sábado, 13 de septiembre de 2025

El lado correcto de la historia


El pasado jueves se cumplían 24 años de la mañana en que vi elevarse sobre la punta de Manhattan una nube de humo, pétrea, oscura, inmóvil donde antes se alzaban las llamadas Torres Gemelas. Pero, por supuesto, nadie hablaba de ello. Preferían comentar, por supuesto, la muerte el día anterior del activista Charlie Kirk, asesinado de un balazo en el cuello en el campus de una universidad de Utah. Los comentaristas, por supuesto, no se ponían de acuerdo. Cada cual buscaba en el hecho la confirmación de sus ideas previas: “¡La izquierda es asesina!” tronaban desde la derecha. “¡La asesina es la Segunda Enmienda!” respondían desde la izquierda. Como si el asesino de la representante demócrata de Minnesota Melissa Hortman y de su esposo fuera precisamente de izquierda. Como si al atacante de la casa de Nancy Pelosi no le hubiera bastado un martillo. O si para asesinar a la inmigrante ucraniana Iryna Zarutska un cuchillo no hubiera sido suficiente. La memoria, usualmente selectiva, cuando se trata de conformar, confirmar nuestra idea (política) del mundo, lo es todavía más.

¿Por qué mencionar en el mismo párrafo la tragedia del 2001 y el asesinato de Charlie Kirk? ¿Acaso no se trata de muertes distintas, motivaciones distintas, efectos distintos, países distintos? Porque habrá que reconocer que los Estados Unidos del 2001 son muy diferentes de este del 2025. Y que si el ataque ejecutado por Al Qaeda tendió a cohesionarnos como nación el que acabó con la vida de Kirk es un ejemplo extremo del cotidiano antagonismo que vive hoy el país. Esa por supuesto es una imagen sesgada. La misma noche del 11 de septiembre del 2001 escuché decir al que atendía la parrilla de un restaurante del barrio que los Estados Unidos se merecían semejante ataque. Y estoy convencido que no era el único que pensaba así. Pero eran definitivamente otros tiempos.

Hace veinticuatro años el debate interno estaba menos crispado. Si antes los epítetos de fascista y comunista se dispensaban con cierto cuidado ahora es difícil encontrar a alguien que alguna vez haya participado en un debate público al que no se le haya dirigido uno de ellos. Cuando no los dos. Etiquetas para odiarse mejor. El país, dividido en supuestos fascistas y comunistas está más cerca de una Guerra Civil de lo que quiere reconocer. De hecho, de un tiempo a esta parte podría decirse que venimos viviendo una Guerra Fría Civil que acontecimientos como el asesinato de Charlie Kirk solo contribuyen a calentarla cada vez más.

El antagonismo rebasa la política aunque se afinque en ella. Aventuro dos motivos para este quiebre social social. De un lado la ampliación de la brecha económica, educativa y cultural entre urbanitas con títulos universitarios y la clase trabajadora y rural, brecha que es resultado de un proceso dual: por un lado el mayor acceso a la enseñanza universitaria de parte de la población norteamericana y al empobrecimiento y desfase de la otra parte como efecto secundario de la globalización. Del otro está el surgimiento de las redes sociales que han llevado a un máximo de exposición las opiniones de todos y con ello la vulnerabilidad a las opiniones contrarias. Ahora las diferencias educativas y de clases se hacen cada vez más visibles y contrastables. Nunca el snob y el plebeyo la han tenido tan fácil para decirse sus verdades a la cara.

No ayuda el ambiente de terror intelectual que hoy se vive en las universidades. No es una impresión personal. En una investigación realizada entre 2023 y 2025 a través de 1,452 entrevistas confidenciales entre estudiantes de la Northwestern University y la University of Michigan a la pregunta de si alguna vez habían fingido puntos de vista más progresistas que los que realmente tenían para tener éxito social y académico en la universidad un sorprendente 88% de los entrevistados dijo que sí. Menos ayuda aún que el presidente del país, sea un multimillonario que ha convencido a la clase obrera y campesina -digámoslo en términos marxistas para que se aprecie mejor la ironía- que es el representante que esta necesita. Y que este, apropiándose del discurso victimista y racializado de la izquierda, haya convencido a los blancos pobres de ser víctimas de las élites culturales y atice el fuego del enfrentamiento cultural e ideológico para reforzar su visión autoritaria del poder. La reacción de Trump al asesinato de Charlie Kirk antes de tener idea de la identidad y las motivaciones de su asesino se aviene a su práctica habitual: culpó a la izquierda de causar la muerte del activista y prometió castigarla. Juzgar y condenar antes de conocer los detalles, (y los detalles, como sabemos, son el escondrijo predilecto del diablo) parece ser la marca de la época, sin distinción de ideologías.

Dividida en bandos antagónicos los norteamericanos parecemos más interesados en el triunfo dialéctico -o literal- sobre el bando contrario que en la convivencia democrática. El impulso de tener la razón a toda costa que ha arruinado tantas fiestas familiares prima sobre cualquier noción de tolerancia. Pero lo que en una familia se remedia -o no- con una conversación íntima y un abrazo, en una sociedad que cada vez descree más de los procedimientos democráticos en instancias que van de la cultura de la cancelación al no reconocimiento del resultado de las elecciones lleva al imperio de la violencia y la destrucción de la coexistencia. Querer tener la razón a toda costa antes de ponerla en funcionamiento es hacerle muy poco favor a la razón y convertirla en una forma de violencia. Porque la tentación de creerse en el lado correcto de la Historia -esa señora que se contorsiona todo el tiempo- abre el camino a negarle todo, incluso la condición humana a quien esté en el lado contrario.

Charlie Kirk era un provocador, sin dudas, algo que debería ser bienvenido en los centros de enseñanza si el instrumento de la provocación es el debate público. Sospecho que, como los woke, Kirk no estaba especialmente interesado en buscar la verdad que emana de una discusión libre como no lo está ningún apóstol de cualquier religión: se sentaba en esa pose de gurú en que lo sorprendió la muerte para convencer al resto de su verdad. Pero el método elegido, el del debate público debería ser sagrado en cualquier sociedad democrática. Sean cuales quieran las motivaciones de su asesino la muerte de Kirk debe ser un evento alarmante para toda la sociedad estadounidense y para todo el que todavía crea en la viabilidad de la democracia en el mundo.

Debe guiarnos el ejemplo de Trump, aunque sea por inversión. En su breve discurso por la muerte de su aliado el presidente, con su habitual falta de nobleza, se ocupó de enumerar los nombres de las víctimas de la violencia política de su propio partido, ignorando las del partido opositor en estos mismos años y haciendo evidente una vez más que es el presidente solo de los que lo apoyan y reverencian. A Voltaire se atribuye una frase esencial para el pacto democrático: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". En tiempos de tanta frivolidad y tan poca empatía hacia el que piense distinto quizás sea exagerado pedirle a nadie defender hasta la muerte nada, menos a un contrario ideológico. Pero si lo que nos interesa es este país y nuestra mera convivencia en un espacio común debería preocuparnos por igual cada instancia en que la violencia sustituye al libre intercambio de ideas y lamentar a todas las víctimas de la barbarie por igual. Como con aquellos muertos del 11 de septiembre del 2001: no nos preguntamos cuál era su ideología o sus opiniones sobre el aborto o las armas a la hora de lamentar su muerte. Al final todos de una forma u otra nos corresponden.

1 comentario:

Abdiel dijo...

Excelente