martes, 7 de mayo de 2024

La noche que David dijo NO


Las noches de filin de David Oquendo son una de las armas secretas con que cuentan los cubanos de Nueva Jersey para enfrentar la nostalgia y la disolución. Sobrevivientes a dos cierres de restaurantes (Trova en North Bergen y Manchego en Union City) Las noches de filin en el restaurante The Cuban Around the Corner en Bergenfield son el tercer avatar filinesco de este músico todoterreno. Durante nueve años (1996-2005) Oquendo animó las legendarias Noches de la Rumba en el desaparecido bar La Esquina Habanera, con su conjunto, Raíces Habaneras, que le valió una nominación a los premios Grammy. Versatilidad y persistencia son dos de las marcas de distinción de un músico que le ha dado nueva vida a viejos géneros cubanos dirigiendo lo mismo tríos de son que orquestas de salsa. No se podrá escribir la historia reciente de la música cubana en Nueva York y alrededores sin mencionar el nombre de David Oquendo.

Pero incluso Las noches de filin son algo distinto en la carrera de David Oquendo. Protagonista en solitario -aunque suele contar con invitados de lujo como el percusionista Vicente Sánchez o el virtuoso Paquito D’Rivera- nada como estas noches para apreciar el profundo conocimiento y amor de Oquendo por el cancionero cubano y la amabilidad sin límites con que lo prodiga. David lo mismo complace las más recónditas peticiones del público que pone a prueba sus conocimientos musicales. En esas descargas, mientras los nostálgicos rememoran las del Pico Blanco habanero, mis hijos han hecho suyo uno de los cancioneros más hermosos compuestos en la lengua de sus padres.

No debo dejar de mencionar que David Oquendo es abakuá, condición que encarna en su sentido original de estricto código ético de respeto minucioso a sí mismo y a sus semejantes. La amabilidad de Oquendo es tan inagotable como meticulosa es su resistencia frente a cualquier imposición externa. Fue esa actitud la que lo llevó a pasar años de prisión por negarse a participar en la aventura castrista en Angola o, desde su salida de Cuba, a no olvidar las razones de su exilio.

El público de Oquendo en sus Las noches de filin lo componen tanto viejos conocidos como el público ocasional de todas partes de Hispanoamérica que acude a celebrar algo en los restaurantes donde toca. Oquendo, siempre atento a los deseos de los presentes, junto al repertorio usual de monstruos del filin -ese fecundo apareamiento entre el bolero y el jazz- como José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz o Marta Valdés, incluye en sus presentaciones temas de compositores mexicanos, boricuas o de cualquier otra parte del continente envueltos siempre en la calidez de su guitarra y su sonrisa.

Doy todos estos antecedentes para que se entienda mejor lo ocurrido el pasado sábado cuando, desde una de las mesas de restaurante, se empezaron a escuchar gritos de “¡Silvio! ¡Silvio!”. Esos gritos nos despertaban de la utopía filinesca que Oquendo nos ofrece para recordarnos que, en el mundo hispanohablante, un cubano con guitarra sentado en una banqueta se asocia casi automáticamente con Silvio Rodríguez, el músico con menos “filin” de aquella isla: un compositor de contorsionadas metáforas ya depuradas de la gracia que durante siglos ha distinguido la música cubana. Sin mencionar las resonancias políticas que el nombre de Silvio puede traerle a un viejo exiliado.

Al principio el amable David jugó a no entender de qué le hablaban. Los peticionarios, que suspenderían cualquier examen de sutilezas por fácil que estuviera, insistían canción tras canción. “¡Silvio, Silvio!”. Primero Oquendo adujo falsamente que no conocía sus canciones pero cuando los otros machacaron “Silvio, ‘Ojalá’” el músico completó.

-Ojalá que se muera.

A continuación les explicó a los hermanos latinoamericanos lo que significaba para él, exiliado cubano, complacer la petición que tan alegremente le pedían: lo insultante que le era que le exigieran canciones de un servidor del mismo régimen que lo había desterrado. Y los cubanos presentes aplaudimos a Oquendo con el mismo entusiasmo con que el variopinto público del bar de “Casablanca” se puso a entonar La Marsellesa en aquella famosa escena.

Hasta el fin de la primera parte del espectáculo la sonrisa se borró de aquellos labios que narraban amores bien o mal correspondidos. Cuando David dejó de cantar y fui a ofrecerle mis condolencias me dejó claro que su discordia con el famoso cantautor iba más allá de la abstracta cuestión política.

-Silvio Rodríguez es un traidor para mi generación. La primera vez que caí preso, a los trece años, fue por cantar una canción suya: "Resumen de noticias". La canté en un evento de mi ESBEC y terminé en Villa Marista.

Sí, porque alguna vez las canciones de Silvio fueron lo más contestatario que podía imaginar un joven cubano. Pero eso fue mucho antes de que se convirtiera en el más eficaz propagandista del mismo régimen que perseguía sus canciones más honestas.

Luego de su habitual descanso, David volvió a cantar, más distendido, y cuando le pedimos en broma que cantara “Ojalá” su sonrisa de siempre volvió a aparecer.

Todo quedaría como un incidente que apenas afeó una de Las noches de filin, arma secreta de los cubanos de Nueva Jersey. Pero entonces le da a uno por buscarle sentido a la conducta de alguien para quien la música es inseparable de su experiencia vital y su conducta ética. Así se comprende qué es lo que diferencia a un artista de un simple entretenedor 
("un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva" como diría el cantor), por mucho que este domine su oficio.

Porque tratándose de arte -no importa lo que digan los capitalistas- el cliente no siempre tiene la razón.

domingo, 5 de mayo de 2024

Yesenia Selier o el saber en movimiento*

Fotografías de Geandy Pavón

Con nombre como de anagrama de río ruso Yesenia Selier es lo más cerca que he conocido de un perpetuum mobile, la máquina imposible con la que los físicos todavía sueñan. Bailarina, educadora, investigadora, promotora cultural, perpetua era la agitación de Yesenia, perpetua su alegría, sus creaciones alimentadas por una fuente de energía que parecía inagotable. De ahí que nos resultara a los que la conocíamos tan inexplicable que pusiese fin a su vida el pasado 22 de octubre con solo 48 años de edad. Con el egoísmo de los vivos, de los sobrevivientes, no dejaremos de echarle en cara que aquella noche de domingo decidiera privarnos de la infinita vitalidad que irradiaba.
Negra, cubana, intelectual, madre de trillizos, artista, bruja, era la tarjeta de presentación de una vida desbordada que la propia Yesenia no sabía cómo acotar. Había nacido en La Habana el 12 de abril de 1975 para luego pasar parte de su infancia en el pueblo de San Diego de Núñez, la patria diminuta del gran novelista cubano del siglo XIX Cirilo Villaverde. Esa experiencia infantil en un rincón de Pinar del Río la puso en contacto íntimo con la naturaleza, una naturaleza con la que sus ancestros desde siempre habían mantenido diálogo extenso y nutritivo. En ese sentido la fortuna de Yesenia fue doble: por lo que le venía de nacimiento y porque de regreso a La Habana pasó a vivir en El Vedado, justo enfrente de la casa de cultura municipal donde además de ser cuna de un famoso festival de jazz anual, el Jazz Plaza, era la sede de un proyecto de enseñanza de bailes afrocubanos. Allí Yesenia siendo niña tomó clases de baile y de teatro llegando a participar en presentaciones infantiles junto al reputado Conjunto Folklórico Nacional de Rogelio Martínez Furé.

Yesenia, mujer tan de espíritu como de cuerpo, terminó graduándose de Psicología en la Universidad de La Habana pero ningún pergamino con letras góticas bastó para retenerla como examinadora de angustias ajenas. Partícipe ubicua del movimiento cultural afrocubano que se empezó a gestar en la década de los noventa Yesenia ayudó a darle forma y consistencia con reflexiones que fue madurando en aquellos años: la primera ponencia que incluye su currículum lleva un título revelador: “Identidad y subjetividad: los negros cubanos”. Y premonitorio, porque las preocupaciones anunciadas en esa ponencia inicial no la abandonarían el resto de su vida. Luego escribiría que en Cuba “lo negro continúa siendo mayormente pensado por intelectuales blancos; reinventado por los poderes y saberes en cuanto aspecto sea posible imaginar” y nunca renunció a contrariar aquella visión ajena y condescendiente.



Al graduarse en 2000 Yesenia ya era una experimentada promotora y estudiosa del rap nacional, género que llevaba tres lustros de tortuosa pero prometedora existencia en la isla. Unos meses después de recibir su diploma de licenciada en sicología Yesenia se graduaba a su vez de madre de trillizos. Pero lo que dominaría la vida profesional de Yesenia fue su pasión por el baile. El baile, con sus exigencias físicas pero también intelectuales se ofrecía como campo propicio para un ser tan expansivo como ella. Junto con la música que lo incita, el baile es religión oficial entre cubanos. Falso que todos bailen en la isla: en Cuba se baila bien o no se baila. Allá, los parias incapaces de mover los pies con cierta sincronización, se apartan del centro de la fiesta para, desde su destierro en las orillas, burlarse de los pocos infelices que se atreven a exhibir su torpeza danzaria, casi siempre extranjeros. El bailador en Cuba es cosa silvestre, sin escuelas ni academias. Allá, o se nace para bailador, o algún condiscípulo compadecido dedica los ocios escolares a remediar la falta de talento que la naturaleza no te dio. En Cuba hay muchas más academias de bailes regionales españoles o de ballet que de ritmos cubanos. Como si se asumiera que los ritmos locales te vienen desde la cuna o no te quedará otro remedio que envidiar a los afortunados desde los rincones de la fiesta. De ahí la tremenda suerte que Yesenia desde niña encontrara buenos maestros que guiaran sus pasos.

