La reseña publicada
el domingo en Diario de Cuba sobre la Historia mínima de la revolución cubana de
Rafael Rojas ha venido acompañada con “ataques” y “defensas” que lo mismo
atribuyen el libro de Rojas a pactos con el castrismo que mi reseña a oscuros
rencores personales. Dado lo crispado
que anda el ambiente en estos tiempos ese descenso de la discusión a un largo
repertorio de bajezas no me sorprende demasiado. A Rojas –con quien tengo una
larga relación de amistad- tampoco le debe de haber sorprendido que en la
reseña intente continuar discusiones públicas y privadas que hemos sostenido
sobre los temas que toca el libro, temas que me parecen vitales en cualquier debate
que se emprenda en esos tiempos sobre el pasado reciente. Como tampoco creo que
Rojas imagine, como buena parte de sus defensores de estos días, que lo estoy
acusando de castrista. Si algo me decidió a escribir esa reseña fue la
convicción que su lectura de mi texto no sería tan elemental.
De todo el barullo generado
por la reseña me parece atendible la insistencia de algunos comentaristas
anónimos en que la ausencia de conceptos como “dictadura” o “totalitarismo”
para definir al régimen existente desde 1959 es sustituida en el texto satisfactoriamente
por el de “régimen comunista”. Pero que sea atendible no significa
necesariamente convincente porque para ello habría que concordar en dos cosas: una
es que comunismo y dictadura totalitaria son sinónimos perfectos; la otra es
que el régimen que controla Cuba desde 1959 puede definirse objetivamente como
comunista. A la primera condición no le haría objeciones pero sospecho que buena
parte de los lectores no iniciados en estos temas –que es a quienes están
dirigidas estas historias mínimas- no necesariamente estaría dispuesta a aceptar
esa equivalencia de una ideología que las más de las veces le puede parecer exótica
y utópica pero no necesariamente opresiva. En cuanto a la segunda condición, o
sea, la precisión conceptual del uso del término “comunista” para definir la
revolución cubana, es mucho más inexacta que definirla como “dictadura
totalitaria”. Haga la prueba más elemental: búsquense las definiciones de ambos
términos, compárese con la realidad que nos ocupa decida cuál es la que la
retrata mejor.
Si todo fuese una
cuestión de nombres estaría dispuesto a aceptar que mis objeciones son
definitivamente bizantinas y pueriles pero no creo que sea así. Insistir en el carácter
comunista del régimen es aceptar la coartada ideológica que durante una época
utilizó para legitimar su poder absoluto sobre la sociedad cubana como mismo ha
utilizado antes y después la coartada ideológica del nacionalismo. Es incurrir
en la comodidad que supone adoptar el nombre que cualquier régimen se da
así mismo. Al decir un tanto bíblico y maniqueo del poeta Joseph Brodsky en una polémica con Vaclav Havel “comunismo” es “una terminología […] inventada por el
mal para obscurecer su propia realidad”. Estoy seguro en que Rojas concordaría
conmigo en que si bien el oficio del historiador no incluye entre sus obligaciones
denunciar el mal no por eso debe renunciar a iluminar la realidad de que se
trate. Y en la historia cubana reciente hay muchos hechos y procesos que el
libro de Rojas o ignora o los presenta de una manera bastante oscura e
irreconocible.
“Hasta el día de
hoy la palabra ‘comunismo’ sigue resultando cómoda, pues todo ‘ismo’ sugiere un
hecho consumado” dijo Brodsky en aquella polémica. Algo de ese fatalismo hay
en el libro de Rojas, en presentarnos la revolución cubana como una realidad
inevitable y casi automática donde ese “liderazgo carismático” de Fidel Castro -del
que tantas veces el propio Rojas ha hablado en otros libros- se desvanece. Tal parecería
que en su intento por desdramatizar la historia cubana Rojas no halla otra
solución que rebajar la importancia de sus protagonistas. Por otra parte, insistir demasiado
en la naturaleza ideológica y socioeconómica del poder de los Castro sobre el
país equivale a ignorar cómo ha administrado durante estos años su poder, a
desconocer cómo cualquiera de las decisiones tomadas podrían ser incongruentes
con la ideología oficial del momento pero nunca con la concepción que del
ejercicio del poder tiene Fidel Castro; definir al régimen como comunista equivale
a no comprender cómo ha sobrevivido dicho régimen independientemente de la
ideología y el sistema socioeconómico que esgrima en determinadas circunstancias.
El concepto de comunismo es incapaz de explicar al mismo tiempo la capacidad del
castrismo de exportar guerrillas marxistas en los años sesentas o sistemas
represivos a los socialismos del siglo XXI. Conformarse con el término
“comunismo” nos impide, en fin, entender que en su aprendizaje y en su accionar
político Fidel y Raúl Castro están más cerca de Maquiavelo y Vito Corleone que
de Marx y Lenin, salvando, claro está, el detalle de que Lenin cuando no se
empeñaba en explicar el engranaje del materialismo dialéctico tenía mucho de Corleone.
(Por supuesto que en los años formativos de
los Castro no se conocían las andanzas del famoso -y ficticio- capo siciliano
pero en cambio el poderoso gangterismo político que se desarrolló en la segunda
mitad de la década del cuarenta fue parte esencial de la etapa formativa de
Fidel Castro. Como digo en la reseña, que dicho gangsterismo no se mencione en el libro deja sin explicaciones más de un fenómeno
abordado en la “Historia mínima”. Por otra parte, de la avidez con que la élite
cubana revolucionaria recibió la novela
de Mario Puzzo se da constancia en el libro “Dulces guerreros cubanos” de
Norberto Fuentes).
