Muy poco se repara en que el discurso más famoso de
cuantos pronunciara Fidel Castro en 1959, el del 8 de enero, palomas al hombro,
estuviera enfilado principalmente contra el Directorio Revolucionario. Que la
arenga conocida popularmente por el estribillo con que machacó a la muchedumbre
“¿Armas para qué?” estaba destinada a desarmar simbólica y literalmente al
Directorio Revolucionario. Aunque no llame al Directorio por su nombre, reduciéndolo
a condición de “grupo”. Y a los reclamos del Directorio de ser tenido en cuenta
en el diseño de la revolución triunfante los rebaja a mera ambición: “¿Puede
algún grupo, por el hecho de que no le hayan dado tres o cuatro ministerios,
ensangrentar este país, y perturbar la paz?” se preguntó retóricamente Fidel
Castro. El efecto que tuvo el discurso en la percepción pública del Directorio fue
tan demoledor que en unos días se vio obligado a entregar sus armas “para
quedar como una simple organización política al lado del nuevo proceso de
cambios desde una posición secundaria” al decir de Waldo Fernández Cuenca.
Debe hacerse notar que, además de para desarmar a la
organización rival, en aquel discurso Fidel Castro sentó las bases del relato oficial
al decir que “el Movimiento 26 de Julio era la organización absolutamente mayoritaria,
¿es o no es verdad? (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”) Y, ¿cómo terminó la lucha? Lo voy a decir: el Ejército Rebelde, que es el nombre de
nuestro ejército, del que se inició en la Sierra Maestra, al caerse la tiranía
tenía tomado todo Oriente, todo Camagüey, parte de Las Villas, todo Matanzas,
La Cabaña, Columbia, la Jefatura de la Policía y Pinar del Río (APLAUSOS)”
Si se lee con atención el fragmento anterior no se trata
solo de marginar al Directorio sino incluso de anular la importancia del
aparato clandestino urbano del propio Movimiento 26 de julio en favor del
Ejército Rebelde, sobre el cual ejercía un control más estricto y directo. No había
por qué asumir la defensa incondicional de Fidel Castro del Movimiento 26 de
Julio frente a otras organizaciones. La incondicionalidad, nunca fue su fuerte.
Su política, a partir de su llegada al poder, se basó en un continuo reajuste
en el equilibrio de fuerzas entre las organizaciones en las que se apoyaba, reajustes
que buscaban sacar el mayor partido de las fricciones que se producían entre las
partes en pugna. Nunca dudó en darle la espalda al M-26-7 cada vez que veía en
ello una oportunidad de reforzar su poder. Así ocurrió cuando apoyó la
candidatura del comandante del Directorio Rolando Cubelas en las elecciones por
la presidencia de la FEU frente al indómito Pedro Luis Boitel, candidato entonces
del M-26-7. O cuando apoyó a los líderes sindicales comunistas frente a los
prestigiosos sindicalistas del M-26-7 en las elecciones por la jefatura de la
CTC.
En aquellos primeros años los miembros del Directorio
vieron desplazada su importancia política y simbólica no solo por el triunfante
M-26-7 sino también por el PSP que tan poco había hecho en el derrocamiento de
la dictadura y al que se le podía recordar su apoyo a Batista en la década del
40. Verse desplazados por los que consideraba poco menos que burócratas de la revolución
debió ser duro para su orgullo forjado en la acción. En el retrato de conjunto de
la Revolución Cubana el Movimiento 26 de julio, representado por sus guerrillas
rurales tenían la primacía de la acción, el PSP la ideológica y el Directorio
quedaba desplazado a una condición de escenográfica. Si acaso el Directorio
quedó como Polonia el tratado de Postdam cuando debió ceder territorios del
este a la URSS para recibir a cambio la Silesia de la derrotada Alemania: a
cambio de ceder en todo lo demás al Directorio le dejaban el monopolio
simbólico del ataque a Palacio y le permitían convertir póstumamente a todos
sus mártires -incluso los que militaban en la Organización Auténtica- en miembros
del Directorio. Eso y la ubicación de sus miembros en importantes cargos en el
gobierno o el ejército.
Se pensaría que al anunciar el carácter socialista de la
revolución en abril de 1961 los comunistas del PSP se convertirían en favoritos
de Castro. Sospecha confirmada con la creación en julio de ese mismo año las
Organizaciones Revolucionarias Integradas llamadas a unir las fuerzas del M-26-7,
el PSP y el DR y la amplia representación de los comunistas en su secretariado.
Y sin embargo a menos de un año de la creación de las ORI, en marzo del
siguiente año Fidel Castro aprovecharía una torpe censura de la invocación a
Dios que había hecho José Antonio Echeverría en su testamento político para
defenestrar al líder comunista Aníbal Escalante bajo la acusación de
“sectarismo” y disolver las ORI. Lo que muchos verían un acto de justicia y una
advertencia contra los extremismos políticos sería el modus operandi de Fidel
Castro durante toda su vida política: fomentar la competencia y las fricciones
entre las diferentes fuerzas que sustentaban su poder, desentenderse de ellas un
rato para luego reaparecer como el árbitro que le devolvía el equilibrio a una
situación que se había salido de cauce. Por un tiempo la parte aparentemente
ganadora en la discordia asumía que le serían restituidos sus poderes
confiscados para luego comprender que el máximo beneficiario de la situación
había sido el supuesto árbitro.