Cuando Yesenia se profesionalizó como bailarina decidió llevar al plano del baile las costumbres analíticas adquiridas en las clases universitarias. Y cuando más adelante ingresó a un doctorado en la New York University su tema de investigación inicial fue precisamente la profesionalización de las danzas afrocubanas en la figura de las rumberas que inundaron las pantallas de la época de oro del cine mexicano. En un país donde el baile popular es religión resulta paradójico que apenas existan estudios comprehensivos sobre sus diferentes manifestaciones: a la incapacidad para valorar algo que parece parte de la naturaleza misma del pueblo se suma el típico desdén intelectual ante la cultura popular: “la centralidad de la noción de ‘alta cultura’, denotada por los cánones artísticos occidentales en nuestra apreciación del arte” se quejaba Yesenia, impedía a muchos intelectuales locales acercarse a esos fenómenos culturales con el respeto que merecían. Ella misma, ajena a cualquier prejuicio, era una de las llamadas a llenar ese vacío.


Su inmersión en las religiones afrocubanas le permitió a Yesenia reunir conocimiento de primera mano sobre la importancia esencial de estas en la coreografía de las danzas populares y su significado y sentido. El baile de Yesenia era saber en movimiento. Por eso cuando en 2014 Wynton Marsalis y Chucho Valdés preparaban el estreno mundial de la obra “Ochas” en el prestigioso Jazz at Lincoln Center la elegida para bailar la danza dedicada a Yemayá fue Yesenia, cometido que encarnó con una precisión y una gracia únicas. Al año siguiente la conocida artista visual Teresita Fernández al crear su instalación Fata Morgana en Madison Square Park también invitó a Yesenia junto a un grupo de bailarines a su cargo. Esta vez se trataba de interpretar a los principales orishas de la religión yoruba de los que la bailarina se reservó el papel de Oshún. A la orisha de la fertilidad y feminidad Yesenia supo sumarle, además de la proverbial sensualidad de la diosa, una destilada elegancia. Esa comprensión del profundo sentido ritual de las danzas africanas trasplantadas a América no siempre fue imitada por sus colegas, anticoloniales en teoría pero colonizados (o colonizadores) en la práctica. Así le ocurrió en el 2022 en el Smithsonian National Museum of African Art institución donde Yesenia había sido designada directora de Religiones Afro-Globales. Allí la directora del museo, empeñada en mostrar su visión de “qué es un museo de arte africano en el siglo XXI”, no supo encontrarle acomodo a todo el saber que Yesenia —quien siempre supo conciliar modernidad y tradición— le ofrecía.

Yesenia emigró a Estados Unidos en 2004 y no mucho después se casó con el intelectual cubano-americano Ariel Fernández. Su proceso de adaptación a una nueva realidad debió haber sido difícil, pero cuando la conocí, poco después, parecía que llevaba toda una vida acá y yo era el recién llegado: ya para entonces Yesenia tenía revolucionado el condado de Hudson con sus clases de danzas afrocubanas y de salsa para niños y jóvenes. Con el carisma y el ímpetu que nunca la abandonaron se hacía cómplice indispensable de todo el que la conociera. Escuchar su lista de proyectos daba vértigo. Y todavía más si comprendías que Yesenia no era de los arquitectos a tiempo completo de castillos en el aire. Si múltiples eran sus intereses y su ambición su capacidad de llevarlos a cabo no era menor. Desde fundar compañías de baile y crear coreografías hasta escribir y montar obras de teatro, desde realizar producir documentales a protagonizar videos musicales con la asistencia de sus talentosos hijos. Yesenia parecía una inagotable fuente de energía, de conocimiento, de vida, de movimiento. De todo eso nos alimentábamos dándolo por sentado, como si Yesenia compartiera la fuerza silvestre de sus bailes o los poderes sobrenaturales de las orishas que encarnaba.

La inmigrante, madre de trillizos, obtendría un master en el Center of Latin American and Caribbean Studies de NYU y a continuación entró en su programa de doctorado de la misma universidad. Pero el exigente régimen de estudios no consiguió apartarla ni de sus ocupaciones como madre, otra vez soltera, ni de las abundantes proyectos u obligaciones que se imponía. La última década fue la más prolífica de su intensa carrera. Años en que recibía una beca tras otra y difundía su visión sobre la danza afrocubana en lugares tan distantes entre sí como México, Grecia y Brasil. Y nada de lo anterior la hacía siquiera atenuar su activismo o su intensa vida social. Magnífica anfitriona, en su apartamento lo mismo se podía asistir a una descarga del cantautor Roberto Poveda, que ser testigo del virtuosismo del célebre instrumentista Pancho Terry que alternar con estrellas como el percusionista Pedrito Martínez o el actor Mat Dillon con quien Yesenia colaboró en un documental sobre Fellove, legendario músico cubano. Yesenia era el punto donde se tocaban mundos supuestamente afines pero ajenos en la práctica como el activismo feminista y el afrolatino, el cine independiente, la música y el baile caribeños, la literatura, las artes plásticas, la academia y la vida cotidiana del barrio. Porque una de las cosas que Yesenia ejercía con más persistencia era la creación de comunidades donde cabía todo el que las necesitara.


El último intercambio que tuvimos fue apenas un mes antes de su muerte. Me envió un viejo artículo para que fuera republicado en el sitio de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio a la que también Yesenia pertenecía. “La habitación propia de la negra cubana” se titulaba y ya había aparecido en una antología de pensadoras afrocubanas en 2011. Como Virginia Woolf, Yesenia reclamaba un espacio para pensar, un espacio menos real que metafórico que necesitaba como intelectual negra para autorrepresentarse y crear, en una sociedad, un mundo, que tiene la necesidad constante “de contener lo negro”, de recluirlo en casillas o categorías más fáciles de manipular, necesidad que “se extiende como curiosa tendencia a lo largo de nuestra historia: en una cárcel, en la noción de lo ‘folklórico’ o en una agencia de rap”.

Al final de su vida el tema de su tesis de grado había evolucionado hasta convertirse en una indagación obsesiva sobre la construcción y representación de imágenes raciales del Caribe español. También trabajaba en otro ambicioso proyecto titulado “Desnudando el mito de la mulata”. No queda claro si este era parte de su tesis de doctorado, pero la meticulosidad con que se desgranan sus diferentes aspectos en el índice basta para imaginarlo como libro independiente, exhaustivo y al mismo tiempo polémico destinado a combatir las representaciones que retratan “blackness as an inert matter, awaiting the transformative touch of the West”.

La última vez que vi a Yesenia nos invitó a los presentes a participar en la siembra ritual de una ceiba, iroko en la tradición yoruba, en una maceta en su apartamento. “Iroko” era justo el título de uno de sus últimos proyectos: un documental que contaba la historia de su propia familia, la que se había encargado durante generaciones de la custodia secreta de la Ceiba de los Lukumíes, sembrada en tiempos de la esclavitud sobre reliquias yorubas. Según la descripción del proyecto, el documental incluía la peregrinación anual a la ceiba realizada esta vez el 31 de mayo del 2022, la misma fecha —insiste la descripción del proyecto— en que fueron procesados por el gobierno cubano los artistas afrocubanos Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo, miembros del Movimiento San Isidro. “In their honor, Exu [o Eshú en la mitología Yoruba] offers to the Ceiba a Cuban flag as a prayer for Cuba and the life of the artists, who were finally sentenced to 5 and 9 years in prison”. En su descripción del documental, actualmente en post-producción bajo el cuidado de la productora Natalie Romero, Yesenia anticipa el ánimo de guerrero que alentaba una de sus últimas piezas, ese ánimo con que afrontaba todo en la vida: su condición de negra, de intelectual, de artista, de defensora de la igualdad y la libertad del ser humano.

Su brutal salida de este mundo, lanzándose desde el balcón de su apartamento, no solo interrumpe uno de los momentos más creativos de la carrera de Yesenia Selier. También elimina toda distracción y nos hace ver lo desesperada que debió ser su lucha contra la incomprensión ajena y los demonios propios. Yesenia Selier nos deja en cambio su energía ejemplar y esos claros en la selva de lo real que desbrozó con sus pies desnudos y que permanecen allí, como invitándonos a avanzar siempre más allá de lo que nos permiten nuestras pobres convenciones.

Nota: Agradezco a la mamá de Yesenia, Mercedes Crespo, a su hijo Malcolm Selier y a sus amigas Penélope Hernández y Natalie Romero su ayuda en la reunión de datos incluidos en este artículo.

*Tomado de la revista Esferas, del Departamento de Español y Portugués de NYU

martes, 30 de abril de 2024

Tres escritores de Miami, tres libros

Presentación en NYU el pasado 26 de abril. De izquierda a derecha: Alfredo Triff, Rosie Inguanzo, Ernesto G y Enrique Del Risco

¿Cómo explicar y darle sentido a esta súbita invasión literaria mayamense al corazón de Nueva York más allá de la amistad?”, me preguntaba alguien el otro día. O puede ser que ese alguien fuera mi propia conciencia, tan impertinente.

Como si la amistad de por sí —y más siendo una amistad que pasa por la literatura— no acarreara un montón de afinidades que la ortopédica división en géneros literarios no consigue alienar.

Procedamos entonces a repasar un libro de crónicas, otro de ensayos y un poemario como la expresión de seres afines, por más que luego los destierren a extremos distantes de la librería, ese lugar que parece condenado a la extinción. Examinemos estos libros pues, bajo la categoría de “Producción espiritual del exilio cubano en Miami” o la menos académica de “gente que se quiere entre sí”.

El Premio Nobel de Literatura y máximo exponente de la antropología de los campos de concentración, Alexandr Solzhenitsyn, en algún rincón de su Archipiélago Gulag, intenta explicar la producción literaria universal a partir de la división básica de la sociedad entre capas superiores e inferiores, y el mundo que estas se proponen describir.

