“Yo no creo en las cartas” me dicen a propósito de una petición que desde S.O.S Cuba estamos haciendo circular desde hace días y que ha recibido la adhesión de importantes figuras a nivel mundial. Y debo confesarles: yo tampoco creo en las cartas por sí solas. Como tampoco creo en la buena voluntad de sus destinatarios. En lo que creo es en las virtudes de no quedarse callado, de ejercer presión hasta que esta se vuelva insoportable. Hasta convencer a los que tienen a cientos de cubanos encerrados que les es más costoso mantenerlos en prisión que sacarlos. Una carta es el pretexto para unir voces en pos de un objetivo común y hacerle saber a los destinatarios que esas voces no van a ser silenciadas hasta que no consigan lo que buscan. Si no se les hace llegar a esa certeza ninguna carta tiene sentido.
En esas cartas, las que van acompañadas de esa convicción, sí creo. Y la experiencia me obliga a confiar en su eficacia. Pongo ejemplos. En el 2001 en mi universidad se iba a celebrar la creación de una asociación de escritores latinoamericanos y como cierre del acto estaba programado un documental laudatorio de Fidel Castro realizado nada menos que por su principal propagandista en Estados Unidos, Estela Bravo. A la carrera escribí una carta protestando porque se usara una asociación de escritores latinoamericanos para glorificar a un dictador. Razonaba que como escritores y como hijos de un continente plagado por dictaduras la exhibición de”Fidel” estaba fuera de lugar. Y conseguimos que no se proyectara el susodicho documental bajo la disculpa siempre socorrida de “dificultades técnicas”.
En el 2009 a inciativa del poeta Jorge Salcedo un grupo de amigos y conocidos lanzamos una campaña pidiendo la libertad de un pobre borracho, Juan Carlos González conocido como "Pánfilo" que se había atrevido a decir en un video, que de inmediato se volvió viral, que en Cuba había hambre. La campaña titulada “Jama y Libertad” * llegó a reunir más de cinco mil firmas y fue un factor de peso para que después de que a Pánfilo lo condenaran a dos años de prisión saliera de la cárcel apenas semanas después de haber ingresado allí. En ese caso nuestro razonamiento era el mismo: el de la libertad. Y más tratándose de alguien perteneciente a uno de esos gremios -junto al de los niños y los locos- cuya libertad de expresión se respeta hasta en los regímenes más despóticos.
Al año siguiente, tras la trágica muerte en una huelga de hambre del preso político Orlando Zapata Tamayo el mismo grupo** que había lanzado la campaña “Jama y Libertad” (con alguna que otra adición) lanzamos #OZT pidiendo la libertad del resto de los 75 presos de la primavera negra del 2003 del cual Zapata era parte. La campaña, agotadora para los que participamos en ella, duró meses en los cuáles conseguimos reunir más de cincuenta mil firmas, incluidas las de varios premios Nobel, celebridades de diverso rango de todo el mundo y generó iniciativas que obligaron al régimen a hablar una perversa “campaña mediática contra Cuba”. Junto a las huelgas de hambre de Guillermo Fariñas y las incesantes marchas de las Damas de Blanco #OZT que además de la recogida de firmas incluyó la serie de performances “Némesis” del artista Gendy Pavón proyectando el rostro de Zapata en diversos edificios por todo el mundo entre otras iniciativas, tuvo una importancia decisiva en la liberación de los 75.
Luego el régimen cubano se empeñó en demostrar que había liberado a los presos gracias a su infinita bondad y a las gestiones de la iglesia y la cancillería española pero lo cierto es que sin la presión conjunta de todos los que exigieron por meses la libertad de los 75 esta no hubiera sido posible. Aún así hay anticastristas tan radicales y suspicaces que cada vez que ocurre una liberación de presos prefieren pensar que esta forma parte de algún perverso plan del régimen antes de admitir que la presión lo ha obligado a actuar contra su voluntad. Y así, sin pretenderlo, de tan listos que son tales anticastristas sagaces cooperan con el mito de la invulnerabilidad de la dictadura.
