El pasado 13 de marzo, al cumplirse el 63 aniversario del
asalto al Palacio Presidencial, la periodista Arleen Rodríguez Derivet según el
historiador Julio César Guanche “manifestó que el asalto al Palacio
Presidencial era una ‘traición’ a la Carta de México (1956), firmada en 1956
entre José Antonio Echeverría, a nombre de la FEU, y Fidel Castro, en
representación del MR-26-7”. Durante la intensa discusión se llegó al consenso de
que la periodista no había pronunciado la palabra traición sino que declaró que
dicho asalto “iba contra los acuerdos de la carta de México”. Una polémica todo lo encendida que puede ser entre castristas ortodoxos
y heterodoxos. Porque de debate teológico debemos hablar cuando los hechos son
asunto sentimental que resultan buenos o malos en la medida en se acercan o se
alejan de la voluntad de algún Ser Supremo (llámese este Dios, Sentido de la
Historia, Revolución o el Gran Líder de que se trate). Y en ese sentido la
propagandista Arleen Rodríguez Derivet anda más cerca de la Verdad aunque de
alguna manera traicionara el consenso político que es la actual versión oficial
de la llamada Revolución Cubana.
Dicho consenso dicta que dicha revolución fue resultado
de la acción de tres organizaciones: el Movimiento 26 de julio, el Partido
Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de marzo encabezado por la
primera de estas bajo el liderazgo universalmente aceptado de Fidel Castro. Un
consenso creado para encubrir y a la larga hacer olvidar por un lado las
diferencias políticas, tácticas y estratégicas de estas tres organizaciones,
los recelos y zancadillas que se tendieron a lo largo del proceso revolucionario
y por otro excluir del relato oficial otras fuerzas participantes en la
insurrección contra Batista como lo fueron la Organización Auténtica alentada y
financiada por el ex presidente Carlos Prío o el llamado Segundo Frente del
Escambray.
Excluir a Carlos Prío del gran retrato de la Revolución
Cubana era relativamente fácil si se tiene en cuenta que pasó prácticamente
toda la etapa insurreccional en el exilio de Miami (como mismo la mayoría de
los jerarcas del PSP lo pasarían en México, apuntaría alguno). El objetivo de
esta exclusión era romper todo vínculo de la Revolución Cubana con la república
anterior. Prío era, según la versión oficial, un corrupto, cómplice del golpe
que lo derrocó, y por tanto no podía tener que ver con la impoluta Revolución. Algo
más difícil excluir de la crónica roja de la Revolución eventos como el asalto
al cuartel Goicuría o el desembarco y posterior masacre de los expedicionarios
del Corinthia, ambos -asaltantes y expedicionarios- bajo las órdenes y el
financiamiento de Prío. O el detalle de que buena parte de los asaltantes del
Palacio Presidencial no eran miembros del Directorio sino de las Organización
Auténtica. O que Fidel Castro compró el Granma con 50 000 dólares regalados por
Prío.
Cuando anuncié en la facultad de Historia que haría mi
tesis de grado sobre el Directorio allá por 1989 varios me desaconsejaron que
lo hiciera. Era un tema complicado. Siendo un grupo que, aunque con méritos
reconocidos, había sido progresivamente marginado de la historia oficial hacia
un papel secundario, podía complicarme la obtención del diploma. Fue poco lo
que descubrí en términos historiográficos pero era tan ortopédica la versión de
la historia oficial que cualquier detalle adicional que intentara añadir podía
ser escandaloso. Detalles que los historiadores oficialistas conocían de sobra
pero que ignoraban a sabiendas para imponer su versión que -todavía- reza así: El
Directorio Revolucionario “era el
órgano de militancia de la casi totalidad de los estudiantes revolucionarios en
la Universidad de La Habana y otros centros de estudio” y “heredero de la
experiencia combativa de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en su
lucha contra Machado, y nueva expresión, cualitativamente superior, del
Directorio Estudiantil Universitario surgido en 1927 y reconstituido en 1930”.
