Por fin la vi. “Chernobyl”,
la serie de HBO de moda en estos días. Angustiosa, abrumadora. Inmensa fábula
sobre la verdad, las mentiras. La cobardía y el heroísmo cotidianos, anónimos
casi. Una historia que siempre viene a cuento, narrada con una precisión, extraña
en Occidente, sobre acontecimientos ocurridos al otro lado del antiguo Telón de
Acero. Difícil de imaginar el trabajo monstruoso que habrá costado reproducir
la insidiosa textura material del comunismo, su escandalosa chapucería, sus
lujos grotescos.
“Chernobyl” me
informó de lo lejos que estuvimos de enterarnos en Cuba del peligro que corrió
buena parte de la humanidad en aquellos días mientras el resto del planeta,
algo más informado que nosotros, se persignaba. Y de lo mucho que nos evitamos
el día en que por fin el proyecto de central nuclear de Juraguá, corroída por
defectos similares o peores a la de Chernobil, fue abandonado.
Y sin embargo,
desde una de las primeras escenas, esas que intentan representar la normalidad
de una ciudad soviética de provincias justo antes de la catástrofe, puede
percibirse cierta falla. Una que crea un distanciamiento aún mayor que el del
acento británico con que hablan los personajes soviéticos. No es difícil
detectar que la falla está justo en la misma idea de normalidad. Porque la
normalidad es un hecho desconocido en el mundo totalitario, o al menos como se
la concibe en el Occidente liberal. La normalidad totalitaria está atravesada
por una constante tensión que ya la desnaturaliza. La conciencia de que algo
falta, de que algo hay que buscar, de que lo que lo que debería ser normal no
lo es.
Luego, cuando la
catástrofe estalla, descubrimos que la falla alcanza no solo a la representación
de la normalidad totalitaria sino también la de sus dramas. Quedan fuera de las
relaciones entre los personajes esa mezcla de rigidez, fatalismo y de cinismo
ingenuo y desinformado que nos caracteriza a los productos del totalitarismo. Y el miedo asentado en nuestros reflejos más elementales. Quedan fuera los sobreentendidos mutuos sobre tantas cosas sobre las que no vale la pena hablar.
Y la resignación ante el caos y la arbitrariedad para el que la civilización
occidental no está preparada y que es lo único que en el totalitarismo se asume
con naturalidad. Le faltan a los personajes de “Chernobyl” esa camaradería hueca,
esa inhibición permanente ante la realidad que es la constante cuando se tiene
claro que la libertad no está entre los productos que el Estado asigna para tu
bienestar. O la rabia salvaje de los que han decidido no aceptar tales
inhibiciones.
El personaje de Legasov,
el científico encargado de coordinar la operación de rescate, con todo y lo
bien que lo encarna Jared Harris, es la mejor muestra de esas limitaciones civilizatorias.
El Legasov de “Chernobyl” sufre su destino terrible como lo haría un occidental
envuelto en circunstancias semejantes, no como un ciudadano soviético que de
pronto descubre que le ha entregado su vida entera a un sistema infame: con la
angustia de las conversiones religiosas y con similar fervor.
Llama la atención que en toda la serie no se hayan pronunciado ni una sola vez las palabras "perestroica" y "glasnost". Y se entiende. Ni el productor más entusiasta puede esperar que el público promedio de HBO haya escuchado esas palabras en su vida ni consiga entenderlas aunque se las expliquen. Que entiendan lo que significó aquella apertura para los que habían crecido bajo la propaganda soviética de que aquel era el sistema más justo del mundo y sus líderes nunca cometían errores. La URSS de "Chernobyl" parece sacada de la gris era de Brezhniev y no del momento en que muchos creyeron al fin posible conjugar comunismo y verdad. En una Unión Soviética ahistórica como la de "Chernobyl" el coraje de un Legasov dentro de las mismas instituciones soviéticas era impensable.
Llama la atención que en toda la serie no se hayan pronunciado ni una sola vez las palabras "perestroica" y "glasnost". Y se entiende. Ni el productor más entusiasta puede esperar que el público promedio de HBO haya escuchado esas palabras en su vida ni consiga entenderlas aunque se las expliquen. Que entiendan lo que significó aquella apertura para los que habían crecido bajo la propaganda soviética de que aquel era el sistema más justo del mundo y sus líderes nunca cometían errores. La URSS de "Chernobyl" parece sacada de la gris era de Brezhniev y no del momento en que muchos creyeron al fin posible conjugar comunismo y verdad. En una Unión Soviética ahistórica como la de "Chernobyl" el coraje de un Legasov dentro de las mismas instituciones soviéticas era impensable.
Si señalo estas
limitaciones en una obra tan perfeccionista como “Chernobyl” no es por lo mucho
que se notan sino justamente por lo contrario. Es el cuidado que han puesto sus
realizadores en los detalles lo que hace notar más la falta de ese elemento
intangible. Y es un defecto que “Chernobyl” comparte con los mejores ejemplos del
cine occidental sobre el totalitarismo comunista como “La vida de los otros”, “The
same sky”, “The Death of Stralin”.