No obstante, pese a la aparente corrección de los abusos
del PSP con la denuncia del “sectarismo miserable” de los dirigentes comunistas
el Directorio volvió a quedar relegado como fuerza dirigente. Tras la
disolución de las ORI y la creación del Partido
Unido de la Revolución Socialista en marzo de 1962 su secretariado de seis
integrantes no incluía a ningún miembro del Directorio y sí al secretario
general del PSP, Blas Roca. Y de los 23 miembros de la Dirección Nacional del
PURSC 13 provenían del Movimiento 26 de Julio, 10 del PSP y solo dos del Directorio.
Con el juicio
seguido en marzo de 1964 a Marcos Rodríguez, supuesto delator de cuatro
dirigentes del DR masacrados en abril de 1957, el Directorio creyó ver una
oportunidad de recuperar algo del terreno perdido. Unos meses antes había estallado
un intenso debate entre el zar de la cinematografía cubana y Blas Roca,
secretario general del PSP sobre qué tipo de películas debían ver los cubanos y
en esa ocasión el Arbitro en Jefe falló en contra de Blas Roca y a favor de la
posición menos ortodoxa sostenida por Alfredo Guevara. Este hecho quizás hizo
pensar a los miembros del Directorio que el PSP andaba de capa caída en la
estima del árbitro y que era momento de actuar.
En el juicio a “Marquitos” los miembros del Directorio
insistieron, de modo discreto pero diáfano, por una parte en la militancia
comunista del acusado y por otro en que las motivaciones que lo llevaron a la
delación no eran personales sino políticas. Y tal como presentaron los hechos debía
concluirse que el hecho de que Marcos Rodríguez no fuera juzgado antes se debió
a la presión de los jerarcas del PSP implicando que estos aprobaban o incluso
instigaron la delación que se le imputaba al acusado. Faure Chomón, líder del
disuelto Directorio y a la sazón ministro de Transporte, subrayó que Marcos
Rodríguez debía ser juzgado, además de por la ley vigente “por el tribunal de
la Historia”. La razón por la que apelaba a tan alto tribunal era porque veía
en el acusado “un fruto amargo del sectarismo” en alusión al período en el que “se
situaron los viejos militantes del PSP en todos los puestos claves de la
Revolución”. Chomón terminaba su declaración con este reclamo: “juzguemos a
Marcos Rodríguez que en él también vamos a juzgar, a sepultar el sectarismo”.
Si a los antiguos miembros del Directorio les hacía
ilusión el veredicto de la Historia la intervención de Fidel Castro como máximo
representante de dicha instancia anuló tales pretensiones. Primero al advertir
que era innecesario determinar si el acusado “era o no miembro del Partido
Socialista” pues “si nosotros le damos importancia a eso es porque somos
sectarios”. En el interrogatorio al acusado el interés de Castro estuvo
centrado en establecer que Marcos había actuado por cuenta propia y que sus
motivaciones al delatar a los líderes del Directorio eran estrictamente personales.
Pero más importante aún en su deposición fue enunciar la razón por la que los
antiguos miembros del Directorio debían renunciar a implicar al PSP en la
delación de “Marquitos”. Tal argumento quedaba resumido en la frase “hemos
hecho una revolución más grande que nosotros mismos” que traducido al lenguaje
político significaba que vería en cualquier ataque contra el PSP una traición a
la causa y por tanto al principal representante del tribunal de la Historia en
la isla: esto es, él mismo. El argumento era una invitación al silencio y eso
hicieron desde entonces: silencio.
Hasta allí llegó el penúltimo intento serio del
Directorio de mejorar su posición en el escalafón de la Revolución Cubana. El
último fue hace apenas una década, ante la publicación de una vieja carta del Árbitro
en Jefe, tildando al Directorio de “grupito” ambicioso, soberbio y presumido.
Alguna compensación recibieron, espiritual y en especie.
Efectivamente, mientras más se revuelve la mierda, más apesta, aunque haya que revolverla--y la mierda castrista es mucho más voluminosa y asquerosa que la que había en los establos de Augías, que solamente un Hércules pudo limpiar. Sobra decir que no hay ningún Hércules cubano a la vista (suponiendo que uno fuera posible, lo cual no es precisamente seguro).
ResponderEliminarA veces me parece inverosímil que un sujeto como Fidel Castro pudiera llegar tan lejos. Me cuesta trabajo procesar que los cubanos fueran tan infantiloides, por decirlo de forma piadosa, aunque además fueron cosas peores, y bastante. Es como si se tratara de un país de tarados, de retrasados mentales, de gente penosa y fatalmente escasa y manipulable. Pero repito, fue peor. El bastardo barbudo, supongo, tiene que haberse asombrado, al menos al principio, de lo fácil que le fue hacer y lograr prácticamente todo lo que le vino en ganas. Santocielo, el bochorno.
ResponderEliminarHe leído con detenimiento sus dos últimos posts sobre el DR, porque son muy buenos, además de necesarios dada la tergiversación que el castrismo ha hecho de la historia de Cuba. La FEU, y posteriormente el DR mantuvieron en alza la lucha contra el batistato en Cuba, desde el golpe de Estado hasta el 57 con el auge de las guerrillas en la Sierra Maestra. La calle era de la FEU, y los líderes urbanos indiscutibles eran de la FEU, el DR, la OA y el M-26-7 que dicho sea de paso, no era la Sierra. La personalidad de Fidel Castro no permitía competencia y fue capaz de ningunear a todo el que no se plegara a su mando, que en ocasiones, como durante la primera mitad del 58 hasta el 9 de abril, fue un mando muy discutible. No pierda usted el impulso que hacen falta estos recuentos. Ana J. Faya
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