Lo cierto que ni todos los estudiantes revolucionarios se integraron al DR ni
todos los miembros fundadores ni los que se fueron incorporando después eran
estudiantes. Hay que tener en cuenta por una parte que la FEU no era entonces
una organización de masas sino el conjunto de presidentes de Asociaciones de
estudiantes de las diferentes facultades de la universidad que eran quienes
decidían quien sería el presidente de la federación. Y por otra parte el
control de la universidad había sido durante décadas disputado por diferentes
grupos tanto políticos como armados. Todo eso explica que tras la muerte de José
Antonio Echeverría siendo presidente de la FEU y de Fructuoso Rodríguez,
vicepresidente, hubiese largas disputas
sobre si la sucesión legítima correspondía o no a un miembro del Directorio.
El leir motif de la unidad
En un mundo ideal donde
todos los revolucionarios debían reconocer de inmediato el liderazgo de Fidel
Castro nunca debió existir el Directorio. Pero el hecho era que el asalto a
Palacio se había convertido en una de las acciones insurreccionales más audaces
pero no necesariamente insensatas que se hubieran concebido en la historia
cubana. Y el hecho cierto es que el asalto ocurrió y la organización que se
menciona en la alocución de Echeverría que todavía se retrasmite por la radio
cada 13 de marzo el Directorio y no el 26 de julio. Y que incluso hasta después
de 1959 el Directorio había insistido en defender su independencia como
organización. De manera que el plan B de los historiadores oficiales era reconocer
su existencia pero al mismo tiempo insistir en que una vez fracasado el asalto
los miembros del Directorio habían aceptado si no el liderazgo de Fidel Castro
al menos su superioridad estratégica. “El Directorio […] en una manifestación
más de similitud con la estrategia elaborada por Fidel, asumiría también
entonces la concepción de una guerra a largo plazo, del campo hacia la ciudad
con ámbito en las montañas” decía Mario Mencía, historiador de cabecera de
Fidel Castro, en una serie de artículos dedicados a conmemorar el veinte aniversario del ataque a Palacio. Para ello se basaba en que el Directorio
había creado un enclave guerrillero en las montañas de Las Villas en febrero de
1958 ignorando a sabiendas que la mayor parte de las armas desembarcadas en
aquella expedición terminaron siendo enviadas a La Habana. Pero optaba por
ignorar muchas cosas más. Ignoraba incluso que la propia lucha guerrillera en
la Sierra Maestra había sido el plan B cuyo plan original contemplaba el
desembarco simultáneo del Granma y el alzamiento de Santiago de Cuba dirigido
por Frank País a lo que supuestamente seguiría una insurrección generalizada en
el país y un llamado a la huelga general.
Mario Mencía,
envalentonado en su condición de primo historiador assoluto llegó a afirmar en
su serie de artículos que el “73% de los integrantes ese comando [se refería a
los atacantes de Palacio] eran trabajadores”. De esta manera insinuaba, muy a
tono con la historia oficial de la época que, luego de sus inicios
estudiantiles, el Directorio se había proletarizado. Cierto es que desde su
fundación había tenido en cuenta al movimiento obrero cubano pero lo que estaba
detrás de esa supuesta proletarización del Directorio de que hablaba mencía era
su alianza con la Organización Auténtica dirigida por Menelao Mora y financiada
por Carlos Prío. Cuando Mencía dice en su artículo que antes del asalto el
Directorio había establecido relaciones con “determinados grupos de
trabajadores revolucionarios” está disimulando la alianza entre el Directorio y
la Organización Auténtica dirigida por Menelao Mora y financiada por Prío. Era
su manera de no desmentir la afirmación de Faure Chomón que lista entre los
principios del Directorio no aceptar “en la organización a nadie que mantenga
compromisos con Carlos Prío” y de paso elevar el perfil proletario del comando
asaltante.
Hubo no obstante en el
artículo de Mencía varias incongruencias. Si el Directorio era una organización
estudiantil y el asalto a Palacio estuvo a cargo del Directorio ¿cómo era
posible, como él mismo menciona, que de los 52 asaltantes solo once fueran
estudiantes? Tampoco se explica cómo en un momento el Directorio envía “los
únicos cuatro fusiles M1-que Menelao Mora le ha facilitado- a Frank País en un
ejemplar gesto de solidaridad revolucionaria” y tiempo después tuvieran “unas
220 armas largas” para el asalto a Palacio. Ambas incongruencias se explicarían
con solo mencionar la presencia decisiva en el asalto de hombres y recursos de la
innombrable Organización Auténtica. O con el detalle de que el asalto a Palacio
era un viejo sueño de dicha organización, sueño que el Directorio había acogido
como propio dándole su crédito político mientras los seguidores de Menelao Mora
corrían a cargo de la parte militar. De ahí que la mayoría de la plana mayor
del Directorio participara en la acción con mayor proyección política, el
asalto a Radio Reloj. Y que en el texto completo de la alocución que debía leer JoséAntonio Echeverría se refiriera a “los hombres del DIRECTORIO
REVOLUCIONARIO, capitaneados por Faure Chomon” cuando el propio Chomón siempre reconoció
que el jefe del comando militar era Carlos Gutiérrez Menoyo y él solo su
segundo al mando.