Según Solzhenitsyn, de esta división y de los mundos que tratan de representar, emergen cuatro esferas principales.

Primera esfera: los superiores describen (representan, teorizan) a los superiores, es decir, a sí mismos, a los de su mundo. Segunda esfera: los superiores representan, teorizan, a los inferiores, a sus hermanos menores. Tercera esfera: los inferiores representan a los superiores. Cuarta esfera: los inferiores a los inferiores, a sí mismos.

De acuerdo con esta tesis, cada una de las esferas tendría su talón de Aquiles: a los superiores que se describen a sí mismos, si bien les sobra cultura y preparación, los limita la vida acomodada y satisfecha que viven o “la incapacidad de comprender realmente” a los más desfavorecidos. De igual manera, estos últimos tienen la desventaja de la falta de preparación, de oportunidades y hasta de tiempo, cuando se trata de representarse a sí mismos, y el lastre de la envidia y el rencor cuando se trata de representar a las castas superiores.

Solzhenitsyn decía esto a propósito de las nuevas oportunidades literarias que ofrecía la existencia de una supuesta sociedad sin clases como la soviética: la democrática represión contra toda la sociedad hacía que, aquellos con la preparación y los intereses que podrían identificarse con las clases superiores, se vieran, en los campos de concentración estalinistas, forzados a sufrir una experiencia que en cualquier otra sociedad estaría destinada únicamente a las clases más bajas.

En el caso cubano, la vida miserable de la casi totalidad de la sociedad debería hacernos entender cualquier experiencia humana, empezando por las de los más menesterosos. Nuestra paupérrima vida cubana de hambre y apagones, de indigencia moral, legal y textil, de internados cuasi carcelarios y ruralismo forzado, de robos, falsificaciones y fugas innumerables, debería acercarnos lo mismo al peón agrícola que al preso; al espalda-mojada y a la prostituta que al mendigo o el ladrón en su desnuda humanidad.

Pero sabemos que no es así.

Cuando la vida nos da una oportunidad, reaccionamos como cualquier otro ser humano: tratamos de aprovecharnos al máximo de ella sin mirar atrás y, si lo hacemos, es para observar con asombro y altanería a esos seres que nos resultan tan ajenos.

Libros como Crónicas de La Pequeña Habana son una notoria excepción a esta costumbre, una alternativa generosa a nuestro insistente egoísmo.

Lo primero que se puede notar en el libro de Ernesto G es su parentesco con dos clásicos de la literatura cubana exiliada: Boarding Home de Guillermo Rosales y el Curso para estafadores de Eddy Campa.

En el retrato que hace Ernesto G de ese antiguo campo de batalla en vías de gentrificación que es La Pequeña Habana, encontramos prácticamente los mismos personajes de Rosales y Campa, solo que envejecidos, acusando el desgaste que produce el tiempo y esa derrota interminable que es la historia del exilio cubano y de Cuba entera.

La diferencia fundamental entre el libro de Ernesto G y los que lo precedieron —además del tiempo transcurrido— es que ha sido escrito desde afuera. En un acto de honestidad literaria, Ernesto G no trata de imitar la indigente interioridad del desclasado.


La Pequeña Habana es para Ernesto G un coto al que va a cazar historias antes que estas se extingan junto al mundo en que surgieron. Lo que convierte a estas crónicas en otro pequeño clásico cubano es la sensibilidad con que Ernesto G observa a su objeto de estudio, la profunda complicidad y ternura con que se acerca a quienes otros usarían como pretexto para sentirse superiores.

Esa sensibilidad ante el dolor ajeno, pero más aún, hacia el saber ajeno, la sabiduría del que ha sufrido incontables derrotas, es la manera que ha encontrado Ernesto G de comprender a seres que solemos ver como parte del mobiliario urbano y comunicarnos la humanidad que nos une.

En pocos libros como en Crónicas de La Pequeña Habana las palabras “cubano” y “humano” se acercan tanto, más allá de la rima consonante.

En cuanto al libro ¿Por qué el pueblo cubano (aún) apoya el castrismo? de Alfredo Triff lo primero que debe notarse es su título tramposo.

Si algo lo salva de una demanda por publicidad engañosa es que el libro ofrece mucho más de lo que anuncia su título, y no menos.

Esta vez no se trata de analizar un hábitat urbano específico con las subespecies que produce, sino de estudiar fenómenos que afectan por un lado a Estados Unidos y por otro a Cuba. O, dicho en términos cubanos, al universo.

En realidad, el libro se divide en dos partes casi idénticas en número de páginas. “La invasión de los woke” se titula la primera, como si se tratara de un nuevo capítulo de la Guerra de las galaxias, cuando en realidad nos habla de algo mucho más peligroso: allí Triff analiza la aparición de una secta neopuritana que, bajo la benevolente consigna de la justicia social, vuelve a dividir el mundo en opresores y oprimidos. Pero esta vez, en lugar de las clases sociales centrales al marxismo, la división opera en base a la raza, el género y cualquier otra condición involuntaria.

Una secta de cruzados de la justicia social que le parecerían extremistas de izquierda al mismísimo Mao Zedong. Una secta que, en vez de dedicarse a destruir nuestro planeta como cualquier invasión galáctica, se conforma con achicharrarnos las neuronas.

“Castrismo nuestro de cada día” se titula la segunda sección del libro, en posible referencia al pan que se produce en la Isla, casi tan repulsivo como el propio castrismo.

Además de intentar explicar la persistencia del poder castrista, su modus operandi y la lógica que hay tras su concienzuda vocación destructiva, Triff nos da claves esenciales sobre su funcionamiento.

Una de ellas es la igualación en el punto más bajo de la sociedad, el más infortunado. Un magnífico ejemplo de esto es el antológico ensayo “La ruralización (castrista) de La Habana”, que nos explica cómo la sistemática destrucción de La Habana, por medio del abandono y la obstrucción de toda iniciativa privada de reparación, obedece a una lógica de culpabilidad y castigo.

Según Triff, para el castrismo inicial “El ‘lujo’ citadino (lo que otros llamarían simplemente arquitectura y urbanismo coherentes) es el reflejo de una debilidad moral”. Eso explica por qué cuando el castrismo trata de crear su propia versión del lujo, el resultado sea tan feo: así al menos no podrá acusársele de inmoral.

El de Triff es un libro pendenciero, nacido para la polémica. Al autor le interesa más detectar los síntomas de las diferentes enfermedades que diagnostica antes que recetar una cura. Más que las respuestas que buscan sus ensayos, son las preguntas que plantea lo que le otorga su carácter inquietante y vital.


¿Cuáles son los peligros que entraña querer convertir —como insiste el wokismo— los derechos humanos en privilegios? ¿Cuáles los de presentar la libertad de expresión como un peligro para la diversidad? ¿Por qué los woke son incapaces de detectar en nuestro siglo, y hasta en su propia actitud, aquellas mismas perversiones que con tanto furor abominan en el pasado? O, hablando de genética contranatura, ¿cómo llega a ser woke un cubano?

Por su parte, las Baladas crueles de Rosie Inguanzo, en lugar de ocuparse del universo como hace su compañero de viaje Alfredo Triff, no se ocupan más que de sí misma y de sus alrededores. Ni falta que hace.

Rosie Inguanzo viene a desnudarse ante nosotros, verso a verso, y ya no es posible mirar para otro sitio. Rosie no tiene que hablar del mundo para hacer suyas todas sus desdichas. Su cuerpo y su espíritu lo contienen todo.

Desde los primeros versos de Baladas crueles, escuchamos el memorial de agravios contra la familia, el Estado y la biología:

Soy una niña de Henry Darger y tengo genitales masculinos
soy una niña monstruo
una niña esclava en la isla-cárcel y en la casa de los
gritos y de los golpes
soy una pequeña niña con un pequeño pene


Aquí no hay propaganda engañosa. Baladas crueles es un título justo, ajustado a su contenido, quiero decir. Solo que la crueldad de la que se habla desde la portada, ha sido ejercida contra el yo de la poeta, incluso antes de nacer:

Tengo los pulmones débiles
me faltó gestación porque mi madre-monstruo quiso
abortarme
hizo fuerzas y pujaba
en la isla-cárcel fue castigada con la agricultura


En el departamento de horrores, Rosie Inguanzo compite, desde el arranque, con Solzhenitsyn. Sin ser victimista. No es la queja interminable del que sufre su dolor, sino el grito de quien entiende al verdugo. Sin perdonarlo.

De quien entiende que la vida es una infinita cadena de violencias que ejercemos sobre el más débil, los que hemos sido débiles, en cuanto conseguimos algo de poder.

El niño que es maltratado por el profesor de piano, de adulto golpeará a sus hijos mientras tararea tangos. El asesino (metafórico o real) de la amiga que “había sido violado en la cárcel castrista / siendo adolescente / luego tiene una causa pendiente con la vida / esto lo hace altamente peligroso”.

“Esas cosas no se hablan”, dicen todas nuestras madres en nuestras cabezas, como lo dice la madre de la poeta en la suya.

Pero Rosie tiene otros planes. A la crueldad no se la derrota con el silencio, su mejor aliado. A la crueldad se la arrastra por la oreja y se la planta bajo el farol de la poesía, para que la conozcan en su retorcida lógica. En vez de disimular bajo metáforas o ingeniosidades, Rosie ha decidido llevar el dolor por fuera y de paso recordarnos, como el cronista del Gulag, que toda creación es hija declarada o bastarda de algún agravio profundo y sin cura.

martes, 9 de abril de 2024

Discurso de Alexander Solzhenitsin en Harvard


 
Al no encontrar una versión en español del trascendental discurso del Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsin pronunciado en la Universidad de Harvard el 8 de junio de 1978 comparto con ustedes esta traducción automática revisada por mí.

