Cuando se ve la indignación que provocó la represión a la marcha LGTBI
el mes pasado entre los bienpensantes cubanos en contraste con el
silencio sistemático ante el detalle de vivir en una dictadura no queda
otro remedio que asumir que fue una reacción estética antes que ética.
Que lo que les molestó no fue el hecho que coartaran a un grupo de
personas su derecho a manifestarse. Después de todo, ese derecho -el de
manifestarse libremente- le es coartado todos los días a todos
los cubanos. Lo que parece haberles molestado no es la represión sino
la vulgaridad de que en pleno siglo XXI, cuando las marchas del orgullo
gay son habituales en todo país que se respete, se ande reprimiendo una
en La Habana. No parece indignarles la falta de libertad. Lo que los
sulfuró es que luego de los desfiles de Chanel, las visitas de las
Kardashians, los diseños de Clandestina y de las noches en la Fábrica de
Arte un puñado de policías se basten para devolver a La Habana al siglo
XX, ese sitio tan cheo.
Es algo parecido a comprar el cuento de Mariela Castro como hada madrina de los "gay rights" en Cuba sabiendo que en Cuba NADIE tiene derechos.
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