Reseña sobre Turcos en la niebla publicada por Néstor Díaz de Villegas en Hypermedia Magazine.
Turcos en la niebla: Hopper y Pepito entran a un bar en Weehawken
A principios de año, Enrique Del Risco sorprendió a la diáspora con una primera novela: Turcos en la niebla (Tusquets, 2019). No es frecuente que la obra de un escritor cubano exiliado sea reconocida por las grandes editoriales, y esta se llevaba el XX Premio Unicaja Fernando Quiñones. Tras el anuncio oficial, pudo oírse un grito de júbilo en el gallinero.
La novela premiada combina la técnica de autoficción de Siempre nos quedará Madrid, con el humorismo de Leve historia de Cuba y ¿Qué pensarán de nosotros en Japón?, sin descartar el modo epigramático Facebook por el que el autor es conocido. Enrique Del Risco es el creador del célebre personaje Enrisco, su heterónimo y alter ego, a un tiempo entelequia exílica y eterno candidato a la presidencia de la nación imposible.
El estilo de la obra es tragicómico, y su estructura, al igual que la plataforma de Mr. President, es pragmática y populista. Cuatro personajes del barrio —Wonder, Eltico, British y Alejandra— en representación de la comunidad exiliada de West New York, hablan en lenguaje coloquial sobre la familia, el amor, el desarraigo, la adaptación, la política, la vida y la muerte. Es decir, hablan incontrolablemente de Cuba.
C-U-B-A… A-B-C-U… Rayuela de cuatro celdas.
Módulo para armar. Rota. Torá. Tetragramatón.
Gang of Four…
Los protagonistas de Turcos en la niebla pudieran llamarse, alternativamente, Señor C, Señor U, Señora B y Señor A, como en una película de Quentin Tarantino, como en Perros de reservorio. El reservorio que embalsa una isla cubana en el Hudson.
¿Qué es una isla? Creemos saberlo, pero en verdad lo ignoramos. Nos dejamos llevar por Lezama y Virgilio, esos Sigfried & Roy del aislacionismo. Vivimos obnubilados por las islas evaporadas, las Citeras en éxodo. Hoy el consenso es que debimos habernos remitido a la opinión de los ecologistas, consultar Ecología evolutiva, un texto clásico de Eric Pianka:
“Para los ápteros, las plantas del desierto o los árboles apartados del conjunto mayor de un bosque pueden ser algo semejante a una isla, debido a que están separados unos de otros por los vastos espacios de un medioambiente disímil y relativamente inhóspito. Del mismo modo, las boñigas de vaca dispersas en un campo son islas para los animales que las habitan. Cualquier anfitrión es una isla para sus parásitos”.
Así aparece la isla concreta, evolutiva, el destilado de la cocción cósmica. “La ínsula distinta en el Cosmos, o lo que es lo mismo, la ínsula indistinta en el Cosmos”, que diría Pianka.
Geopolíticamente, el microcosmos cubano de West New York viene a quedar, en relación a Manhattan, en la misma situación disímil de Cuba con respecto a las Américas. Contemplamos la metrópolis de lejos (desde nuestra “isla infinita”), para enseguida darle la espalda, como hizo Edward Hopper en su época, y entregarnos a la representación de la Nueva Guanabacoa que tenemos delante.
Cuba en la mano; Enciclopedia de mi vida en Cuba; Todo lo que siempre quiso saber sobre el Exilio pero no se atrevió a preguntar… la novela de Enrique Del Risco es un libro múltiple, un libro resumen, en el que la narración de los eventos puntuales queda enmarcada en nuestra inevitable leyenda áurea. La leyenda es la Revolución Cubana y su cuento de mil y una noches: sin esa clave cuesta entender qué hay de diferente en la cosmogonía de los isleños.
Que Enrique Del Risco gane un premio gordo no es un dato superfluo en el esquema total de lo cubano. Indica que no estábamos equivocados, que allende al horizonte hay quienes nos entienden.
Porque los cubanos, triunfadores consuetudinarios, al mismo tiempo son como el novelista que envió un manuscrito a todos los concursos durante sesenta años. El exilio victorioso fracasó en una sola cosa: en vender su relato. La leyenda áurea se impuso a cualquier historia que fuera capaz de producir.