Estoy sinceramente feliz de estar aquí con ustedes con motivo de la graduación número 327 de esta antigua e ilustre universidad. Mis felicitaciones y mejores deseos para todos los graduados de hoy.

El lema de Harvard es "Veritas". Muchos de ustedes ya lo han descubierto y otros lo descubrirán a lo largo de sus vidas, que la verdad se nos escapa tan pronto como nuestra concentración comienza a flaquear, dejando al mismo tiempo la ilusión de que continuamos persiguiéndola. Ésta es la fuente de mucha discordia. Además, la verdad rara vez es dulce; casi invariablemente es amarga. En mi discurso de hoy se incluye una dosis de amarga verdad, pero lo ofrezco como amigo, no como adversario.

Hace tres años en Estados Unidos dije ciertas cosas que fueron rechazadas y parecieron inaceptables. Sin embargo, hoy en día mucha gente está de acuerdo con lo que dije entonces. . .

La división en el mundo actual es perceptible incluso a simple vista. Cualquiera de nuestros contemporáneos identifica fácilmente dos potencias mundiales, cada una de las cuales ya es capaz de destruir completamente a la otra. Sin embargo, la comprensión de la división con demasiada frecuencia se limita a esta concepción política: la ilusión según la cual el peligro puede ser abolido mediante negociaciones diplomáticas exitosas o logrando un equilibrio de fuerzas armadas. La verdad es que la división es a la vez más profunda y más alienante, que las fisuras son más numerosas de lo que uno puede ver a primera vista. Estas profundas y múltiples divisiones conllevan el peligro de desastres igualmente múltiples para todos nosotros, de acuerdo con la antigua verdad de que un reino (en este caso, nuestra Tierra) dividido contra sí mismo no puede sostenerse.

Existe el concepto de Tercer Mundo: por consiguiente, ya tenemos tres mundos. Sin embargo, sin duda el número es aún mayor; simplemente estamos demasiado lejos para verlo. Toda cultura autónoma antigua y profundamente arraigada, especialmente si se extiende por una amplia parte de la superficie terrestre, constituye un mundo autónomo, lleno de enigmas y sorpresas para el pensamiento occidental. Como mínimo, debemos incluir en esta categoría a China, la India, el mundo musulmán y África, si es que aceptamos la estimación de considerar a los dos últimos como uniformes. Durante mil años Rusia perteneció a esa categoría, aunque el pensamiento occidental cometió sistemáticamente el error de negar su carácter especial y, por tanto, nunca lo entendió, del mismo modo que hoy Occidente no comprende a la Rusia en cautiverio comunista. Y, mientras en los últimos años Japón se ha convertido cada vez más, en la práctica, en un Lejano Oeste, acercándose cada vez más a las costumbres occidentales, Israel no debería ser considerado parte de Occidente (en este caso no se trata de un juicio) aunque sólo sea por la circunstancia decisiva de que su sistema estatal está fundamentalmente vinculado a la religión.

Hace relativamente poco tiempo, el pequeño mundo de la Europa moderna se estaba apoderando fácilmente de colonias en todo el planeta, no sólo sin anticipar ninguna resistencia real, sino generalmente con desprecio por la forma en que los pueblos conquistados enfocaban la vida. Todo parecía un éxito arrollador, sin límites geográficos. La sociedad occidental se expandió como encarnación del triunfo de la independencia y el poder humanos. Y, de repente, el siglo XX trajo consigo la clara comprensión de la fragilidad de esta sociedad. Ahora vemos que las conquistas resultaron ser efímeras y precarias (y esto, a su vez, apunta a defectos en la visión occidental del mundo que condujo a estas conquistas). Las relaciones con el antiguo mundo colonial se han desplazado ahora al extremo opuesto y el mundo occidental a menudo muestra un exceso de servilismo, pero todavía es difícil estimar el tamaño de la factura que los antiguos países coloniales presentarán a Occidente y es difícil predecir si la rendición no sólo de sus últimas colonias, sino de todo lo que posee, será suficiente para que Occidente salde esta cuenta.

Pero la persistente ceguera de la superioridad occidental continúa sosteniendo la creencia de que todas las vastas regiones de nuestro planeta deberían desarrollarse y madurar al nivel de los sistemas occidentales contemporáneos, los mejores en teoría y los más atractivos en la práctica; implica que todos esos otros mundos sólo están impedidos temporalmente (por líderes malvados o por crisis severas o por su propia barbarie e incomprensión) de perseguir la democracia pluralista occidental y adoptar el modo de vida occidental. Los países son juzgados por el mérito de sus avances en esa dirección. Pero, de hecho, tal concepción es fruto de la incomprensión occidental de la esencia de otros mundos, al medirlos a todos erróneamente con un criterio occidental. El panorama real del desarrollo de nuestro planeta se parece poco a todo esto.

La angustia de un mundo dividido dio origen a la teoría de la convergencia entre los principales países occidentales y la Unión Soviética. Es una teoría tranquilizadora que pasa por alto el hecho de que estos mundos no se están acercando entre sí y que ninguno puede transformarse en el otro sin violencia. Además, la convergencia significa inevitablemente también la aceptación de los defectos de la otra parte, y esto difícilmente puede convenir a nadie.

Si hoy me estuviera dirigiendo a una audiencia en mi país, al examinar el patrón general de las divisiones en el mundo me habría concentrado en las calamidades del Este. Pero dado que mi exilio forzado en Occidente ya lleva cuatro años y que mi audiencia es occidental, creo que puede ser de mayor interés concentrarse en ciertos aspectos del Occidente contemporáneo, tal como yo los veo.

Una disminución del coraje

Una disminución del coraje puede ser el rasgo más sorprendente que un observador externo advierte en Occidente hoy. El mundo occidental ha perdido su coraje cívico, tanto en su conjunto como por separado, en cada país, en cada gobierno, en cada partido político y, por supuesto, en las Naciones Unidas. Esta disminución del coraje es particularmente notable entre las élites gobernantes e intelectuales, causando la impresión de pérdida de coraje en toda la sociedad. Quedan muchas personas valientes, pero no tienen ninguna influencia determinante en la vida pública. Los funcionarios políticos e intelectuales exhiben esta depresión, pasividad y perplejidad en sus acciones y declaraciones, y más aún en sus razonamientos egoístas sobre cuán realista, razonable e intelectualmente y hasta moralmente justificado está basar las políticas estatales en esa debilidad y esa cobardía. Y la disminución del coraje, que a veces alcanza lo que podría denominarse falta de hombría, se ve irónicamente acentuada por ocasionales arrebatos de audacia e inflexibilidad por parte de esos mismos funcionarios cuando tratan con gobiernos débiles y con países que carecen de apoyo, o con países condenados al fracaso, claramente conscientes de que no pueden ofrecer ninguna resistencia pero se quedan mudos y paralizados cuando tratan con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y terroristas internacionales.

¿Hay que señalar que desde la antigüedad la disminución del coraje se ha considerado el primer síntoma del fin?

Bienestar

Cuando se estaban formando los estados occidentales modernos, se proclamó como principio que los gobiernos están destinados a servir al hombre y que el hombre vive para ser libre y buscar la felicidad. (Véase, por ejemplo, la Declaración de Independencia de Estados Unidos.) Ahora, por fin, durante las últimas décadas, el progreso técnico y social ha permitido la realización de tales aspiraciones: el Estado de bienestar. A cada ciudadano se le ha concedido la libertad deseada y bienes materiales en tal cantidad y calidad que garantizan en teoría la consecución de la felicidad en el sentido degradante de la palabra que ha surgido durante esas mismas décadas. (En el proceso, sin embargo, se ha pasado por alto un detalle psicológico: el deseo constante de tener aún más cosas y una vida aún mejor y la lucha por este fin imprimen en muchos rostros occidentales preocupación e incluso depresión, aunque es costumbre ocultar cuidadosamente tales sentimientos. Esta competencia activa y tensa llega a dominar todo el pensamiento humano y no abre en lo más mínimo un camino para el libre desarrollo espiritual). La independencia del individuo de muchos tipos de presión estatal está garantizada; a la mayoría de la gente se le ha concedido un bienestar que sus padres y abuelos ni siquiera podían soñar. Se ha hecho posible educar a los jóvenes según estos ideales, preparándolos y convocándolos para el florecimiento físico, la felicidad, la posesión de bienes materiales, dinero y ocio, para una libertad casi ilimitada en la elección de los placeres. Entonces, ¿quién debería ahora renunciar a todo esto, por qué y por qué debería uno arriesgar su preciosa vida en defensa del bien común y particularmente en el nebuloso caso en que la seguridad de su nación deba defenderse en una tierra aún lejana?

Incluso la biología nos dice que un alto grado de bienestar habitual no es ventajoso para un organismo vivo. Hoy, el bienestar en la vida de la sociedad occidental ha comenzado a quitarse su máscara perniciosa.

Vida legalista

La sociedad occidental ha elegido para sí la organización que mejor se adapta a sus propósitos y que yo llamaría legalista. Los límites de los derechos humanos y de lo correcto están determinados por un sistema de leyes; tales límites son muy amplios. La gente en Occidente ha adquirido una habilidad considerable en el uso, interpretación y manipulación de la ley (aunque las leyes tienden a ser demasiado complicadas para que una persona promedio las entienda sin la ayuda de un experto). Todo conflicto se resuelve según la letra de la ley y ésta se considera la solución definitiva. Si uno tiene razón desde el punto de vista jurídico, no hace falta nada más, nadie puede mencionar que todavía no se puede tener toda la razón, e instar al autocontrol o a la renuncia a estos derechos, a exigir sacrificios y riesgos desinteresados: esto simplemente sería absurdo. El autocontrol voluntario es casi inaudito: todos luchan por una mayor expansión hasta el límite extremo de los marcos legales. (Una compañía petrolera es legalmente inocente cuando compra un invento de un nuevo tipo de energía para impedir su uso. Un fabricante de productos alimenticios es legalmente inocente cuando envenena sus productos para que duren más tiempo: después de todo, la gente es libre de no comprarlo.)

