecto de emancipación. La conversión de Nikita en siervo no sólo contradice la anulación absoluta de toda explotación sino que delata su encubierta persistencia en el nuevo régimen. No obstante la obra intenta algo más que exponer los contrasentidos del comunismo. Con Los Siervos Piñera enjuicia el comunismo desde el sentido común liberal según el cuál la explotación y el deseo de dominio son consustanciales a la condición humana de manera que cualquier proyecto emancipatorio concluirá convirtiéndose en un nuevo sistema de dominio de unos hombres sobre otros. Al respecto Orloff, uno de los dirigentes del partido concluirá:
Orloff: Una vez instaurada la república de los siervos, estos por puro espíritu de emulación se esforzarán por devenir señores. (Pausa.) No, nada de eso sirve de nada. La única verdad es la que tenemos nosotros: un Estado comunista con absoluta nivelación social, pero también con siervos y señores, se entiende, unos y otros encubiertos, a fin de salvar la contradicción. He ahí la verdadera igualdad.El Piñera de aquellos días no le atribuía ninguna novedad esencial al comunismo. Cuando reseña “El pensamiento cautivo” de Milosz (y aquí tenemos el segundo eslabón de su conexión polaca) no reconoce en el totalitarismo un régimen radicalmente distinto: más bien apunta a la identidad que existía entre Este y Oeste en cuanto a su “concepción de la muerte”. No iba, en este sentido, más lejos que su mentor en estos temas, el propio Witold Gombrowicz quien consideraba que descripciones del totalitarismo -como las de su compatriota Czeslaw Milosz- no eran más que una exageración. Gombrowicz rechazaba considerar el totalitarismo como algo extraordinario, nuevo o chocante. “Ese acercamiento es irreconciliable con la madurez que, conociendo la esencia de la vida, no se permite sorprenderse con estos eventos. Revoluciones, guerras, cataclismos –¿qué significan cuando se les compara con el horror de la existencia?” (17). Piñera no pensaba en el fondo de manera muy distinta y en un cuento su protagonista llega a decir una frase cuasi gemela de la anterior: “Mi miedo es mi propio ser y ninguna revolución, ningún golpe de fortuna adversa podrá derrocarle”(168). Escribir Los Siervos no podía hacer a Piñera especialmente consciente del fenómeno totalitario. La brecha entre los sentidos comunes del liberalismo y el totalitarismo de que habla Halberstam sugiere indirectamente la imposibilidad de representación del totalitarismo desde un punto de vista liberal y viceversa. Dicho de otro modo esa diferencia de sentidos comunes no compartidos los hace intraducibles, opacos uno al otro.
1 comentario:
Muy INTERESANTE trabajo.
Con permiso, me lo llevo a la "Biblioteca cubana de Barbarito"
(...espero la 2ª parte)
¡Gracias maestro!
Publicar un comentario