viernes, 2 de octubre de 2015

Totalitarismo y prejuicio

La reseña publicada el domingo en Diario de Cuba sobre la Historia mínima de la revolución cubana de Rafael Rojas ha venido acompañada con “ataques” y “defensas” que lo mismo atribuyen el libro de Rojas a pactos con el castrismo que mi reseña a oscuros rencores personales.  Dado lo crispado que anda el ambiente en estos tiempos ese descenso de la discusión a un largo repertorio de bajezas no me sorprende demasiado. A Rojas –con quien tengo una larga relación de amistad- tampoco le debe de haber sorprendido que en la reseña intente continuar discusiones públicas y privadas que hemos sostenido sobre los temas que toca el libro, temas que me parecen vitales en cualquier debate que se emprenda en esos tiempos sobre el pasado reciente. Como tampoco creo que Rojas imagine, como buena parte de sus defensores de estos días, que lo estoy acusando de castrista. Si algo me decidió a escribir esa reseña fue la convicción que su lectura de mi texto no sería tan elemental.

De todo el barullo generado por la reseña me parece atendible la insistencia de algunos comentaristas anónimos en que la ausencia de conceptos como “dictadura” o “totalitarismo” para definir al régimen existente desde 1959 es sustituida en el texto satisfactoriamente por el de “régimen comunista”. Pero que sea atendible no significa necesariamente convincente porque para ello habría que concordar en dos cosas: una es que comunismo y dictadura totalitaria son sinónimos perfectos; la otra es que el régimen que controla Cuba desde 1959 puede definirse objetivamente como comunista. A la primera condición no le haría objeciones pero sospecho que buena parte de los lectores no iniciados en estos temas –que es a quienes están dirigidas estas historias mínimas- no necesariamente estaría dispuesta a aceptar esa equivalencia de una ideología que las más de las veces le puede parecer exótica y utópica pero no necesariamente opresiva. En cuanto a la segunda condición, o sea, la precisión conceptual del uso del término “comunista” para definir la revolución cubana, es mucho más inexacta que definirla como “dictadura totalitaria”. Haga la prueba más elemental: búsquense las definiciones de ambos términos, compárese con la realidad que nos ocupa decida cuál es la que la retrata mejor.

Si todo fuese una cuestión de nombres estaría dispuesto a aceptar que mis objeciones son definitivamente bizantinas y pueriles pero no creo que sea así. Insistir en el carácter comunista del régimen es aceptar la coartada ideológica que durante una época utilizó para legitimar su poder absoluto sobre la sociedad cubana como mismo ha utilizado antes y después la coartada ideológica del nacionalismo. Es incurrir en la comodidad que supone adoptar el nombre que cualquier régimen se da así mismo. Al decir un tanto bíblico y maniqueo del poeta Joseph Brodsky en una polémica con Vaclav Havel “comunismo” es “una terminología […] inventada por el mal para obscurecer su propia realidad”. Estoy seguro en que Rojas concordaría conmigo en que si bien el oficio del historiador no incluye entre sus obligaciones denunciar el mal no por eso debe renunciar a iluminar la realidad de que se trate. Y en la historia cubana reciente hay muchos hechos y procesos que el libro de Rojas o ignora o los presenta de una manera bastante oscura e irreconocible.

“Hasta el día de hoy la palabra ‘comunismo’ sigue resultando cómoda, pues todo ‘ismo’ sugiere un hecho consumado” dijo Brodsky en aquella polémica. Algo de ese fatalismo hay en el libro de Rojas, en presentarnos la revolución cubana como una realidad inevitable y casi automática donde ese “liderazgo carismático” de Fidel Castro -del que tantas veces el propio Rojas ha hablado en otros libros- se desvanece. Tal parecería que en su intento por desdramatizar la historia cubana Rojas no halla otra solución que rebajar la importancia de sus protagonistas. Por otra parte, insistir demasiado en la naturaleza ideológica y socioeconómica del poder de los Castro sobre el país equivale a ignorar cómo ha administrado durante estos años su poder, a desconocer cómo cualquiera de las decisiones tomadas podrían ser incongruentes con la ideología oficial del momento pero nunca con la concepción que del ejercicio del poder tiene Fidel Castro; definir al régimen como comunista equivale a no comprender cómo ha sobrevivido dicho régimen independientemente de la ideología y el sistema socioeconómico que esgrima en determinadas circunstancias. El concepto de comunismo es incapaz de explicar al mismo tiempo la capacidad del castrismo de exportar guerrillas marxistas en los años sesentas o sistemas represivos a los socialismos del siglo XXI. Conformarse con el término “comunismo” nos impide, en fin, entender que en su aprendizaje y en su accionar político Fidel y Raúl Castro están más cerca de Maquiavelo y Vito Corleone que de Marx y Lenin, salvando, claro está, el detalle de que Lenin cuando no se empeñaba en explicar el engranaje del materialismo dialéctico tenía mucho de Corleone.

