sábado, 26 de febrero de 2022

La opción de los tenaces


A los community colleges suele subvalorárseles por ignorancia, por sistema, por costumbre. Pero sobre todo por ser la opción de los pobres. Y ya se sabe, nada más fácil de despreciar que la pobreza. Por despreciar —o ignorar— lo hacemos hasta con el pobre que fuimos. Se ignora que en los Estados Unidos hay nada menos que 942 universidades comunitarias en las que están matriculados 12.4 millones de estudiantes. O que un tercio de los graduados universitarios del país proceden de tales instituciones. O que el 66% de los estudiantes universitarios han estado matriculados en algún momento de su vida en un community college.

Estas universidades comunitarias se han convertido en vía accesible y relativamente barata de reintegrarse en los estudios superiores cuando, por alguna razón, no se ha podido pasar directamente de la enseñanza media a la superior. Para empezar, los community colleges son mucho más económicos que otras instituciones universitarias. Como promedio la matrícula anual en estos ($3,770) es casi tres veces más barata que en las universidades públicas ($10,560) y doce veces en el caso de las privadas.

Y está el tema de la diversidad. De acuerdo con las estadísticas entre 2018 y 2019 la composición étnica del estudiantado de los community colleges era de un 45% de blancos, 25% de hispanos, 13% de afroamericanos y un 7% de asiáticos. No debe sorprender que el estudiantado de los community college se parezca más al mundo real que el de las universidades, sobre todo las privadas. Sé de lo que hablo. Hace más de veinte años enseño en una universidad privada, pero al llegar a este país con veintinueve años mi primera opción educativa fue el Hudson County Community College. Allí aprendí bastante y no solo de las materias que impartían los profesores. Los estudiantes éramos, en aplastante mayoría, inmigrantes. Y en buena parte, por fatalismo estadístico del condado, hispanos. Pero no únicamente: había también africanos, indios, chinos, vietnamitas. Gente con la que aprendías mucho, incluso de ti mismo. Recuerdo a un senegalés que al saber mi procedencia exclamó “¡Cuba! ¡Abelardo Barroso!” obligándome a averiguar por ese cantante que tan popular parecía ser en Senegal pero que en mi país nos dábamos el lujo de olvidar.

Aquellos estudiantes estaban más que dispuestos a internarse en lo que entonces nos parecía la impenetrable selva americana haciendo uso de todos los instrumentos que les pudiera ofrecer aquella escuela. Empezando por el idioma, por supuesto. En mi caso, seis años de inglés en la enseñanza intermedia apenas me alcanzaban para leer algún que otro artículo con vocabulario y sintaxis elementales. Hasta un intercambio oral que sobrepasara los saludos quedaba fuera de mi alcance. Algo aprendí gracias al interés y la paciencia de profesores que sospecho mal pagados pero que amaban la profesión lo bastante como para darle sentido a nuestra presencia allí. Recuerdo con especial cariño a un profesor norteamericano, alto y delgado. Un trotamundos que había sido taxista en Alemania por el solo placer de conducir un Mercedes Benz. Y a una emigrada rusa, Elena Gorokhova, quien hizo todo lo que pudo por adecentar mi gramática inglesa. (Pronto descubrí que la profesora compartía conmigo el vicio de escribir, lo que con los años la convirtió en autora reconocida).

Por aprender en aquel college también aprendí de la ignorancia norteamericana. Desde darme cuenta de que uno de los pocos estudiantes nativos que encontré allí no solo ignoraba la existencia de un cuarteto llamado The Beatles sino hasta estaba orgulloso de no saberlo. O aquel profesor ítalo-americano que se daba el lujo de despreciar ostensiblemente a los mismos estudiantes que le daban de comer. En especial, vaya a usted a saber por qué, a los indios. Alguien a quien en su atrevida arrogancia no le cabía en la cabeza que en buena parte del mundo la palabra “billion” equivaliera al millón de millones. O que el sistema de numeración indio no compartía nuestra superstición por los millones y el equivalente a “million” eran 10 lakhs, siendo el lakh el equivalente a nuestro cien mil. No. En vez de aprender lo que obviamente ignoraba, aquel profesor optaba por burlarse de sus estudiantes que a su vez empezaban a llevarse una idea de lo que podía significar el racismo norteamericano que en esos años solía ser más discreto.