Buena parte de la
investigación para mi tesis consistió en ir escarbando la costra de falsedades
y medias verdades que cubrían la historia del Directorio hasta reconstruir un
relato lo más veraz que pude con la información que logré conseguir. Muy poco
que no supieran los miembros del Directorio que todavía vivían en aquellos años
pero que preferían callar cuando los iba a entrevistar. O que no apareciera en
cualquier estudio más o menos serio publicado en el exilio pero a los que no
tenía acceso.
Lo novedoso que ofrecía mi
tesis, además de desentrañar la madeja entre la FEU y el Directorio, fueron un
par de cartas que descubrí entre otros papeles sin importancia en el Instituto
de Historia, para entonces ya ocupados por un batallón de historiadores de las
FAR. Eran cartas de finales de 1958 de Faure Chomón a dos de sus subalternos en
el movimiento clandestino de la capital. En ambas insistía en que no se dejaran
confundir, que aunque el Directorio conservara fuerzas en el Escambray la
estrategia de la organización seguía siendo “golpear arriba” o lo que es lo
mismo, en el lenguaje de la organización, ejecutar un atentado contra Batista.
Y tenía su lógica. Tanto por la estructura y la fuerza de la organización en
esos momentos la única manera en que podría adelantársele al Ejército Rebelde
castrista y derrocar a la dictadura era mediante un atentado. Y era
precisamente ese tema el que quería evitarse a toda costa: el de los recelos y
las luchas por el poder entre dos organizaciones que luego se fundirían en la
siguiente década bajo el mando unificado de Fidel Castro. Y es que la fuente de
esos recelos no era meramente táctica o estratégica. Algunos de los integrantes
del Directorio conocían de primera mano a Fidel Castro cuando era parte de una
de las organizaciones del gangsteriles que habían asolado la universidad en la
década anterior y guardaban sana desconfianza sobre sus intenciones en caso de
que llegara al poder.
Todavía faltaban dos
décadas para que el propio Fidel Castro, ya muy disminuido mentalmente,
decidiera publicar su papelería correspondiente a los últimos cinco meses de la
insurrección contra Batista. En ese libro abandonó sus cautelas anteriores e
incluyó una carta del 26 de diciembre de 1958 al Che Guevara en la que lo reprendía
duramente por haber firmado semanas atrás el pacto de El Pedrero donde se sancionaba
la cooperación entre sus fuerzas y las del Directorio:
“Considero que estás
cometiendo un grave error político al compartir tu autoridad, tu prestigio y tu
fuerza con el Directorio Revolucionario. La guerra está ganada, el enemigo se
desploma estrepitosamente, en Oriente tenemos encerrados diez mil soldados. Los
de Camagüey no tienen escapatoria. Todo eso [es] consecuencia de una sola cosa:
nuestro esfuerzo. No tiene sentido aupar [a] un grupito cuyas intenciones y
cuyas ambiciones conocemos sobradamente, y que en el futuro serán fuente de
problemas y dificultades. Tan soberbios y presumidos son, que ni siquiera han
acatado tu jefatura, ni la mía, pretenden erigir una fuerza militar autónoma y
particular que no podremos tolerar de ninguna forma. Quieren en cambio
compartir los frutos de nuestras victorias para robustecer su minúsculo aparato
revolucionario y presentarse el día de mañana con toda clase de pretensiones.
Es necesario que consideres este aspecto político de la lucha en Las Villas
como cuestión fundamental”
Ese fragmento provocó quejas por parte de antiguos miembros del Directorio que solo se acallaron tras varios gestosoficiales, incluida la entrega de automóviles rusos a los agraviados. Pero
desde la publicación de dicha carta ya no ha podido repetirse el cuento de
hadas de la unidad revolucionaria y hasta las versiones más domesticadas deben lidiar
con ella y aceptar que “Ni la Carta de México, ni el Pacto del Pedrero
lograron, a pesar de los puntos de coincidencia, la unidad orgánica”.