 (Por supuesto que en los años formativos de los Castro no se conocían las andanzas del famoso -y ficticio- capo siciliano pero en cambio el poderoso gangterismo político que se desarrolló en la segunda mitad de la década del cuarenta fue parte esencial de la etapa formativa de Fidel Castro. Como digo en la reseña, que dicho gangsterismo no se mencione en el libro deja sin explicaciones más de un fenómeno abordado en la “Historia mínima”. Por otra parte, de la avidez con que la élite cubana  revolucionaria recibió la novela de Mario Puzzo se da constancia en el libro “Dulces guerreros cubanos” de Norberto Fuentes).

Si todo se redujera a la elección de un término, repito, quizás me merecería la acusación de algo así como ser la versión inversa del Departamento de Orientación Revolucionaria, de estar acusando a Rojas de no ser lo suficientemente anticastrista. Si fuese así bastaría entonces con un cambio de conceptos y de incluir quizás la mención de las cifras totales de ejecuciones políticas judiciales y extrajudiciales, o del total presos de conciencia o de exiliados que ha dejado como saldo el proceso que damos en llamar “Revolución Cubana”, datos que el libro de Rojas no menciona. Mucho más importante para el oficio del historiador es tratar de entender el proceso que tiene delante y la dinámica que lo domina y da sentido y es lo que siento que se le escapa a Rojas en un libro por otra parte muy informado y cuidadosamente construido algo que se nota en su dificultad de lidiar con aquellos “hechos incómodos” que según Max Weber todo científico encuentra en su camino.

De ahí que las respuestas a las preguntas más elementales que surgen cuando uno se enfrenta a un fenómeno como este (¿por qué ocurrió? ¿cómo ocurrió?) sean satisfechas de manera muy parcial. Ya se sabe que siempre las respuestas a estas preguntas son parciales pero dado el cúmulo de evidencias disponibles uno percibe que en este gran esfuerzo que supone construir un relato coherente se pudo llegar bastante más lejos, incluso optando por la manera del relato tradicional escogida por Rojas. Y es entonces cuando la precisión conceptual puede ayudar a iluminar con mayor o menor claridad el camino a recorrer. Para determinar qué tiene en común un proceso tanto con los que lo precedieron como los que lo acompañaban en el tiempo y en qué se distingue realmente de estos. Para darle su peso relativo en el marco más amplio de la historia universal contemporánea. Identificar al castrismo sólo con el comunismo y no en el marco de otros sistemas totalitarios y dictatoriales del siglo XX equivaldría entonces –y discúlpeseme lo elemental del símil- con identificar a un gato dentro de la familia de los felinos pero de algún modo pasar por alto que se trata de un mamífero carnívoro. Sólo así un fenómeno como el de la revolución cubana se hará menos exótico e incomprensible que aquellos cuadrúpedos que los conquistadores españoles encontraron a su llegada a América y que se resignaron a llamar “perros que no ladran”. Incluso para los que experimentamos ese fenómeno como parte esencial de nuestras vidas y seguimos buscándole sentido. O sobre todo para nosotros, para los que, en contraste  con nuestra experiencia, tal extrañeza menos justificable y creíble. 