He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y les diré que una sociedad sin ninguna escala legal objetiva es realmente terrible. Pero una sociedad sin otra escala de valores que la legal también no es lo bastante digna del hombre. Una sociedad basada en la letra de la ley y que nunca llega a nada más alto no logra aprovechar toda la gama de posibilidades humanas. La letra de la ley es demasiado fría y formal para tener una influencia beneficiosa en la sociedad. Siempre que el tejido de la vida está tejido de relaciones legalistas, se crea una atmósfera de mediocridad espiritual que paraliza los impulsos más nobles del hombre.

Y será simplemente imposible soportar las pruebas de este siglo amenazador sin otro apoyo que el de una estructura legalista.

La dirección de la libertad

La sociedad occidental actual ha revelado la desigualdad entre la libertad para las buenas obras y la libertad para las malas acciones. Un estadista que quiera lograr algo importante y altamente constructivo para su país tiene que actuar con cautela e incluso tímidamente; miles de críticos apresurados (e irresponsables) se aferran a él en todo momento; el parlamento y la prensa lo rechazan constantemente. Tiene que demostrar que cada uno de sus pasos está bien fundamentado y es absolutamente impecable. De hecho, una persona sobresaliente, verdaderamente grande, que tenga en mente iniciativas inusuales e inesperadas, no tiene ninguna posibilidad de mantenerse firme; Se le tenderán decenas de trampas desde el principio. Así, la mediocridad triunfa bajo la apariencia de restricciones democráticas.

Es factible y fácil en todas partes socavar el poder administrativo y, de hecho, se ha debilitado drásticamente en todos los países occidentales. La defensa de los derechos individuales ha llegado a extremos tales que deja a la sociedad en su conjunto indefensa frente a determinados individuos. Ha llegado el momento, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos como las obligaciones humanas.

Por otro lado, a la libertad destructiva e irresponsable se le ha concedido un espacio ilimitado. La sociedad ha resultado tener escasa defensa contra el abismo de la decadencia humana, por ejemplo, contra el abuso de la libertad para la violencia moral contra los jóvenes, como las películas llenas de pornografía, crimen y horror. Todo esto se considera parte de la libertad y, en teoría, debe contrarrestarse con el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. La vida organizada legalistamente ha demostrado así su incapacidad para defenderse de la corrosión del mal.

¿Y qué diremos de los oscuros reinos de la criminalidad abierta? Los límites legales (especialmente en Estados Unidos) son lo suficientemente amplios como para fomentar no sólo la libertad individual sino también cierto uso indebido de dicha libertad. El culpable puede quedar impune u obtener una indulgencia inmerecida, todo ello con el apoyo de miles de defensores en la sociedad. Cuando un gobierno se compromete seriamente a erradicar el terrorismo, la opinión pública inmediatamente lo acusa de violar los derechos civiles de los terroristas. Hay bastantes casos de este tipo.

Esta inclinación de la libertad hacia el mal se ha producido gradualmente, pero evidentemente surge de una concepción humanista y benevolente según la cual el hombre, dueño de este mundo, no lleva ningún mal dentro de sí y todos los defectos de la vida son causados por sistemas sociales erróneos que, por tanto, pueden corregirse. Sin embargo, aunque parezca extraño, aunque en Occidente se han logrado las mejores condiciones sociales, todavía persiste una gran cantidad de delincuencia; incluso hay mucho más que en la indigente y anárquica sociedad soviética. (Hay una multitud de prisioneros en nuestros campos a quienes se les llama criminales, pero la mayoría de ellos nunca cometieron ningún delito; simplemente intentaron defenderse contra un estado sin ley recurriendo a medios fuera del marco legal.)

La dirección de la prensa

Por supuesto, la prensa también disfruta de la más amplia libertad. (Utilizaré la palabra “prensa” para incluir a todos los medios). Pero, ¿qué uso se le da a esa libertad?

Una vez más, la preocupación primordial es no infringir la letra de la ley. No existe una verdadera responsabilidad moral por la distorsión o la desproporción. ¿Qué tipo de responsabilidad tiene un periodista o un periódico hacia los lectores o hacia la historia? Si han engañado a la opinión pública con información inexacta o conclusiones erróneas, incluso si han contribuido a errores a nivel estatal, ¿conocemos algún caso de arrepentimiento abierto expresado por ese mismo periodista o ese mismo periódico? No, esto perjudicaría las ventas. Una nación puede salir perjudicada por tal error, pero el periodista siempre se sale con la suya. Lo más probable es que empiece a escribir exactamente lo contrario de sus declaraciones anteriores con renovado aplomo.

Como se requiere información instantánea y creíble, se hace necesario recurrir a conjeturas, rumores y suposiciones para llenar los vacíos, y ninguno de ellos será jamás refutado; se instalan en la memoria de los lectores. ¿Cuántos juicios precipitados, inmaduros, superficiales y engañosos se expresan cada día, confundiendo a los lectores, y convirtiéndose en parte de sus referencias? La prensa puede desempeñar el papel de la opinión pública o educarla mal. Así, podemos ver a terroristas heroicos, o asuntos secretos relacionados con la defensa de la nación revelados públicamente, o podemos ser testigos de una intrusión descarada en la privacidad de personas conocidas según el lema “Todo el mundo tiene derecho a saberlo todo”. (Pero este es un eslogan falso de una era falsa; de mucho mayor valor es el derecho perdido de la gente a no saber, a no tener sus almas inmortales llenas de chismes, tonterías y conversaciones vanas. Una persona que trabaja y lleva una vida significativa no necesita este flujo de información excesivo y oneroso.)

La precipitación y la superficialidad son las enfermedades psíquicas del siglo XX y esto se manifiesta más que en ningún otro lugar en la prensa. El análisis en profundidad de un problema es un anatema para la prensa; es contrario a su naturaleza. La prensa se limita a escoger fórmulas sensacionales.

Sin embargo, tal como está, la prensa se ha convertido en el mayor poder dentro de los países occidentales, superando al legislativo, al ejecutivo y al judicial. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿según qué ley ha sido elegida y ante quién es responsable? En el Este comunista, un periodista es abiertamente designado como funcionario estatal. Pero ¿quién ha votado a los periodistas occidentales para que ocupen sus puestos de poder, durante cuánto tiempo y con qué prerrogativas?

Hay otra sorpresa más para alguien que viene del Este totalitario, con su prensa rigurosamente unificada: se descubre una tendencia común de preferencias dentro de la prensa occidental en su conjunto (el espíritu de la época), patrones de juicio generalmente aceptados y tal vez intereses corporativos comunes, cuyo efecto total no es la competencia sino la unificación. Existe libertad ilimitada para la prensa, pero no para los lectores, porque los periódicos en su mayoría transmiten de manera contundente y enfática aquellas opiniones que no contradicen demasiado abiertamente las suyas propias y la tendencia general.

Una moda en el pensamiento

Sin censura alguna en Occidente, las tendencias de pensamiento e ideas de moda se separan minuciosamente de las que no lo están, y estas últimas, sin estar nunca prohibidas, tienen pocas posibilidades de aparecer en las revistas o libros o de ser escuchadas en las universidades. Sus eruditos son libres en el sentido legal, pero están rodeados por los ídolos de la moda predominante. No hay violencia abierta, como en el Este; sin embargo, una selección dictada por la moda y la necesidad de adaptarse a los estándares de masas frecuentemente impide que las personas con mentalidad más independiente contribuyan a la vida pública y da lugar a peligrosos instintos gregarios que bloquean el desarrollo exitoso. En Estados Unidos he recibido cartas de personas muy inteligentes, tal vez un profesor de una pequeña universidad lejana que podría hacer mucho por la renovación y salvación de su país, pero el país no puede escucharlo porque los medios de comunicación no le brindarán un foro. Esto da origen a fuertes prejuicios masivos, a una ceguera que es peligrosa en nuestra era dinámica. Un ejemplo es la interpretación autoengañosa del estado de cosas en el mundo contemporáneo que funciona como una especie de armadura petrificada alrededor de las mentes de las personas, hasta tal punto que las voces humanas de diecisiete países de Europa oriental y Asia oriental no pueden atravesarla. Sólo será roto por la inexorable palanca de los acontecimientos.

He mencionado algunos rasgos de la vida occidental que sorprenden y conmocionan a un recién llegado a este mundo. El propósito y el alcance de este discurso no me permitirán continuar con ese estudio, en particular para examinar el impacto de estas características en aspectos importantes de la vida de una nación, como la educación primaria y la educación superior en humanidades y el arte.

Socialismo

Se reconoce casi universalmente que Occidente muestra al mundo el camino hacia un desarrollo económico exitoso, aunque en los últimos años se haya visto fuertemente contrarrestado por una inflación caótica. Sin embargo, muchas personas que viven en Occidente están insatisfechas con su propia sociedad. La desprecian o la acusan de no estar ya a la altura del nivel de madurez alcanzado por la humanidad. Y esto hace que muchos se inclinen hacia el socialismo, que es una corriente falsa y peligrosa.

Espero que ninguno de los presentes sospeche que estoy expresando mi crítica parcial al sistema occidental para proponer el socialismo como alternativa. No. Teniendo en cuenta la experiencia de un país donde se ha realizado el socialismo, ciertamente no hablaré a favor de tal alternativa. El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado Socialismo. Se trata de un análisis histórico penetrante que demuestra que el socialismo de cualquier tipo y matiz conduce a una destrucción total del espíritu humano y a una nivelación de la humanidad hasta la muerte. El libro de Shafarevich se publicó en Francia hace casi dos años y hasta ahora no se ha encontrado a nadie que lo refute. Próximamente se publicará en inglés en Estados Unidos.

