Pocas oportunidades
he tenido en esta vida de estar de acuerdo con el aclamado pensador neocomunista Slavoj Zizek. De
curioso predicamento entre muchos intelectuales cubanos Zizek es un modelo de
cómo se puede sobrevivir la disolución del mundo comunista en el papel de víctima (leve) y terminar siendo gurú del
anticapitalismo Occidental. A la larga su prédica ha resultado mucho más rentable
que tratar de entender por qué el comunismo terminó siendo esa cosa inhabitable
y criminal en la que ni el propio Zizek quiso seguir viviendo. Si en algo falló el comunismo –es la brillante
conclusión de Zizek- fue en no ser lo bastante comunista. Pero hasta con un
pícaro del postcomunismo se puede concordar si lo que dice en su penúltimo artículo es que:
Pero ahí mismo se le
acaba la cuerda crítica a Zizek. Y es que no se puede criticar a parte de la
naranja sin condenar toda la naranja comunista que es, como dije al principio,
el centro del negocio de Zizek. Así que el esloveno se encomienda al dramaturgo
norteamericano Arthur Miller y a una anécdota que resumiría los logros de la
Revolución cubana. En ella el norteamericano rememora a un par de cubanos pobrísimos que en medio
de una "intensa discusión" entre ellos (a Miller -que no sabía español- posiblemente se le escapara el detalle
que los cubanos desplegamos más energía en una conversación apacible que si
todo el Upper East Side se enfrasacara en una guerra civil) y de pronto ven
a una bella mujer bajarse de un carro cargada de paquetes y un tulipán. Estos
interrumpen la discusión para ayudarla con los paquetes y la flor. Lo que a Miller le sorprende es que los hombres ayudaran a la joven sin pedir nada a cambio. La conclusión del
dramaturgo -que al parecer ignoraba que no toda la psiquis del cubano se originó con el castrismo- es que: “Después de haber
protestado durante años por el encarcelamiento y el silenciamiento de
escritores y disidentes por el Gobierno, me preguntaba si, a pesar de todo,
incluso del fracaso económico del sistema, se había creado una corriente
alentadora de solidaridad humana, posiblemente a espaldas de la simetría
relativa de la pobreza y de la uniforme futilidad inherente al sistema”.
"Todas estas historias no cambian el triste hecho de que la Revolución cubana no produjo un modelo social que tuviera algo que ver con el definitivo futuro comunista. Cuando visité Cuba hace una década, la gente de allí me mostraba con orgullo casas en ruina como prueba de su fidelidad al hecho revolucionario: «¡Mira, todo se está cayendo a pedazos, vivimos en la pobreza, pero estamos dispuestos a soportarlo antes que traicionar a la Revolución!». Cuando las propias renuncias se experimentan como prueba de autenticidad, tenemos lo que en psicoanálisis se llama la lógica de la castración. Toda la identidad político-ideológica cubana descansa en la fidelidad a la castración; no es de extrañar que el líder se llamara Fidel Castro"
En este artículo
Zizek echa mano a una de sus fórmulas de mayor éxito: la de la crítica de la
izquierda Occidental desde una izquierda más pura y al mismo tiempo más
realista.
"Entonces, ¿qué pasa con los izquierdistas pro-castristas occidentales, que desprecian lo que los propios cubanos llaman gusanos, los que emigraron? ¿Pero, con toda solidaridad hacia la Revolución cubana, qué derecho tiene un típico izquierdista occidental de clase media a despreciar a un cubano que decidió abandonar Cuba no sólo por el desencanto político sino también por culpa de la pobreza? En el mismo sentido, yo mismo recuerdo a principios de los 90 a docenas de izquierdistas occidentales que con arrogancia me lanzaban a la cara cómo, para ellos, Yugoslavia todavía existía y que me reprochaban que traicionara la irrepetible oportunidad de mantenerla viva, a lo que yo siempre respondía que no estaba dispuesto, sin embargo, a conducirme en mi vida de una manera que no decepcionase los sueños de los izquierdistas occidentales. Gilles Deleuze escribió en alguna parte: "Si vous êtes pris dans le rêve de l'autre, vous êtez foutus" [si te dejas atrapar en el sueño de otro estás jodido]. Los cubanos han pagado el precio de estar atrapados en los sueños de otro"
A
Zizek se le olvida mencionar que el dramaturgo de 85 años en aquel entonces (el viaje que describe ocurrió en el 2000) en
medio de aquella visita había sido objeto de la asediante hospitalidad del
dictador cubano. De manera que la imagen con la que el esloveno trata de
resumir vicariamente una Revolución distante es aquella con la que un
dramaturgo sin demasiadas energías para pelearse con el mundo trata de
conciliar opuestos. En este caso se trata de conciliar la natural repulsión que le causaba un tirano con aquella
inesperada y aceptada invitación a comer con este. Y Zizek, que se quejaba
un par de párrafos antes de sentirse presionado por los izquierdistas
occidentales de llevar una vida a la altura de los sueños de estos, no puede
resistirse a la tentación de meter a toda la isla en el interior de su propio
sueño. Y decir: “Es en este nivel más elemental en el que se decidirá nuestro
futuro; eso que el capitalismo global es incapaz de generar es precisamente esa
clase de «corriente alentadora de solidaridad humana»" de la que Cuba sería su última y más pura reserva. Y traigo todo esto a
colación no para insistir en la más que demostrada falta de probidad intelectual de pensadores
como Zizek. Más bien intento identificar el que posiblemente sea el mérito más
indiscutible y duradero del castrismo: el de darle a un país la forma de los
sueños de otros.
Que el sueño de otro sea un lugar muy incómodo para vivir
despierto ya es un asunto muy distinto.
Muy buena entrada. Es verdaderamente horrendo que millones de seres humanos se hayan visto obligados a vivir, cual interminable pesadilla, el sueño (abominable, por cierto) de otro sólo ser humano…
ResponderEliminarY por supuesto, pretender que otros vivan de acuerdo a fantasías o ilusiones ajenas que no reflejan su realidad ni sus aspiraciones se trata de arrogancia, prepotencia, falta de respeto y tremenda equivocación. Por eso los que se creen con derecho a imponer o exigir tales ilusiones no merecen ni siquiera que se les dirija la palabra--no merecen nada mejor que rechazo y desprecio sin contemplación. Esa es mi actitud hace tiempo con respecto a muchos “expertos” en el tema de Cuba que ni cubanos son y mucho “intelectual” por encumbrado que sea, por no hablar de los cretinos faranduleros a lo Sean Penn y la “gran prensa,” de la cual el New York Times resalta por su vieja, persistente y terca perversidad (por no decir hijeputez). A veces, lo mejor que se puede hacer con tales sujetos es tirarlos a mierda.
ResponderEliminarEste tipo se parece a un Depardieu bastante deteriorado, aunque ya el verdadero Depardieu no llega ni a eso, el muy miserable.
ResponderEliminarSolidaridad humana de que ? Seguro la mujer del tulipan esta buena, sino la discusion no hubiera parado.. que hay que conocer un poco al cubano...
ResponderEliminarY ya chistes aparte, en Cuba TODAVIA hay solidaridad A PESAR del comunismo, no gracias a el.
El sueño que supo venderle al mundo, ese fue el gran logro de Fidel. La mentira que lo sobrevivió a él y que aun hoy seguimos pagando.
ResponderEliminarBravo, Presi. Y lo de Arthur Miller, un disparate: en Cuba no hay tulipanes! Otro que nos apresó en su sueño!
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