A lo que apuntaba mi reseña era a aventurar que buena parte de las omisiones, inexactitudes y afirmaciones difíciles de sostener del libro de Rojas podrían deberse, más que a intenciones conscientes del autor, a un ambiente intelectual y académico en que el fiel de la balanza está corrido a favor de un régimen cuyo principal mérito está en la mera supervivencia. Ese corrimiento hace que al sopesar el pasado del régimen se considere de mal gusto insistir en ciertas realidades, en ciertos términos (como el de totalitarismo) o que se lo valore con menos rigor que a otros sistemas similares por el simple hecho de que se ha mantenido cuando estos cayeron. (Ya sé que luego de que el castrismo se ha pasado su existencia diciendo que 2+2=5 debería parecernos un 2+2=4,5 es más cercano a la realidad pero entonces deberíamos tener en cuenta todas las consecuencias que supone ese extraño modo de cómputo en el que 2=2,5 o que 2-2=0,5 o -0,5 y así sucesivamente). Esa supersticion ante el milagro de la supervivencia no impide la crítica pero previene a muchos estudiosos de parecer “anticastristas” como pecado de lesa objetividad (mientras por otro lado es perfectamente legítimo ejercer otras fobias, como las del antirracismo, el antifascismo o hasta el anticapitalismo). Asumo el temor a parecer "anticastrista" (o incluso "castrista") como un prejuicio tan coyuntural como cualquier otro y frente al que cualquier estudioso o intelectual debe resistirse a riesgo de resultar más un vocero de las supersticiones de su época que analista lúcido de ella.

Esa insisto, es la parte más aventurada de mi reseña pues obedece a meras suposiciones con las que trataba de explicar las carencias objetivas del libro de Rojas. Discútase ad infinitum la precisión de un término sobre otro pero las insuficiencias que afectan la narrativa de la “Historia mínima de la Revolución Cubana” seguirán ahí, intactas. Como mismo lo está ese régimen que persiste en tejer desdichas para que los historiadores escriban sobre ellas. O no.  


P.D.:
También en este blog puede leerse sobre debates en torno al concepto de "totalitarismo" el post El totalitarismo y los cubanos o revisar los post que aparecen bajo esta etiqueta

5 comentarios:

  1. un pueblo histerico y enfermo solo puede responder con gritos

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  2. Don Corleone es evidentemente ficticio , pero los metodos mafiosos adoptados por los Castros para su establecimiento y permanencia son muy ciertos y por desgracia eficases.

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  3. Exacto lo que dices.......en cuanto a las ofensas y asaltos, es lo normal hoy en día entre cubanos, la razón y la lógica se han perdido (gracias al arduo trabajo de la revolución comunista castrista dictatorial tiranica.....ahí va pa'todos los gustos). Como bien sabemos hay una "onda" de su avisar los echos de la recién (más de medio siglo!!!!!) historia cubana, es lo light, lo predominante para sobrevivir si estas allá adentro o para que no te tachen de "dinisaurio" si estas afuera.

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  4. Todos los terminos le van bien "regimen totalitario comunista y dictatorial" y se queda corto.. todo es solo una forma politicamente correcta de escribir banda de asesinos descarados y oportunistas

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  5. Enrique, te considero teniendo en cuenta tu situación, en la cual yo no quisiera encontrarme. Es mucho más fácil (y menos riesgoso) tratar con un caso de este tipo cuando uno no tiene que preocuparse por caer "pesado" y buscarse problemas (incluyendo represalias de una forma o de otra) que pudieran mermar su trabajo o carrera. El que tiene que lidiar con la academia y moverse en ella escasamente puede darse el lujo de hablar sin pelos en la lengua aunque quisiera hacerlo. Yo, que afortunadamente no tengo ese problema, lo puedo hacer, y para mí es muy sencillo: si voy a emplear mi limitado tiempo y darle mi atención (por no hablar de mi respeto) a alguien con respecto al tema de Cuba, definitivamente no estoy dispuesto a hacerlo con nadie con la trastienda de Rojas. O sea, si no creo que la persona es trigo limpio, la descarto, y el que me crea intolerante, pues que lo crea. Ya los cubanos hemos perdido mucho más que demasiado tiempo comiendo mierda con demasiada gente.

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