Creo, al contrario de lo que escribió John Donne y
subscribía Hemingway, el famoso torero americano, que todos somos islas hasta
tanto no demostremos lo contrario. Y si de islas se trata, los emigrados lo somos
por partida doble. Porque a la isla que nos viene de nacimiento habrá que
añadirle esa a la que arribamos al dejar atrás nuestro suelo natal. Allí
seremos isla y náufrago a la vez. Porque, y a veces de manera más literal que
figurada, emigrar es naufragar. Y, como ocurre con los náufragos, la primera
tarea del emigrante es sobrevivir, mantenerse a flote y buscar tierra firme
para luego hacer el famoso recuento de lo poco que pudo salvar del desastre y
lo que le sirva en el lugar de acogida para que la vida le sea soportable. Entonces
llegará el momento de comprobar si no estamos solos en nuestra isla. Si habrá
seres con quienes compartir nuestro náufrago destino. Y el siguiente paso será
escribir un mensaje que meteremos en una botella para lanzarla al mar. Porque por
más que reconozcamos nuestra condición de isla nunca nos resignaremos del todo
a ella.
De eso se trata Turcos
en la niebla. De naufragios, sobrevivencias y botellas al mar. Cuatro
botellas que arrojan sus personajes Wonder, Eltico, Alejandra y el British al
mar de sinsentidos que los rodea. La más urgente y desesperada de todas las
botellas es la que lanza Wonder, cubano exiliado, mientras aguarda, armado
hasta las encías, a que la policía de Nueva Jersey asalte su taller. Wonder
intenta explicarnos que, pese a las apariencias, él no es un terrorista ni un
asesino en masa sino alguien al que la vida lo fue despojando de opciones hasta
dejarle solo esa. Para entonces caer en cuenta que hablar de “su vida” es pura
exageración. Existe una quinta botella que es la propia novela Turcos en la niebla que contiene las
botellas antes mencionadas y que intenté, pese a su contenido, que fuera lo más
ligera posible y no terminara hundiéndose. Y esa botella, en efecto, navegó con
fortuna hasta encontrarse con el Premio Unicaja “Fernando Quiñones” y con el
jurado abierto y desprejuiciado que se lo otorgó: porque hay que ser muy
abierto y desprejuiciado para darle tal premio a este náufrago que les habla
hoy.
Me alegra de manera muy especial que a Turcos en la niebla le tocara ganar el Premio
Unicaja al Mensaje en una Botella Fernando Quiñones y me trajera precisamente a
la más americana de las ciudades españolas y, sin dudas, la más habanera. Cádiz
es, además, la tierra de José Manuel García Gil, el poeta que me rescató de mi
naufragio español hace muchísimo tiempo y con quien desde entonces, y casi al
descuido, no dejo de acumular deudas de gratitud. No menos agradecido estoy a que
este premio lleve el nombre de Fernando Quiñones: un escritor entregado a la
recreación de su versión íntima de isla que era al mismo tiempo Cádiz y el
universo. El autor de Las crónicas de
al-Andalus también ejerció el oficio de náufrago reuniendo todo lo que pudo
salvar de la furia del mar y del tiempo: naufragios de fenicios y romanos; de
árabes y gitanos; de musulmanes y cristianos; de castellanos y andaluces; de pícaros
y piratas. Recordemos que Quiñones erigió su espléndida obra con lo que en su
tiempo todavía se consideraban materiales de desecho, mucho antes de que se
pusieran de moda la diversidad y el reciclaje. Porque al autor de Flamenco, vida y muerte, como creador
honesto y sensible que era, no lo urgían las modas sino que escribía al ritmo, -tranquilo
y visionario - que le dictaba su justo tiempo humano. Y esa misma probidad y
sensibilidad eran las que le evitaban a Quiñones ceder a las tentaciones de la
pureza y le permitieron abrazar todo lo que la vida le puso delante para crear ese
mundo habitable y acogedor que es su obra.
Celebro por tanto que la isla metafórica de mis náufragos
Wonder, Eltico, Alejandra y el British se haya abierto camino hasta la isla de
Mané, de Quiñones y de un puñado de recuerdos personales que solo borrarán la
muerte… o un buen Alzheimer. Mi alegría es tal que quizás consiga al fin ponerme
de acuerdo con John Donne. Reconocerle que, incluso siendo islas, los humanos
estamos igualados por nuestra soledad frente al mundo. Y que eso basta para identificarnos
en nuestra común humanidad. No por gusto el tema central de Turcos en la niebla es el mejor remedio
que hemos inventado para superar nuestra condición de islas, nuestro más eficaz
mecanismo de sobrevivencia: la amistad.
Vivimos tiempos contradictorios: una época en la que cada
vez más personas escriben y se comunican, y sin embargo parecen entenderse cada
vez menos. En tales circunstancias, alcanzar a ser medianamente comprendido cuando
nos separa un océano de circunstancias resulta un milagro. Un milagro como este
premio que me ha traído hoy ante ustedes y que aprecio como no pueden
imaginarse. Un milagro ante el que no encuentro palabras mejores que “muchas
gracias”.
Muchas gracias.
*Discurso leído el 19 de marzo del 2019 en respuesta a la entrega del Premio Unicaja Fernando Quiñones de novela.
Por error he borrado un comentario anónimo que afirma que Alejandra, personaje de "Turcos en la niebla" escribe igual que Enrisco. Y debo reconocer que me ha descubierto: Alejandra cest moi.
ResponderEliminarYo creo que no lo borraste sino que el comentario aparece en el post anterior, con el fragmento de la novela donde se lee a Alejandra.
ResponderEliminarme alegro infinitamente por ti!
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