No hay torneo más aristocrático que una
Copa del Mundo. Entrar entra casi cualquiera pero unos están destinados a ser
reyes, condes y marqueses y los otros a servir los bocadillos y los tragos. Y
es todavía peor si te toca jugar con la realeza. Con tres excampeones mundiales
compartía grupo Costa Rica lo que equivalía a irse de vuelta a casa una vez que
hubiera puesto la mesa. Pero hoy, jugando contra Italia los ticos vinieron a
dejar claro que iban a quedarse un rato más, que su victoria sobre Uruguay no
había sido casual o que se debía a la buena fortuna de que los uruguayos no
contaran con Luis Suárez.
Hoy salieron al campo contra el
tetracampeón con el mismo descaro y buen juego
que la vez anterior. Italia jugó como si anoche se hubiera intoxicado
con pescado o como si al levantarse se hubiera tomado la pastilla equivocada pero
buena parte de su incapacidad de elaborar juego, de bailar a su ritmo debe
atribuirse a la asfixiante presión tica, lo concentrado de su defensa y lo
inquietante de su ataque. Y no es que el árbitro fuera demasiado amable con los
ticos y hasta dejó pasar un penalti clarísimo (y ese es otro problema con los
plebeyos en los mundiales: la ley siempre está de parte de los otros) pero poco
importó porque esta vez Costa Rica fue Cenicienta, el príncipe y el zapatico de
cristal al mismo tiempo.
Felicitaciones a los ticos, hicieron su juego y no le permitieron nada a los italianos en la línea de fondo, quienes salieron a jugar como el que sale a tomarse una caipiriña en Copacabana. Mi equipo es Italia pero ahora tendrá que bailar con la más fea para ganarse el pase. Puede ser que Costa Rica también implante una moda en el fútbol: cero jugadores show-off o tatuados. Saludos.
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