Huyéndole al tópico de una sociedad robotizada y uniforme han tratado de humanizar el mundo comunista poniendo personajes normales en circunstancias anormales. Se les escapa que un sistema de ese tipo termina marcando de manera esencial a cada individuo. Que las criaturas totalitarias somos seres humanos, sí, pero de una humanidad modificada para funcionar en la normalidad totalitaria, una humanidad fácil de reproducir en películas checas, rumanas, rusas o polacas pero que resulta, desde el punto de vista occidental, perfectamente inalcanzable. Que el totalitarismo -y el miedo que engendra- no es asunto solo de la policía secreta o el Partido sino que contamina la sociedad con la misma ubicuidad con que la radiación del reactor dañado contaminó todo a su alrededor. Que es un fenómeno que cada ser bajo su influencia lo hace suyo de alguna manera y lo transparenta en los más impensables detalles de su existencia.
No se trata, por supuesto, de reprocharle a los realizadores de “Chernobyl” algo que escapa a su comprensión y su experiencia. Intento apenas dejar constancia de la grieta insalvable entre dos mundos, dos modos distintos de ser.
Huyéndole al tópico de una sociedad robotizada y uniforme han tratado de humanizar el mundo comunista poniendo personajes normales en circunstancias anormales. Se les escapa que un sistema de ese tipo termina marcando de manera esencial a cada individuo. Que las criaturas totalitarias somos seres humanos, sí, pero de una humanidad modificada para funcionar en la normalidad totalitaria, una humanidad fácil de reproducir en películas checas, rumanas, rusas o polacas pero que resulta, desde el punto de vista occidental, perfectamente inalcanzable. Que el totalitarismo -y el miedo que engendra- no es asunto solo de la policía secreta o el Partido sino que contamina la sociedad con la misma ubicuidad con que la radiación del reactor dañado contaminó todo a su alrededor. Que es un fenómeno que cada ser bajo su influencia lo hace suyo de alguna manera y lo transparenta en los más impensables detalles de su existencia.
No se trata, por supuesto, de reprocharle a los realizadores de “Chernobyl” algo que escapa a su comprensión y su experiencia. Intento apenas dejar constancia de la grieta insalvable entre dos mundos, dos modos distintos de ser.
Hola Enrisco, no he visto la serie por lo tanto tengo que confiar en tu palabra. Lo que si es cierto es que llegue a la Union Sovietica por esos dias. Ya se habia conocido del accidente, y en Cuba lo llamaban "la averia de Chernobil".Recuerdo que llegamos en barco a Odessa y de ahi cogimos un tren (que los cubanos conocian como "el peste a pata") que nos llevo a Moscu. En ese tiempo no lo imaginaba, pero pasamos bastante cerca del area afectada. Algo que notamos todos era unas viejitas con contadores geiger chequeando la radiacion en las ruedas del tren, pero estabamos tan desinformados que solo uno del grupo lo relaciono con el motivo real. Nuestro gobierno no tuvo el aquello de decir, "no me pasen a mi gente por ahi". Muchos years despues tuve un cancer totalmente inexplicable, y nunca sabre si aquello tuvo algo que ver...
ResponderEliminarEs el problema de estas películas que pretenden hacer gente de “occidente” sobre la vida detrás de “la cortina de hierro” (sigo prefiriendo este término traducido directamente del inglés “iron curtain” porque decir acero es algo como más elaborado y el hierro es un metal burdo y primitivo, como el comunismo) y que constato frecuentemente: EL TOTALITARISMO NO SE PUEDE COMPRENDER SI NO SE HA EXPERIMENTADO.
ResponderEliminarY todo el mundo sigue tan campante, como si nada, y ni remotamente tratan al comunismo, ya sea el ruso o el chino o el cubano, como siguen tratando al nazismo que hace MUCHO rato no existe.
ResponderEliminarNo convirtamos al totalitarismo en una experiencia mistica degradante solo entendible por los que la padecieron. Ese misticismo de la experiencia propia solo lleva a un callejon sin salida. Nadie entiende al sufrimiento de la mujer si no se es mujer, al del negro si no se es negro y un etcetera infinito. El victimismo a lo divino no resulta muy productivo.
ResponderEliminarNo hay nada místico en la degradacion pero sus efectos son tan minuciosos que no creo que el Occidente relajado y frivolo de estos días esté preparado para entenderlo. He conocido europeos que en seis meses de estar en Cuba captan la esencia del problema mejor que muchos nacionales pero para eso se necesita una sensibilidad muy afinada de la que la mayoria de occidente carece en estos días.
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ResponderEliminarNo hay misticismo en la degradacion totalitaria ni lo pretendo así. Pero para el Occidente relajado, frivolo e ignorante que nos gastamos la experiencia totalitaria es perfectamente opaca.
ResponderEliminarNo hay misticismo en la degradacion totalitaria ni lo pretendo así. Pero para el Occidente relajado, frivolo e ignorante que nos gastamos la experiencia totalitaria es perfectamente opaca.
Ese Occidente relajado, indolente e indiferente también se cree superior a los que han padecido o padecen el comunismo, y de cierta manera considera que lo merecieron o lo merecen--o al menos que como seres inferiores, se entiende que lo padezcan.
ResponderEliminarComo se darán cuenta hay dos comentarios anonimos que dicen lo mismo. son mios pero por alguna razon no salieron en su momento y lo volvi a repetir.
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