Pero esa fue una excepción en mi experiencia con el Hudson County Community College por lo demás muy estimulante. En clases no demasiado grandes, pero sí diversas, obtuve conocimientos esenciales para mi desenvolvimiento posterior al tiempo que formaba relaciones que me han acompañado el resto de la vida. Más de veinte años después los community colleges han cambiado. Un ejemplo: justo antes de la pandemia ya la quinta parte de sus estudiantes tomaba clases on line. Otro: desde 2008 hasta la fecha los hispanos han conocido el mayor incremento en la matrícula total de los community colleges con un aumento del 10%. Se va entendiendo mejor la función de esta institución como puerta de acceso a la educación superior. Se comprende mejor que los community colleges no son la opción del pobre sino la del que no se da por vencido.

viernes, 25 de febrero de 2022

lunes, 21 de febrero de 2022

El Nene Candelaria en "Turcos en la niebla"

Foto de Geandy Pavón
Acaba de morir Aurelio Candelaria, ex preso político con 18 años cumplidos en Cuba de los veinte de su condena original. Ignoro los detalles de la condena. Era la época en que si te echaban menos de veinte años pensabas que era un error o apenas el prólogo de una pena de muerte. Ya fuera de prisión el Nene (o el Guajiro) se volvió toda una leyenda entre la comunidad cubana de Nueva Jersey con sus más de seis pies de estatura, su sombrero tejano, las espuelas que usaba en medio de la ciudad, su sangre fría en los momentos más difíciles, pero sobre todo por su infinita bondad. Apenas lo disfracé en mi novela "Turcos en la niebla" donde reproduje algunas de las anécdotas más famosas de las tantas que se contaban sobre el increíble Nene Candelaria. Tan increíble como asumir que alguien así sea capaz de morirse. Los dejo con el fragmento de la novela que habla de él.

Eltico:
Los personajes que uno se encuentra en este barrio no se pare­cen a nada. Qué país para dar gente rara. Me refiero a Cuba, aunque los americanos no se quedan atrás, pero al menos tienen la disculpa de que su país es inmenso. En cambio, Cuba es chi­quitica y se las arregla para dar gente rarísima. Ahí está el Gua­jiro. ¿Tú te imaginas que a alguien lo llamen el Guajiro en esta zona que está llena de guajiros de Las Villas, del Escambray, de lugares bien metidos en el monte? Es como llegar al Polo Norte y encontrarte a un tipo que lo llamen el Esquimal. Es tan alto que, con todo y lo viejo que está, a mí, que soy alto, me saca sus seis buenas pulgadas. Además, tiene ese sombrero que no se quita nunca y la camisa tejana con bordados y los pantalones de vaqueros. Porque para él los jeans siguen siendo pantalones de vaqueros. Y botas de cuero y espuelas. Cuando yo lo conocí usaba espuelas con unos pinchos grandísimos. Con ellas se pa­seaba por medio del pueblo, iba a las reuniones de los presos, todo. Ahora usa unas más discretas con una púa chiquita en vez de aquellos pinchos largos. ¡Te imaginas el trabajo que pasaba para que no se le enredaran con los escalones de las guaguas cuando se bajaba! Como diciendo: «Yo voy a ser el Guajiro donde quie­ra que me pare». Meterse diecinueve años preso y salir para acá en medio del frío. Terminar abriendo una ferretería en el barrio de los negros y aguantar que te asalten a cada rato. Sobrevivir a todo eso siempre con el sueño de reunir un dinero para com­prarse una finquita idéntica a la que tenía en Cuba. O al menos una a la que pudiera ponerle el mismo nombre que la que tenía allá.

Está la vez que lo asaltaron con un shotgun, una escopeta re­cortada que si te coge de cerca te abre un hueco por el que pue­des pasar un puño cerrado. No cogió miedo. Se fue acercando despacito al asaltante mientras le hablaba. En español. Porque el Guajiro en todos estos años y con un negocio en medio de un ba­rrio donde casi nadie habla español es incapaz de decirte tres pa­labras seguidas en inglés. «Suavecito», le decía. «Muchacho, no hagas eso. Tú no ves que te vas a desgraciar.» Cosas así. Hasta que le agarró la escopeta por la punta del cañón recortado. Se la quitó de un tirón y el asaltante huyó corriendo.

O la vez que tumbó a piñazos a unos ladrones. También ar­mados. Al llegar la policía los tenía amarrados uno contra el otro con las mismas sogas que vende en la tienda. Al final, con quien se puso a pelear fue con la policía. Quería que le devol­vieran la soga con la que los había amarrado, porque si se la lle­vaban se le iba a descompaginar el inventario.