Si todo se redujera
a la elección de un término, repito, quizás me merecería la acusación de algo
así como ser la versión inversa del Departamento de Orientación Revolucionaria, de
estar acusando a Rojas de no ser lo suficientemente anticastrista. Si fuese así
bastaría entonces con un cambio de conceptos y de incluir quizás la mención de
las cifras totales de ejecuciones políticas judiciales y extrajudiciales, o del
total presos de conciencia o de exiliados que ha dejado como saldo el proceso
que damos en llamar “Revolución Cubana”, datos que el libro de Rojas no
menciona. Mucho más importante para el oficio del historiador es tratar de
entender el proceso que tiene delante y la dinámica que lo domina y da sentido
y es lo que siento que se le escapa a Rojas en un libro por otra parte muy
informado y cuidadosamente construido algo que se nota en su dificultad de
lidiar con aquellos “hechos incómodos” que según Max Weber todo científico
encuentra en su camino.
De ahí que las
respuestas a las preguntas más elementales que surgen cuando uno se enfrenta a
un fenómeno como este (¿por qué ocurrió? ¿cómo ocurrió?) sean satisfechas de
manera muy parcial. Ya se sabe que siempre las respuestas a estas preguntas son
parciales pero dado el cúmulo de evidencias disponibles uno percibe que en este
gran esfuerzo que supone construir un relato coherente se pudo llegar bastante más lejos, incluso optando por la manera del relato tradicional escogida por Rojas. Y es entonces cuando la
precisión conceptual puede ayudar a iluminar con mayor o menor claridad el
camino a recorrer. Para determinar qué tiene en común un proceso tanto con los
que lo precedieron como los que lo acompañaban en el tiempo y en qué se
distingue realmente de estos. Para darle su peso relativo en el marco más
amplio de la historia universal contemporánea. Identificar al castrismo sólo con el comunismo
y no en el marco de otros sistemas totalitarios y dictatoriales del siglo XX equivaldría
entonces –y discúlpeseme lo elemental del símil- con identificar a un gato
dentro de la familia de los felinos pero de algún modo pasar por alto que se
trata de un mamífero carnívoro. Sólo así un fenómeno como el de la revolución cubana se hará menos
exótico e incomprensible que aquellos cuadrúpedos que los conquistadores españoles encontraron a su llegada
a América y que se resignaron a llamar “perros que no ladran”. Incluso para los
que experimentamos ese fenómeno como parte esencial de nuestras vidas y
seguimos buscándole sentido. O sobre todo para nosotros, para los que, en
contraste con nuestra experiencia, tal
extrañeza menos justificable y creíble.
Esa
insisto, es la parte más aventurada de mi reseña pues obedece a meras
suposiciones con las que trataba de explicar las carencias objetivas del libro
de Rojas. Discútase ad infinitum la precisión de un término sobre otro pero las
insuficiencias que afectan la narrativa de la “Historia mínima de la Revolución
Cubana” seguirán ahí, intactas. Como mismo lo está ese régimen que persiste en
tejer desdichas para que los historiadores escriban sobre ellas. O no.
P.D.:
También en este blog puede leerse sobre debates en torno al concepto de "totalitarismo" el post El totalitarismo y los cubanos o revisar los post que aparecen bajo esta etiqueta.
5 comentarios:
un pueblo histerico y enfermo solo puede responder con gritos
Don Corleone es evidentemente ficticio , pero los metodos mafiosos adoptados por los Castros para su establecimiento y permanencia son muy ciertos y por desgracia eficases.
Exacto lo que dices.......en cuanto a las ofensas y asaltos, es lo normal hoy en día entre cubanos, la razón y la lógica se han perdido (gracias al arduo trabajo de la revolución comunista castrista dictatorial tiranica.....ahí va pa'todos los gustos). Como bien sabemos hay una "onda" de su avisar los echos de la recién (más de medio siglo!!!!!) historia cubana, es lo light, lo predominante para sobrevivir si estas allá adentro o para que no te tachen de "dinisaurio" si estas afuera.
Todos los terminos le van bien "regimen totalitario comunista y dictatorial" y se queda corto.. todo es solo una forma politicamente correcta de escribir banda de asesinos descarados y oportunistas
Enrique, te considero teniendo en cuenta tu situación, en la cual yo no quisiera encontrarme. Es mucho más fácil (y menos riesgoso) tratar con un caso de este tipo cuando uno no tiene que preocuparse por caer "pesado" y buscarse problemas (incluyendo represalias de una forma o de otra) que pudieran mermar su trabajo o carrera. El que tiene que lidiar con la academia y moverse en ella escasamente puede darse el lujo de hablar sin pelos en la lengua aunque quisiera hacerlo. Yo, que afortunadamente no tengo ese problema, lo puedo hacer, y para mí es muy sencillo: si voy a emplear mi limitado tiempo y darle mi atención (por no hablar de mi respeto) a alguien con respecto al tema de Cuba, definitivamente no estoy dispuesto a hacerlo con nadie con la trastienda de Rojas. O sea, si no creo que la persona es trigo limpio, la descarto, y el que me crea intolerante, pues que lo crea. Ya los cubanos hemos perdido mucho más que demasiado tiempo comiendo mierda con demasiada gente.
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