En los años siguientes las cartas en las que he participado directamente han seguido funcionando. En una ocasión se trató de oponerse al intento de convertir a la universidad pública de Nueva York en tribuna habitual de los agentes del castrismo. (El objeto principal de esa carta fue el funcionario Miguel Barnet a quien lo interpelaron durante su presentación y no salió bien parado. Meses después cuando lo volvieron a invitar, aleccionado por la experiencia anterior, se presentó de incógnito). En fechas más recientes, cada vez que lo hemos creído conveniente y fructífero -porque tampoco se trata de crear campañas cada semana: ni somos profesionales de la protesta y creemos que la repetición hace cualquier esfuerzo ineficaz- hemos participado en otras iniciativas. Desde protestar por la censura de la película “Santa y Andrés” en un festival de cine neoyorquino hasta exigir la libertad de artistas presos como Gorki Águila, El Sexto, o Luis Manuel Otero Alcántara. Hablar de éxito en cualquiera de estos casos mientras la dictadura sigue en pie y en capacidad de seguir haciendo daño siempre resulta una exageración. Pero algo se logra en cada caso y obliga al régimen y a sus simpatizantes en todo el mundo a pensárselo dos veces antes de volver a hacer lo mismo.
Digo todo lo anterior no para exhibir currículum de activista. El activismo político no me hace sentirme particularmente orgulloso: más bien se trata de lo insoportable que se me hace la vergüenza de quedarme callado. Pero en este caso se trata de mucho más que de la incapacidad de lidiar con las vergüenzas personales. Se trata de responder con hechos concretos y conocidos de primera mano a la pregunta sobre el valor de una carta. Y respondo: una carta vale por la cantidad de gente que esté dispuesta a hacerla suya, a respaldarla no solo con su firma sino con iniciativas propias de todo tipo; a hacerle saber a sus destinatarios lo dispuesto que se está a insistir en lo que se exige. Una carta existe bajo el convencimiento de la superioridad absoluta de la palabra indignada sobre el silencio.
*Contribuciones valiosísimas fueron las del caricaturista Alen Lauzán con el todo el diseño de la campaña y del músico Boris Larramendi con la canción tema “Jama y libertad”.
**
Quiero hacer aquí un mínimo homenaje al equipo más entusiasta, esforzado y eficaz con el que haya trabajado nunca, una mezcla difícil de lograr y más si los participantes lo hacen de manera voluntaria y sin remuneración: estaban (y me disculpan si olvido alguno) desde Alemania Giselle Fernández, una matemática brillante que usaba como seudónimo Aguaya Berlín y mi cuñada Marisel de la Vega. Desde España participaban el catalán Joan Antoni Guerrero Vall, la periodista cubana Ana C. Fuentes Prior y el diseñador Jorge Gutierrez que entonces usaba el seudónimo de George Gautier. En Miami estaban la músico Alina Brower, la escritora Daína Chaviano y la que luego se revelaría como una de las principales representantes de la cocina cubana contemporánea Verónica Cervera. Desde Kansas City contribuía el siempre diligente traductor Ernesto Ariel Suárez. También estaban mi queridísimo amigo y escritor Alexis Romay desde Nueva Jersey, desde Montreal el también escritor César Reynel Aguilera y la activísima Isbel Alba y desde México contamos con la ayuda de Laura García Freyre. Muchos otros, sin ser parte formal del equipo contribuyeron al éxito de la campaña como los caricaturistas Alen Lauzán y Gustavo Rodríguez (Garrincha) y el músico Boris Larramendi que esta vez participó con su “Conga del mercenario”. Si alguien recuerda otros participantes en aquella campaña se lo agradeceré.
Se hace lo que se puede. Muchas veces en un caso como el de Cuba no se va a lograr lo que uno quisiera, pero algo es mejor que nada, y ese algo puede ser sencillamente expresar la verdad y afirmar la dignidad y el respeto a sí mismo. Si todo el mundo hiciera lo que tiene a su alcance y le resulta factible, en vez de insistir en gestos heróicos o de gran magnitud, el efecto cumulativo sería considerable y posiblemente llegaría al nivel de game changer.
ResponderEliminarMuy bien escrito. "Tanto da la gota en la piedra hasta que le hace un hoyo". Saludos.
ResponderEliminarBueno, Leonardo Padura, ese que tan bien baila, dice que no firma cartas colectivas pero ha firmado una apoyando al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, perseguido por Daniel Ortega y su impresentable bruja. Lástima que no se anime a decir ni firmar nada en claro apoyo a los tantísimos perseguidos en Cuba que tienen nombres y apellidos. Repito, el tipo baila muy bien, aunque su aspecto sea tan desgradable.
ResponderEliminar