Pero el cuento que de verdad define al Guajiro no es ningu­no de ésos, sino el de la noche que le dio por recoger a una de esas putas que se paran en la 1-9. Para que te las lleves a los mo­teles de por ahí. La puta se subió al carro y él se puso a decirle: «Muchacha, ¿tú no te ves muy joven y bonita para que te metas a hacer esas cosas? Tú tienes la misma edad que mi hija y toda una vida por delante. Ponte a estudiar y haz una carrera. Dedí­cate a otra cosa». Siguió tratando de convencerla. Insistiendo en que agarrara por el buen camino. Así hasta que la puta se echa a reír y le dice en español, porque parece que era boricua o algo así: «Oiga, mi viejo, déjeme explicarle una cosa. Yo soy policía y estoy haciendo trabajo encubierto desde hace años y no había visto nada parecido. Ahora mismo los compañeros míos que están escuchando esta conversación en una camioneta allá atrás deben de estar muertos de la risa con todo lo que us­ted me dice. Déjeme aquí mismo que usted no sabe de la que se ha salvado».

Pero el Guajiro es un tipo persistente. Siguió en su cruzada de llevar a las putas por el buen camino. Una noche recogió a una que sí era puta de verdad y el Guajiro le metió la misma muela. La puta se cansó y le dijo que si no quería hacerle nada por lo menos que le diera veinte dólares. El Guajiro se negó y la tipa sacó una cuchilla y lo amenazó. Él no se dejó intimidar y si­guió hablándole hasta que la puta, furiosa, le picoteó los asien­tos del carro con la cuchilla. Creo que ése fue su último intento de convencer a las putas de que abandonaran el oficio.

jueves, 10 de febrero de 2022

La Cuba de Lechuga

Carlos Lechuga siempre lo leo con gusto y provecho, aunque no siempre esté de acuerdo con él. Ni falta que hace. Provocar, cuando se hace con inteligencia y buena leche, casi siempre es mejor que coincidir. No lo conozco más que por sus escritos y sus películas, pero ya eso me basta para suponer que la leche de Lechuga es de la mejor calidad posible, tanto como su inteligencia.

Un ejemplo: la talla que soltó el otro día. (Lechuga usa “talla” como sinónimo de idea, lo que me parece bien, porque eso habla de lo poco pretencioso que quiere parecer, algo que siempre se agradece). Lechuga dice que “Cuba no existe, no existió, nunca fue”. Y no lo dice como de pasada, sino que insiste en ello. Se toma su talla en serio, aunque no tanto como para tener el mal gusto de titular el artículo “Cuba no existe”. Lo titula “Sálvese quien pueda”, que, según el cineasta, es el modo en el que se encuentra todo el país luego del chispazo de esperanza que representaron las protestas del 11 de julioy posteriores.

Después de todo, eso de que Cuba no exista no es tan provocador nada. Ni tan novedoso. O lo es tanto como la metafísica. Claro que Platón no hablaba de Cuba, sino que se cuestionaba la consistencia de lo real afirmando que el mundo de las cosas no era más que un reflejo de modelos ideales.

Cuando Cristo dijo que le dieran al César lo que le pertenecía en verdad, le confería a este el imperio sobre la nada porque nada era real comparado con el reino de Dios que venía anunciando desde un tiempo atrás. Con la misma convicción con que Lechuga dice que Cuba no existe, se puede decir que el imperio romano nunca existió. Que lo que entendemos por la antigua Roma y su dominio sobre medio mundo no fue algo independiente de nuestras conciencias —como repetían antes los marxistas de manual—, sino producto de un deseo colectivo, de una convicción común. De manera que, cuando los súbditos del imperio dejaron de creer en él para entregarse a la alucinación propagada por el famoso crucificado, el imperio terminó desvaneciéndose en las manos de los bárbaros que creyeron conquistarlo.

Que Cuba o cualquier otra alucinación colectiva exista —creo que nos dice Lechuga—, depende de que haya suficiente cantidad de gente que crea en ellas. Porque la Isla podrá seguir ocupando la entrada del golfo de México, pero, una vez que dejemos de creer en ella, dejará de ser país, nación, unidad de sentido. Y un pueblo que está en modo supervivencia, o en modo huida, tiene muy pocas oportunidades de ocuparse de ese capricho del espíritu que es una nación. A su modo tremendista, pero exacto, Lechuga nos comunica su corazonada: un país puede desaparecer y el que nos tocó por el registro civil está en peligro de extinción. Y lo que es peor, de extinguirse como si nunca hubiese existido. Como si apenas hubiera sido una escenografía para servir de fondo a los documentales sobre Fidel Castro, a la segunda parte de El Padrino o a los videoclips de cualquier reguetonero.

Tan real y tan falsa como el decorado de cartón de Casablanca. Lechuga nos está advirtiendo que, tras tantas décadas dilapidando la esperanza de generaciones, Cuba puede desvanecerse si no la soñamos con suficiente fuerza. La fuerza con que la soñaron Martí, Lezama, Matamoros o Payá. O con la que todavía la sueñan hoy José Daniel Ferrer, Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo. (No es casual que ellos estén presos y los demás en modo “sálvese quien pueda”).