Esa frustración desborda los límites de un libro, es la radiación de fondo que se extiende desde los confines de Hialeah hasta los remates de Manhattan. Precisamente a causa del fracaso, el problema cubano se vuelve universal, se confunde con el problema del mundo. Abocada a su séptima década de existencia, la diáspora se reconoce como un organismo social en extinción. El sentimiento trágico produce narrativa: al filo de la última noche, el exilio es Sherezade.
A causa del pathos y aunque se ocupe de la actualidad, Turcos en la niebla podría ser la novela que le quedó pendiente al siglo XX. Artísticamente, es un tableau de proporciones épicas, y si bien es cierto que el arte cubano carece de muralismo, aquí la narrativa se encarga de crear su propio muro: una pared pintarrajeada por transeúntes accidentales que recuerda a la de Facebook.
Desde ese muro habla Wonder, el mecánico celeste (existe en el Cloud) que pretende arreglar el mundo o, por lo menos, serializarlo. Una existencia condicionada por la geometría del espacio digital desembocará inevitablemente en la diseminación. La suerte de Wonder está determinada por el Algoritmo.
Lo mismo que Facebook, la comarca de West New York es un lugar donde todo el mundo parece estar perdido y recién encontrado. La niebla del título es el torrente caótico de casos y cosas, gaticos y perritos, amigos y amantes, sobrinitos y madrastras, guerrilleros, licenciados y amorcillos alados.
Los naufragios, las catástrofes, los tiroteos, los actos de repudio adquieren un carácter neblinoso y pasan como la bruma. Las voces que narran la novela de Del Risco tienen timbre virtual, lo que quiere decir que la interfaz ha afectado al libro, que Enrisco ha secuestrado a Enrique.
En otras palabras: lo literario experimenta aceleramiento digital y la acumulación de historias avanza por una suerte de deslizamiento o scrolling. ¿Qué destapa a los avatares, qué los delata? Hay memes de gusanos y tinajones, chistes de argentinos y gallegos, lienzos de Hopper e instalaciones de inodoros conceptuales, el selfie de una esquina desolada de Bergenline, la viñeta de una palma real en el Niágara, antiguas instantáneas del hotel Presidente, Eliancito y Fidel en formato GIF, muñequitos rusos y norteamericanos, imágenes de gente matando a un puerco, de gente lanzándose de un quinto piso, miniaturas del pueblo texteando, dos torres en llamas, el video de la punzada del guajiro.
Resultaría redundante adentrarse críticamente en el argumento de esta obra, cada cual deberá enfrentarla desde su propio perfil, cada cual deberá traer a ella su propio sich y su propio self. Turcos en la niebla no es un libro pasivo, sino interactivo; y cuando recurre a los dispositivos novelísticos del siglo XX, con sus Oliveiras, sus Magas y sus Rocamadours, lo que persigue es superar la leyenda de aquel siglo, actualizar la literatura por el reality y tomar distancia de un plan de lecturas que nos formó y nos desinformó. La novela de Del Risco confirma que, en las letras cubanas, está ocurriendo hoy un discreto boom.
Alejandra, hija de guerrilleros, provee la dimensión latinoamericana del imbroglio cubensis; Eltico, permutando roles con la Maga, no se atreve a revelarle a su hijo la muerte de la madre y prefiere ir a buscarle una clochard subrogada. British, o la superestructura deseante, es otro de los tantos especialistas in partibus dedicados a la patología del arte. Wonder, como el Howard Beale de Network, da el grito de asco que anida en el pecho de todo exiliado.
Los cuatro son distintos aspectos de un mismo mitema: Turcos en la niebla es el espejo de circo mediático que Enrique Del Risco le coloca delante a Cuba.
Del reality socialista
La necesidad de realismo pone fin a un cierto tipo de literatura trasnochada. Si algo demostró el “libro de culto” es la imposibilidad de crear una distopía dentro de la utopía o una caja vacía en el vacuum social. La literatura confinada al experimentalismo terminó dándole las espaldas al lector, oyéndose a sí misma y creyéndose su propio cuento.