No es un modelo

Pero si, en cambio, me preguntaran si propondría a Occidente, tal como es hoy, como modelo para mi país, tendría que responder negativamente con franqueza. No, no podría recomendar vuestra sociedad como ideal para la transformación de la nuestra. A través de un profundo sufrimiento, la gente de nuestro país ha logrado un desarrollo espiritual de tal intensidad que el sistema occidental en su actual estado de agotamiento espiritual no parece atractivo. Incluso aquellas características de vuestra vida que acabo de enumerar son extremadamente tristes.

Un hecho indiscutible es el debilitamiento de la personalidad humana en Occidente, mientras que en el Este se ha vuelto más firme y fuerte. Seis decenios para nuestro pueblo y tres decenios para los pueblos de Europa del Este. Durante ese tiempo hemos pasado por un entrenamiento espiritual muy adelantado a la experiencia occidental. El complejo y mortal aplastamiento de la vida ha producido personalidades más fuertes, más profundas y más interesantes que las generadas por el bienestar occidental estandarizado. Por tanto, si nuestra sociedad se transformara en la suya, significaría una mejora en ciertos aspectos, pero también un empeoramiento en algunos puntos especialmente significativos. Por supuesto, una sociedad no puede permanecer en un abismo de anarquía, como ocurre en nuestro país. Pero también es degradante que permanezca en un plano de legalismo tan suave y sin alma, como es vuestro caso. Después del sufrimiento de décadas de violencia y opresión, el alma humana anhela cosas más elevadas, más cálidas y más puras que las que ofrecen los hábitos de vida masivos de hoy, introducidos como una tarjeta de visita por la repugnante invasión de la publicidad comercial, el estupor televisivo y por una música intolerable.

Todo esto es visible para numerosos observadores de todos los mundos de nuestro planeta. Es cada vez menos probable que el modo de vida occidental se convierta en el modelo principal.

Hay síntomas reveladores mediante los cuales la historia advierte a una sociedad amenazada o perecedera. Tales son, por ejemplo, el declive de las artes o la falta de grandes estadistas. De hecho, a veces las advertencias son bastante explícitas y concretas. El centro de su democracia y de su cultura se queda sin energía eléctrica sólo por unas horas y, de repente, multitudes de ciudadanos estadounidenses comienzan a saquear y causar estragos. Siendo la superficie muy fina, el sistema social resulta bastante inestable e insalubre.

Pero la lucha por nuestro planeta, física y espiritual, una lucha de proporciones cósmicas, no es una vaga cuestión del futuro. Ya ha empezado. Las fuerzas del Mal han iniciado su ofensiva decisiva. Puedes sentir su presión, pero tus pantallas y publicaciones están llenas de sonrisas prescritas y vasos levantados. ¿A qué se debe la alegría?

Miopía

Representantes muy conocidos de vuestra sociedad, como George Kennan, dicen: "No podemos aplicar criterios morales a la política". De esta manera mezclamos el bien y el mal y dejamos espacio para el triunfo absoluto del mal absoluto en el mundo. Sólo los criterios morales pueden ayudar a Occidente contra la estrategia mundial bien planificada del comunismo. No hay otros criterios. Las consideraciones prácticas u ocasionales de cualquier tipo serán inevitablemente arrasadas por la estrategia. Una vez alcanzado cierto nivel del problema, el pensamiento legalista induce a la parálisis: impide ver la escala y el significado de los acontecimientos.

A pesar de la abundancia de información, o quizás en parte debido a ella, Occidente tiene grandes dificultades para orientarse en medio de los acontecimientos contemporáneos. Ha habido predicciones ingenuas por parte de algunos expertos estadounidenses que creían que Angola se convertiría en el Vietnam de la Unión Soviética o que sería mejor detener las imprudentes expediciones cubanas en África mediante una cortesía especial de Estados Unidos hacia Cuba. El consejo de Kennan a su propio país (iniciar el desarme unilateral) pertenece a la misma categoría. ¡Si supieran cómo los funcionarios más jóvenes en el Kremlim se ríen a carcajadas de los hechiceros políticos de occidente! En cuanto a Fidel Castro, desprecia abiertamente a Estados Unidos y envía audazmente sus tropas a aventuras lejanas desde su país vecino al suyo.

Sin embargo, el error más cruel ocurrió al no entender la guerra de Vietnam. Algunas personas deseaban sinceramente que todas las guerras terminaran lo antes posible; otras creían que debía dejarse abierto el camino para la autodeterminación nacional o comunista en Vietnam (o en Camboya, como vemos hoy con especial claridad). Pero, de hecho, los miembros del movimiento pacifista estadounidense se convirtieron en cómplices de la traición a las naciones del Lejano Oriente, del genocidio y del sufrimiento que hoy se impone a treinta millones de personas allí. ¿Estos pacifistas convencidos oyen ahora los gemidos que salen de allí? ¿Entienden su responsabilidad hoy? ¿O prefieren no escuchar? La intelectualidad estadounidense perdió su compostura y, como consecuencia, el peligro se ha acercado mucho más a Estados Unidos. Pero no hay conciencia de ello. El político miope que firmó la apresurada capitulación de Vietnam aparentemente le dio a Estados Unidos una pausa para respirar sin preocupaciones; sin embargo, ahora se cierne sobre vosotros un Vietnam centuplicado. El pequeño Vietnam había sido una advertencia y una ocasión para movilizar el coraje de la nación. Pero si todo el poderío de Estados Unidos sufrió una derrota total a manos de un pequeño medio país comunista, ¿cómo puede Occidente esperar mantenerse firme en el futuro?

He dicho en otra ocasión que en el siglo XX la democracia occidental no ha ganado por sí sola ninguna guerra importante. En cada ocasión se escudó en un aliado que poseía un poderoso ejército terrestre, cuya filosofía no cuestionaba. En la Segunda Guerra Mundial contra Hitler, en lugar de ganar el conflicto con sus propias fuerzas, lo que ciertamente hubiera sido suficiente, la democracia occidental levantó otro enemigo, uno que resultaría peor y más poderoso, ya que Hitler no tenía ni los recursos ni el pueblo, ni las ideas con un atractivo amplio, ni un número tan grande de partidarios en Occidente (una quinta columna) como los que poseía la Unión Soviética. Algunas voces occidentales ya han hablado de la necesidad de una barrera protectora contra fuerzas hostiles en el próximo conflicto mundial; en este caso el escudo sería China. Pero no le desearía ese resultado a ningún país del mundo. En primer lugar, se trata nuevamente de una alianza con el mal condenada al fracaso; daría un respiro a los Estados Unidos, pero cuando en una fecha posterior China, con sus mil millones de habitantes, se armara con armas estadounidenses, los propios Estados Unidos serían víctimas de un genocidio al estilo de Camboya.

 

Pérdida de voluntad

Y, sin embargo, ninguna arma, por poderosa que sea, puede ayudar a Occidente hasta que supere su pérdida de fuerza de voluntad. En un estado de debilidad psicológica, las armas se convierten incluso en una carga para el bando capitulador. Para defenderse hay que estar también dispuesto a morir; hay poca disposición de este tipo en una sociedad criada en el culto al bienestar material. En este caso no quedan más que concesiones, intentos de ganar tiempo y traiciones. Así, en la vergonzosa conferencia de Belgrado, los diplomáticos occidentales libres, en su debilidad, entregaron la línea de defensa por la que los miembros esclavizados de los Grupos de Vigilancia de Helsinki están sacrificando sus vidas.

El pensamiento occidental se ha vuelto conservador: la situación mundial debe permanecer como está a cualquier precio; no debe haber cambios. Este sueño debilitante de un status quo es el síntoma de una sociedad que ha dejado de desarrollarse. Pero hay que estar ciego para no ver que los océanos ya no pertenecen a Occidente, mientras que la tierra bajo su dominio sigue menguando. Las dos llamadas guerras mundiales (ni mucho menos a escala mundial, todavía no) constituyeron la autodestrucción interna del pequeño Occidente progresista que así preparó su propio fin. La próxima guerra (que no tiene por qué ser atómica, no creo que lo sea) bien puede enterrar la civilización occidental para siempre.

Ante tal peligro, con tales valores históricos en su pasado, con un nivel tan alto de libertad alcanzada y, aparentemente, de devoción a ella, ¿cómo es posible perder hasta tal punto la voluntad de defenderse?

Humanismo y sus consecuencias

¿Cómo se ha producido esta relación desfavorable de fuerzas? ¿Cómo pasó Occidente de su marcha triunfal a su actual debilidad? ¿Ha habido giros fatales y pérdidas de dirección en su desarrollo? No lo parece. Occidente siguió avanzando de manera constante de acuerdo con sus proclamadas intenciones sociales, de la mano de un progreso deslumbrante en la tecnología. Y de repente se encontró en su actual estado de debilidad.

Esto significa que el error debe estar en la raíz, en el fundamento mismo del pensamiento de los tiempos modernos. Me refiero a la visión occidental predominante del mundo que nació en el Renacimiento y ha encontrado expresión política desde el Siglo de las Luces. Se convirtió en la base de la doctrina política y social y podría denominarse humanismo racionalista o autonomía humanista: la autonomía proclamada y practicada del hombre respecto de cualquier fuerza superior a él. También podría denominarse antropocentrismo, considerando al hombre como el centro de todo.