Pero donde Lechuga no se permite la limosna de la esperanza, yo prefiero mezclar la talla de la inexistencia de Cuba con la del sálvese quien pueda para concluir que la supervivencia de un país depende del cuidado que pongamos en cuidar a sus hijos, en salvarlos. Sobre todo a aquellos que lo sueñan con más fuerza. Si eso es así, hoy Cuba está mayormente en prisión, agonizando. Y si queremos que siga viva, tendremos que sacarla de ahí. Así de sencillo.

martes, 8 de febrero de 2022

Alcides Herrera: antología mínima*

Foto Ingeborg Portales

Un acercamiento básico a la obra de Alcides Herrera.

Sobre ciencia dominicana:

Científicos dominicanos descubren que Facebook se convirtió ha mucho en nuestro email, en nuestro periodiquito.

Científicos dominicanos descubren que la mejor manera de evitar la paternidad es borrar ese like.

Científicos dominicanos descubren que mi ausencia es mejor que mi presencia.

Científicos dominicanos descubren que en el Cielo te mantiene el Estado.

Científicos dominicanos descubren que estoy tan flaco que, cuando muera, no se va a notar la diferencia.

Científicos dominicanos descubren que el tiempo no es oro, es fantasía.

Científicos dominicanos descubren que no tengo futuro pero tengo tremendo pasado

Científicos dominicanos descubren que "Sinopharm" no quiere decir "El amor, Madre, a la Patria" en mandarín.

Científicos dominicanos descubren que Lecuona es el quinto Beatle de Van Van.

Científicos dominicanos descubren que hay muerte después de la vida.

Científicos dominicanos descubren que el hombre desciende del monosílabo.

Científicos dominicanos descubren que la mejor forma de no tener la culpa es no estar allí.

Científicos dominicanos descubren que, mientras tuvo todas sus costillas, Adán usó Sazón Goya Incompleta.

Científicos dominicanos descubren que no es suficiente perdonar a la persona: hay que perdonar también el recuerdo de la persona.

Científicos dominicanos descubren que Photoshop no sirve para borrar el churre de tu pantalla.

Científicos dominicanos descubren que nadie puede encerar un yate con la izquierda y escribir con la mano que sobra La Gran Novela Americana.

Científicos dominicanos descubren que el password del Papa es "Jesús".

Científicos dominicanos descubren que la linterna del teléfono sirve para encontrar el cable del teléfono pero nunca para alumbrar el huequito donde se mete el cable.

Científicos dominicanos descubren vida después de Facebook.

Científicos dominicanos descubren que los oídos tienen paredes.

Científicos dominicanos descubren que soy tan vago que prefiero que me borres tú.

Científicos dominicanos descubren que si no te acuerdas no eres gay.

Científicos dominicanos descubren que algunas veces nadie tiene la culpa de esto.

Científicos dominicanos descubren que la lástima es un ruido en el sistema de la compasión.

Efemérides:

Un día como hoy, cuando era incapaz de extrañarte porque no había nacido, en 1783, Estados Unidos logró la enorme, definitiva, premonitoria, predestinada, extravagante victoria diplomática de que España reconociera al fin su Independencia (la de Estados Unidos: España ya era propia). Gracias a este gesto de la “Madre Patria” (como le decían los que estaban en la parte de afuera de ella), Estados Unidos terminó convirtiéndose en “una potencia” ¡y la hija de Hillary me envía mensajes en inglés! También un día como hoy, en 1468, en Mainz, falleció Johannes Gutenberg, un artesano alemán que se hizo popular por algo que no tenía mucho que ver con la artesanía necesariamente: la imprenta. Dejó su impronta -por su culpa mucha gente ya se leyó La Fiesta del Chivo.

Frases:

"Mi amigo no es bisexual: es gay un día sí y un día no." (Del Muro de Francis Balsa)

Prohiben a los puercos abrir sus propios restaurantes y vender carne de hombre nuevo al ajillo.

Conoció a Dios en la cárcel pero a Dios lo soltaron al otro día.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba poniéndose la ropa.

Cuando despertó, el dinosaurio se había convertido, tras un sueño intranquilo, en un monstruoso insecto.

Todo tiene su tiempo bajo el sol pero prefiero que ocurra de noche.

La meta es el olvido: ya yo tengo Alzheimer's.

Es mejor prevenir que tener que Carlos Marx.

Era tan feo que su madre lo parió con una manilla de oro para despistar. «¡Qué manilla más chula!», decían las vecinas frente a la cuna de plata.