Entretanto, lo real migraba hacia la bitácora o, más bien, evolucionaba en esa dirección, forzado por un proceso de selección cultural. La nueva escritura cubana está representada por cronistas e influencers de los medios sociales (un socialismo sucio, pero hiperreal), entre los que destacan Orlando Luis Pardo Lazo, Carlos Manuel Álvarez, Héctor Antón,Yoe Suárez y Gilberto Padilla. Es la misma escuela a que pertenece Enrique Del Risco.
Simultáneamente, la novela de Del Risco se inserta en la tradición neorrealista —y no menos socialista— del exilio, esa que arranca en Contra viento y marea, del Grupo Areíto (un texto injustamente olvidado); ¿Qué pasa, USA?, de Luis Santeiro; El súper, de Iván Acosta, y el Reinaldo Arenas de El portero y Antes que anochezca. La conexión pudiera extenderse a Boarding Home de Guillermo Rosales y los cuentos fríos de Eddy Campa y Carlos Victoria. También a la literatura canónica del presidio político o la historia oral del gulag cubano.
Turcos en la niebla es un texto combativo que, como su protagonista, viene armado hasta los dientes. Un texto cuyo objetivo no es tanto epatar como conmover. Con ese fin, se vale de todos los recursos a su disposición, desde el existencialismo de Pepito hasta el costumbrismo de Álvarez Guedes.
Turcos en la niebla es, sobre todo, un libro honesto: en él la desesperación es el producto de la circunstancia, y no un objeto amputado, un stand alone, como sucede en la narrativa habanera en clave polaca. Este es un libro escrito por alguien que ha sido testigo de una tragedia y ha sentido compasión por los que sufren. Es lo más cerca que un cubano puede picarle a las Tristes, el poema del destierro de Ovidio.
Turcos en la niebla es mucho más amargo que El amargo pan del exilio, del republicano Daniel Sueiro. Es el libro que pone de cabeza los estereotipos de los estudios diaspóricos y barre con la burocracia de la “dictadura latinoamericana”.
Turcos en la niebla es un libro coyuntural que aparece en un momento de fractura del sistema que produjo el éxodo más largo y la guerra más sucia. Es el libro de un exilio en Babilonia y un canto de dolor a orillas del Hudson. La novela que pone en su sitio a los argentinos y les devuelve lo suyo a los presos de Castro:
“No les preguntes cuánto tiempo estuvieron presos, porque alguno te responderá ʻNada más que diez añosʼ. Avergonzado”.
Cansada de hablarle a las paredes, Deyanira, artista conceptual y hermana de Wonder, es la primera en claudicar y regresar a Cuba, una variante estética del death by police. British también claudica, y su única performance consiste en una mala imitación de los mártires de la revista Bohemia. En vez de llevar la camisa McGregor de la iconografía Mid-Century (Manzanita et al.), aparece con sombrero mexicano y un par de maracas. El cuerpo en el pavimento requiere el filtro del realismo capitalista, la grisalla de otras épocas muertas. Su caída coincide con la del personaje doble que completa el reparto de Turcos en la niebla: Fidel Castro y Black Friday.
Después del Viernes Negro, el ciclo recomenzará en otra parte, en otra ínsula indistinta en el Cosmos. Así, la gran novela cubana del exilio llega como si nada, con naturalidad y naturalismo anticlimáticos. Ahora que el desarraigo es el estado permanente de lo cubano, la diáspora mira a la ínsula como si fuera el destierro, como si fuera su cárcel.
Ritmo hesicástico, podemos terminar: de la C a la A, y de vuelta a la C.
No es que el exilio haya fallado en vender su relato, o sea, no falló por su culpa, sino porque el mercado se negó rotundamente a aceptar algo que no encajaba con sus gustos y deseos. El principal problema nunca fue ignorancia o falta de información o de evidencia, sino la ceguera escogida y rigurosamente mantenida por los que no querían ver y mucho menos reconocer la verdad. Eso se puede llamar muchas cosas, entre ellas perversidad, por no decir hijeputez.
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