Es probable que el giro introducido por el Renacimiento fuera históricamente inevitable: la Edad Media había llegado a su fin natural por agotamiento, convirtiéndose en una intolerable represión despótica de la naturaleza física del hombre en favor de la espiritual. Pero luego retrocedimos ante el espíritu y abrazamos todo lo material, excesiva e inconmensurablemente. El modo de pensar humanista, que se había proclamado nuestro guía, no admitía la existencia de un mal intrínseco en el hombre, ni veía tarea alguna más elevada que la de alcanzar la felicidad en la tierra. Se inició la civilización occidental moderna con la peligrosa tendencia de adorar al hombre y sus necesidades materiales. Todo lo que estuviera más allá del bienestar físico y la acumulación de bienes materiales, todas las demás necesidades y características humanas de naturaleza más sutil y superior, quedaron fuera del área de atención de los sistemas estatales y sociales, como si la vida humana no tuviera ningún significado superior. De este modo quedaron abiertas lagunas para el mal, y hoy sus corrientes de aire soplan libremente. La mera libertad per se no resuelve en absoluto todos los problemas de la vida humana e incluso añade algunos nuevos.

Y, sin embargo, en las primeras democracias, como en la democracia estadounidense en el momento de su nacimiento, todos los derechos humanos individuales se concedieron sobre la base de que el hombre es una criatura de Dios. Es decir, la libertad fue dada al individuo de manera condicional, en la asunción de su constante responsabilidad religiosa. Ésa fue la herencia de los mil años anteriores. Hace doscientos o incluso cincuenta años, habría parecido bastante imposible, en Estados Unidos, que a un individuo se le concediera una libertad ilimitada sin ningún propósito, simplemente para la satisfacción de sus caprichos. Posteriormente, sin embargo, todas esas limitaciones fueron erosionadas en todo Occidente; se produjo una emancipación total de la herencia moral de los siglos cristianos con sus grandes reservas de misericordia y sacrificio. Los sistemas estatales se estaban volviendo cada vez más materialistas. Occidente finalmente ha alcanzado los derechos del hombre, e incluso en exceso, pero el sentido de responsabilidad del hombre hacia Dios y la sociedad se ha vuelto cada vez más tenue. En las últimas décadas, el egoísmo legalista del enfoque occidental del mundo ha alcanzado su punto máximo y el mundo se ha encontrado en una dura crisis espiritual y en un callejón sin salida político. Todos los célebres logros tecnológicos del progreso, incluida la conquista del espacio ultraterrestre, no redimen la pobreza moral del siglo XX, que nadie podría haber imaginado ni siquiera en una época tan tardía como el siglo XIX.

Un parentesco inesperado

A medida que el humanismo en su desarrollo se volvía cada vez más materialista, también permitió cada vez más que sus conceptos fueran utilizados primero por el socialismo y luego por el comunismo. De modo que Karl Marx pudo decir, en 1844, que “el comunismo es humanismo naturalizado”.

Se ha demostrado que esta afirmación no es del todo descabellada. Se ven las mismas piedras en los cimientos de un humanismo erosionado y en los de cualquier tipo de socialismo: el materialismo sin límites; libertad de religión y de responsabilidad religiosa (que bajo los regímenes comunistas alcanza la etapa de dictadura antirreligiosa); la concentración en las estructuras sociales con un enfoque supuestamente científico. (Esto último es típico tanto del Siglo de las Luces como del marxismo). No es casualidad que todos los votos retóricos del comunismo giren en torno al Hombre (con H mayúscula) y su felicidad terrenal. A primera vista parece un feo paralelo: ¿rasgos comunes en el pensamiento y la forma de vida del Occidente y el Oriente de hoy? Pero esa es la lógica del desarrollo materialista.

Además, la interrelación es tal que la corriente del materialismo más a la izquierda y, por tanto, más coherente, siempre resulta ser más fuerte, más atractiva y victoriosa. El humanismo que ha perdido su herencia cristiana no puede prevalecer en esta competencia. Así, durante los siglos pasados y especialmente en las últimas décadas, a medida que el proceso se agudizó, la alineación de fuerzas fue la siguiente: el liberalismo fue inevitablemente dejado de lado por el radicalismo, el radicalismo tuvo que rendirse al socialismo y el socialismo no pudo resistir al comunismo. El régimen comunista en el Este pudo perdurar y crecer gracias al apoyo entusiasta de un enorme número de intelectuales occidentales que (¡sintiendo el parentesco!) se negaron a ver los crímenes del comunismo, y cuando ya no pudieron hacerlo, trataron de justificarlos. El problema persiste: en nuestros países del Este, el comunismo ha sufrido una completa derrota ideológica; es cero y menor que cero. Y, sin embargo, los intelectuales occidentales todavía lo miran con considerable interés y empatía, y esto es precisamente lo que hace que a Occidente le resulte tan inmensamente difícil resistir al Este.

Antes del giro

No estoy examinando el caso de un desastre provocado por una guerra mundial y los cambios que produciría en la sociedad. Pero mientras nos despertemos cada mañana bajo un sol tranquilo, debemos llevar una vida cotidiana. Sin embargo, hay un desastre que ya nos afecta. Me refiero a la calamidad de una conciencia humanista autónoma e irreligiosa.

Esta conciencia humanista ha hecho del hombre la medida de todas las cosas sobre la tierra: un hombre imperfecto, que nunca está libre de orgullo, interés propio, envidia, vanidad y docenas de otros defectos. Ahora estamos pagando por los errores que no fueron debidamente evaluados al inicio del camino. En el camino del Renacimiento a nuestros días hemos enriquecido nuestra experiencia, pero hemos perdido el concepto de Entidad Suprema que frenaba nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad. Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y las reformas sociales, sólo para descubrir que nos estaban privando de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual. Esta es pisoteada por la mafia del Partido en el Este y por la mafia comercial en el Oeste. Ésta es la esencia de la crisis: la división que existe en el mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que aflige a sus bandos principales.

Si, como pretende el humanismo, el hombre naciera sólo para ser feliz, no nacería para morir. Puesto que su cuerpo está condenado a la muerte, su tarea en la tierra evidentemente debe ser más espiritual: no el total ensimismamiento en la vida cotidiana, no la búsqueda de las mejores maneras de obtener bienes materiales y luego consumirlos sin preocupaciones. El ser humano tiene que buscar el cumplimiento de un deber permanente y serio, para que el camino de la vida se convierta, sobre todo, en una experiencia de crecimiento moral: dejar la vida siendo un ser humano mejor que cuando la empezó. Es imperativo reevaluar la escala de los valores humanos habituales; su actual anomalía es asombrosa. No es posible que la evaluación del desempeño del presidente se reduzca a la cuestión de cuánto dinero se gana o a la disponibilidad de gasolina. Sólo cultivando voluntariamente en nosotros mismos un autocontrol sereno y libremente aceptado, la humanidad podrá elevarse por encima de la corriente mundial del materialismo.

Hoy sería regresivo aferrarse a las fórmulas anquilosadas de la Ilustración. Semejante dogmatismo social nos deja indefensos ante las pruebas de nuestros tiempos.

Incluso si la guerra nos evita la destrucción, la vida tendrá que cambiar para no perecer por sí sola. No podemos evitar reevaluar las definiciones fundamentales de la vida humana y la sociedad humana. ¿Es cierto que el hombre está por encima de todo? ¿No hay ningún Espíritu Superior por encima de él? ¿Es correcto que la vida del hombre y las actividades de la sociedad estén regidas ante todo por la expansión material? ¿Está permitido promover tal expansión en detrimento de nuestra vida espiritual integral?

Si el mundo no se ha acercado a su fin, ha llegado a un importante hito en la historia, de igual importancia que el paso de la Edad Media al Renacimiento. Nos exigirá un fuego espiritual. Tendremos que elevarnos a una nueva altura de visión, a un nuevo nivel de vida, donde nuestra naturaleza física no será maldecida, como en la Edad Media, pero aún más importante, nuestro ser espiritual no será pisoteado, como en la Era Moderna.

Esta ascensión es similar a subir a la siguiente etapa antropológica. A nadie en la Tierra le queda otro camino que el de arriba.

jueves, 28 de marzo de 2024

¿Trampa en Tampa?*



Vaya por delante reconocer mi oportunismo al asistir a eventos literarios. No acudo a ninguno sin la carnada de encontrarme a un amigo o conocer un sitio que desde la distancia me pareciese apetecible. Para la recién concluida Feria del Libro de Tampa, me bastó saber que acudiría gente queridísima (y así de paso cumplir el deseo de Ediciones Furtivas de presentar allí mi Historia y masoquismo) para viajar a aquella antigua tierra de tabaqueros libertarios.

O sea, lo que tenía en mente al viajar a Tampa era una reedición de The Hangover junto a viejos amigos venidos de Miami o Montreal. Un The Hangover apacible, como corresponde entre gente que cuenta las calorías que consume y se cuida el hígado.

Sobre la feria en sí no tenía especiales ilusiones. De Gutenberg a Steve Jobs, los libros no son lo que eran y menos si no se cuenta con el apoyo de gobiernos o grandes empresas comerciales. Fue justo la modestia de mis expectativas lo que me permitió apreciar el esfuerzo que conlleva realizar un evento así, en una ciudad tan distante de la que fue capital de destierro cubano y donde el español es mucho menos ubicuo que en Nueva York o Miami.

La inauguración se realizó en el magnífico edificio que todavía ocupa el Círculo Cubano, con público abundante y una animada conferencia sobre la historia del lector de tabaquería. El resto de la feria tuvo lugar en el campus de Ybor City del Hillsborough Community College, a unos pasos de donde José Martí arengaba a los tabaqueros y posó con ellos para una foto legendaria.

Entre encontrarme con escritores que aprecio, reconocer el empeño de Angel Velázquez Callejas y su editorial Exodus en rescatar viejos clásicos cubanos, de descubrir la colección de literatura erótica de la Editorial Caaw a cargo de Yovana Martínez o el despliegue de nuevos libros de Ediciones Furtivas, ya me di por satisfecho. A la feria le quedaba grande el título de “internacional” pero, en cambio, halagaba el espíritu aldeano del que no me desprendo al saberme entre amigos, compañeros de causa, ecobios.