Le dije que no sacara el seguro del auto ahí pero ella insistió en que la gente de Poncio Pilatos Insurance era seria.

Tengo un amigo que anoche durmió con un gato negro y le pegó su mala suerte al pobre animal, que no llegó a ver el alba.

Un vecino le acaba de decir a otro en el parqueo: "¿Viste el pajarito que acaba de morir cerca de aquí?" Es la pregunta más linda que he escuchado. Salí a buscar el pájaro.

La meta es el olvido: yo he llegado en balsa.

Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho, y puso Like.

Mujer es poseída antes de tiempo en sesión espiritista por el futuro fantasma de Yoko Ono.

Abril es el mes más cruel. Febrero es el mes más fula.

Lo que es verdaderamente injusto, compañeros, es que no se nos permita construir naves espaciales, cuando se sabe que el planeta Marte está en la lista de países que no exigen visa a los cubanos.


Relatos mínimos:

Ya yo estoy muerto. Mi madre, madre al fin, lo intuye. (No tuve tiempo de avisarle, ni a mí.) El Canal 41 se aprovecha. La llaman y esta pregunta le hacen: «¿Cómo logró intuir que su hijo ya no estaba en el mundo?» Ella responde: «Por 23 años mi hijo me llamó cada domingo. A las 3:33 de la tarde. Por teléfono. Y el miércoles llamó a las 3:34 de la mañana. Por la ouija».

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Esto fue ayer, en un Burger King de Miami Lakes. No sólo estaba crudo el pollo de mi sandwich sino que estaba vivo, hambriento también, y se comió mi pan, mi queso, mi lechuga. Ahora vive en el patio. Lo estoy enseñando a decir “sopa”.

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Una guajira de la finca Cejas de Pedro Barba se enamoró de un guajiro de la finca Monte Oscuro y él de la guajira de la finca Cejas de Pedro Barba. Ella tenía 17 y él 14 años más -yo no sé sacar cuentas, a veces termino en Taco Bell. Un hombre llamado Ramón Duarte, más tarde conocido como "Abuelo Ramón" (que en paz descanse su alegría), puso un machete sobre la mesa de tan extravagante petición de mano, y miró largamente a los ojos de Arsides Herrera y no hablaron nada por 33 minutos hasta que Ramón Duarte guardó el machete y el pretendiente pensó en voz alta (por eso lo sé, ¿no?) frente a su nuevo suegro: "Cojone', qué alivio". Y entonces, nada: se casaron. Debo aclarar que no hubo que aclarar que la novia no iba a llegar virgen al altar sólo porque ya no había altares, pero sí frente al notario -viene a ser la misma tontería histriónica de cualquier forma de amor o de una orden muy antigua, de un machete sobre la mesa de una extravagante petición de mano. 9 meses después de la noche de bodas vino a este mundo, ya que es el único que hay, quien escribe estas líneas por las que no pasaría tren alguno. La guajira de la finca Cejas de Pedro Barba se llama Milagro de la Caridad y aún tiene la difícil tarea de ser mi madre y hoy es su cumpleaños y la bendigo -aún esa fuerza tengo- en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Felicidades, Mami. ¡Esto fue lo que trajo el barco! Te mandé una botella de Viña 95 a tu email de Nauta. Feliz día de la Milagrosa.


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Ayer perdí por décima vez en el Concurso de Imitadores de Michael Jackson de la Casa de Cultura Maya de Homestead. Volvió a imponerse Chaparro Gómez, de 66 años, dueño de la exitosa tomatera Virgen de Guadalupe. Otros competidores a los que ganó y que a la vez me ganaron a mí, insinuaron que siempre le daban el Grand Prix a Chaparro por ser un hijo no reconocido de Manzanero. Creo que el comentario es injusto y no lo suscribo. Cuando suenan los primeros acordes de Billy Jean, ese curtido y honesto hombre de campo se transforma y todos piensan que el verdadero Michael Jackson está ahí -es normal que muchos padres engañen a sus hijos de tres años, diciéndoles: "Mira, Joseíto, ¡el Maikel, güey!". En lo personal no considero esto una derrota sino un crecimiento en la convicción de que mi voluntad, esfuerzo y sacrificio me pondrán en las manos el Grand Prix en la edición de 2023, y estaré en el lugar que merezco y así habré conquistado mi sueño. Por diez años he competido en Homestead porque nadie me conoce allí. Claro, eso no incluye a los lugareños, que cada año me ven y pasan luego por mi lado silbando El Perdedor, famoso bolero yucateco que no habla como tal de la sensación de victoria que uno seguro siente, por ejemplo, cuando gana. Pero, aunque antropológicamente hablando, podría tal evento, que a veces parece programado -la misma esquina, el mismo tipo que me pareció ver un rato antes con Chaparro Gómez-, dañar mi psicología de artista, en realidad me da ánimo para seguir. Y la parada de la guagua está ahí mismo. Aprovecho para desear tranquilidad, resignación y ¿por que no? pronta recuperación a Chaparro Gómez: su médico (y gran admirador) le dio tres meses de vida.

