Definitivamente
vale la pena ver "Aire frío", una de las piezas más importantes de la
dramaturgia de Virgilio Piñera presentado por el Repertorio Español de
Nueva York: tanto por con el
esmerado e inteligente montaje de Leyma Lopez como por una Zulema Clares
excepcional en su papel de Luz Marina. Dedicar una noche a adentrarse en los
vericuetos de la familia Romaguera y convencernos de eso, de que todos somos
Romaguera, que el genio de Virgilio sigue intacto.
Las
actuaciones son bastante disparejas, el decorado escueto (aunque funcional)
pero la puesta en escena recuerda por qué los griegos se reunían con tanto
fervor hace dos milenios y pico a ver a actores dándole vida a textos ajenos. Allí,
apenas sin darnos cuenta nos sumergimos en la experiencia catárquica de ver a
una familia que es todas a la vez de reconocer y experimentar al unísono
demonios comunes y cotidianos: el padre aferrado a su (falsa y risible)
autoridad, la madre a su papel de víctima, el hermano que vive del aire, el
hermano que te lo cobra y la hermana justa e infeliz que consigue que todo (en
la vida y en la obra) funcione.
Preparando
a mi hijo para lo que iba a ver en escena le puse esta adaptación de 1999 para la televisión cubana. Les confieso que aquellos primeros minutos me resultaron tan
falsos y deprimentes como para reconsiderar la visita al teatro aquella noche. Si
ese era el resultado contando con un elenco que incluía a Isabel Santos,
Verónica Lynn, Raúl Pomares y Fernando Echavarría qué esperar de actores (cubanos
pero también dominicanos, españoles, venezolanos) que ni siquiera comparten un
acento común que le dé cierta credibilidad a una trama cubana.
Pero al
fin y al cabo se consigue el milagro no solo por la fuerza de la actuación de
la protagonista sino porque esta y la directora entendieron algo muy elemental de “Aire
frío” que vale también para toda la obra de Piñera o para buena parte de la
realidad cubana. Y ese es algo es el tono con que se mira e interpreta una
tragedia a la que siempre le falta algo incluso para ser una tragedia con pleno
derecho. En este caso el motivo central es la falta de un ventilador, que más
allá de toda la simbología existencial que se le pueda exprimir ilustra
soberbiamente la concepción de Piñera sobre la “Nada por defecto”, la tragedia que
se construye sobre una ausencia ridícula en apariencia pero devastadora en su
rutinaria y desesperante insistencia.
Piñera, entre todos los presentes cuando el Censor-en-Jefe vomitó sus infames “Palabras a los Intelectuales” en 1961, fue el único que se atrevió a decir algo que de alguna manera cuestionaba la barbaridad totalitaria de “contra la revolución [o sea, contra mí], ningún derecho.” Solamente dijo que tenía miedo, pero lo dijo en la cara del “Macho” Máximo y la pistola-falo que tan vulgarmente había puesto sobre la mesa a la vista de todos.
ResponderEliminarA pesar de ser tolerado e “irle bien” durante los años 60, y de que nunca criticó al régimen castrista abiertamente, tampoco le sirvió de propagandista, y Aquella Mierda perdió la paciencia con “ese maricón” (palabras del Che) y se dedicó a perseguirlo y aterrorizarlo. Le mandaban esbirros a la casa que lo acosaban hasta hacerlo llorar, y el pobre juraba y perjuraba ante ellos que haría lo que se esperaba de él, o sea, lo que hicieron tantos otros escritores o escritorzuelos que se plegaron al sistema.
Pero, y esto es MUY importante, en resumen de cuentas nunca prostituyó su obra ni su talento a Aquella Mierda. Eso, aunque su talento fuera mucho menos de lo que es, vale y brilla mucho más que lo que hicieron gente como Alejo Carpentier y Alicia Alonso, por no hablar de la ralea de mediocridades (si eso) que se “apuntaron en la lista” del castrocomunismo.