No es secreto que los escritores cubanos no somos bien recibidos siquiera en la feria del libro de Miami: alguna vez una de sus coordinadoras me dijo sin rodeos que no estaba interesada en invitar compatriotas míos porque “había demasiados”. Cubanos libres, quiero decir (o gusanos, en dependencia del entomólogo), porque de los otros, los que viajan con pasaporte oficial, nunca son suficientes para los eventos de las grandes instituciones culturales o académicas de este mundo.

El único detalle que disonante en los días de la feria fue justo la presencia de Francisco López Sacha, otrora presidente de la sección de literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Nunca fui miembro de la UNEAC, porque cada cual se cuida el hígado como cree conveniente, pero a Sacha sí lo conocí en persona, cuando el jurado del premio Pinos Nuevos de 1993 lo eligió como intermediario para censurarme el libro que yo había presentado a concurso.

Sacha en aquel entonces me confesó que no había leído mi libro, al tiempo que comentaba el argumento íntegro de los cuentos “conflictivos” y me recitaba fragmentos de memoria. Pese a lo incómodo de la situación, Sacha evitó ser desagradable: era la versión letrada del policía bueno.

Para que se entiendan sus prioridades, debo recordar que, al presentarme en su oficina para hablar de mi libro, le anunció a otro escritor en la antesala que debía esperar a que terminara de atender mi caso, aclarándole: “Pero no te preocupes: los problemas de tu libro no son políticos, solo literarios”.

Y ahí estaba Sacha, sentado en medio del patio del Hillsborough Community College, hablando sin parar por teléfono mientras a su alrededor se sucedían presentaciones de libros. Su presencia allí desentonaba, pero no me sorprendía: más que por sus artes de intermediario de censores, Sacha es reconocido por su habilidad para montarse en un avión.

Al terminar la presentación del libro Nostalgia represiva de Francisco García González (que incluyó una deliciosa coda de sus tribulaciones con la Seguridad del Estado, como museólogo del Presidio Modelo), Sacha seguía hablando por su teléfono, incansable, como si de un general dirigiendo sus tropas se tratara… O como Sacha planificando sus próximas movidas.

Me bastó con estrecharle la mano sin que abandonara su perorata. Quiero pensar que fue un gesto cortés pero, conociendo mi naturaleza socarrona, sospecho que apenas quería dejarle saber que estaba allí, en tierra de viejos gusanos.

El resto de la feria transcurrió sin contratiempo: presentaciones, firmas de libros, intercambios tan apacibles como nuestra versión de The Hangover. Si algo alteró el tono del evento fue la presentación final de Ediciones Furtivas, con los poetas Carlos Pintado y Ramón Fernández-Larrea acompañados por Gema Corredera. Por un instante, arropados por la voz de la cantante, en aquel patio con las casetas a medio desmontar, parecíamos estar en otra parte, en un sitio menos pedestre que en el que contamos las calorías de la cerveza. En ese momento tenía a mi lado a Alberto Sicilia, organizador de la feria, y le di las gracias por todo.


Eso fue el sábado. La feria de verdad empezó al día siguiente, cuando se convirtió en comidilla de las redes sociales. Gracias a publicaciones online (incluidas varias del escritor Antonio José Ponte), pudimos enterarnos que la presencia de López Sacha no era casual, que no estaba allí buscando mejor cobertura para sus llamadas, sino que era parte de un grupo de funcionarios culturales de la Isla invitados a la feria.

Así nos enteramos que Sacha estuvo entre los firmantes de una carta pública justificando la represión contra el pueblo el 11 de julio del 2021, algo nada sorprendente, por otra parte. Aquella carta fue firmada por centenares de figuras oficialistas, incluido algún que otro muerto y, más que a dar su firma, Sacha estaría dispuesto a recogerlas.

Nunca he revisado el programa de una feria o congreso a la caza de algún nombre cuyas opiniones me contraríen. Me basta, como ya dije, con reconocer alguna cara amiga y una sede que me resulte agradable. Luego de más de un cuarto de siglo en la academia, entiendo que lo normal para mí es estar en minoría. (En lo que sí soy irreductible es en no permitir que me expliquen mi país, porque eso equivaldría a llamarme idiota, algo que me resulta ofensivo aunque no sea del todo inexacto).

Soy tan remolón para detectar conspiraciones y complots como para guardar resentimientos, porque tienden a recargar el cerebro y el alma con lastre innecesario. No obstante, Ponte insiste, con razón, en que en algún punto se debe trazar la línea. Y que esta debería situarse en torno a las reacciones en torno a las protestas del 11 de julio del 2021 y el encarcelamiento masivo de los manifestantes.

Si ellos fueron a dar a prisión por pedir libertad, y si la libertad es la sustancia vital que da sentido a la profesión de escribir, razono, entonces ningún interés gremial debería sobreponerse al escrúpulo de negarse a coexistir con los defensores de la tiranía. Confraternizar con quienes niegan la misma libertad que otros salimos a buscar al exilio, equivale a traicionar esa libertad y a nosotros mismos.

Mientras no explicaran su posición, prefería otorgarle el beneficio de la duda a los organizadores de la feria, aunque fuera porque para sacar a pasear la suspicacia y la mala leche siempre habrá tiempo. Pero he aquí que el principal organizador del evento, Alberto Sicilia, declaró a OnCuba News que “nuestra idea era traer voces de la Isla que pudieran discutir, en un espacio común, no virtual e intrascendente por volátil, el contenido de sus obras y que escucharan las del exilio”.

Si esa era su idea, hay demasiadas cosas que la contradicen. ¿Qué entiende Sicilia como “voces de la Isla”? ¿Las de los ejecutores de la política estatal? Porque, si de escritores se trata, lo más parecido en la delegación invitada a un escritor era López Sacha y, tras tantos años sin publicar nada nuevo, bien podría asumirse que su delito de escribir ha prescrito.

Y, si la idea de Sicilia era facilitar tal intercambio, ¿por qué no nos avisó de tales intenciones a los escritores invitados a la feria? Es de sospechar que tampoco les comentara sus intenciones a los invitados desde la Isla, puesto que su presencia allí fue tan discreta que sospecho que prefirieron forrajear en el Walmart más cercano, antes de perder su precioso tiempo en Tampa escuchando lo que los gusanos teníamos que decir. O repitiendo cosas en la que ni ellos mismos creen. Eso descontando a Sacha y su oreja adosada al teléfono.

Luego está el detalle de la asimetría de las invitaciones. Si por una parte los escritores del exilio tuvimos que pagarnos los gastos de viajar y de alojarnos en Tampa, dudo que Sacha y los suyos hicieran lo mismo. Si alguna costumbre obedece un funcionario cubano, como mandato divino, es la de no meterse la mano en el bolsillo para pagarse un pasaje, que para gastar sus ahorros está Walmart. Que una organización tan modesta, como la que dio origen a la feria, se mostrara más interesada en importar funcionarios que en invitar a escritores, da que pensar de su compromiso con la literatura exiliada que se propone difundir. Y, si en medio de la crisis absoluta que acogota a la Isla, fue el gobierno cubano el que corrió con los gastos, nos daría una idea de lo estratégico que le parecía enviar a sus representantes.

Como era de esperar, los medios oficiales cubanos intentaron monopolizar la imagen de la feria. “La cita literaria que devino, también, en un espacio para que escritores y lectores interactuaran, contó con la presencia de una delegación de la Cámara Cubana del Libro, quienes desarrollaron un intenso programa”, se lee en una nota del MINREX que lleva por título “Participó Cuba en Primera Feria Internacional del Libro de Tampa”.

Supongo que, con lo del “intenso programa”, se refirieran a las incursiones de los funcionarios en Walmart y así, de paso, incluir a la cadena minorista entre sus aliados. Porque, lo que es en la feria, apenas se les vio. Aun así, no se debe minimizar uno de los tantos intentos del régimen cubano de apropiarse de espacios erigidos en el exilio. Como no se debe subvalorar cualquier pacto con el Mal, incluso a través de sus representantes menos obscenos.

Se han invocado en estos días “razones estratégicas” para invitar a los delegados del régimen: o sea, aceptarlos a cambio de conseguir la salida de algún que otro escritor atrapado en su natural condición de rehén del régimen. (Incluso se ha sugerido algún oscuro pacto para permitir que se publique a este o aquel autor en la Isla, pero me resisto a creer que alguien haga la más mínima concesión para ver sus escritos aparecer en las ediciones más feas del continente).

Prefiero, como casi siempre, pasar por tonto que por listo y no ver un agente tenebroso en alguien que se da el lujo de la ingenuidad, frente al mayor sistema de extorsión que ha existido sobre la Tierra. Justas o injustas las acusaciones que han caído en estos días sobre la feria de Tampa, deben servirnos de advertencia de que no hay margen para la ingenuidad frente a una maquinaria que hace del chantaje y la distorsión su razón de existir. Y que el mínimo pacto con un régimen que secuestra la libertad concreta de cientos y los derechos de todos, nos hace sus cómplices. No importa lo que querramos pensar, ya ellos se encargarán de recordárnoslo.

Tenía razón Lenin al considerar la tontería ajena un alimento útil para la bestia totalitaria que había engendrado. Alguna vez Fernando Savater dijo que, lo que más le preocupaba a la hora de escribir, era que cualquiera de sus frases pudiera beneficiar de alguna manera a ETA. Con mucha más razón debemos preocuparnos para que ninguno de nuestros gestos o actos beneficien, así sea indirectamente, a quienes insisten en controlar nuestras vidas, incluso a distancia. Sobre todo en la ciudad en que aquellos indómitos tabaqueros con tanto entusiasmo consagraban su existencia a la causa de la libertad.

*Publicado en Hypermedia Magazine