Alcides Herrera, un genio renuente

“Científicos dominicanos descubren que estoy tan flaco que, cuando muera, no se va a notar la diferencia” Alcides Herrera

El Pescao dijo que le decían. No pasaría de los 15 años él ni de los veintidós yo. Siete años nos llevábamos por el calendario gregoriano. Puede que fuéramos aún más jóvenes pero Alcides ya era parte de la Leña del Humor que era a su vez la tribu más delirante que haya producido nunca el humor cubano. (Sobre la impresión de ver por primera, segunda o tercera vez a La Leña escribiré en ocasión más propicia). El Pescao no tenía entonces que explicar sus méritos para ser aceptado en aquella sucursal villareña de los hermanos Marx pero insistió en que viéramos sus caricaturas, ansioso como estaba en probar su valía. Temo que se me confunda aquel recuerdo con el de otras caricaturas, más recientes, de trazo minimalista y humor metafísico, pero ya a aquella edad a Alcides Herrera cualquier cosa le quedaba chiquita, fuera la Leña o la vida. Las pocas veces que nos vimos por acá el Pescao prefería evocar un encuentro en el campismo del río Canímar, nuestro alojamiento durante un festival de la Seña del Humor de Matanzas. Allí, según él, dije unas palabras que lo habían marcado para siempre y que el olvido me evita la vergüenza de repetir aquí. No obstante, su insistencia en aquel recuerdo lo retrataba en su inagotable candor y generosidad para atribuir a otros la sabiduría propia.

Alcides era eso: talento y sensibilidad en estado rabiosamente puro. Tanto, que pareciera que no sabía qué hacer con ellos y que tenía que sobrellevarlos con cantidades sobrehumanas de alcohol o cualquier otra sustancia disponible. Tanta creatividad la desperdigaba en el dibujo, la poesía y la música sin que se concretaran en un libro, un disco o una exposición, esas unidades de medida de los currículums. (Su gran amigo Manuel Sosa me confirma que, aunque dejó cientos de páginas inéditas, nunca llegó a publicar más que algunos poemas sueltos). De momento nos tendremos que conformar con lo que hasta ahora es su obra maestra: su muro de Facebook. Allí combinaba poesía de ocasión (para el Pescao, cuyo talento solo era comparable con el poco respeto que le tenía, todo era de ocasión), dibujos, memes, efemérides enloquecidas (“un día como hoy pero…”), frases atribuidas a un tal Francis Balsa (“Mi amigo no es bisexual: es gay un día sí y un día no”) y su descojonante serie sobre los descubrimientos de los científicos dominicanos que lo mismo explotaba la tontería sublime (“Científicos dominicanos descubren que hay muerte después de la vida”) que convertía el juego de palabras en poesía 
pura: “Científicos dominicanos descubren que el tiempo no es oro, es fantasía”. Todo era un pretexto para darle salida a una creatividad tanto más asombrosa cuando menos se apegaba a la lógica, que era casi siempre (“Conoció a Dios en la cárcel pero a Dios lo soltaron al otro día”).

Pero también —pidiéndole permiso a partes iguales a Led Zeppelin y a Walter Mercado— el Pescao era muchísimo amor. Eso se puede comprobar en su poesía o en la manera que trataba a sus amigos. No parecía alcanzarle todo el amor que pudieran darle —que fue mucho— y al mismo tiempo su tremenda bondad le impedía resentirse por ello. Porque amor nunca le faltó: si alguien con tan poco interés por sobrevivir duró 47 años sin caer en la indigencia absoluta fue gracias al cariño de los que lo conocían y apoyaron cada vez que hizo falta. Se puede acudir a la manida imagen de su vida como un largo suicidio pero se tropezará con la evidencia de que el Pescao tenía por morirse el mismo desinterés que en vivir (“Lo que no hice hasta hoy, ni haré, no es para eso” dijo parodiando a Martí, el más inagotable de los cubanos). Había en él un desgano esencial que era desmentido a cada paso por su incesante vitalidad, sus ocurrencias infinitas.

