El juego de Argentina contra Suiza en octavos de final demostró
que la albiceleste no tiene que ganar todos sus partidos con goles de Messi.
También puede ganar por un gol de Di María… a pase de Messi. Eso al final de la
segunda parte del tiempo extra, cuando ya parecía que el destino de argentinos y
suizos lo decidiría
la ronda de penaltis. Los 117 minutos anteriores fueron dedicados a lo mejor que
Argentina sabe hacer que es pasarse la pelota a la espera de la llegada de su
Messías.
La buena noticia es que el Mesías aparece un partido tras
otro aunque sea unos segundos y no precisamente para anunciar el Apocalipsis argentino.
El Apocalipsis argentino -según anuncian las santas escrituras- llegaría en la
forma de una ofensiva que realmente ponga a prueba su defensa y haga caer derrotada a la albiceleste por goleada. Y a continuación sobrevendría el Diluvio Universal en la forma de
una interminable lloradera porteña.
Pero no. Eso en realidad fue lo que ocurrió en el Mundial
pasado. La profecía argentina vaticina que llegado a los partidos de cuartos y
semifinales Messi jugará a tiempo completo y el resto del equipo se le unirá
como un solo hombre y aplastarán a todo el que se les ponga delante y ganarán
el Mundial y de paso desaparecerán todos los politicos corruptos y demagogos del país.
Bueno, eso último lo añadí yo para joder porque hasta un pueblo tan
soñador y lleno de fe como el argentino tiene sus límites.
Bueno, yo creo que los argentinos no deben pedirle tanto a Messi, que por muy bien que juegue es un mortal. Deben encomendarse a su deidad nacional, San Ernesto de las Camisetas, y hacer promesa de tatuarse con su efigie igual que Maradona si ganan. Después de todo, el santo no puede traerle menos suerte a su propia gente que a los cubanos.
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