lunes, 17 de junio de 2024

El lugar de enunciación



De los comentarios a mi último artículo en El Toque, Fidel, tirano tímido me llama la atención uno que proclama: “Otro que vive afuera y se toma el valpr de escribor de lejos”. Intuyo que quiso decir “Otro que vive afuera y se toma el valor de escribir de lejos”. Si ese fuera el caso -que hasta las críticas hay que hacerlas legibles antes de contestarlas- me bastaría citarle un cuento que escribí en mis años cubanos y leía en cada peña que me presentaba. Y como se negaron a publicarlo allá (como en la revista Contracorriente a la que me acerqué confundido con el nombre de la publicación) tuve que publicarla en Puerto Rico. Comenzaba el cuento así:

“Desde hacía ya varios meses el ascensor no funcionaba y todo el que quisiera subir al edificio debía hacerlo por las escaleras. El tránsito por ellas era bastante monótono hasta que una madrugada, en la pared de uno de sus rellanos, apareció un letrero que gritaba con fuertes trazos negros “¡Abajo el presidente!”. Durante cuatro días no sucedió nada (en la pared) pero al quinto, tacharon con creyón rojo la palabra “Abajo” y la sustituyeron por “Viva”. Más tarde apareció escrito con pequeñas letras de lápiz “¿Cuál presidente? ¿El del consejo de vecinos?”. La respuesta fue redactada con gruesas letras negras “No, el otro, el hijo de puta”.

De acuerdo a la lógica de mi comentarista podría reclamar mi derecho a tildar de “tirano” al comandante fuera de Cuba luego de haberlo llamado "hijo de puta" dentro aunque si mi comentarista fuera un ejemplar de la especie conocida como ciberclaria común sobra la cita del cuento y todo lo demás. Por definición una ciberclaria es impermeable a cualquier razonamiento sin contar con que puede tratarse de un chatbot con problemas de deletreo.



Pero sucede que con todo y sus erratas este comentario resume de manera bastante fiel la opinión de muchos, ciberclarias o no, e incluso de quienes se consideran a sí mismos anticastristas rabiosos. Según estos solo tienen derecho a criticar al castrismo -aparte de ellos mismos, con ese privilegio que tenemos los hijos a juzgar a los padres- aquellos que se hayan atrevido a hacerlo dentro de Cuba. Como si el exilio no se tratara justamente de intentar hacer lejos del régimen lo que en el territorio que controlan es virtualmente imposible. Como si el deber de todo exiliado no fuera ejercer los derechos negados a sus compatriotas en su lugar de origen.

Parecería que los que así razonan al menos le conceden el privilegio de la crítica a los que están expuestos a las represalias del sistema pero suelen ser los mismos que en cuanto se alza una voz crítica dentro de la isla la acusan de pertenecer a agentes encubiertos del régimen. Ya le ha ocurrido a figuras como Oswaldo Payá y a Yoani Sánchez y a todo aquel que se atreve a hablar donde otros hacen silencio porque no hay señal más clara de la complicidad con el régimen que atreverse a criticarlo sin que te maten.

Los de tal parecer son -sospecho que sin saberlo- seguidores de Walter Mignolo, el camaján posmoderno que desarrolló el concepto de “lugar de enunciación” según el cual lo importante no es lo que se diga sino desde dónde se diga. Solo que en el caso de nuestros posmodernos involuntarios no hay lugar posible para la crítica del régimen. Ni siquiera las cárceles porque ¿cómo puede ser creíble una voz que debe la comida y el agua a la benevolencia de sus carceleros?

En fin, que gracias a esa bonita combinación de pureza y sospecha el castrismo se va volviendo tan irreprochable como ha sido criminal. No hay espacio legítimo para la crítica que no sea el más allá una vez que, asesinado por el régimen, se esté entonces en condiciones fiables de ejercerla. Conquistadas las garantías que da el martirologio solo faltará resolver el siempre difícil problema de las comunicaciones entre ultratumba y el más acá.


domingo, 2 de junio de 2024

Las élites occidentales y el comunismo

 

Stephen Koch en su libro El fin de la inocencia, dedicado a la red de propaganda y espionaje construida por el stalinismo en Occidente aborda, entre tantos temas, el de por qué las élites intelectuales se sumaron con tanto ardor al entramado comunista:


A menudo, la gente se pregunta con verdadera perplejidad cómo pudo ser que tantos de estos ingleses privilegiados fueran «traidores a su clase». Eso es desconocer tanto su traición como su clase. El aparato de Münzenberg llegaba a todo país que fuese del interés de los soviéticos: Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Holanda, las democracias escandinavas y muchos más. En todas partes se lanzaba a organizar las élites intelectuales, en especial donde esas élites estaban en formación, es decir, en las universidades. Precisamente la misma gente que instituyó la penetración en Cambridge supervisó operaciones paralelas en Nueva York y Washington, en la Ivy League y la École Normale Supérieure, de París a Berlín. La Internacional era realmente internacional. El obvio aunque raramente comprendido golpe de genio en los servicios secretos detrás de esas operaciones era el simple reconocimiento de un vínculo esencial entre el llamado «sistema» (por el cual se da a entender poco más que a la élite de un país determinado) y lo que llamó Lionel Trilling la «cultura de adversarios», esa parte de la sociedad que, en virtud de su educación superior y su equipamiento critico, desarrolla una posición determinada dentro de la clase media, basada en la ambigüedad y en una perspectiva crítica, en la argumentación, el conocimiento y la protesta. Esta cultura de adversarios representa una rama de las clases medias, por lo general, su ala de mayor vigor intelectual y artístico. Aunque sea de forma ambigua, se siente atraída por las posturas radicales pues éstas forman parte de su visión de la libertad y de la verdad. Se imagina que la solución radical demolerá la fachada burguesa; sospecha que la visión radical alcanza la verdad más profunda. De hecho, la capacidad real de comprender o aceptar la visión radical es lo que la cultura de adversarios cree que la distingue de la inmensa clase media hipócrita y mediocre a la que pertenece, pero de la que quiere, comprensiblemente, apartarse”

Pero no se trata solo del espionaje, ni de la propaganda sino de estimular y aprovechar cierto sentimiento de rebeldía y superioridad intelectual y moral existente en las universidades. Algo que explicaría desde las actuales protestas hasta casos como el de Ana Belén Montes:

El reclutamiento de los espías de Cambridge y agentes similares en todas las democracias se basaba en este simple postulado: la cultura de adversarios es una élite. Esto es lo que comprendían y explotaban los operativos fundadores del grupo de Cambridge, Arnold Deutsch y Theodore Maly. Y lo mismo sucedió con ese residente de la Internacional que instruyó al joven Whittaker Chambers en la Biblioteca Pública de Nueva York. A la juventud elitista puede convencérsela de la calidad de su rebeldía. Es posible que acarreen esas presunciones hasta la madurez y hasta el poder. Coged esa protesta en la escuela. Desarrolladla correctamente. Profundizadla; convenced de su bondad, asustad con ella, presionad con ella, ponedla en una red. Entonces habréis forjado el invisible vínculo «revolucionario» entre la bohemia y el poder.

Más adelante Koch emprende una defensa parcial de esta actitud:

Del mismo modo, la historia moral de estos escondidos idealistas de la Revolución —un notable número de los cuales reclutados con los auspicios de Münzenberg— necesariamente incluye a muchos que encarnaron las mejores ideas, talentos y valores existentes en la cultura progresista de su tiempo. La derecha tiende a condenar toda la cultura de adversarios porque de ella salió un grupo de simpatizantes, espías y traidores. Esto es más que absurdo. En la mayoría de las democracias liberales, la cultura de adversarios incluye gran parte de lo que representa lo mejor de la sociedad: lo más animado, osado, creativo; lo más consciente. Fue así en la Rive Gauche de André Malraux; lo mismo en la bohemia de Greenwich Village donde los reclutadores del apparat lograron cosecha tan ubérrima. Y lo mismo sucedió en los dormitorios del Trinity College, donde en 1938 Anthony Blunt llevó a cabo su discreta campaña de reclutamiento. Y lo mejor es digno de recordarse.

No obstante, aclara:

Al hacer esta afirmación no es mi intención evocar alguna clase de contracultura sentimental para justificar a estos hombres y mujeres miserables. Los espías de Cambridge fueron servidores de Stalin, estalinistas puros. Lo mismo pasó en Francia, Estados Unidos y los demás países democráticos. No habrá perdón histórico para ellos. Nada puede borrar su infamia. Su servicio a la tiranía y sus mentiras acaso fueron en el fondo más infames que la terrible serie de traiciones y crueldades que a sabiendas se llevó a cabo gracias a su complaciente colaboración. No obstante… hay que reconocer que se aproximaron a su meta maléfica y sucumbieron a ella guiados por un conjunto de inquietudes que fueron y siguen siendo admirables e incluso indispensables: indispensables para la sociedad y para nosotros. No hay la menor duda de que sus actividades fueron reprochables. Pero también debe vérseles desde la perspectiva de la observación de Rebecca West: «El caso del traidor siempre es complejo. Se trata de un tipo necesario de persona». De Praga a Hollywood, ése fue el caso.
Willi Münzenberg 



Para Koch operativos como Münzenberg fueron tan eficaces porque lejos de la rigidez ideológica supieron aprovechar al máximo estas contradicciones:

Desde la primera hora, Münzenberg comprendió perfectamente esta simbiosis de radicalismo, elitismo y poder. Por esa razón, descubrió que una vía posible era el patrocinio de importantes exposiciones de, por ejemplo, arte dadaísta. Münzenberg en persona se dejó fotografiar en admiradas exposiciones dadaístas en las que su maestro Stalin hubiera encontrado buenas razones para fusilar a todos los participantes. Por esa misma razón su gente distribuyó copias en dieciséis milímetros del cine soviético de Eisenstein y Pudovkin en todos los campus universitarios de Occidente. Estas actividades lograron una cosecha excelente de simpatizantes de alto nivel cultural, y de esa multitud salieron, en especial de la primera fila, unos pocos futuros espías de verdad.