Si a alguien sorprendió su muerte fue porque llevaba demasiado tiempo sin saber de él. Su cuerpo, maltratado más allá de lo humanamente aceptable, se fue consumiendo hasta hacer de su muerte cualquier cosa menos una sorpresa. Y sin embargo no he encontrado a nadie en estos días resignado a su pérdida. “Es el egoísmo nuestro que quería tenerlo un poco más junto a nosotros” me explicó su amiga Ingeborg Portales. Por eso, con tantos que les infligimos disco tras libro a esta humanidad, la vida y la muerte de Alcides Herrera nos explican sin esfuerzo el sentido que tiene escribir, grabar, dejar testimonio. Ciertamente escritura y grabaciones no deberían dejarse al alcance de cualquiera, pero existen para que podamos seguir conversando con los genios auténticos una vez que se cansan de acompañarnos. Para que el fuego que nos deslumbró alguna vez no termine de apagarse.
     

jueves, 3 de febrero de 2022

Diez preguntas y respuestas (revisadas)

Por Armando Añel 

2022 es el año, también, de la segunda parte del libro Retrato del exilio cubano, serie de entrevistas que Neo Club Ediciones publicó en 2015 y cuya principal intención, como el título indica, fue dar a conocer una especie de radiografía de la comunidad cubana en el exterior a través de sus definiciones. Ahora, esta segunda entrega de la saga profundiza en el contexto cubano del día después, cuando el castrismo en el poder entra en su recta final. Al habla con el escritor y humorista Enrique del Risco:

Armando Añel- ¿Qué es para usted la patria?

Enrique del Risco- Por una parte, la patria es el sitio que nos da el impulso vital original, ese sobre el que construimos nuestro imaginario, el punto de partida y de llegada de muchos de nuestros sueños y del que —al menos en mi caso particular— es mejor estar saludablemente alejados. Por otra parte, y a efectos prácticos, la patria son los amigos, los discos y los libros.

AA- ¿Qué es la libertad?

ER- Lo que nos hace seres humanos. Lo resume muy bien la Biblia con la fábula de la expulsión del paraíso. El pecado original es el primer acto libre del hombre y de la mujer: no se trata solo de sexo —aunque el sexo en sí no es poca cosa— sino del acto de acceder a la conciencia de sí mismos, de ser capaces de distinguir entre el bien y el mal. Y de hacerse responsables de ello. Por supuesto, con ese nivel de conciencia ya no se puede vivir en el paraíso, ni literal ni metafórico, porque el paraíso no es más que la inconsciente pertenencia a la naturaleza, la obediencia ciega a la biología, a los instintos, pero a cambio tenemos ese don que es la libertad. Por eso la pérdida de la libertad ya sea individual (como en la esclavitud o la cárcel) o colectiva (en una tiranía) es vista como una desgracia mayor. Y lo es.

AA- ¿Cómo y cuándo Cuba será libre?

ER- El 11 de julio de 2021 quedó demostrado que no basta con que una parte sustancial del país exija pacíficamente ser escuchado. Quedó demostrado también que la mafia en el poder dispone de suficiente voluntad, medios y apoyo exterior —y la complicidad silenciosa del resto del mundo— como para permanecer al mando del país mientras quiera. Por lo anterior puede deducirse que no abrigo muchas esperanzas al respecto, pero eso no significa que debamos rendirnos: incluso aunque Cuba nunca pudiera ser libre los cubanos pueden y deben llegar a serlo. De una manera o de otra. No seríamos el primer pueblo que construya su libertad fuera de su tierra. O en la clandestinidad.

AA- ¿Qué hacemos con, o qué se hacen, los cientos de miles de cubanos considerados castristas una vez Cuba sea libre?

ER- Dada mi respuesta anterior, la disyuntiva de qué hacer con los castristas en una Cuba libre la veo como mero ejercicio ficcional. Invitado a ese juego, que no me es ajeno, y descartado el exterminio con todas sus consecuencias desagradables —fosas comunes, cargos de conciencia, la conversión de malvados en mártires, etc. — nuestros esfuerzos deberían concentrarse no en los castristas sino en el castrismo. Porque el castrismo estriba en rechazar la convivencia con el otro, el que piensa distinto a ti, y dedicarse a aplastarlo. De manera que todos nuestros esfuerzos en contra del castrismo se deberían concentrar en hacer posible la convivencia entre los que pensamos diferente. Esa convivencia que alguna vez permitió aprobar una constitución como la de 1940 pese a las profundas diferencias políticas e ideológicas de los miembros de la asamblea constituyente. Pero el castrismo no solo es represivo sino también falso y miserable, así que la otra manera de combatirlo es crear una sociedad más auténtica (menos escenográfica y postiza quiero decir) y más próspera. Como dice el proverbio: la mejor venganza es vivir bien.

