Néstor Díaz de Villegas es el Martí de estos tiempos, al menos en lo que respecta, como yo lo entiendo, a lo esencial martiano. Sus textos contienen esa intensidad pasada de moda, anacrónica pero no obsoleta, en su intento desesperanzado por inscribir la ligereza cubana en la pesadez del mundo. (El otro equivalente martiano en estos días sería Juan Abreu aunque exhiba demasiado sus placeres mundanos para recordarnos a Martí. Y no es casual que ambos sean -como Tony Montana- marielitos, la más apocalíptica de las generaciones cubanas). Para trenzar nuestra desflecada nacionalidad con la trama del mundo Néstor se vale no de discursos patrióticos o crónicas continentales sino, al menos en los últimos tiempos, de reseñas de películas. Como en esta última sobre “Melancholia”, la película que Lars Von Trier presentó en Cannes junto a sus muestras de comprensión y hasta de afecto por Hitler. Von Trier –nos recuerda el cubano- es más antiamericano que todos los directores de Norcorea juntos y no de manera más sutil ni menos superficial. Incluso si no se ha visto “Melancholia” bastaría recordar “Dancer in the Dark”, “Dogville” y “Manderlay” para convencerse. Tanta roña, nos explica como de pasada Díaz de Villegas no proviene de un conocimiento de primera mano de la sociedad norteamericana. A Von Trier –hombre de cine que encima tiene fobia a volar- le basta la repugnancia que le causan las películas de Hollywood, su simplona confianza en distinguir el bien del mal y en la repartición consecuente de premios y castigos, pero sobre todo el insultante optimismo que se deriva de esa convicción. Von Trier no rechaza –a diferencia de tantos antiamericanos profesionales- la materialidad gringa sino su espíritu. “Creo que justamente en ello radica el antiamericanismo de Von Trier: en desconfiar de la salvación hollywoodense que representan Sutherland y su álter ego [se refiere a Jack Bauer, el protagonista de “24”]” concluye Díaz de Villegas para darnos una de las claves del autor de “Dancer in the dark”: entre Hitler y Hollywood el danés se inclina sin dudarlo por el nacional socialista. El crimen –dirá, romántico al fin- antes que la estupidez de creer que todo acabará bien, porque esa fe niega el punto más alto de la sabiduría europea, el del pesimismo alimentado por la Historia (de sus crímenes).
Seguramente a su pesar frases como esas nos revelan –que es a lo que iba- el martianismo de Díaz de Villegas. Nos descubre su cubanidad negativa, como la definió Arturo R. de Carricarte –pionero del martianismo y editor de discursos de Gerardo Machado- para referirse precisamente a Martí. Alguien capaz no solo de intuir o saber que lo cubano se debate entre el entusiasmo norteamericano, su infantil confianza en el progreso, y un impostado fatalismo europeo, sino de actuar y, sobre todo, pensar en consecuencia. Incluso en sus textos más alejados de los trópicos Díaz de Villegas trasluce una de las obsesiones más constantes de su escritura: diseccionar esa cubanidad que lo atrae y repele al mismo tiempo. Sobre todo la de los cubanos que hicieron o desearon una revolución hace medio siglo. Gente demasiado cínica como para no saber que la utopía es el nombre elegante del Apocalipsis y demasiado ingenuos como para no desearlo e invocarlo con todas sus fuerzas. Su martianismo está en la persistencia de su prédica incluso cuando habla de otra cosa, la disposición con que ofrece su letra al escarnio ajeno o a la incomprensión, su variante personal de sacrificio. Pero –a diferencia de Martí- no le ahorra al compatriota su repulsa por ese detalle vital que los iguala –el de provenir del mismo sitio- ni deja de recordarle que decisivo como puede ser, no es otra cosa que un accidente. Porque el espíritu patriótico de sacrificio de Néstor no incluye el de su dignidad de escritor.
Seguramente a su pesar frases como esas nos revelan –que es a lo que iba- el martianismo de Díaz de Villegas. Nos descubre su cubanidad negativa, como la definió Arturo R. de Carricarte –pionero del martianismo y editor de discursos de Gerardo Machado- para referirse precisamente a Martí. Alguien capaz no solo de intuir o saber que lo cubano se debate entre el entusiasmo norteamericano, su infantil confianza en el progreso, y un impostado fatalismo europeo, sino de actuar y, sobre todo, pensar en consecuencia. Incluso en sus textos más alejados de los trópicos Díaz de Villegas trasluce una de las obsesiones más constantes de su escritura: diseccionar esa cubanidad que lo atrae y repele al mismo tiempo. Sobre todo la de los cubanos que hicieron o desearon una revolución hace medio siglo. Gente demasiado cínica como para no saber que la utopía es el nombre elegante del Apocalipsis y demasiado ingenuos como para no desearlo e invocarlo con todas sus fuerzas. Su martianismo está en la persistencia de su prédica incluso cuando habla de otra cosa, la disposición con que ofrece su letra al escarnio ajeno o a la incomprensión, su variante personal de sacrificio. Pero –a diferencia de Martí- no le ahorra al compatriota su repulsa por ese detalle vital que los iguala –el de provenir del mismo sitio- ni deja de recordarle que decisivo como puede ser, no es otra cosa que un accidente. Porque el espíritu patriótico de sacrificio de Néstor no incluye el de su dignidad de escritor.
2 comentarios:
enrisco, me he reido muchisimo con tu resumen del 2011. Gracias ahora por aclararme quien es el director de Dancer in the Dark. Es la primera pelicula que mi hija y yo vimos juntas en el cine cuando la dejaron salir de Cuba, y lloramos mucho con ella. Es una historia llena de ternura y amor de madre como el que tiene tu mama, la mia, y todas las mamas cubanas. Gracias, una vez mas.
Amarilys.
Excelente, Enrisco. Muy bien escrito y mejor pensado. No conozco la obra de Nestor Diaz de Villegas pero tu comentario despierta el deseo de conocerla.
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