Pero para cuando finalicé
mi tesis en 1990 demostrar documentalmente que al menos hasta diciembre de 1958
el Directorio se consideraba a sí mismo como una organización independiente sin
servidumbres tácticas y estratégicas a Fidel Castro no era poca cosa. Durante
la defensa de mi tesis pude compartir mis impresionantes hallazgos investigativos
con mi tutora, los lectores de mi investigación, mis familiares, la novia de
entonces y los fieles amigos que no suelen perderse ciertos momentos
importantes de la vida de uno por poco que se enteren de lo que está pasando.
Al año siguiente mi tutora
me pidió que me presentara en uno de aquellos eventos rituales sobre la lucha
insurreccional que reunía a una mezcla de ex combatientes clandestinos,
militares e historiadores especializados en el tema, un evento que precisamente
se realizaba en la facultad en que me acababa de graduar. Los rituales detestan
las alteraciones. Yo me limité a leer las conclusiones de mi tesis que, como
dije antes insistían en un detalle tan obvio como que el Directorio había sido
una organización con vida propia. A pesar de la obviedad desde el público se
levantó indignado el mismísimo primo historiador assoluto, el gran Mario Mencía,
a increparme. ¿Cómo me atrevía a decir que después del asalto a Palacio el
Directorio seguía insistiendo en “golpear arriba”? Me tachó de ignorante e
inmaduro, el tipo de acusaciones que a mis veintidós años de entonces estaban
perfectamente justificadas y por eso mismo me indignaban más. La tutora,
sentada al lado mío me tomó una mano diciéndome: “tranquilo Enrique, tú tienes
las cartas”. Como si se tratara de un juego de poker y tuviera en la mano los
cuatro aces. Y en efecto, bastó con que leyera un par de párrafos para
demostrar mi punto y silenciar a Mencía el resto de la jornada. Más significativa
aún fue la reacción del público que me ovacionó con un entusiasmo más propio de
película de Hollywood en la que el protagonista es absuelto en juicio por
asesinato que de un evento anual sobre la lucha insurreccional en La Habana. Y
claro, aquellos señores veteranos tanto del Directorio como del Movimiento 26
de julio más que aplaudir por mí aplaudían en contra de Mencía que en aquella
sala era el máximo representante de la versión oficial de la historia. Una
versión nacida de un pacto político en el cual todos ellos habían sido
ninguneados a mayor gloria del que era en realidad el primo historiador
assoluto. Pero como les resultaba impensable cuestionarse el papel en todo ese
asunto del Historiador en Jefe era bastante más fácil alegrarse de que por esa
vez el pelele encargado de repetir lo insignificantes que habían sido sus heroísmos
pasados quedara en evidencia.
Pero a lo que íbamos al
principio. Hablar de traición del Directorio a Fidel Castro es demasiado decir
cuando nos referimos a alguien para el que la palabra “lealtad” estaba ausente
de su vocabulario. Pero si a lo que se refiere Arleen Rodríguez Derivet era a la opinión que el
Directorio Revolucionario le merecía al Comandante hay que concederle a la
periodista que este siempre detestó la competencia.
[Continuará]
tengo admiracion profunda por ti y tu trabajo. muchas gracias siemrpe!
ResponderEliminarTotal. Tanto trama, y trauma, y al fin desastre total, por cuenta de un problema político (Batista) que se pudo y se debió resolver por medios políticos. Claro, con gente como Grau y Prío, por no hablar del resto de la comparsa (con la notable pero en definitiva impotente excepción de Márquez Sterling) no se llegaba muy lejos. Y pensar que creyeron que iban a manejar al bastardo barbudo a su antojo llegado el momento. Bueno, la política siempre fue un punto muy débil de los cubanos.
ResponderEliminarMe imagino Faure Chomón no ocupó puestos de relevancia, por su vínculo con el Directorio, y también por el caso "Marquitos". Saludos.
ResponderEliminarGood job. Te felicito por haber llegado tan temprano en tu vida a esas conclusiones irrebatibles sobre las relaciones conflictivas DR/M26J. Y por haberte atrevido a incluirlas en tu trabajo de grado y haber expuesto las conclusiones de tu tesis frente al mismísimo Mencía. Espero para pronto la 2ª parte.---Nicolás Águila
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