AA- La difamación, el brete, las teorías de la conspiración, etc., han contribuido grandemente a afianzar el totalitarismo en Cuba en los últimos 63 años. ¿Cómo atenuar esta tendencia sociológica en una Cuba en democracia, con conexión abierta a Internet?

ER-Todo lo que menciona esa pregunta me parecen subproductos de la frustración y la impotencia que produce privar a un pueblo de sus derechos por más de seis décadas. Pero no son los únicos subproductos de la opresión: también están el fatalismo, el autodesprecio y el autoritarismo de andar por casa. Pero incluso las sociedades libres producen esos fenómenos aunque a mucha menor escala. Si tales sociedades han sido incapaces de lidiar con esas distorsiones en la percepción de lo real, buscar soluciones hipotéticas para una Cuba hipotética me parece demasiado imaginar.

AA- ¿Usted votaría a favor de incluir una asignatura contra la envidia en un futuro sistema de educación en Cuba?

ER- Legislar contra las eternas miserias humanas es una manera no muy sutil de ser totalitario. Puede legislarse contra ciertas manifestaciones del Mal pero el Mal en sí es consustancial a nuestra humanidad y al humano ejercicio de la libertad. Digamos que se instaura esa asignatura en las escuelas, ¿habrá suficientes profesores capaces de impartir esa asignatura? En todo caso yo trataría de darle un sentido productivo a la envidia. ¿Te molestan los logros de otro? ¡Supéralos! No los ataques en nombre del igualitarismo o de cualquier otro sinónimo discreto de la envidia.

AA- ¿Cuán positivamente puede contribuir a la liberación y desarrollo de Cuba el activismo político youtuber liderado actualmente, entre otros, por influencers como los Pichy Boys, Alain Paparazzi o Alexander Otaola?

ER- Seguramente pueden contribuir muchísimo pero no estoy en capacidad de evaluarlos. No me he sentado a ver a ninguno exceptuando a Los Pichy Boys, pero en calidad de humoristas, no de influencers políticos.

AA- ¿Qué tipo de influencia podría ejercer Estados Unidos en el futuro de Cuba teniendo en cuenta los estrechos lazos existentes entre ambos países desde hace, por lo menos, tres siglos?

ER- Posiblemente Cuba no haya estado más pendiente y dependiente de la influencia norteamericana y no la haya exigido más que en las últimas décadas. En Cuba, por ejemplo, se siguen las elecciones norteamericanas con mucho más interés que las propias, aunque es cierto que saber de antemano quienes resultarán electos le quita todo el interés a las votaciones locales. A uno le gustaría que la influencia norteamericana fuera positiva —como lo ha sido en la música desde Gottschalk, o aquellos danzones con aires de ragtime, hasta Cimafunk— pero como le oí decir una vez a un funcionario del Departamento de Estado, “Estados Unidos tiene mucho poder pero no sabe usarlo”. Uno preferiría, por supuesto, que de Estados Unidos tomáramos la capacidad para la convivencia democrática, la vitalidad social, económica y cultural o el respeto a las libertades individuales en vez de la polarización, las paranoias conservadoras o los pujos de la corrección política. Pero, como ocurrió en su momento con la introducción del béisbol o de la televisión, eso dependerá de lo que seamos capaces de importar, más allá que lo que nos pretendan imponer.

AA- ¿Usted quiere ser enterrado en la mayor de las Antillas o, por el contrario, prefiere que sus cenizas sean arrojadas al mar?

ER- Soy muy poco fetichista con la tierra cubana. La zapateé bastante estando allá pero ya hace rato me hice a la idea de no volver a pisarla en vida. Pero al considerar una fantasía tan inevitable como la muerte confieso que siento cierta debilidad por el cementerio Colón, sitio donde trabajé como historiador por varios años. No es que quiera complicarles la vida a mis descendientes con deseos póstumos que nunca les he comentado, pero no me molestaría que le abrieran un huequito a mis cenizas en algún panteón familiar en Colón. Eso de las cenizas arrojadas al mar no me hace ninguna gracia. Nunca he sido muy playero.

AA- Por favor, revélenos el nombre secreto de Cuba.

ER- Bueno estoy yo para revelaciones, pero de los significados taínos del nombre el que más me atrae es el de “lugar”, con su humildad, su simpleza. Me gusta pensar en Cuba simplemente como eso, como un lugar que valga tanto como podamos hacer con él, que valga por la armonía que consigamos crear entre nosotros. Y si debemos seguir un ejemplo que sea el de nuestros músicos, que en medio de las circunstancias más atroces (pienso en los barracones de esclavos) supieron hacer algo de lo que sentirnos orgullosos y darle algún sentido a ese “lugar”.